-Vamos, Vegeta. Alegra esa cara, por Dios. Ni que te llevaran al matadero.

El aludido torció el morro aún más, apartando la vista hacia la ventana del avión y la noche que caía al otro lado para no ver a su mujer, con la que seguía enfadado.

-Tampoco me has dicho aún a dónde vamos -rezongó, agrio.

Bulma ladeó la cabeza apenas unos centímetros, sin descuidar el pilotaje y la ruta que llevaban, mientras suspiraba.

-¿No crees que debería ser yo la que esté molesta de que tengas las ideas peregrinas que has tenido estos días atrás? -lo regañó con cierta dulzura.

En el fondo, casi la había divertido ver que Vegeta estaba preocupado de verdad por si su matrimonio se iba a pique... Pero por otro lado...

Vegeta, por su parte, se encogió sin querer en el asiento, acusando el golpe.

-¿Y qué tenía que haber pensado? -preguntó en voz baja, dolido y apenas observando a Bulma de reojo-. Llevas dos semanas escondiéndote para hablar por teléfono, hablando de fechas, de encontrarte con alguien, de que iba a ser una experiencia no sé qué y... -el saiyajin se calló, consciente de que probablemente con aquella queja no estaba jugando en su propio favor-. Da igual -concluyó, apartando la vista con rudeza.

Bulma no contestó mientras observaba su nuca morena con curiosidad; consciente de que desde cierto punto de vista podía haber parecido lo que no era, pero segura en su interior de que la sorpresa que tenía preparada sería suficiente para compensar a Vegeta por aquella semana de mal trago...

-Tranquilo, cariño. Lo descubrirás muy pronto -le confió, sonriendo misteriosa y haciendo que él la encarase de nuevo con una ceja levantada en actitud suspicaz. Ella, por toda respuesta, señaló al frente mientras movía una palanca junto al asiento y apretaba un pequeño botón. Vegeta se obligó a seguir la dirección indicada con la vista y no pudo evitar quedarse algo sorprendido cuando vio que, mientras refunfuñaba por lo bajo, habían llegado a una nueva isla habitada y que, en un edificio cercano más alto y grande que todos los que lo rodeaban en la ciudad principal, se abría una compuerta que permitía el paso del avión a un pequeño hangar; lo suficiente para resultar discreto y para que, a la vez, Bulma pudiese aterrizar con total soltura, ambos se bajaran y ella apretara el botón que convertía la nave en una cápsula-. Listo -dijo entonces ella-. Hemos llegado.

"Un hangar", pensó Vegeta, extrañado, mirando a su alrededor. "Desde luego Bulma cada vez tiene cosas más raras en la cabeza..."

El lugar donde habían aterrizado, una vez cerrado, tenía forma de cúpula y se asemejaba mucho a cualquier dependencia interior de Capsule Corp. Planchas de color claro, algunos armarios y estantes pegados a las paredes... Y poco más.

"¿A dónde me ha traído?".

-Vegeta, ¿no vienes?

El saiyajin se giró como un resorte al escuchar la voz de Bulma. Esta se había desplazado unos diez metros a su izquierda y tenía la mano sobre un pequeño teclado. Su marido, tras intentar sin éxito adivinar qué se proponía ella, suspiró, se cruzó de brazos con el morro torcido y avanzó en su dirección.

-Sí, claro.

Bulma lo observó acercarse sin poder casi camuflar su diversión. "Ya queda poco..."

-Ah, espera -la mujer pareció recordar algo en el último minuto, antes siquiera de apretar la primera tecla, girándose con las manos a la espalda en actitud de inocencia-. Cierra los ojos -le pidió entonces a su marido.

Este se tensó y la miró con suspicacia, todo en un movimiento.

-Vale, Bulma. En serio, ¿qué está pasando aquí? -exigió saber, rotando los ojos para mirar de nuevo a su alrededor.

Ella, sin embargo, cambió el semblante a otro más serio, puso los brazos en jarras y exclamó:

-¡Oh, vamos, Vegeta! ¿Vas a decirme que quieres estropear la sorpresa... en el último minuto?

A tiempo, la mujer se mordió la lengua para no revelar el verdadero motivo de todo aquello, el principal. Claro que asumía que siendo el desastre que era su marido para ciertas cosas relacionadas con su matrimonio, no recordaría una fecha como aquella por sí mismo. Pero no pensaba consentir que lo echase todo a perder cuando apenas se interponía ya una puerta entre ellos y la mejor sorpresa de su vida.

Vegeta, por otra parte, se quedó mirándola durante varios segundos como si no la conociese, antes de claudicar resoplando ante su mirada azul cargada de reproche y cerrar los párpados.

-Hale, ya está. ¿Contenta? -preguntó, amargo.

Bulma, que había contenido a duras penas un grito de alegría cuando él la había hecho caso, rio sencillamente por lo bajo mientras tecleaba una sencilla combinación de seis números en la pared.

-Dime tú si no debería estarlo -susurró, misteriosa, tomándolo de la mano y haciendo que él la siguiera a regañadientes al interior de una estancia que parecía estar en más penumbra que el hangar. Bulma cerró entonces a sus espaldas, activó un interruptor junto a la puerta y se situó detrás de su marido-. Ya puedes abrir los ojos -indicó. Y ante la evidente pero no inesperada sorpresa de él al ver lo que tenía ante sí, Bulma sonrió, apoyó las manos en sus hombros y le susurró al oído-. Feliz aniversario.