Hola!
Estamos ante el primer capítulo de ¡Vamos a Cambiar el Mundo! Que ya desde ahora os digo, que tengo muchísimas ideas para este fic. En serio, tengo la cabeza llena de ideas, situaciones y cada vez surgen más, por eso cada capítulo lo revisaré, para asegurarme de no dejarme nada. Asi que, si tardo, ¡No Desespereis! Que no me he ido.
Disclaimer: CASI todos los personajes son obra de J.K. Rowling, creadora y escritora de la Saga de Harry Potter. Rose McKellen es un personaje propio, introducido en esta hisoria por mi misma.
Espero que disfruteis con la lectura, y que no abandoneis, por que esto todavía esta tomando forma... Ahora, os dejo con...
Vamos a cambiar el Mundo
Remus acabó de empaquetar sus cosas, y salió a dar un paseo por los terrenos. Uno de sus últimos paseos en el colegio, al menos como profesor, y no creía que volviese mucho, después de aquello. No eran pocos los que habían ido a hablar con él. Intentando que se quedase, que se lo pensase, que viese que ellos querían que se quedase. Pero él no pudo, tenía que salir de allí. Ahora ya no podía quedarse. El tercer año de colegio del hijo de James y Lily terminaba, y él dejaba el puesto de profesor de Defensa.
No culpaba a nadie por haberlo contado, ni por que se hubiese descubierto. Él no era de esos. Probablemente si le gritasen que era un monstruo, creería que es lo que se merecía. Aunque tomase mil pociones, una vez al mes todo se reducía a eso. A ser un monstruo, arrancar todo lo humano y salir. Como mínimo, la poción matalobos calmaba al lobo. Pero Remus lo notaba, ahí, al lado de su cerebro, susurrándole.
El paseo por los terrenos le llevó hasta la entrada a la Casa de los Gritos, y entró en ella. La cama de dosel, la mesa, el piano. Recuerdos gritando y clamando por salir, recuerdos pintados en las paredes con tinta solo visible para los que saben mirar. Remus acariciaba las teclas de piano con los dedos, sin llegar a tocar ninguna nota. No se atrevía. Si lo hacía, todo se desataría, y no podría. Sabía que no podría.
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La última semana de curso estaba allí. Sin exámenes, y con los alumnos preparando sus equipajes. Sus alumnos, y los profesores que se iban fuera del colegio. O los que, simplemente, lo abandonaban. Las cosas cambiaban en Hogwarts, y Remus no era el único que lo notaba.
Minerva iba por los pasillos, en busca de alumnos fuera de sus camas. Podía ser la última semana de curso, pero ella seguía allí, vigilando. Haciendo su ronda. De vez en cuando, se encontraba con algún prefecto que terminaba ya su ronda, y se dirigía a la Sala Común, somnoliento. Pero poco más. Aquellos días, los alumnos se quedaban en las Salas Comunes, despidiéndose de todo. "Aunque hace unos años, estos días eran los peores", sonreía Minerva, recordando los días de los Merodeadores. Habían habido chavales traviesos después de ellos, pero nunca como ellos. Y tenía a uno de los cuatro ultimando sus días como profesor. Recordó que el primer día, Remus ya dijo algo que la hizo sonreír. "Sirius acertó. Me dijo que yo acabaría siendo profesor, que me gustaba demasiado eso de ser prefecto."
Vio algo de luz salir del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y se asomó. Lo vio, sentado, mirando hacia los pupitres de los alumnos.
- Remus… Reconoce que en el fondo, te duele irte de aquí. No deberías irte.
Remus levantó la cabeza, sobresaltado. Sonrió, con esa sonrisa triste que sabía poner.
- Minerva… Sabes lo que dirían los padres. Y el ministerio se echaría encima de Dumbledore. No puedo hacerlo. No puedo hacerle esto, por que no se lo merece.
Minerva bajó la cabeza, visiblemente entristecida. Remus Lupin había sido de sus mejores alumnos. El mejor, posiblemente. Era el único alumno al que había tuteado en séptimo curso, y cuando no estaban en clase. Después de acabar la escuela, siempre que se veían, se tuteaban, aunque a Remus le costó llamarla de tu, debido al grandísimo respeto que le tenía.
- Pero… Recuerda que este es tu hogar. Recuérdalo siempre, y que puedes volver. Aunque sea a hacerle una visita a estos profesores carcamales.
Hogwarts era la oportunidad para todo el que no tenía otro lugar al que ir, al menos, mientras Albus Dumbledore lo dirigiese. Y Remus eso lo sabía demasiado bien.
Minerva salió del aula, despidiéndose de Remus con un leve gesto con la cabeza, y continuó con su ronda a través de los pasillos del colegio. Una de las últimas de ese curso.
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Acarició su pálida mejilla con un dedo, desde poco mas abajo del ojo hasta que empezaba a delinear su barbilla, puntiaguda. Un ligero movimiento en los labios de ella, algo que empezaba ser una sonrisa. Por que Narcissa sonreía tan solo lo justo y necesario, y a muy poca gente. Por eso, cuando lo hacía, solo para él, Lucius se sentía el hombre más afortunado del mundo.
En poco más de una semana, Draco, su hijo, volvería de nuevo a casa con ellos. A diferencia de lo que pensaba la mayoría de la gente, la Familia Malfoy no era igual por dentro a lo que se veía desde fuera. Cuando Draco volvía en el Expreso, iban sus padres a recogerlo, y apenas intercambiaban los gestos. Una vez en casa, cuando ya solo estaban ellos, su madre le abrazaba con todas sus fuerzas, y le decía todo lo que le había echado de menos. Por que los sentimientos siempre quedan dentro, en la familia. No hay que mostrar debilidades ante los enemigos.
Lucius acercó sus labios a los de su esposa, y la besó. Un beso suave, cariñoso, de apenas un segundo. Rozó s nariz con la de ella, y juntó sus frentes. Hablaban en susurros, apenas ellos podían oírse.
- En poco tiempo tendremos a nuestro pequeño aquí…
Lucius sonreía ante el comentario de ella. Su pequeño. Estaba seguro de que, aunque Draco tuviese cincuenta años, seguiría siendo su pequeño. Siempre. Su pequeño.
- Narcissa… cariño… Esta creciendo. Como cuando venga le llames "Mi pequeño", no creo que le siente bien…
Narcissa abrió los ojos, separándose unos centímetros de su marido. Puso el semblante serio, y la mirada orgullosa de los Black.
- Oh, lo intentaré, al fin, y al cabo, soy una Black. Sabes lo bien que puedo esconder lo que siento.
- Oh, Merlín…
Lucius cogió a Narcissa por la cintura, acercándola a él. Ella siguió con el semblante orgulloso, aunque por dentro no era lo mismo. Por dentro quería besarle, estaba demasiado cerca.
- Sabes perfectamente… - Lucius se acerca a su oreja, cada vez habla mas suave - .., que no quiero… - con la punta de la lengua recorre el lóbulo de su oreja, haciendo que Narcissa, poco a poco, pierda esa compostura que tanto le gusta aparentar - … que en casa… - Empieza a darle besos por el cuello, lentamente - … te escondas…
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En la sala común de Gryffindor, Harry, Ron y Hermione, frente a la chimenea, pasando esos últimos días de curso juntos, charlando. No podían los unos sin los otros, por más que a veces discutiesen, y tenían que reconocerlo. Inseparables. Para todo y sobre todo.
- … Y a ver a quién contratan el año que viene para Defensa…
No lo había dicho Hermione, si no Ron. El profesor Lupin había calado hondo en todos sus alumnos, y, pese a su licantropía, ninguno de los tres quería que se fuera. Era el mejor profesor que habían tenido hasta la fecha, pese a que por su enfermedad, una vez al mes les tocara DCAO con Severus Snape. Pero era un precio pequeño que podían pagar.
- ¿No se lo pensó de nuevo, Harry? ¿No te escuchó?
Hermione le miraba, sinceramente preocupada. No por sus estudios, si no por el profesor Lupin. Por que siendo licántropo, le iba a ser francamente difícil encontrar otro trabajo en el mundo mágico.
Poco después, se despidieron, y subieron cada uno a su habitación. Cuando Ron y Harry entraron, se encontraron con Neville despierto todavía, mirando por la ventana. Parecía que no eran los únicos a los que les faltaba algo.
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Severus Snape paseaba por los pasillos, siguiendo su ronda. Pensando. Había logrado que al final, Lupin dejase el puesto de profesor de Defensa. Ese Lupin, el licántropo. ¡Un licántropo mestizo antes que él mismo como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras! Cuando lo supo no se lo podía creer.
Ese Black, lo había vuelto a conseguir. Siempre lograba pasarle por encima, hacerle sombra. Aunque ahora era un fugitivo de la Ley. Esos Merodeadores, siempre lograban hacer que el no quedase como merecía. No llegar tan alto como merecía. Primero, ese Potter se casó con Lily. Su Lily. La pelirroja que había logrado hacer que casi le diese la espalda a los mortífagos, aunque al final, no pudo.
Después, todas las bromas, según ellos, a lo largo de toda la estancia en Hogwarts. Siete cursos de tortura constante. Que parece que no fue suficiente.
Ahora, Black había escapado, y Lupin, durante un curso entero, había sido profesor de la asignatura que el llevaba deseando impartir desde siempre. Aunque claro, todo tenía su lado bueno. Black era un fugitivo del Ministerio, y Lupin volvía a no tener trabajo.
Severus volvió a las Mazmorras, y se fue a su despacho, a su habitación. Lentamente, como rutina adquirida, se puso el pijama, se aseguró de que nadie estuviese fuera de sus habitaciones, y se fue a dormir. Una noche más, solo.
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Molly Weasley estaba sentada, haciendo punto, en una butaca de la cocina de la Madriguera, esperando a que Arthur llegase. Volvía a llegar tarde, seguramente por alguna complicación, una redada de más en el ministerio
En pocos días, sus niños volverían a casa. Antes, al menos, tenía a Ginny en casa. Ahora, ni eso, y cuando su marido, Arthur, se iba a trabajar, la casa se quedaba sola. No era que no tuviese cosas que hacer, pero es que además, sin los niños, tenía aún menos faena. Menos que cocinar, menos que lavar, menos que regañar, menos que achuchar.
De cuando en cuando, Bill y Charlie se pasaban por casa, a hacerle una pequeña visita. Una vez al mes, a veces menos. Molly los entendía, sus trabajos no les dejaban toda la libertad de las que les gustaría disponer, pero si que le gustaría ver más a sus hijos.
Se escuchó un ruido fuera, y la puerta de la Madriguera se abrió.
- ¡Hola, Cariño! ¡Ya he llegado!
Arthur entró en la cocina, y lo primero que vio, fue a su esposa dormida en una butaca del salón, con las agujas de punto encima de las piernas. Probablemente se había quedado dormida mientras le esperaba. Aunque él le dijera que no se preocupase, que ya llegaría cuando pudiese. Con delicadeza, Arthur levanta a Molly, y, estando ella adormecida, la acompaña hasta la cama.
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Bill,
Voy a ir a Egipto, por cuestiones de trabajo, claro. No esta la economía como para ir haciendo excesos. Pero hace años que no nos vemos, parece que te hayas olvidado de mí. A ver si podemos vernos cuando esté por aquellas tierras.
Besos,
Rose
Continuará en el capítulo 2, que llegará en cuanto lo tenga escrito y revisado convenientemente!
Espero que os haya gustado, y si teneis algo que decirme, algun tomate que tirarme, ideas, o un estirón de Orejas, dale al Go!, agradezco cualquier tipo de critica, siempre y cuando sea constructiva. Si simplemente quereis decirme lo reprecioso o lo horroroso que es, también.
Hasta el próximo capítulo!
