Prólogo – El comienzo de un nuevo ciclo
Frío. Oscuridad. Silencio.
El santuario esculpido en piedra era una belleza construida en medio de la nada. Se erguía orgulloso en aquel páramo nevado siempre asolado por las tormentas de nieve, infranqueable, protegido por los dioses. Sus paredes, de dimensiones ciclópeas, no parecían estar construidas por humanos, intentaban tocar el cielo, cerrándose en una hermosa cúpula que era lo único que otorgaba algo de luz al centro de la sala. Concretamente, al punto más importante: un altar.
Parecía hecho en cristal, con la figura de un dragón que lo protegía celosamente de miradas indiscretas. Se hallaba colocado en frente de una puerta que no debía cruzar nadie, ni nada, al menos si quería conservar su vida. Al otro lado se encontraba la criatura más sabia y poderosa de todas, siendo al mismo tiempo un asesino lleno de rencor. Entre aquellas gruesas paredes, flotaban las notas de una hermosa voz entonando una melodía capaz de proteger el mundo, algo que todos deberían ser merecedores de escuchar, pero prisionera de aquel que residía al otro lado de la puerta.
Por quien entraba, era el elegido, y una vez dentro, estaba destinado a no salir nunca más.
Un hombre permanecía con los ojos cerrados en el centro de la estancia, junto al altar, recorriéndolo con sus largas manos de color pálido. Su largo cabello plateado caía como una cascada sobre sus ropas plateadas, y lo único que se podía vislumbrar de su rostro era una sonrisa mordaz, parecida a la de un depredador. Ya no encontraba preciada aquella voz, tantos años allí, como guardián, habían hecho que la aborreciese. El único motivo por el que sonreía era porque sabía que no quedaba mucho…
Un estremecimiento recorrió todo el santuario, seguido de un grito desgarrador que cortó la música. El guardián acarició su bastón, negro como la noche misma y no pudo evitar acercarse a la puerta, escuchando a aquella "elegida" golpeando la salida, desgarrándola con sus uñas, luchando por su lastimera vida.
El guardián no abrió la puerta, acostumbrado a aquella historia. Sus ojos brillaron a través de la máscara negra que decoraba su rostro, recibiendo imágenes de lo que ocurría en el interior. Una escena horrible, como la criatura se alzaba sobre la joven que yacía en el suelo, intentando encontrar compasión del que guardaba la puerta. Los dientes de la bestia se clavaron en sus piernas, para acercarla y la sala se llenó de los gritos de lo que antes había sido una de las más hermosas voces del mundo.
Todo se llenó de rojo. El ser del otro lado jugó un rato con la elegida, observando en todo momento el guardián, a través de las imágenes, como su rostro se crispaba por el sufrimiento. Finalmente, los gritos cesaron en cuanto la joven del interior fue devorada por aquel a quien había cantado toda su vida.
—Repugnante –rió, acariciando la puerta y dando un pequeño golpecito, como si desease que disfrutase de la comida aquel que habitaba al otro lado.
Se encaminó al altar, inclinándose mientras alzaba el bastón. La música no debía detenerse, otra voz debía ser llamada. Cerró los ojos e inspiró con fuerza, dejando escapar una risilla cuando percibió que su vista dejaba su cuerpo y se marchaba allá donde los dioses lo enviaban.
En sus ojos se formó la imagen de un niño echado en la cama, riendo con una voz cantarina muy dulce. Junto a él yacía otro niño, mayor que él, pero el guardián optó por ignorarlo: después de todo, no era importante, únicamente lo era ese pequeño de cabello castaño cuyos ojos verdes miraban a través del guardián. Éste no pudo evitar soltar una carcajada: la siguiente voz sería un niño, un bonito cambio que le quitaría de la cabeza aquella voz que había sido el único sonido en el santuario durante años.
Abrió los ojos al terminar aquella visión, esbozando una sonrisa macabra al ser conocedor del nuevo sacrificio. Se levantó, golpeando con su bastón el altar del dragón y elevándose un rayo de luz a través de la cúpula del santuario. El mensaje se transmitiría a los oráculos de todas las ciudades del mundo, todos sabrían quién sería el nuevo elegido, y lo que debían hacer con él. Era lo que siempre ocurría.
Una vida por la protección de aquel que habitaba en el santuario. El último de los dragones.
