Advertencias: Creo que ninguna en particular.
Notas: Mi pareja favorita de este fandom, no cabe duda (L).
Beta: Miyu.
Palabras: 376.

Disfruten la lectura.


Sin poder negarse

No podía negarlo, no cuando ya era imposible dar vuelta atrás en el asunto, sobre todo porque al final había sido él quien diera el primer paso, quien arruinara para siempre la amistad que tanto le había costado crear.

No supo en sí cómo es que pasó, cómo fue que sus sentimientos llegaron a aquel grado. Estaba consciente que desde el inicio no la consideró una simple amiga, pero por lo mismo se había reprimido a exteriorizar algo, porque sabía que ella no lo aceptaría o que no lo entendería. A pesar de que tenían carácter similar, ambos eran muy distintos. Compartían la noche, pero no como lo hubiera deseado. Él no era tan oscuro como la chica, no cargaba consigo tanto dolor y un destino semejante.

Tal vez fue por eso que se atrevió a cruzar la línea, intentar comprenderla y ser su confidente. Pero en eso radicaba su error. Él consideró que podía soportarlo, que la amistad y la confianza aumentarían, pero sólo eso, que sus verdaderos sentimientos nunca se mostrarían y, por el contrario, irían desapareciendo gradualmente. Fue la primera vez, en mucho tiempo, que cometía tal equivocación.

Sus sentimientos no mitigaron, sino que fueron creciendo; cada cosa nueva que sabía sobre ella le hacía quererla más, darse cuenta de lo frágil que era a pesar de su coraza de dureza. Quiso protegerla y en el proceso le entregó su corazón, sin saber si este sería bien recibido o no.

Pero la suerte estuvo de su parte. Lo que sentía fue aceptado e incluso correspondido de la misma forma, aunque de manera más temerosa. Ella seguía viviendo en una profunda oscuridad, pero aprendió a salir de la misma aunque fuera unos instantes, cuando estaba con él, cuando sus bocas se encontraban y sus cuerpos se fundían en uno solo.

El petirrojo había conseguido enseñarle la belleza que el amanecer y el cielo azul podían llegar a otorgar, mientras que el cuervo había lograrlo deleitarlo con la tranquilidad y armonía que los paisajes nocturnos concedían.

Ya ninguno de los dos podía negar lo que realmente sentía, no cuando habían expuesto sus corazones de esa manera, ni mucho menos al ver como el otro lo tomaba con cuidado, asegurando protegerlo y atesorarlo de por vida.

Fin de la historia.


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