Sumario:
cuarta parte de El Camino. Y SUPONGO QUE LA FINAL POR AHORA. NUNCA SE SABE.Disclaimer
: Michael es de LFN y no hay interés en ganar dinero, bla, bla, bla. Emma solo mía.Feedback: ACA CLARO ESTA o a
tradesgarden@hotmail.comNota Autora
: OCTAVO fic. Espero que les guste.Dedicatoria:
TODOS LOS QUE LO DESEEN.ADENTRO
Trades
2 Años Después
La Casa Que Michael Construyo
La luz en la oscuridad
Y todo era un sueño. Y en el sueño hasta podía sentir los olores que rodeaban los cuerpos. En el sueño, estaba cubierto de olores. Los olores indicaban presencia, la presencia indicaba vida. ¿Podría ser entonces que él estuviera vivo?. Esperanzas vanas. Esperanzas escogidas.
En el sueño podía caminar por donde nadie más iba, podía ver a través de las sombras que cada día lo cubrían, podía rezar y hasta creer en algunas milésimas de segundos que estaba siendo escuchado. Podía caer en medio de cada uno de sus pasos y nadie notaría su caída. Porque nadie lo vería, a nadie le interesaría… a nadie le importaría. En el sueño él era casi libre.
La importancia de la libertad era interesante, casi podía decirse que los grados de libertad eran los que regían su existencia. La libertad de respirar más fuerte de lo usual cada vez, la libertad de mirar hacia la nada, la libertad de imaginar.
Era innecesario practicarla cada día, innecesario recorrer los pasillos y pretender que nada había cambiado, innecesario pretender que la prisión en la que ahora estaba era la imposición de un path que él jamás había elegido. Porque en cierto sentido él estaba ahí por la misma razón de los demás. Pero por otro lado, un lado que hace un par de años él jamás hubiera asumido como existente, él había elegido estar ahí. No más que agregar, no palabras, no ideas, no llantos, ni razones que pudieran ir contra la lógica que ahora lo guiaba. No tenía una razón a la cual ver cada día, no tenía una razón a la cual hablarle, a la cual acunar, a la cual recriminar cuando no podía respirar y todos estaban observando cada paso, cada palabra, cada gesto. Solo estaba él, ahí, eligiendo estar, cubierto de esa extraña energía que lo alimentaba y destruía. Y cada noche debajo de las cobijas podía olerlo y si se enfocaba podía ver su propia imagen en el espejo, cubierta de olor. Cubierta de ella.
Y podía entrar a la casa, caminar por la sala, y ver como cada matiz de la luz se colaba por los ventanales. Él podía hasta decir, si se concentraba lo suficiente, lo cual nunca fue un problema, como había construido esos ventanales. Sonrío.
Ordeno lo de siempre, "entren, no tomen prisioneros". Detuvo un intento de golpe de estado en la Sección Seis. La vio a través de las cámaras impartiendo órdenes, pero no dejo que lo embargaran recuerdos que ya no podían ser deshechos. Una voz interrumpió sus cavilaciones.
Señor, el último rastro era un señuelo. El lugar fue desalojado.
Quiero verlo - el hombre asintió algo extrañado. Era la primera vez en meses que él salía. Siempre por ella. Tal vez estaba alucinando, él no parecía ser tocado por nada. Ni siquiera por la mujer rubia del monitor. Se encogió de hombros y se fue. Michael se permitió exhalar casi imperceptiblemente. Grados de libertad.
Tomo su chaqueta y salió. Cuando todo estuvo listo. Camino por el apartamento revisando todo con su habitual imperturbabilidad, mientras por dentro podía casi saborear su olor. Vio como el otro hombre escaneaba la zona y lo dejo hacer hasta que se quedo solo. Exhalo de nuevo. Y entonces lo olió.
A veces podía ir construyendo desalientos que a nadie mas podía regalar. Uno tras otro deshojándose en medio de su patético corazón, esperando, siempre esperando, que ella estuviera ahí, en medio de la sala, una parte al menos, un respiro, una idea, un olor. Recogió una pequeña hoja del suelo. Se quedo viéndola y cuando levanto la vista ahí estaba, en medio de la pared de la otra sala. Un pequeño retrato, no supo porque su corazón se acelero.
Cada sitio, cada lugar, cada camino, no había nada ahí, solo restos de comida, siempre en la basura, si es que había basura, un pasaje de bus, pistas falsas. Todo falso.
Y de pronto, comenzó. Una ventana abierta, la cama a medio hacer, un retrato. Un retrato.
Coloco su mano sobre él, casi como si pudiera absorber alguna gota de su existencia que este pudiera haber retenido sin saber, sin entender, sin jamas reconocer en ello la quietud de su corazón latiendo a millones de kilómetros de él. Pero latiendo.
La fuerza, la intensidad de poseer algo de ella lo hizo casi retroceder. La escucho murmurar algo. Olió a flores, tenue, un leve deje de vainilla, que no había notado que estaba allí, y a ella... piel, sal, dulce y etéreo. Exacerbante. Recuerdo de otros tiempos, y de otros nunca acontecidos.
Y él iría día tras día, destrozando sus pies en un camino que no lo conducía a ella, jamas a ella, y estaba bien. Podía vivir con eso, lo había hecho por años. Sonrío ante su propia estupidez con humor y alejo la mano de pronto como si la vida impregnada en el retrato lo hubiera golpeado de tal modo que el deseo de poseerla podría haber destrozado la pared que lo sostenía. Tomo el cuadro y salió. Brusco. Hondo. Arrebatador. Obsecante. Necesitado. Libertad.
Michael tenía miles de mundos adentro, mundos hermosos, mundos añejos, mundos de niño en la cocina de su madre, mundos de muerte gritándole por las atrocidades cometidas, mundos de inocencia, mundos de locura donde no veía más imagen que la suya proyectada en el espejo; un espejo que no era suyo, un espejo que solo era un maldito espejo que mostraba la ancianidad de su alma. Mundos llenos de colores donde sentarse y ver cada día como el sol salía y cubría a los pájaros; mundos donde solo Nikita había llegado, mundos para Adam. Mundos para Elena. Mundos llenos de dolores que gritaban por salir sin ser nunca oídos, mundos llenos de miseria, desgastados por su propia inconstancia. Mundos esquizofrénicos, mundos llenos de rabias cuajadas, mundos revestidos de alientos. Miles, miles de mundos muertos, secos de tanto sostener vidas que no eran suyas pero que le gritaban cada noche porque apretó el gatillo o porque no lo hizo. Y tenia voces, y tenia ruidos, y habían olores, y habían latidos. Y en cada uno de estos mundos viviendo dividido estaba él, vivo, muerto y caliente, lógico hasta la muerte, gentilmente enloquecido, casi como si las paredes pudieran transpirar vida y él solo pudiera sorberla a ratos, siempre con las manos estiradas aunque al mundo le pareciera lo contrario. Siempre esperando, siempre deseando, aunque ni él se lo hubiera admitido, siempre escondiendo, siempre cantando loas a un Dios que nunca mereció oírlo. Siempre hablándole a Adam, a Elena, a Nikita, a Simone. Siempre. Siempre. Siempre.
Michael tenia un mundo adentro inconexo, circular, convexo, refulgente y opaco por momentos lleno de luces y cubierto de universos al siguiente. Y hasta ahora, si, hasta ahora, sus mundos vivían dividiéndolo en fragmentos que de tanto doler terminaban por enfurecerlo. Y la ira era dolor y el dolor existencia y la existencia finitud.
Y en medio del circulo, ahora lo veía, en medio del aire uniendo por fin esos miles de mundos, estaba ella. Absurdo otorgar la fe de tu existencia a otro. Absurdo que la aceptación tardara tanto. Absurdo seguir luchando y continuar pese a saberlo. Absurdo creer que si ella es libre él lo sería. Absurdo sentir que si tocaba un retrato tocaría su alma. Absurdo el hacerlo. Absurdo creer que la fe en la humanidad volviera a él en toda su infinidad. Absurdo que la fe tuviera nombre humano y fuera de hecho aceptado, como sublimando su propia identidad porque el hombre en él le decía que no merecía ser más de lo que los retazos le prometían. Absurdo que todos sus mundos le hablaran. Absurdo que tardara tanto en oírlos.
Silencios eternos. Manos que no tocaban mas que superficies vacías, anhelos que no existían para el mundo, guerras que solo él había escogido librar. Todo en su nombre, todo por su nombre. No había ni muerte, ni familias, ni amores del pasado, ni deseos de grados de libertad, ni campos llenos de sus víctimas pudriéndose llenos de hambre, que pudieran detenerlo. Que tuvieran la chance de detenerlo. Él mismo no podía detenerse, ya no había poder sobre él que pudiera pararlo. Solo ella, nadie más que ella, cubriéndole de llagas las manos de tanto destrozar cuellos, rodeándolo con su luz, cada día más potente. Cada día. Cada día. Cada día. Ahora sabia lo que deseaba con tanta intensidad.
Michael cerro los ojos y dejo que la nada lo cubriera, salió del pequeño mundo y fue hasta donde la luz pudiera tocarlo. Podría levantar miles de alientos en su nombre y aun estaría solo en medio de la sala. Pero en medio de eso, podía ver la luz en la ventana y caminar hasta cuando sus pies no dieran más sustento y verla, Dios, verla, cruzando las paredes que por años había construido y él casi sonriendo ante la locura contenida en cada pasillo de su espíritu. Un aliento por ella, siempre por ella, un aliento escogido, ofrendado, convertido en fe mientras el mundo afuera era destrozado bajo su propia creación. Un aliento por cada día. Romántico. Patético. Insano. Humano… humano. Otorgado. Escogido. Libertad.
Y entonces veía el sueño y este lo cubría de arrullos; y podía ir a donde deseara, y dejar de librar las batallas que ahora sabia nadie más podía librar. Y estaba el retrato de la costa de Niza, un retrato de buena calidad aunque antiguo. Un retrato buscado, contrastando con el ascetismo de otros tiempos, recordándole que después de todo había algo en medio de la noche que lo cubría incandescente, arrebatándole la quietud de su espíritu y llenándolo de libertad. La libertad era ella.
