Disclaimer: Potterverso perteneciente a J.K. Rowling. Mía solo es la historia que a continuación se muestra.

"Este fic participa en el minireto de octubre para El Torneo de los Tres Magos del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black."

Palabras: 500 (según Word)

Fobia: xilobobia (miedo a los bosques)


Castigado. Obligado a pasar aquella noche en compañía de los tres Gryffindors y de esa masa de pelo tan incompetente que tenían por guardián de llaves y terrenos en el colegio.

Castigado. Forzado a ayudar a aquellos idiotas en una tarea sin duda absurda, en plena y fría noche, ¿y todo por qué? Por haber querido ser un buen alumno y advertir a la profesora McGonagall de las escapadas nocturnas de los tres amiguitos.

Castigado… Sí, castigado. Y de todos los lugares posibles para desempeñar su penitencia, tenía que haber sido justo ahí.

El pequeño Draco Malfoy doblaba y estiraba los dedos mientras caminaba hacia el Bosque Prohibido junto a Potter, Granger, Weasley y Hagrid. Les acompañaba también el perro del gigante, ese animal torpe y quejumbroso que apenas podía mantenerse en pie.

Los demás parecían, como mucho, algo alicaídos por haber sido sancionados… pero desde luego, no se mostraban asustados. Y eso desquiciaba a Draco, que sentía cómo escalofríos glaciales humedecían su espalda con caricias de hielo.

Cada paso que daban les acercaba un poco más a su destino, y en el mutismo cortante y gélido de la noche, con las alturas tapizadas de negro salpicado de sal, las voces de los Gryffindors se oían terriblemente amortiguadas.

Los primeros árboles del bosque se extendieron ante ellos, inmensos, imponentes, invencibles, esqueléticos como brazos que alzan sus dedos retorcidos y desnudos hacia un cielo imperturbable.

Hagrid fue el primero en cruzar el peligroso límite que marcaban las primeras raíces de nudos traicioneros. Le siguieron su fiel perro y los tres Gryffindors, pero Draco se detuvo.

Temblaba. No había otra palabra para describirlo. El pánico enfriaba su sangre y ralentizaba sus pensamientos, se hacía dueño y señor de cada centímetro de su cuerpo y de su ser.

No iba a poder. No lo lograría. No sería capaz…

Podría haber sido en cualquier otro lugar, haciendo cualquier otra cosa… pero no. Tenía que haber sido un bosque.

Un maldito bosque.

Los ojos tormentosos de Draco, esa noche más diluidos en su esencia que nunca, se perdieron por unos segundos en las formas y perfiles que los árboles atrapaban entre ellos. Ángulos oscuros y letales, sombras tiñendo de susurros hasta el último rincón, una promesa de muerte aguardando tras cada áspero tronco.

Una negrura espesa y absoluta abrazando el aire afilado, envolviendo la existencia de mil seres desconocidos y hambrientos de sangre.

Un bosque. Siempre cambiante, siempre distinto… pero siempre un bosque. El escenario de tantas pesadillas como habían perturbado los sueños del joven Slytherin, sobresaltándolo a altas horas de la madrugada en más ocasiones de las que podía recordar, haciéndole saltar de la cama empapado en sudor con las pupilas dilatas de terror.

Un bosque… un tétrico silencio pintado de tierra y hojas. Un horrible destino que afrontar. Un inevitable final.

—¡Malfoy! ¿Vienes o qué? —la voz de Potter le llegó desde las profundidades del lugar.

Draco Malfoy inspiró profundamente por última vez.

Después, cerró los ojos, apretó los puños y avanzó.