Autor: Kami-cute

Summary: Ya no eran uno. Y ya no cargaba con la culpa de la muerte de su amada. Había matado al asesino. Era el otro.

Advertencias: Gore. Mucha sangre. Problemas psicológicos que pueden causar... problemas psicológicos en los lectores. Si te atemoriza, da asco o, simplemente, desagrada; entonces no lo leas.

Declaimer: Los personajes utilizados no me pertenecen. Son de el gran mangaka Masashi Kishimoto. Yo solo soy una humilde servidora que plasma sus transtornos en un fic con la utilización sin lucro de sus personajes.

Notas de autor: Este es un pequeño one-shot que se me ocurrió mientras pensaba en como seguir 'A Dangerous Mind'. Estaba escuchando How can I live de Il Niño y salió esto de mi imaginación. Vendría a simbolizar un SasuSaku. Sé que a muchas les gusta esta pareja. Y, pues, a las que no les guste, se los explicaré. Sasuke tiene el perfil de personaje bipolar y suicida, con ciertos transtornos irremediables, rayando la locura. Y Sakura tiene el aire a personaje loco (a decir verdad, a veces, muy pocas, me identifico con ella). Y ésta vez decidí que ella fuera una especie... de princesa gótica de la que Sasuke se enamoraría sin dudar. Y luego la mataría a causa de tener el claro transtorno de bipolaridad. AhEspero que lo disfruten.

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~ ¿Como puedo vivir? ~

Se vio al espejo por décima vez. Encerrado en las cuatro paredes de lo que era su cuarto. Un gran espejo en medio de una de las paredes reflejaba el caos. Cosas arrojadas. Cosas desparramadas en el suelo. Sangre. Sangre y lágrimas. Sangre y penas.

- ¿¡Cuándo me dejarás en paz!?

Su mente era un caos. Un enorme caos inestable. Sasuke tomó con fuerza su cabeza, en un signo de desesperación. Estaba agobiado. Luchaba día y noche. Peleaba. No se daba por vencido. Pero, ¿dé qué servía? ¿Contra quién peleaba? Contra sí mismo. Contra recuerdos. Servía para controlarse. Servía y punto.

Somos iguales.

- ¡¡Cállate!!

Somos iguales y cometimos el mismo error.

- ¡¡Déjame en paz de una vez!!

Dijimos las mismas mentiras.

- ¡¡No es cierto!!

Cargamos las mismas muertes.

- ¡¡Basta!! ¡¡Detente!!

Tú me ves como un error, pero el error eres tú.

- ¡¡Cállate!! ¡¡Cállate y déjame en paz!!

La paz sumió unos minutos. Respiró agitadamente, viendo a ambos lados. No lo veía. El otro no estaba. Miró de reojo el espejo. Sí, ahí estaba. El espejo no mentía. El espejo no escondía. El espejo le entregaba. El espejo era su aliado. Miró sus dedos. Recordaba cada corte. Cada tortura. Todos para intentar hacerle daño. Un daño que el otro sentía, pero disimulaba. Y luego, decía que no lo volviese a hacer. Carcajeó. Y no supo que su carcajada sonaba psicópata. Tomó de delante del espejo la chuchilla manchada anteriormente. Miró fijo al espejo, donde la mirada de el otro estaba recargada. Lástima. Desesperación. Odio. Bronca. Asco. Volvió a cortar los costados de sus dedos. Un grito desgarrador se pudo escuchar. Era el otro. El otro sufría. Y él adoraba cuando el otro lloraba y pedía que se detenga. Porque no era su sangre la que corría de sus manos y manchaba todo a su paso. Era de el otro. Y eso le gustaba. Hacerlo sufrir de manera física. Hacerlo sufrir, de la misma forma en que el otro le hacía sufrir. Solo que el otro le mostraba otro dolor. El emocional. El mental. El psicológico. El otro era un tramposo. Y a él le gusta ser tramposo a veces.

No podrás olvidar de esa forma.

- Deja de perseguirme...

Nuestra vida es la misma. Somos dos en uno.

- No es cierto. Mientes. Como siempre, mientes.

Cargamos con la misma mancha.

- No es cierto.

Y esa mancha jamás se borrará.

- ¡¡Vete al diablo, maldita sea!!

Te seguiré donde tus pasos vayan.

- ¡¡Déjame vivir en paz!!

No vives.

- ¡¡Deja de hacer imposible que viva!!

No vives. Solo existes. Y compartes tu existencia conmigo.

- ¡¡Sal de mi mente!! ¡¡Deja de controlarme!!

Tomó la cuchilla, pero vio ya inútil el hacer solo cortes en sus dedos. Miró con cinísmo al espejo. Sí, a él le dolería. Pero le dolería más a el otro. Destruir a el otro era lo que quería. Y no se detendría hasta lograrlo finalmente. Observó la mirada de el otro reflejada y pudo sentir su pena.

Porque somos uno.

- Verás que no.

Se concentró en causarle daño a el otro. Se concentró en herirlo. En destruirlo. En hacer que desaparezca. Estiró su brazo izquierdo e hizo un corte profundo horizontalmente en el dorso de éste. Volvió a mirar el espejo. El otro apretaba su brazo, sangrante. Entonces, sonrió con ironía y con cinísmo. Sabía que dolería. Siempre le dolía. Pero eso era lo divertido. Que le doliera solo un poco a él. Pero ver a el otro gritar y llorar de dolor. Clavó sus dedos dentro de la herida recién hecha. Pudo ver que se teñían de rojo. Rojo carmesí. Sangre. Siguió mirando al espejo. Viendo a el otro suplicarle con la mirada que no lo hiciera. Pero él, solo carcajeó. Con esa carcajada psicópata que había aprendido. Tiró con fuerzas de su piel y la arrancó. Carcajeó más fuerte. Dio un grito de gloria. Y pudo ver, entre toda la sangre salpicada, a travez del espejo que el otro se dejaba caer de rodillas y gritaba de dolor. Y él gozaba. Gozaba de ver a el otro llorar. Cerró los ojos, concentrandose un poco en su dolor. Era adictivo. Al abrir de nuevo sus orbes, pudo ver que el otro no estaba donde antes. Asombrado, estupefacto, dio media vuelta para corroborar con sus propios ojos que no había nadie. Luego recordó el espejo. Y volvió su vista rápidamente al objeto. Pero... no ubicó a el otro en un lugar de su cuarto. No. Lo encontró ubicado en el lugar de su propio reflejo. El otro estaba frente a él. Mirándolo con pena. Mirándolo con lástima. El otro le tenía pena y lástima. Gruñó con fuerza. Su seño se arqueó en enojo. De nuevo eso. Miedo. Lástima. Pena. Asco. Con un puño, rompió el espejo. Añicos. Su mano sangrante. Y se dejó caer de espaldas, al verse al fin libre de el otro. Pero no podía sacarlo de su mente.

Somos lo mismo.

- Déjame en paz... –dijo Sasuke con voz suplicante.

No puedes huír de ti mismo.

- Por favor... déjame en paz...

Cometimos el mismo error.

- Basta... –dijo en un lastimero quejido.

Y su mente disparó una serie de recuerdos. Una cabellera rosa, lacia. Unos ojos verde brillante. Y sonrió, cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Él siempre, tan enamorado de ella. Él siempre, tan feliz por ella. Con ella. Recordó esos vestidos que ella adoraba usar. Con un toque gótico. Ella los amaba. Y se veía bien en ellos. Estiró su brazo sangrante, y sus dedos, queriendo alcanzar el recuerdo. Y vino a su mente su último recuerdo de ella. Sobre sus brazos. Sangrante. Manchada en carmesí. Dando bocanadas hondas, en busca de aire. Algo de aire. Para luego mirarlo a los ojos y perder la vida. ¡Oh, que golpe bajo había sido eso! Se vengaría de ella cuando se volvieran a ver. Las lágrimas cayeron libres por sus mejillas. Tenía tantos recuerdos felices de ella. Y ese enorme último recuerdo, triste. Nostálgico. La extrañaba. La extrañaba demasiado.

Somos uno.

Eso era lo peor de todo.

Somos uno.

Eran dos en uno, aunque él no quisiera.

Cometimos los mismos errores. Somos uno.

No. El otro era quien había cometido el error, no él.

Seguiré siempre tus pasos. Somos uno.

No. Por eso quería deshacerse de él cuanto antes.

Somos uno.

Somos uno.

Somos uno.

Somos uno.

- Ya no.

Tomó al cuchilla y cortó su cuello. La sangre le asfixiaba. Pero se sentía pleno, sabiendo que él mataba a el otro. El otro sufría junto a él. Y eso, le llenaba de gozo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, que se derramaron, siguiendo el camino de las otras. No podía hablar. No podía reír. Pero esbozaba una sonrisa victoriosa, y eso era lo que importaba. Había cumplido su cometido. Su promesa. Su juramento a un espíritu. Al espíritu de su diosa inmortal. A su antigua amada. Había hecho sufrir y había matado a el otro. Al asesino de ella. A quien le había regalado 45 puñaladas en en vientre.

Había matado a el otro.

Ya no eran uno.

Y ya no cargaba con la culpa de la muerte de su amada.

Había matado al asesino.

Era el otro.

Bipolar.