Se trataba de una noche calma de Halloween, Mary Margaret y David, con su hija Emma, entraban en la casucha del bosque. Era solo una casa abandonada, no había nada que temer... Exceptuando por las terribles leyendas de los brujos de Storybrooke. Cuentos de terror, para niños, en opinión de David. Por ello Mary Margaret y Emma lo forzaron a visitar la casa de los brujos, para mostrarle que era más que cuentos.

«¿Ves? Te dije que está aquí, papi» la niña rubia exclamó.

«Es sólo una cabaña abandonada».

David se encogió de hombros y las damas gruñeron en frustración. Todavía estaba quitándose del pelo la telaraña con que había chocado en la entrada. No era su culpa, igual. No había más que oscuridad allí y no se veía una maldita cosa.

«¡Tienes que creer, papi! Es real, yo lo sé» insistió la pequeña.

El hombre le dio una sonrisa poco convincente y siguió mirando a su alrededor. Su rostro se iluminó cuando divisó la vela en su estante, revelada por la luz de la luna llena que los cubría a ellos y a todo el pueblo esa noche. David sacó un encendedor de su bolsillo.

«¡Encontré una vela!» avisó prendiendo la llama.

Cuando las dos mujeres vieron la vela sus ojos se desorbitaron.

«¡David, no!» gritó su esposa.

Pero ya era demasiado tarde, la llama negra danzaba sobre la cera.

Así lo decía la leyenda. En 1983, una niña y un niño, hermanos, fueron atraídos hacia una cabaña en el bosque por la más dulce, melodiosa voz de había oído. Lo que no sabían era que allí habitaban una pareja de brujos y la mujer adoraba su belleza, por lo que la mantenía con las almas de niños. Tiempo después los cuerpos aparecieron y las familias atacaron. Ataron a los brujos en estacas y los quemaron en vida. No sin antes que la mujer deje una profecía. Dentro de veinte años, en la víspera de todos los santos, un no creyente prendería la vela de la noche y los brujos de Storybrooke regresarían.

Y ahora, ahí estaban ellos. La mujer, de cabellos morenos y una belleza indescriptible, y el hombre, aparentemente mayor que ella y con un bastón en su mano. La pequeña Emma temblaba y Mary Margaret la aferraba a sus brazos mientras David parecía a punto de perder el conocimiento.

«¡Rumple!» exclamó la mujer, una sonrisa radiante en su rostro que pronto fue imitada por su esposo.

«Regina» él dijo sin aliento y la besó profundamente.

«Al fin estamos juntos» dijo Regina. «Perdón, de verdad. Lo lamento tanto. Si no fuera por mí, nosotros...».

«Está bien» la cortó Rumple. «Está en el pasado».

El hombre iba a besarla otra vez cuando notó que tenían público. La morena carraspeó.

«Eh... ¿Quién diablos son ustedes y qué hacen en mi casa?».

«Nuestra casa» Rumple la corrigió instantáneamente.

El hombre, tembloroso, balbuceó. «No nos coma, por favor, señora».

«¿Qué?» ella lo miró como si fuera estúpido. «Si saben lo que les conviene, lárguense».

«¿Va comerse mi alma, señora?» la rubia dijo en una voz de débil.

«Ella no come niños» aclaró Rumple, un poco ofendido. «Mi esposa no es tan cruel, ella come corazones».

La familia se llevó las manos al pecho y corrieron despavoridos lejos de allí, las risas de la pareja resonando en sus oídos en su camino a casa.

Cuando la diversión se terminó, Rumplestilskin y Regina sonrieron al otro, ella dejándose envolver por los brazos de él. Con un movimiento de la mano de la mujer, la casa estaba limpia otra vez y el silencio era cómodo como una canción de cuna.

«Es bueno estar en casa» dijo Regina.