Moshi, moshi :3
Llevo un tiempo trabajando en este fic que pretende ser algo así como la tercera temporada de la serie Sherlock XDD
Por ahí me he enterado que es posible que las grabaciones se retrasen u_u así que con algo tenía que calmar mis ansias y bueno, salió este fic XD ._.

He incluido un personaje OC, aunque no es la típica chica hermosa que viene a robarse el corazón de John o Sherlock (al principio pensaba hacerla así, pero mi lado yaoista me lo impidió XD VIVA EL JOHNLOCK! *salta confeti por todos lados*)
Ok, dejemos de lado esto. Como les decía la historia tiene un OC algo peculiar (lean y verán XD)

El fic está pensado para seguir después de lo acontecido en el último capítulo, así que a lo largo de este podrán ver distintas adaptaciones de los libros de Sir Arthur Conan Doyle.

Mi meta es terminarlo antes de que saquen la tercera temporada, así que daré lo mejor de mí.

Título: Sherlock BBC: El regreso de Sherlock Holmes.

Autor: Raven Holmes Watson.

Género: Romance, drama, humor, misterio.

Pareja: Sherlock x John

Clasificación: +13 (quizá suba el ranking más adelante XD)

Advertencias: Slash (relación ChicoxChico) así que si no os gusta ya pueden ir ahuecando ala, porque no aceptaré comentarios homofobicos.


Disclaimer: La serie Sherlock, así como los personajes no me pertenecen, son propiedad tanto de la BBC como de Sir Arthur Conan Doyle.


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A cada lugar que voy
Veo otro recuerdo
Y todos los lugares que solía conocer
Siempre están ahí para perseguirme
Camino y me siento tan perdido y solo
Tú eres todo lo que quiero

(Sleepwalker by Adam Lambert)

Capítulo 1: Una vida sin Sherlock.

Habían pasado tres años desde la muerte del famoso detective consultor Sherlock Holmes. Aunque ahora ese nombre era solo un viejo y muy olvidado recuerdo, ya que hoy día se le conocía como "Sherlock Holmes el gran farsante del siglo XXI"

Y es que cómo no llamarle así después de lo que había hecho. Contratar a un actor y darle el papel de su archienemigo, James Moriarty.

Según el artículo publicado por la ahora famosa periodista Kitty Riley, Moriarty fue tan solo una invención de Holmes, quien aburrido y en busca de reconocimiento, le dio vida a este psicópata mediante un actor llamado Richard Brook.

La noticia había quedado así:

"Sherlock Holmes estaba por ser arrestado debido a la sospecha de su participación en los crímenes que él mismo había resuelto con anterioridad. El detective escapó de la policía y fue a por Richard Brook, el único que sabía la verdad sobre todo y a quien debía acallar cuanto antes. Así pues, Holmes asesino a Moriarty (Brook) y acto seguido se suicidó tirándose del edificio de St Bartholomew's Hospital.

"El suicidio del falso genio" eso apareció muy seguido en los titulares de los periódicos de toda Inglaterra.

El gran Sherlock Holmes terminó siendo un farsante, su nombre manchado por la deshonra, y su antigua gloria perdida y olvidada.

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Era una habitación más a o menos grande, desprovista de muebles y de paredes pintadas de un suave color crema, no había gran fuente luz, más que un único foco en el medio de la estancia que proporcionada una luz débil que no alcanzaba a alumbrar más allá de aquella silla debajo del foco.

Una chica estaba sentada y miraba a su alrededor con profunda desesperación mientras intentaba por todos los medios liberarse de las ataduras de manos y pies. Sus ojos estaban enrojecidos y no podía dejar de llorar y gemir, el miedo recorría cada fibra de su cuerpo, pedía con la mirada piedad, algo que jamás se le daría.

—Tú crees en Sherlock Holmes—siseó una voz masculina tranquila y suave como el terciopelo, desde algún punto en aquella oscuridad que envolvía la habitación.

La joven aumentó el llanto y comenzó a moverse con más insistencia. Esa voz, lejos de transmitir tranquilidad se sentía amenazante, oscura, como la voz fría y tenebrosa de un demonio.

—Nadie cree en Sherlock Holmes—inquirió la misma voz—Nadie ¿lo entiendes? Nadie, nadie debe de creer en él. ¡NADIE! —gritó. La chica estaba en completo estado de shock, su corazón bombeaba rápidamente, un pitido en los oídos le imposibilitaba escuchar con claridad, sus pupilas estaban dilatadas por el miedo.

El hombre salió de entre las tinieblas, emergiendo como si fuera un fantasma. La joven contemplaba atentamente sus movimientos mientras éste se acercaba a ella y le quitaba la cinta de la boca para que pudiera hablar.

—P-por f-favor—pidió en un susurro casi inaudible—P-por favor…S-se lo s-suplico, no quiero morir. —soltó mientras su cuerpo se convulsionaba debido a los sollozos.

—Interesante ¿no te parece? —El hombre soltó una risa—Todos los seres humanos tienen miedo a morir. Pero querida, debes entender que a todos les llega su hora tarde o temprano.

—A-a-ayuda—la joven quiso gritar pero le fue imposible, estaba demasiado débil para hacerlo.

El hombre le miró detenidamente con gesto meditativo, comenzó a sonreír como si acabara de recordar algo verdaderamente gratificante.

Stayin' alive—declamó al tiempo que sacaba una pistola y disparaba justo en el centro de la frente de la chica provocando su muerte instantánea, las blanca pared tras de sí se manchó de gotas de color carmín.

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Todo es cierto—dijo Sherlock al teléfono—Todo lo que han dicho de mi…Me inventé a Moriarty.

¿P-por qué dices eso? —cuestioné con la voz notablemente alterada.

Soy un farsante—confesó casi en un susurro.

Un remolino de colores confundía mí mente. Sherlock estaba ahí, al borde del edificio y parecía que saltaría en cualquier momento. Corría en su dirección, pero no avanzaba nada, por más que corría y corría no me movía ni un centímetro. Cada vez sentía más desesperación, gritaba el nombre de Sherlock, pero éste no me escuchaba.

Una última mirada y Holmes se precipitaba al vacío sin que pudiera hacer nada.

Súbitamente abrí los ojos, respiraba agitadamente y un sudor frío recorría mí cuerpo. Sentía un profundo nudo en la garganta, unas terribles ganas de llorar y ponerme a gritar. Inhalé y exhalé repetidas veces para intentar tranquilizarme y regular los latidos desbocados de mí corazón. Alcé la vista hasta que pude ver claramente el pequeño reloj sobre la mesilla de noche; eran las cuatro treinta de la madrugada, al menos podía decir que había dormido más esta vez.

Sabía bien que sería una causa perdida volver a intentar dormir, así que me levanté de la cama, me calcé las pantuflas y la bata y afianzando muy bien el bastón me dispuse a salir a la sala.

Estaba casi completamente oscuro y la única fuente de luz era la que provenía de los focos de la calle, anduve con cuidado hasta mí sofá y tomé asiento subiendo la pierna izquierda sobre el sillón que solía usar mí mejor amigo.

Me quedé mirando a la nada, intentando olvidar la pesadilla. Siempre era lo mismo, tres años soñando lo mismo, tres años esperando en vano olvidar el dolor que torturaba mí alma, anhelaba el día en el que las pesadillas no invadieran mis sueños.

Sherlock en la cima del edificio de Barts…Su declaración de que era un farsante…Verlo caer, era tan vívido que parecía que apenas acabara de ocurrir.

El mundo daba la impresión de haber perdido su brillo, nada era lo mismo sin Sherlock, mi vida había vuelto al mismo punto en el que me encontraba cuando volví de Afganistán, con esa maldita cojera, perdido y sin tener la mínima idea de que hacer o a dónde ir.

Miré por la ventana, donde la luz del amanecer se colaba débilmente; a veces me sorprendía que el tiempo pasara tan rápido. Pestañee un par de veces y me tallé los ojos enrojecidos a causa de la falta de sueño, suspiré con pesadez mirando a mi alrededor sin poder evitar un terrible sentimiento de nostalgia.

Tenía poco más de cuatro días que había vuelto al piso de Baker Street con el único propósito de afrontar y superar la muerte de mi amigo Sherlock Holmes. Mentiría al decir que lo estaba llevando bien, muy por el contrario, las cosas eran más dolorosas, no había nada en esa casa que no me recordara a Sherlock, ver sus cosas guardadas en cajas en la que alguna vez fue su habitación se me antojaba insoportable, terriblemente triste.

Pasé una mano por mi cabello, me apeé del sofá y me dirigí a la cocina a preparar un poco de té. Me senté a la mesa, ésta estaba limpia de cualquier instrumento de laboratorio o químicos extraños, algo que lejos de reconfortarme me hizo sentirme más vacío.

Tomé un trago largo sin que me importase el escozor que me provocó el líquido caliente, y fue cuando me derrumbé, ya no pude más, llevaba tres años intentado reponerme sin éxito.

Cuando Sherlock murió, no pude ser capaz de regresar a Baker Street, gracias a algunos ahorros que tenía guardados me mudé a otra parte bastante lejos de ahí, no era ni de lejos parecido al 221B, pero en ese tiempo poco me importaba.

Todos los medios de comunicación rebosaban de noticias sobre el "gran farsante Sherlock Holmes", no solo Inglaterra, sino todo el mundo se enteró de aquella nota que hasta la fecha me niego a creer. Yo mismo me vi abordado por esas múltiples especulaciones, la gente ya no dejaba comentarios muy amables en mi blog y las veces que llegué a visitar la página de mí amigo, los mensajes no eran en lo absoluto buenos.

Odiaba aquello, ver los periódicos con su cara bajo el título de "loco farsante", escuchar noticias en las que supuestos especialistas se encargaban de dejarle como un enfermo mental y por sobre todo, ver como rápidamente y sin una posibilidad de detenerlo, su imagen se iba manchando y su nombre se sumía en un profundo abismo de deshonra.

Fue cuando me desconecté del mundo, me encerré en mi nuevo apartamento y apenas si mantuve contacto con el exterior, empecé a tener tormentosas pesadillas y tras un par de semanas más volví a necesitar usar el bastón.

Jamás volví a saber nada de Mycroft, y Lestrade parecía lo bastante dolido por las nuevas de que Sherlock era un loco, que ni siquiera había asistido a su funeral, aunque no fue el único que lo hizo. Holmes era esa clase de hombre que en su muerte debió de haber sido despedido de la manera más honorable, siendo velado por todas aquellas personas a las que ayudó y a los pocos que consideraba sus amigos, pero muy por el contrario, a su funeral solo asistimos cuatro personas, la señora Hudson, Mycroft, Molly y yo, y fue casi como algo que debía ocultarse, que no podía verse.

Y él fue enterrado sin que pudiera volver a ver su rostro.

"Es mejor que lo recuerdes cuando estaba vivo" había dicho la señora Hudson mientras palmeaba mi espalda.

Un año pasé sumido en la oscuridad, visitaba todos los días su tumba siempre pidiéndole que detuviera aquello y volviera, pero como siempre, regresaba a casa con las manos vacías. Un día, justamente era Año Nuevo, mientras estaba frente a la lápida de mármol negro tuve una alucinación, Sherlock me decía que debía continuar con mi vida, recuerdo que le pedí que regresara, y él me respondió que lo haría si era fuerte y enfrentaba mis problemas.

Hice caso a su consejo, quizá porque mi mente ilusa guardaba la esperanza de que sus palabras fueran verdad. Así que un año y dos meses después volví al mundo, empecé a trabajar casi sin permitirme un descanso y cuando junté el dinero necesario abrí mi propio consultorio. El negocio iba bien, y un cierto día de primavera una paciente llamada Mary Morstan entró en mi vida prometiendo ser una salvación. Puedo decir que pasé buenos momentos con ella, que llegué a recordar como sonreír y que gracias a su apoyo pude volver a conectar con el mundo.

Pasados poco más de ocho meses de noviazgo le pedí matrimonio y creí que todo volvía a estar bien, pero estaba equivocado.

Cuando éramos novios nunca me di cuenta o quizá si lo hice pero ignoré que, mis sonrisas eran falsas, que la felicidad que evocaba era parte de una actuación, que por dentro seguía roto y herido por la ausencia de mi amigo.

Estuvimos bien por un tiempo, pero llegó un punto en el que mi indiferencia y las pesadillas que me hacían despertarme a mitad de la noche, terminaron por hartar a Mary y un día simplemente me dijo que no pensaba quedarse a ver cómo me autodestruía y que prefería irse antes de verlo. Recuerdo que lloró mucho y al final se fue sin mirarme otra vez a los ojos.

Quizá lo más sorprendente fue lo poco que me importó su partida; sabía que lo mejor era que se fuera y buscara en alguien más la felicidad que yo jamás sería capaz de darle.

Volví a estar solo, aunque seguía trabajando en el consultorio, y nunca había un día que no fuera a la tumba de Sherlock, solía sentarme en el césped frente a la lápida y empezar a contarle sobre mí día, en repetidas ocasiones era incluso capaz de verle negando con la cabeza y pidiéndome que no le aburriera con mis trivialidades, aunque jamás le hice caso.

Sentía mi cordura alejarse de mí y tampoco me importó. Dejé de comer y apenas si podía dormir, con el tiempo llegué a tener a Sherlock a mi lado todo el tiempo, me narraba alguna de sus aventuras, o solía hablarme sobre su estudio de perfumes y de las cenizas de cigarros. A veces se quejaba de la incompetencia de Scotland Yard, otras veces simplemente permanecía sentado en la orilla de la cama observándome.

Siempre le decía que dijera lo que dijera la gente yo siempre creería en él, por respuesta me sonreía y me llamaba cabeza dura.

Con el tiempo los medios de comunicación dejaron de lado las historias de mi mejor amigo, pero el daño estaba hecho, ahora la gente siempre le recordaría como el gran farsante.

La señora Hudson se presentó un día lluvioso con mi hermana Harriet, lo recordaba vagamente ya que estaba muy débil, apenas si articulé una palabra y caí inconsciente. Para cuando desperté estaba en una cama de hospital y con una intravenosa que transportaba suero por mi torrente sanguíneo.

Harriet me hizo ir a vivir con ella, nunca supe si había dejado la bebida por completo o simplemente lo hacía por mí, pero en el tiempo que pasé con ella no la vi beber una sola vez.

Pasé el resto del año con ella; una vez más volví a reanudar mi vida, fui con mi antigua terapeuta y fue cuando decidí afrontar las cosas y volver a Baker Street.

No me di cuenta de que había comenzado a derramar lágrimas, rápidamente me limpié la cara y di un trago largo a mí té.

Las personas solían decir que el tiempo curaba las heridas… ¿Cuánto tiempo más necesitaba para curar las mías?

No pudiendo estar más tiempo ahí, fui al baño a darme una ducha y después de abrigarme bien salí a la calle para tomar un taxi, no tenía un destino claro, así que me limité a decirle al conductor que me llevara lejos de ahí. Pude ver su rostro confundido, pero no dijo nada más y se puso en marcha.

Mientras el auto avanzaba, miraba distraído por la ventana, Londres parecía vacío, miles, millones de personas pasaban a mí alrededor, pero tristemente ninguna era Sherlock.

Un acto más, Sherlock, solo uno más…

"No vas a poder superar esto John, si no pones verdadero empeño" Las palabras de mi terapeuta inundaron mi mente. "Debes aceptar que Sherlock Holmes está muerto y continuar con tu vida"

Lo intentaba, de veras que lo hacía, pero no podía…no quería perder la esperanza.

El auto pasó por el parque en que hacía tres años me encontré con mi viejo amigo Mike Stamford. Pedí al chofer que se detuviera, saqué el aire lentamente y pagué al hombre.

Anduve caminando sin rumbo por el parque, mirando mí alrededor con melancolía, me pregunté cómo sería mi vida ahora si jamás hubiera cruzado camino con Mike y por ende nunca haber conocido a Sherlock. Quizá ahora mismo estaría igual que el resto de las personas, creyendo que era un farsante…O podría ser que, ya que nunca le hubiera conocido, siguiera vivo.

Fui a sentarme en una banca y me quedé mirando a la nada, sumido en mis propios pensamientos, deseando que Sherlock volviera, que de entre toda esa gente insignificante a mis ojos, viera llegar al joven detective con su característico abrigo negro y bufanda azul.

— ¿Doctor John Watson?

Casi me caigo del susto y la impresión, estaba tan sumido en mis pensamientos que no reparé en la presencia de un joven hombre, de unos veinticinco años.

No cabía duda de que aquel chico desencajaba de una manera extraña con respecto a la demás gente que transitaba por el parque, ya que vestía un frac de color negro y su porte elegante y estilizado le confería el aspecto de un modelo. Sus ojos eran marrones y su cabello castaño claro, era alto, en fin, podría decirse que era de esos hombres por los que las mujeres se volvían locas.

— ¿Disculpe? —inquirí con gesto extrañado.

—Necesito que me acompañe, si es usted tan amable—Enarqué una ceja, pero entonces caí en la cuenta. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Era tan obvio, aunque era una sorpresa que Mycroft necesitara verme, ya que desde la muerte de Sherlock nos habíamos visto solo en una ocasión y fue en el funeral.

— ¿Y no cambia eh? —apunté negando con la cabeza al mirar otra vez al joven. Tal parecía que esta vez había llegado demasiado lejos enviando a su mayordomo, ya que eso era lo que al parecer era aquel hombre delante de mí.

Me puse de pie y el joven hizo un gesto con la mano como indicándome que le siguiera. Anduvimos hasta el límite del parque en donde un auto negro que parecía recién salido de la agencia, nos esperaba. El chico abrió la puerta trasera y me invitó con un ademan de la mano a que entrase.

Condujo por una serie de calles y avenidas adornadas con luces de colores y decorados navideños, recordé entonces que tenía poco de haberse celebrado la Navidad, pero estando tan sumido en mi propio mundo apenas si había sido consciente de ello, aún me preguntaba cuál era el motivo por el que el hermano mayor de Sherlock me necesitara y tampoco era como si quisiera verle, ya de que, después de todo fue gracias a él que mi amigo había muerto sumido en la peor de las deshoras. Si nunca hubiera dicho nada a Moriarty las cosas serían distintas.

Crucé mis brazos y miré el reflejo del joven por el espejo retrovisor, estuve tentado de decirle varias veces que me dijera a dónde nos dirigíamos, pero algo me decía que debía quedarme cayado.

Quizá fuéramos al Club Diógenes, y esperaba que no tuviera que encontrarme con él en algún lugar de mala muerte y alejado de la humanidad.

Saqué todo el aire de mis pulmones, justamente en ese momento el auto se detuvo y el joven salió rápidamente para abrirme la puerta.

Estábamos frente a un gran edificio de gran imponencia y majestuosidad, no era el club, sino un hotel.

—41 Hotel—presentó el joven indicándole que le siguiera—Uno de los hoteles más bellos que pueda encontrar, ganador del premio Travellers Choice—me sentí extrañado por tanta dedicación, esas simples palabras, dichas de sus labios habían adquirido un tema trascendental, sin lugar a dudas era un excelente trabajador.

El lobby era toda una belleza digna de admirar, contemplé todo con ojos atentos hasta que el hombre pidió que le siguiera hasta un ascensor.

—Bueno, me hace sentir mejor que no hablaré con Mycroft en un lugar sombrío.

Cuando llegamos a la habitación marcada con el número 102 el joven entró y me invitó a entrar con un gesto de la mano.

Lejos de parecer una habitación, más bien parecía una casa, con tantos muebles, techo alto, pinturas y papel tapiz de gusto recatado…Me sentí como en el palacio de Buckingham.

Frente a nosotros estaba una salita color marfil, una mesa había sido arrastrada hasta uno de los sofás más grandes y sobre ella se encontraba dispuesto un tablero de ajedrez con sus respectivas piezas acomodadas en fila. Pero lo que captó por completo mi atención fue la figura sentada en el sillón.

Ante mí estaba una niña, tendría once años a lo mucho, ataviada con unos leggins negros, un abrigo del mismo color, bufanda gris y unos botines estilo esquimal negros.

Su cabello era negro como la noche, con cada mechón de cabello apuntando a un lado, sus facciones eran rellenas pero delicadas como lo serían las de cualquier niña pequeña, otorgándole una belleza de muñeca de porcelana.

La pequeña se volvió a mirarme mostrando unos bellos ojos verdes que resaltaban en contraste con su vestimenta y que poseían un cierto brillo de inteligencia y misticismo.

Me quedé sin habla, un fuerte dolor creciendo en mi pecho. Algo en esa niña evocaba el recuerdo de Sherlock, quizá era su vestimenta en cierta forma parecida, o podría ser su cabello…No, más bien eran los ojos, no porque fueran del mismo color, porque no eran ni remotamente parecidos, sino por el hecho de que aquel brillo de intriga y resolución estaba presente en ambos.

La niña siguió estudiándome, observándome inexpresivamente, sentía que aquellos ojos verdes miraban más allá de mí alma, había algo en esa mirada que me provocaba esa sensación extraña, como si no pudiera ocultar nada a los ojos de la niña.

—Lamento haberle hecho venir de esa manera, señor Watson—dijo con una vocecilla aniñada y musical.

Algo ahí no terminaba de cuadrar, miré al joven y después a la niña. ¿Ella me había llamado?

Intentaba que mi cerebro procesara y sacara una conclusión, pero me estaba costando como si estuviera realizando alguna operación matemática sumamente complicada.

¡¿Pero qué demo…?!

—Señor Watson, ella es Charlotte Whitehall—presentó el hombre, sin duda, siendo consciente de que me era imposible decir nada.

Whitehall… ¿Dónde había escuchado ese nombre antes? Estaba seguro de haberlo oído, pero no recordaba…

—Póngase cómodo señor Watson, prepararé té—el chico pasó por mi lado y se metió por una puerta que se encontraba a la izquierda a pocos metros de la entrada

Aun mirando con recelo a la niña, que había dejado de mirarme y ahora tenía toda su atención en el ajedrez, me acomodé en el sofá ubicado delante de ella. Giré la cabeza y tamborilee mis dedos varias veces, sin saber que decir o cómo actuar.

—Sí—comentó como si nada con su voz dulzona. Tomó entre sus manos las piezas blanca y negra del rey y las miró como si estuviera esperando que le dijeran algo.

— ¿Perdón? —inquirí sin saber si se estaba refiriendo a mi o hablaba consigo misma.

—La respuesta es sí—se encogió de hombros—…El juego acaba cuando el rey muere—esto último pareció decirlo para ella misma, con el ceño fruncido y mirando más de cerca las piezas.

— ¿La respuesta a qué? —insistí, sintiéndome cada vez más incómodo.

—Se pregunta si fui yo quien le llamó—apuntó—Y la respuesta es sí.

— ¿Cómo sabe que me he preguntado eso?

—No lo sabía, simplemente es algo obvio—suspiró— ¿Por qué? El juego ya ha finalizado—volvió a hablar consigo misma.

No supe que decirle, todo aquello se me antojaba bastante bizarro, jamás había visto a esa niña, y mucho menos podía imaginarme que podría querer de mí.

—He preparado Earl Grey—el joven de antes entró en la sala con una bandeja plateada y sobre ésta un juego de té, sirvió con maestría el líquido caliente y me tendió una taza que tomé con manos torpes.

—Gracias Dominic—la niña no hizo ademan de tomar su taza, y el joven se limitó a dejarla a un lado, sobre una mesilla en la que reposaba un florero.

Decidido a saber lo que estaba pasando, afiancé mi mano a la delicada taza y miré a la chiquilla esperando a que me devolviera la mirada. Alzó la vista pero en lugar de verme a mí solo siguió observando esas endemoniadas piezas de ajedrez.

Pude ver en sus ojos que estaba maquinando e hilando montones de ideas, ya había visto esa misma expresión en mi amigo.

—Dominic, se tan a amable de alcanzarle al señor Watson el portátil—ordenó dejando por fin las piezas en el centro del tablero y posando sus ojos verdes en mí, una vez más sentí que podía leerme el pensamiento.

El joven, que ahora entendía que debía estar al servicio de la niña, asintió y caminó hasta un escritorio pegado a una de las ventanas de la habitación. Trajo consigo una laptop y me la entregó, observé que estaba abierta la famosa página de Google y otras tantas pestañas más.

—Primera pestaña—pidió Charlotte. Moví la flecha hacia la primera pestaña previamente abierta. Era una página web en la que se leía el nombre:

I Believe in Sherlock Holmes

Me removí en el asiento e intenté ignorar lo mejor posible el dolor que acaecía mi pecho.

—Siguiente—parecía estar impacientándose.

Pasé a la otra pestaña que rezaba:

I'm Sherlocked

Ya no hubo necesidad de que ella me indicara que cambiara la página, seguí pasando, en total eran cinco páginas abiertas, todas con un nombre parecido, Sherlockians, Holmesians, Moriarty was real, en fin.

No entendía el porqué de aquello. ¿De qué me servía a mí eso?

—E-escuchen, no entiendo a qué punto quiere llegar mostrándome esto. Y de lejos estoy por entender que es lo que una niña de once años con un mayordomo, y a quien nunca he visto, quiere de mí. —espeté entre molesto y adolorido.

La niña clavó sus ojos en los míos, su mirada era gélida y por eso cuando habló, me sorprendió ver que su voz era tan suave.

—No toda la gente se dedica a echarle tierra a Sherlock Holmes, señor Watson—afirmó—Pasó tres años creyendo que siempre encontraría comentarios ofensivos y denigrantes, pero debería de ser más abierto.

—No entiendo. —dije sinceramente y sorprendido de que hubiera adivinado que iba a decirle que de qué valía mirar en el internet si lo único que encontraría serían cosas malas de mi amigo.

—Esas páginas que acabo de mostrarle, son sitios en los que se compartía la afición por Sherlock Holmes, tres de ellos surgieron año y medio después del deceso de su amigo, hablaban y creían en su veracidad y en que Moriarty si había existido, dos ya existían desde que comenzaron a volverse famosos gracias a su blog, doctor.

Su mirada se centró más en mí e inclusive se movió casi al borde del sillón, parecía estar esperando a que callera en la cuenta, pero la verdad no entendía, y si se podía estaba aún más confundido.

—Dominic—llamó, el aludido asintió y volvió al escritorio, esta vez regresando con un sobre amarillo del que extrajo unas fotos y me las tendió, eran cinco personas jóvenes, tanto hombres como mujeres —Esas personas fueron las fundadoras de las páginas que le he mostrado.

—Muy bien, lo pillo… ¿Y?

—Han sido asesinadas—soltó como si fuera lo más obvio del mundo.

— ¿¡Qué!? —Exclamé— ¿Cómo…quién?

— ¡Exacto! —celebró la niña sonriendo por primera vez, aunque sus ojos siguieron con el mismo brillo de indiferencia. Tomó una vez más las piezas del rey y las sostuvo sobre el tablero—El rey es atrapado, muere…Jaque mate, el juego termina. —dejó caer las piezas que se estrellaron sonoramente en el tablero. —Entonces ¿por qué…? —tomó varias piezas negras y las movió a través del tablero casi llegando al lado de las blancas. Se quedó pensativa.

—No quiero sonar grosero—comencé—pero en realidad no sé qué tengo yo que ver en este asunto y mucho menos me puedo imaginar el motivo por el que una niña sepa este tipo de cosas.

Un incómodo silencio se cernió sobre la habitación, el joven mayordomo permaneció al lado de la niña y una vez más volvió a ofrecerle la taza de té, que esta vez aceptó. Hizo un gesto al hombre y este sacó dos fotografías más del sobre que había mantenido bajo el brazo, y me las tendió.

Una era de una mujer de belleza exuberante, de espeso cabello rubio y ojos grises bastante vivarachos, la otra fotografía era de un hombre poseedor de cierto encanto aristocrático, de desordenado cabello negro y ojos verdes, sumamente parecido a la niña frente a mí.

Supe entonces que me había encajonado en una parte en la que nunca debí meterme, pero ya era tarde para volver atrás.

Recordé entonces dónde había visto el apellido Whitehall; fue en el periódico que la señora Hudson me llevó hacía algunos días, en el que se hablaba sobre el asesinato de los grandes abogados Whitehall en la víspera de Navidad, y que la única sobreviviente había sido su hija de once años…

—Oh…—fue lo único que salió de mi boca.

—Era Navidad, nadie estaba en casa, salvo mis padres y yo. Íbamos a irnos de vacaciones y esperábamos a que llegara un coche a recogernos. Estaba con mi madre, quien me ayudaba a guardar mis libros en una mochila, recibió entonces una llamada de mi padre y de un momento a otro me cargó en brazos y bajamos a la biblioteca, en donde me escondió en la cámara secreta oculta tras uno de los estantes de libros y me dijo que pasara lo que pasara no saliera de ahí. Escuché gritos…En fin, después vino la policía y decidí salir.

No pude evitar sorprenderme por la manera en la que narró los hechos, con voz fría y monótona, sin el mínimo dejo de dolor o melancolía. ¿Cómo podía una niña hablar del asesinato de sus padres con tanta tranquilidad?

—U-usted…—tartamudee—No…yo…

—Al principio, debo admitir que no entendía el motivo del asesinato, hasta que me di cuenta de que el patrón de ejecución había sido similar a otro que vi hace algunas semanas. —comentó—Samanta Bright—señaló una foto de una joven de cabello cobrizo y ojos castaños—Desapareció de su casa en Manchester a inicios de diciembre, su cadáver fue encontrado tres días después del reporte de desaparición, con marcas de haber sido amordazada, torturada y posteriormente asesinada por el acto de una bala que impactó justo en el centro de la frente. —Indicó con su manita una foto de un joven—El joven Richard Smith, desapareció una semana después de la señorita Bright, e igualmente su cuerpo fue encontrado tres días después con los mismos signos que la anterior víctima, aunque él vivía en Edimburgo. —Hizo una pausa para beber té—El resto murieron igual, incluso una joven fue asesinada en Francia.

—Quiere decir…

— ¿Qué tienen en común estas personas más allá de la forma en cómo murieron? No vivían en el mismo lugar, jamás se conocieron, aparentemente no guardaban nada en común. Pero… —continuó como leyéndome el pensamiento

— ¿Pero…?—inquirí cada vez más intrigado.

—Esos cinco chicos eran fundadores de páginas web dedicadas a Sherlock Holmes.

Intentaba hilar el caos de pensamientos que inundaban mi mente, pero estaba resultando completamente imposible, millones de ideas viajaban a través de mi mente, sin que pudiera ser plenamente consciente de ellas. Repentinamente tuve ganas de vomitar.

—Soy admiradora del señor Holmes y de usted, doctor Watson—informó soltando un suspiro—Volví de América hace poco más de dos años y me puse al día con las noticias que se suscitaban en este lado del mundo. Debo decir que me he sentido yo misma insultada ante la idea colectiva de que Sherlock Holmes haya sido un farsante. —Frunció el ceño secundando su alegato— ¿Enserio la gente es tan estúpida para creer algo lleno de cabos sueltos?

Charlotte Whitehall estaba demostrando ser algo más que una simple niña de buena familia, ella en verdad estaba desentrañando un misterio que parecía ser más gordo de lo que parecía a simple vista, pero lo que en verdad me causó impresión fue el hecho de que ella dijera que creía en la veracidad de Sherlock e incluso que le admiraba.

— ¿Y sus padres que tienen que ver en todo esto? —cuestioné sin poder contener la creciente emoción de verme envuelto en algo como esto. Me recordaba a mi amigo, era una sensación dolorosa pero a la vez placentera. Al parecer estaba volviéndome masoquista.

—Ahí es donde partimos—anunció—Como bien le dije, yo creo en el señor Holmes, así que estuve investigando y logré hallar cosas verdaderamente interesantes. Escribí un artículo y anuncié en la página de la firma de abogados de mis padres que el mundo sabría la verdad sobre Sherlock Holmes y James Moriarty, mis padres lo permitieron porque sabían que con eso atraerían gente. El artículo sería publicado hoy mismo, de hecho. El punto es que escribí ese mensaje y en cuestión de dos días ellos ya habían sido asesinados, de la misma manera que aquellos otros jóvenes, solo que esta vez había sido algo más personal…Le aseguro que puede casi respirarse el odio puesto a la hora de matar.

Dejé caer la espalda sobre el sofá. La cabeza me daba vueltas.

—Y el hecho de que yo esté aquí es…

—Que está en peligro de muerte doctor Watson—completó. Sus ojos verdes resplandecieron. —Es muy importante que sepa de no puede hablar con la policía sobre esto que acabo de contarle.

—¿Por qué no? —interrogué.

—Porque no confió en la policía, no por el momento. —tomó la pieza del rey negro y la del alfil—Escuche, sé que es difícil de creerme, más porque soy una niña, pero debe de confiar en mí tanto como yo lo hago en usted.

La observé, sus ojos me decían que decía la verdad.

—¿Confía en mí? —inquirí.

—Su cara y ese bastón en la mano me dicen que puedo confiar en usted, porque estoy segura que jamás traicionaría a Sherlock Holmes, porque usted fue de las pocas personas que sin importar qué prueba se le pusiera enfrente, nunca dudó de su amigo.

Asentí, repentinamente sensibilizado por sus palabras.

—¿Y qué deberíamos de hacer? —pregunté.

—Buscar a la mano derecha de Moriarty—resolvió.

¿La mano derecha de Moriarty? ¿Ese malnacido tenía un seguidor tan loco como él?

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Espero que les haya gustado :3

Si veo que más de dos almas se interesan por la historia subiré más capítulos.

Dejen sus comentarios, se acepta de todo, menos insultos ¬¬** XD

Nos vemos en el siguiente cap (si es que hay XD)