La historia y los personajes de OUAT no me pertenecen
Capítulo I
—Ah, Emma, mi catedrática de Historia Antigua favorita…
La voz del warden del New Collage de la universidad de Oxford retumbó en el enorme despacho revestido de paneles de roble antiguos.
En cuanto escuchó aquel tono jovial, Emma supo que algo no marchaba bien.
Killian Jones era el tipo más desabrido del mundo; entre los directores de los colleges de Oxford se le conocía como el mote de el corcho, tanto por su carácter, áspero y seco, como por su capacidad de mantenerse a flote durante los continuos temporales que azotaban las altas esferas de la universidad.
Con un suspiro de resignación, Emma se preparó para afrontar lo que fuera que aquel hombre quisiera decirle.
—Buenos días, Jones. Si no te importa, será mejor que vayamos al grano, el seminario de noviembre me tiene muy ocupada.
—Emma, Emma, ¿Cuándo te darás cuenta de que no todo en la vida es trabajo y más trabajo?
La siniestra sonrisa manchada de nicotina que le dirigió hizo que Emma Swan se estremeciera.
Sin embargo, trató de disimularlo y se limitó a encogerse de hombros y esperar a que el otro se dejara de rodeos y le contara de una vez por todas, por qué la había mandado a llamar.
—Siéntate, por favor
Rogó Jones, al tiempo que señalaba una silla de cuero gastado frente a su desordenado escritorio.
Emma se sentó, estiro sus largas piernas frente a él y bajo los brazos, las apoyo en sus piernas de manera que le quedó bien a la vista el gesto de desespero que mostraba su cuerpo.
El grueso hombrecillo que permanecía sentado tras la mesa observó con desagrado la despeinada coleta rubia, la informal chaqueta roja y los desgastados vaqueros, deformados en las rodillas, que lucía la desalineada catedrática.
—No sé si sabes que hace unos meses se produjeron ciertos sucesos en la biblioteca del college.
Empezó a decir el director mientas golpeaba con suavidad la pipa apagada que sostenía en una de sus manos contra el borde de la mesa.
Con los ojos clavados en una de las dos ventanas del despacho, desde la que se divisaba el impresionante mar de dos cúpulas y agujas puntiagudas de los antiguos edificios de la universidad que refulgían bajo la luz dorada de la mañana otoñal, Emma comentó sin mucho interés:
—He oído rumores de que algún chalado pintó algo en una de las mesas.
Su superior carraspeó un par de veces, como si le costara encontrar las palabras adecuadas, antes de continuar.
—Verás, además de las pintadas, muy ofensivas, por cierto para los miembros de la congregación, se produjo otro hecho más grave.
Killian Jones calló durante unos segundos y, por primera vez desde que entró en el despacho, los ojos verdosos de Emma lo miraron con algo de curiosidad a través de la montura negra y cristales gruesos de sus gafas.
—Me tienes en ascuas, Jones.
Irritado por la burla evidente que encerraban sus palabras, el warden volvió a pensar, como había hecho en cientos de ocasiones, que era una lástima que Emma Swan fuera una de las catedráticas de Historia Antigua más brillantes que había pasado por la universidad de Oxford.
Nada le produciría mayor satisfacción que poder expulsar del college a aquella sin vergüenza zarrapastrosa que siempre parecía divertirse a su costa.
—Han desaparecido un par de ilustraciones de uno de los libros de la biblioteca
Desembuchó Jones por fin, con brusquedad.
—¿De cuál exactamente?
La profesora recobró la seriedad en el acto.
—De la Ética nicomáquea de Aristóteles del siglo XV.
—imposible!
Exclamó, boquiabierta.
—¿Cómo han podido mantener en secreto semejante noticia?
—Cuando desaparecieron las ilustraciones, pensamos que sería mejor tratar de resolver el caso con el personal de seguridad del propio college para no alertar al ladrón.
Pretendíamos evitar una publicidad nada deseable pero, después del último robo, nos hemos visto obligados a pedir ayuda a la policía.
Jones se secó el sudor que cubría su frente despejada, con un pañuelo blanco no muy limpio.
—¿Y qué se llevaron la última vez?
Preguntó Emma. Ahora su interlocutor había logrado captar toda su atención.
Killian Jones soltó, al fin, la bomba.
—El Báculo pastoral de William de Wykeham.
—¡Imposible! ¡No lo puedo creer!
Emma negó, la cabeza le daba vueltas, abrumada.
—¿Tienen alguna pista? ¿Alguna sospecha? ¿Cómo pudo el ladrón sacarlo de la capilla sin que nadie se diera cuenta? El Báculo debe medir al menos dos metros.
—Dos metros y seis centímetros, para ser exactos. El tipo jugó con nosotros; con el robo de las ilustraciones nos hizo concentrarnos en la biblioteca y era a la capilla adonde en realidad apuntaba. Solo tenemos claras dos cosas: una, el autor de estos robos todavía no ha sacado el báculo de aquí…
—¿Y cómo pueden estar tan seguros?
Molesto por la interrupción, Jones respondió a su pregunta de mala gana:
—Lleva conectado un sofisticado dispositivo de seguridad que haría saltar las alarmas si pasara por alguna de las rejas que rodea el perímetro del collage…
—¿Cuál es la segunda cosa que tienen clara?
La profesora volvió a cortar la explicación, sin que le importara en lo más mínimo la expresión enojada del otro.
—El ladrón es un miembro del equipo académico o un estudiante.
Afirmo su interlocutor, convencido.
La profesora Swan se pasó una mano distraída por las enmarañadas greñas onduladas rubias con reflejos dorados que caía por su frente producto de una coleta desecha, al tiempo que emitía un silbido silencioso.
—Si tenemos en cuenta la cantidad de personas incluidas en esa categoría, la lista de sospechosos se reduce a más de seiscientas personas.
El sarcasmo era evidente.
—No puede decirse que hayas avanzado mucho que digamos.
Afirmo Swan.
—Lo sé, no soy idiota.
Respondió, colérico, el director.
—Por eso te he mandado a llamar. La policía ha decidido enviar a uno de sus mejores detectives para que se introduzca de incógnito en la vida del college y averiguar así quien está detrás del asunto.
—Sigo sin entender qué pinto yo en todo esto.
Emma clavó en él sus pupilas, confundida, y entonces Jones soltó la segunda bomba de la mañana.
—El detective se alojará contigo. Serás (en una forma de decirlo) su coartada, para que nadie sospeche de su verdadero cometido.
Estupefacta, Emma se le quedó mirando con la boca abierta hasta que logró recuperar el habla.
—¿Vivirá en mi casa? ¡Vamos, Killian, tienes que estar de broma! Ahora estoy hasta las narices de trabajo, no me apetece tener a un tipo husmeando por los rincones. Además, ¿Quién te dice que no soy yo el ladrón? Podría serlo ¿no?
La profesora esperó que sus argumentos fueran lo bastante convincentes y que el director se olvidase del tema.
—Eres de las pocas que he descartado. El primer robo tuvo lugar en Trinity, y te recuerdo que durante ese trimestre, participaste en una excavación arqueológica en el sur de España.
—Pero podría ser un cómplice…
Emma lo miró esperanzada.
—¡Pero no lo eres y se acabó la discusión!
Irritado, el warden dio un fuerte golpe sobre el escritorio y la pipa de marfil que sostenía en la mano se partió en dos.
—¡Mira lo que he hecho por tu culpa! ¡Demonios, Swan, me sacas de mis casillas! No tienes más opción; el martes irás a Londres. El inspector Humbert, de Scotland Yard, te pondrá al día de todos los detalles.
—Pero, Killi…
—¡No insistas! Recuerda, el martes al mediodía te espera Humbert en su despacho. Y ahora será mejor que te vayas a trabajar en tu seminario. Buenos días.
Con un Gruñido, la profesora Swan se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir lo intentó una vez más.
—Killian, ¿Estás segu…?
El grueso director del collage la interrumpió sin miramientos.
—El martes. Al mediodía.
Al ver su actitud inflexible, a la profesora no le quedó más remedio que marcharse y, muy enfadada, cerró de un portazo que hizo que a Jones le rechinaran los dientes.
Swan empezó a caminar en dirección a la biblioteca que quedaba al otro lado del antiguo patio de piedra, mientras rumiaba la conversación que había mantenido con su superior. Perder un día entero en ir y volver de Londres, se dijo cada vez más furiosa, tener a un tipo desconocido metido en su casa durante sabía Dios cuánto tiempo y viviendo a su costa. Todo ello, justo cuando estaba en plenos preparativos del seminario de noviembre. Desde luego, el insoportable Killian Jones se la había vuelto a jugar…
El tren llegó a la estación de Paddington hacia las once y media, y luego la profesora Swan tomó el metro que la dejo frente a la imponente fachada de cristal del New Scotland Yard. Tras pasar el arco de seguridad, los policías que se encargaban de registrar a todo el que entraba en el edificio le indicaron que subiera a la cuarta planta. Una vez allí, le preguntó a uno de los agentes por el inspector Humbert.
—Espere aquí un momento
Le dijo el hombre y señaló una destartalada sala de espera con varios asientos de plástico
— ¿Puede repetirme su nombre, por favor?
—Soy la profesora Emma Swan, tenía una cita con él a las doce.
El agente tardó más de un cuarto de hora en regresar, y Emma se subía por las paredes al pensar en todo el trabajo que tenía pendiente.
Cuando reapareció por fin, le indicó con el dedo un despacho de paredes de cristal cuyo interior quedaba oculto a las miradas indiscretas gracias a una desvencijada persiana de lamas grises.
—El inspector Humbert le ruega que le disculpe, profesora Swan. Ha surgido un imprevisto y se ha visto obligado a hacerse cargo. En su despacho la espera Jeann Taylor que se encargará de ponerla al día.
Resignada, Emma se dirigió hacia la puerta de cristal que le indicó el agente. Llamó un par de veces con los nudillos y, al no recibir respuesta, entró.
De espaldas a ella, una mujer hablaba por el móvil mientras miraba por la ventana del despacho y, sin tomarse la molestia de volverse, le hizo un gesto con la mano indicándole que aguardara.
A pesar de que cada vez se sentía más irritada, la profesora observó con curiosidad la esbelta figura femenina. No era muy alta. Tenía el pelo muy oscuro y lo llevaba peinado hacia arriba en un estilo extravagante que no había visto jamás.
Vestía completamente de negro con un top de tirantes que terminaba muy por encima de la cintura y unos pantalones de talle bajo, muy ajustados, que dejaban ver el diminuto tatuaje en forma de mariposa que coronaba su cadera derecha.
Muy a su pesar, Emma contempló, fascinada, la pequeña mariposa azul y experimentó un vago deseo de extender un dedo y posarlo sobre ella.
— ¡Demonios, Martin, te he dicho que no! Si no sabes el significado de una palabra tan simple será mejor que vuelvas a la escuela. Quiero esos papeles mañana a primera hora. Si no están en mi mesa a las ocho en punto, te patearé el culo hasta que pidas clemencia. Adiós.
Aquel tono, suave y femenino, en profundo contraste con la violencia de sus palabras sacó a Emma de golpe de su abstracción.
Por fin, la mujer colgó el teléfono y se dio media vuelta. Sin poder evitarlo, la profesora Swan se le quedó mirando boquiabierta; en toda su vida, dedicada en buena parte al estudio, había visto nada igual.
Los largos mechones oscuros que no formaban parte de la agresiva cresta caían muy lisos a ambos lados de sus mejillas, y sus sensuales labios, pintados de negro, enfatizaban aún más el tono cadavérico de la piel de su rostro. Como remate, una argolla plateada adornaba una de las aletas de su nariz.
La mirada atónita de Emma se detuvo por fin en aquellos ojos oscuros, rodeados a su vez de una espesa capa de sombras y máscara de pestañas, que la miraban con frialdad.
—Me imagino que es usted la profesora Swan
Comentó en un tono algo ronco que le erizó los pelos de la nuca.
La detective, a su vez, recorrió de arriba abajo la figura femenina sobre la cual la vieja chaqueta parecía haber aterrizado como un saco que hubiera caído del cielo.
También se fijó en la ida figura femenina que permanecía inmóvil por completo, de pie junto a la puerta, llevaba el pelo muy despeinado y, por lo tanto deducía que necesitaba un buen arreglo.
Sin embargo, no pudo distinguir el color de esos ojos que se ocultaban tras los gruesos cristales de las anticuadas gafas de concha. Justo entonces, Emma logró cerrar la boca y volverla a abrir de nuevo para decir:
—Perdone, creo que me he equivocado. Si fuera usted tan amable, señorita, de indicarme cuál es el despacho de un tal Jeann Taylor...
—Yo soy Regina Mills Taylor, más conocida como Jeanna o en su caso Jeann Taylor
La interrumpió ella, al tiempo que alargaba una mano y estrechaba la suya en un firme apretón.
Abrumada, Emma no supo qué contestar, así que se alegró cuando la puerta de cristal se abrió de repente, y un hombre de mediana edad y aspecto jovial entró dando los buenos días y le tendió la mano, amistosamente.
—Veo que ya se han conocido. Siéntense
Ordenó, sonriente, en tanto que él hacía lo propio detrás del escritorio rebosante de papeles
— Profesora Swan, soy el inspector Humbert y ella es Regina Mills Taylor, una de nuestras mejores detectives. Disculpe su aspecto, lleva unos días infiltrada en una tribu gótica del sur de Londres por un asunto de drogas. ¿Cómo va la investigación, Regina? La detective encogió los hombros, pálidos y delicados.
—Está todo organizado para esta tarde, jefe. Si la operación sale bien, caerá el cabecilla y creo que incautaremos la mayor parte del alijo de pastillas.
Humbert la miró, satisfecho.
— ¡Bravo, Regina, sabía que podía contar contigo! ¿Sabes por qué te he mandado llamar?
—Me imagino que será por el asunto del bastón
Respondió sin mostrarse muy interesada.
— ¡No es un vulgar bastón!
Intervino Emma, indignada por la aparente indiferencia de la chica.
—Se trata del báculo pastoral de William de Wykeham, obispo de Winchester, fundador del New College. Está realizado en plata dorada y esmalte, y data del siglo XIV. Es una pieza única.
La detective se limitó a mirarla con sus gélidos ojos, como si le sorprendiera que alguien pudiera referirse con tanta pasión a un simple objeto.
—No se preocupe, profesora Swan
Intervino el inspector
—Regina conoce todos los detalles. Solo le queda despachar la operación en la que se encuentra inmersa en este momento, hacer un poco de papeleo y cálculo que, en una semana, la tendrá en su casa de Oxford.
Emma se quedó mirando a su interlocutor como si, de pronto, hubiera empezado a hablar en swahili.
—Bromea, ¿verdad? Esta señorita no puede quedarse en mi casa.
—No me gusta que me llamen señorita
Le informó la aludida con sequedad
—Soy la detective Mills Taylor, si no le importa.
—Muy bien, entonces. Es imposible que la detective Mills
Resaltó la palabra con sarcasmo, mientras sus ojos echaban chispas detrás de las gafas
— viva en mi casa. En el college no está permitido que personas sin ningún tipo de interés, oficio o negocio en la universidad viva en el collage, por lo tanto no está bien visto ni permitido que la detective se instale en mi casa sin ningún tipo de reprimenda, por lo tanto es imposible, ya que ella no tiene ningún negocio aquí ni tampoco es ningún familiar.
Regina Mills puso los ojos en blanco en un gesto petulante que hizo que Emma sintiera ganas de colocarla sobre sus rodillas y darle un buen par de azotes.
—No se preocupe por eso.
A Humbert, al parecer, aquellas objeciones no lo tomaron por sorpresa y trató de quitarles importancia
—Cuando el señor Jones se puso en contacto con nosotros, ya contemplamos la posibilidad de que no fuera aceptable que la detective Mills se instalara en su casa sin más, así que fue el mismo Jones el que dio con la solución. Recordó que su hermana estuvo casada en primeras nupcias con un hombre que tenía una hija mayor, y lo arreglamos todo con la señora White. Una mujer encantadora, por cierto, si me permite la expresión. Así que Regina se hará pasar por su sobrina.
— ¿Han hablado con mi hermana Mary? —
Emma no salía de su asombro.
Aún no podía creer que cuando Killian había hablado de un detective ya sabía de sobra que iban a enviarle a una mujer y, por lo visto, Mary también estaba al corriente.
Pero a ella no le preocupaba que fuera una chica y por lo visto el detective creía que esa era la razón de su asombro y su furia, pero era todo lo contrario, eran otras las razones de su miedo disfrazado de furia, le temía y decir temía era poco, tenía pavor a poder desarrollar algo indebido a sus ojos.
En pocas palabras repaso mentalmente los contras y pros y dedujo que a ella le preocupaba el verse a solas con ella, estar en la misma casa, que la relacionaran con ella o ataran cabos del asunto que se traían entre manos, si, tenía miedo y su hermana al igual que killian sabían el porqué.
Y Emma estaba furiosa, entre ellos habían acordado todo a sus espaldas y estaba claro que a ella le habían reservado el papel de estúpida.
—Estuve hablando con su hermana para que me diera los detalles y debo decir que todo el asunto pareció divertirle mucho
Intervino en ese momento la detective con un brillo burlón en los ojos, consciente de su incomodidad
— Acordamos que diríamos que yo necesitaba realizar unas prácticas para poder optar a un puesto de profesora en un colegio italiano y que, aprovechando que mi «tiastra», por llamarla de alguna manera, era profesora en Oxford, trabajaría durante unos meses como su ayudante.
Definitivamente, la detective Mills no le gustaba un pelo, pensó Emma.
Sus ojos negros eran muy expresivos; cuando miraba con frialdad, era capaz de congelarle a uno la sangre en las venas y, cuando lo hacía con burla, podía arrancar tiras de carne.
—Ya. ¿Y no se le ha ocurrido que para ser ayudante de cualquier catedrático de la Universidad de Oxford debe tener unos conocimientos mínimos de Historia Antigua?
Replicó, sarcástica
— Si alguno de mis alumnos le pregunta algo, ¿qué va a contestar? ¿Va a fingir que es sorda?
Ya se daría cuenta esa estrafalaria joven de que ella también sabía hacer sangre si era necesario.
—No se preocupe, profesora Swan, tan solo necesito que me dé una lista con una serie de libros que usted considere básicos y lo demás corre de mi cuenta. Prometo no molestarle. Así podrá seguir dedicando su tiempo a quitar el polvo a sus amados legajos.
Sus palabras, cargadas de ironía, la hicieron sentirse como un ridículo ratón de biblioteca
— Ahora, si me disculpa, tengo muchas cosas que hacer.
La detective salió con rapidez y dejó a Emma con la incómoda sensación de no haber podido decir la última palabra.
El inspector Humbert hizo un gesto airoso con la mano, en un intento de restar importancia a todo el asunto.
—No se preocupe por Regina. Tiene memoria fotográfica; en una semana sabrá tanto de historia como cualquiera de sus alumnos.
Emma se limitó a mirarlo muy seria sin hacer ningún comentario, así que el inspector prosiguió:
—Entonces, profesora Swan, quedamos en que Regina se trasladará a Oxford de aquí a una semana. Lo mejor será que empiece a correr la voz de que su sobrina vivirá con usted una temporada; en las comunidades cerradas como la suya, esas noticias viajan tan rápido como la peste.
—Veo que no me queda más remedio que hacer lo que me dicen
Aceptó Emma a regañadientes, al tiempo que estrechaba la mano que le tendía el inspector
— Ahora mismo haré una lista y se la daré a la detective Mills. Buenos días, inspector.
La profesora Swan salió del despacho no muy contenta. Se apoyó en un escritorio vacío de la enorme planta casi diáfana y garabateó unos cuantos títulos y el nombre de los autores.
Al terminar, alzó la mirada para buscar a la detective y la descubrió sentada unas mesas más allá con los ojos fijos en la pantalla de un ordenador mientras tecleaba a toda velocidad.
Al acercarse a ella, escuchó a uno de los agentes decir a voz en grito:
— ¡Eh, Jeanna, estás muy guapa con esas pintas que llevas! Las siniestras siempre me han dado un morbo increíble, así que estoy impaciente por saber una cosa... ¿me la vas a chupar de una vez?
Al oír aquello, Emma se quedó muy rígida y dirigió una mirada horrorizada a la detective Mills que no parecía haberse inmutado ante semejante grosería; sin ni siquiera alzar la vista de la pantalla, respondió a su compañero en un tono sereno:
—Lo siento, Dave, pero hoy me he dejado la lupa en casa.
Hubo una explosión de carcajadas en la sala y al tal Dave no le quedó más remedio que agachar la cabeza, avergonzado.
Entonces, ella clavó en Emma su desconcertante mirada noche y preguntó:
— ¿Quería algo, profesora Swan?
Por un momento, Emma no supo qué decir y, en silencio, le tendió la hoja donde había apuntado el listado de libros.
Le costó unos segundos recuperarse lo suficiente para comentar:
—Si tiene alguna duda, no dude en preguntarme, seño... quiero decir, detective Mills.
—Muchas gracias, profesora.
Regina se le quedó mirando con curiosidad.
La pobre chica parecía francamente incómoda ante la zafiedad de Dave.
Ella, en cambio, estaba ya tan acostumbrada a las bromas de dudoso gusto de sus compañeros que las escuchaba como el que oye llover, pero resultaba evidente que esa anticuada profesora, que parecía salida de una novela de Dickens, se sentía profundamente escandalizada.
La observó con atención mientras se dirigía hacia la salida con largas zancadas. Una tipa curiosa, se dijo; no se asemejaba en nada a las personas que acostumbraba a tratar.
Glosario:
Legajos: Conjunto de Papeles archivados que tratan de un mismo asunto, dossier.
Bueno chicas he vuelto por aquí, con otra excelente historia que compartirles, espero sea de su agrado.
Porfas, les suplico dejen un RW, me haría muy feliz y podría conocer que tanto les está gustando la historia, ya sean teorías, o un saludo; o ya sea sigan la historia, a FV,
Y por último Feliz Navidad, espero se lo hayan pasado de lo mejor, mis mejores deseos, esta nueva historia será un regalito, sin mencionar que les tengo otro preparado que les va a fascinar.
Cualquier cosa RW, Saludos!
