Un cordial saludo a todos los lectores:
Después de tres meses, he decidido regresar con una historia más breve que Familia del Caos, pero por lejos... digamos que si empecé a subirla es porque temo arrepentirme. Gracias a todos los lectores que me apoyaron con Familia durante su publicación. De corazón.
Antes de comenzar esta locura, unas aclaraciones:
En un comienzo se pensó como un one shot, inspirado en el grandioso UnderratedHero (que viva para siempre) y su obra Su primer amor. De hecho, en los primeros compases de esta historia pueden percibir ciertas semejanzas y estarán en lo cierto, no lo oculto. No he podido evitarlo. A mi manera he intentado distanciarme de su obra por el enorme respeto que le tengo y espero haber conseguido algo, pero si perciben las semejanzas... ya sabrán la razón. Un intento de homenajear a tan grande autor. La distancia se ensancha tras un par de capítulos.
Eso me lleva al segundo punto: La temática no se queda, digamos, en lo fraterno. Es todo cuanto puedo decir sin entrar en demasiados detalles.
¿Es una continuación de Familia del Caos? En cierta forma, sí. Porque Paul Siderakis tiene aparición e importancia, pero no es el protagonista. No es el narrador. Es sólo... algo necesario para el desarrollo de la historia. Y si quieren saber un poco de ese tipo, o verlo con ganas de morir, pueden recurrir a Familia y a En la línea de fuego de JB-Defalt, pero no es necesario para leer esta historia. Es más... independiente.
Serán siete u ocho capítulos sin contar el prólogo. La extensión duplicaba lo prudente para un one shot, así que... nada que hacer.
Abarca un lapso de tiempo largo. He intentado no cometer errores de línea temporal, pero si se me escapan detalles, no duden en hacerlo saber.
Y para terminar, quiero dedicar esta historia a dos personas: A mi amiga Gozihr Izaro, que me acompañó desde el principio de este proceso, con más penas que alegrías. Gracias de corazón por aguantarme en días en que quería enviar todo esto al carajo. Al fin está aquí gracias a ti.
Y también a UnderratedHero. Amigo, gracias por deleitarnos con tus historias y tu talento. Si esta historia está aquí es porque este tipo se fascinó con tu trabajo y esperando capítulos buscó una forma eficaz de matar el tiempo y no volverse loco. Eres EL escritor de este fandom. Vive para siempre.
Y ya sin nada más que añadir (propiedad de Nickelodeon), bienvenidos a la lectura.
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La "aceptación" es por lo general un asunto de cansancio más que de otra cosa
David Foster Wallace, La broma infinita
–Lynn…
La puerta no amortiguó el llamado. Ni la almohada. Ni la oscuridad reinante. Era él. Lo supo incluso antes de oírlo hablar. Incluso después de tanto tiempo desde la última vez, seguía golpeando de la misma manera. Cuántas veces deseó oír esos mismos golpes… y ahora lo quería lejos…
Con la misma fuerza que deseaba que pasara por alto su aislamiento y se acercara…
Ya que no tuvo reparos en romperle el corazón, ¿qué podía significar una puerta?
–Lynn, soy… soy yo.
Lo sabía. Claro que lo sabía. Siempre sería él, sin importar cuántos cambios atravesara. Sin importar cuán molesta se sintiera… cuán dolida… cuán destruida… cuán… ¿Cuántas cosas más? ¿Y por qué diablos tenía que doler tanto?
Como si no lo supiera… como si acaso no acariciara la posibilidad mucho antes de volver… mucho antes de saber… de saber…
Maldita sea, no. No de nuevo. Por qué tenía que volver a ese pensamiento. Cuando creía en la sequedad absoluta de sus ojos a esas alturas, éstos se volvían a humedecer… a desbordar…
–Lynn… déjame… déjame que te lo explique…
¿Explicar? ¿Qué más podía explicar? Ya estaba todo dicho. No pudo ser más claro. Cuanto pudiera añadir sólo sería sal a la herida. Como si el recuerdo no estuviera lo bastante fresco en su mente como para herirla un poco más cada vez que volvía a él sin quererlo… con la misma intensidad de minutos atrás… ¿Minutos? ¿U horas?
–Lynn…
–Mentiroso.
Sí. Sí era ella. Era su voz. Ahogada por el tenso nudo en su garganta. Por las lágrimas que aún tenía por derramar. Por la almohada y por la puerta. Una palabra. Una sola palabra que pareció llevarse consigo toda su fuerza. Todo el aire. Toda la entereza que luchó por conservar. Por reunir una vez ésta pareció disiparse. Ya para qué. Al menos ella sí era honesta. Una forma digna de decir que le faltaba lo necesario para fingir que aquello carecía de importancia.
–Sólo…
–Eres… un mentiroso –lo interrumpió. Apresurada por soltarlo. Por gritarlo. Sabiendo que muy pronto sería incapaz de algo tan sencillo como hablar… como reprocharle.
–Lynn…
–Lo… lo prometiste.
Deseó oírlo defenderse. Rebatir. Decir cualquier cosa. Cualquier cosa que confirmara que haría lo que fuera por mantener esa promesa. Pero ese silencio suyo sólo empeoraba las cosas. Esa espera… esa maldita espera…
–¡Me lo prometiste!
–Lynn…
–¡Me dijiste…! ¡Tú me juraste que…!
Pero todo cuanto salió de su garganta fue un alarido entrecortado que apenas si consiguió ahogar con la almohada. Era ridículo. ¿Qué tan bajo podía caer? No… no, demonios… ¿Qué tan bajo la podía hacer él caer? Incluso sin saberlo… no… no podía ser que… que incluso después de todo eso, siguiera siendo ajeno al hecho de que…
–Yo…
–Vete.
–Escucha…
–¡Vete!
Fue más de lo que pudo aguantar. Sólo esperaba que no escuchara los sollozos. Ya no le quedaba fuerzas para contener nada más. A esas alturas de qué carajos servía ya disimular nada…
Qué había sido más difícil… pensarlo… decirlo… decirlo cuando en realidad era lo último que quería… decirlo cuando por dentro… por dentro moría que abriera la maldita puerta y le dijera cualquier cosa… cualquier cosa. Que se trataba de una retorcida broma. Que había obtenido algo del absurdo sentido del humor de Luan y lo había perfeccionado. Incluso entonces no la sacaría barata. Algún golpe le daría, tal vez tardara, pero el alivio… y lo perdonaría, claro. Porque el alivio superaría la rabia. Y sabría que todo lo demás se podía asemejar a una pesadilla de la cual ya habría despertado…
Qué tan difícil podía ser… por qué no abría la puerta… por qué sus pasos se alejaban… qué tan difícil podía ser… desde cuándo él se rendía sin más… desde cuándo se quedaba sin palabras…
No podía ser todo… no podía ser.
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Miró en silencio. Cómo se rompía el silencio.
Aún circulaban vehículos a esa hora. No era tan tarde. Pero tampoco se trataba del sector más concurrido. Volvió la mirada a la casa frente a él. Se hacía una idea de los motivos.
Si tan solo fuera una graduación desmadrada...
Volvió al camino. Iluminado por pálidas luces. Y volvió a la casa. Apenas si lo creía. Que hasta unos instantes presenciara el desastre. Que hasta hacía unos instantes, incluso formara parte del mismo. Qué desmadre. Aún se percibía el eco. En las paredes. En el camino. En el patio. En sus huesos.
Ni siquiera estaba seguro. En realidad, ninguna de sus ideas era garantía de nada. Pero ahí se quedó. Más temprano que tarde. Ese argumento terminó de convencerlo. Más que cualquier otra cosa.
Más que la misma aparición.
Ya la había visto varias veces a lo largo de la jornada y sin embargo, la impresión no lo abandonó, ni siquiera en esa crítica instancia… ¿Crítica? Por supuesto. De otro modo, no se habría visto en la obligación de aplastar la colilla con el talón.
Incluso a esa distancia, saltaba a la vista que estaba furiosa. Y hermosa, por supuesto. Pero cómo dudarlo. Se trataba de Luna Loud. Incluso a través de su estilo poco convencional, se las arreglaba para conseguir que sus rodillas estuvieran a un tris de flaquear. Como en ese segundo. Vestida para la ocasión. Pero furiosa. Con los ojos irritados. Todas las hermanas debían de hallarse en un estado similar, supuso.
Antes de que asomara la idea de abrir la boca, Luna prácticamente le arrebató la posta con violencia:
–¿Lo sabías?
Recordó discusiones. Peleas. Momentos que juró olvidar. Con ella y con otra mujer. Otra mujer antes que ella. Creyendo que no volvería a contener el aliento ante una demanda de similares características. Que no sentiría deseos de fumar otro cigarrillo después de apagar uno instantes atrás…
Que algo así no tendría importancia. Que sin importar qué, no intentaría evadirlo…
–Luna…
–¿Lo sabías Paul? ¿Sí o no?
Para qué mirar en otra dirección, pensó el psicólogo. Qué saco ya, se consoló. O resignó. Y odiaba resignarse. Siempre hay algo, se decía, siempre hay una forma. Siempre tiene que haberla. Aplicaba al ajedrez. Salidas. Jugadas. Piezas. Saltos imposibles. Problemas irresolutos. No en balde era un puñetero Gran Maestro…
Aplicando en la vida… cómo no. Si estaba en esa situación, se debía justamente a la falta de posibilidades. Pero estaba bien. En parte le beneficiaba. En parte…
En parte quería comprobar algo.
–Sí.
La respuesta escueta. El eco de la cachetada ahogó el eco de la afirmación. El ardor posterior. Lógico. El dolor físico. Nada fuera de lo común. Casi sonrió. Sí era un Gran Maestro después de todo. De acuerdo a sus proyecciones. Nada fuera de lo usual.
Pero no lo hizo. Nada le costó reprimir la sonrisa. No tenía motivos ya.
–Luna…
–Por qué –articuló la muchacha, apretando los dientes y los puños. No recordaba haber visto tal nivel de rabia en sus facciones.
–Verás…
–¡Por qué mierda no dijiste nada! ¡Por qué, Paul!
–No lo dirás en serio, Luna…
–¡Merecía saberlo! ¡Todos merecíamos saberlo!
Tiene gracia, pensó Paul. Tiene mucha gracia, confirmó para sus adentros. Y tal vez estaba en lo cierto, escapándosele, no obstante, un detalle significativo:
–¿Ahora por ser ustedes debo hacer excepciones?
–¿Excepciones? ¡Es mi familia, Paul! ¡Mi familia! ¡Y yo soy tu novia!
–¿Ahora soy el novio de tu familia?
Otra cachetada. Ya no necesitó más después de eso. Ya sabía qué hacer y decir. Incluso adelantándose a lo que pudiera hacer o decir ella. Ya sabía cómo se sentía.
Estaba harto. Y le dolía sentirse así. Porque a esas alturas, sólo quedaba una salida.
El punto final.
