Shail no se lo esperaba. En su vida se le habría ocurrido. Era una estupidez. De hecho, esperaba que le dijesen que era una broma. Quería despertar y descubrir que sólo había sido un sueño.

Aquél mismo día, un poderoso nigromante se había alzado de la nada, y había liberado a los sheks, poderosas y temidas criaturas que él consideraba una fantasía. El extraño nigromante tenía un poder tal, que incluso se las arregló para destruir a todos los dragones y unicornios del mundo en unas pocas horas. ¿Quién, en su sana mente, se habría esperado esto? Un minuto antes todo estaba bien, y luego de un estruendo todas sus metas como aprendiz de mago se habían esfumado. Ya no pensaba bien, sólo quería huir de las serpientes a un lugar seguro.

Y entonces vinieron las sorpresas. Unicornios, decenas de ellos, apagados y tirados de cualquier manera en el suelo, muertos. Un shek sobrevoló el bosque y sintió su frío en los huesos a distancia. Un hada que le llamó a susurros "mago, mago" suplicaba. Un camino, llantos, un corro, un hueco en un árbol, un unicornio bebé. Había un pequeño unicornio moribundo, y un shek lo perseguía.

Llegados a ese punto el joven Shail ya no pensaba, era un autómata. Con fascinación y horror cogió al potrillo en brazos, y ayudado por los feéricos acertó a pronunciar las palabras del hechizo. Él no tenía modo de saberlo, pero lo supo. Kazlunn era su meta. Pudo conseguirlo, y ya no tuvo tiempo de pensar en aquellos feéricos que se habían sacrificado.

Había gente en la torre. Mucha gente. Magos, sacerdotes, caballeros, todos reunidos en la misma sala. Shail no reaccionó, pues seguía siendo un autómata. Cogieron al pequeño unicornio e intentaron curarlo, mientras Shail era felicitado como si acabara de ser coronado. Él era un héroe. Él había salvado al último unicornio. Pero él no lo celebró, pues en verdad no quería regresar a la realidad, donde todo su mundo se destruía. Su mirada se posó de nuevo en el unicornio, y en él depositó sus metas, sus deseos. Y su corazón.

Su corazón estaba dedicado al unicornio recién nacido. Su corazón estaría con Lunnaris.

El shock del momento empezaba a retirarse, comenzaba a ser Shail. Le indicaron que se sentara a reposar, pues estaba agotado, en un pequeño banco improvisado. En la sala general no había espacio para todos los ilustres visitantes, y se habían intentado acomodar en el hall. Había que pensar qué hacer. Los sheks les estaban conquistando. Quedaba un unicornio, pero no había dragones con vida para poder cumplir una profecía que hace días se negó que fuese importante. Un dragón y un unicornio podrían vencer al señor oscuro. Pero no había dragón, y las ideas se desechaban rápidamente.

Entonces llegó Alsan. Con un dragón dorado. Shail alzo una mirada aún vacía, y contempló al hombre. Estaba recibiendo el mismo trato que él, pero el castaño no era un autómata. Pero tampoco sonreía al ser nombrado héroe. Algo en la forma de mirar a los demás le dijo al mago que él ya sabía ser un héroe. ¿Sería alguien importante? Parecía alguien importante, y llevaba una cara espada el cinto, una espada con dos águilas. La reconoció: era Sumlaris, la Imbatible, pertenecía a Vanissar. El hombre debía de ser un noble vanissardo. ¿Lo habían llamado Alsan? Le sonaba aquél nombre.

Mientras pensaba, unos magos habían depositado al pequeño dragón junto a Lunnaris. Un sacerdote colocó una mano en el hombro de Alsan y señaló con la otra mano a Shail mientras murmuraba algo. Alsan asintió, y fue hacia el joven mago, quien lo vio acercarse.

"¿Fuiste tú quien encontró al unicornio?"- le preguntó con voz cortés, aunque sus ojos marrones eran duros y serios-"Felicidades." –añadió cuando Shail asintió levemente-

Sin una palabra más, Alsan se sentó a su lado. Parecía que no le hacía gracia, pero le debían haber asignado ese "banco de los héroes quienes encontraron al dragón y al unicornio".

La luz volvió a los ojos de Shail. Alsan, hijo del rey Brun, el príncipe heredero de Vanissar, estaba sentado junto a él. Lo recordó: aquél día era un crío. Viajaba con su padre a la torre de Kazlunn para aprender magia, y cruzaron los territorios de Vanissar. Había un gran alboroto, pues Alsan tenía edad suficiente como para ser anunciado públicamente príncipe heredero.

Se volvió hacia el príncipe sin poder evitarlo, y lo miró con la boca abierta. Afortunadamente, Alsan había cerrado los ojos y se había cruzado de brazos y piernas en el otro extremo. El príncipe no parecía tener intención de conversar, por lo que el mago miró a su alrededor. Entonces, de entre capas y botas surgió un espacio libre, y Shail pudo ver al dragón y al unicornio. Y supo que era el único que observaba cómo el dragón tapaba a Lunnaris con una de sus pequeñas alas. Se giró de nuevo hacia Alsan e alzó una mano para atraer su atención y mostrarle el espectáculo, pues se había quedado sin voz de la emoción, pero no se atrevió. Alsan se veía intimidante aún en posición relajada.

Un Archimago anunció la única solución que se les había ocurrido: enviar a las criaturas a la Tierra, a salvo del nigromante. Así hicieron: una poderosa maga abrió una puerta interdimensional y dos de sus aprendices tuvieron el honor de recoger al dragón y al unicornio (con cuidado de no tocar su piel, por puro respeto) y los internaron en la puerta. Segundos más tarde retiraron las manos vacías. Aunque ellos parecían algo confusos, todos asumieron que las criaturas semidivinas habían viajado a la Tierra. Entonces, el mismo Archimago volvió a hablar.

Planeamos recuperar al dragón yal unicornio hasta que la conjunción pase. Será entonces cuando dos personas deben ir a la Tierra a buscarlos y traerlos de vuelta en el menor tiempo posible. Debemos educarlos para que cumplan la profecía de los dioses. Necesitamos voluntarios.

Shail no supo si volvía a ser un autómata o él mismo, pero se levantó en cuanto el Archimago dejó de hablar. Y Alsan se irguió una décima de segundo después. Todos les miraron. Hasta que el Archimago anunció:

De acuerdo. ¿Qué mejor misión hay para aquellos que los encontraron y trajeron a esta torre? Que así sea, vosotros sois los elegidos.

Shail se dejó caer en su asiento de nuevo.

La idea de escapar al nigromante y los sheks animó a algunos magos que cruzaron la puerta interdimensional, huyendo también. Ante los ojos de Shail desfilaron algunos humanos, una varu que se despidió de su madre, un par de yans, cinco celestes que formaban una familia y un hada de cabello plateado. Shail se echó atrás en el banco cuando la reconoció justo cuando desaparecía. Ella era Aile Alhenai, la poderosa maga feérica a cargo de la torre de Derbhad.

Pasó el tiempo, y algunos nobles decidieron volver a sus reinos mediante portales fabricados por los magos. El hall se vació un poco. Alsan y Shail seguían sentados en el mismo lugar, sin hablarse. Shail miró donde el dragó había abrazado a su Lunnaris horas antes y sonrió débilmente. Tal vez había sido casualidad, pero lo que Shail había visto era un lazo, como dirían los celestes. Estaban destinados a conocerse, de una manera u otra.

Entonces, la luz roja de la conjunción se volvió anaranjada y luego desapareció. Los soles se movieron de una manera un tanto tétrica para Shail a lo largo del firmamento y desaparecieron rápidamente tras el océano. La conjunción había durado muchas horas, y al acabar los soles habían vuelto donde deberían estar: ocultos. Se había hecho de noche de un modo tan antinatural que muchos no durmieron aquella noche.

Shail supo que el momento había llegado. Pronto volvería a ver a Lunnaris, y Alsan debía pensar lo mismo sobre su dragón porque sus ojos relucieron y sus labios formaron una pequeña sonrisa. Los hechiceros les abrieron paso hasta la puerta, los sacerdotes les bendijeron y los nobles se arrodillan ante Alsan. O eso le pareció a Shail, que temblaba como un imbécil de los nervios. Al llegar a la puerta incluso Alsan pareció titubear antes de poner un pie dentro. Shail entró un paso por detrás de él, y miró atrás una sola vez. Todos le observaban, solemnes.

Entonces, la puerta se cerró repentinamente, y todo se puso oscuro.