Un imbécil con el cerebro relleno de corcho barato.

¿Sí? No me digas.

Te quiere. Simplemente. Inocente, cándido, ingenuo.

Pero sobre todo, fácil.

A veces, las cosas tan extremadamente simples que hasta llegan a ser idiotas, nos pueden hacer felices eternamente.

Qué demonios. Llevas como más de 9000 años con él y aún no te has aburrido. Qué puedo decirte que ya no sepas.

Sí, no sabe ni contar hasta tres. ¿Pero qué coño importa?

Él no se levanta cada día maldiciendo a la divinidad por haberle concedido un día más a su asquerosa existencia. Al menos no recibe silencios cuando ama. Al menos no siente que cada día que pasa simplemente roza insulsantemente su vida. No cree que deba cambiar. Y no debe hacerlo. A veces quiero ser como él.

Bendita ignorancia.

Sigues enredada en sus despreocupados pensamientos. Espacios en blanco con una palabra justo en medio. Fin. Estúpidamente simple pero a la vez complicado. Te ha enamorado. Y está enamorado. Con idiotez o sin ella. Evita mirar más allá de lo que él pueda dar a entender porque no hay nada más.

Absolutamente nada. Blanco. Vacío.

No pierdas el tiempo. No lo arregles. No lo cambies. Déjalo así. Es estridente, tonto, incomprensiblemente sencillo. Pero tendrá su mano siempre en la tuya, siempre te va a ayudar como pueda. Y cuando digo siempre es siempre. Joder, si es sumamente adorable. Se le quiere así. Y encima, le debemos ese pequeño individuo de ojos morados. ¿Verdad que sabes de quién estoy hablando? Sí. De ésa cosa redonda lloriqueante.

Viendolo así no es tan estúpido. Y si hay algo que ha hecho bien en la vida, es ser tonto. Porque mira lo que me ha pasado a mí por pensar.

Si pienso luego no existo.

Mejor que él no piense.