¡Hola!
Bueno, esta es mi primera historia de Juegos de Tronos. Me encanta tanto que me decidí a escribir sobre la saga. Espero que les guste .
N/A: ninguno de los personajes me pertenece. Solo los tomé junto a la trama e incorporé otros de mi autoría.
Dany Dixon
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Capítulo 1:
El día había amanecido fresco y despejado, con un frío vivificante que señalaba el final del verano. Se pusieron en marcha con la aurora para ver la decapitación de un hombre. Lyanna había contado a veinte personas, entre ellos, se encontraba su hermano Bran. Era la primera vez que lo consideraban suficientemente mayor para acompañar a su padre y a sus hermanos a presenciar la justicia del rey, y era de saber que se encontraría nervioso y emocionado.
Corría el noveno año de verano, y el décimo tercero de vida de la joven norteña. Lyanna, a diferencia de sus hermanas, tenía una enorme pasión por las espadas y las flechas. Su madre, insistía en que se dedicase a las cosas que hacían todas las niñas de su edad, pero Lyanna era respaldada por su padre, quién le había conseguido un profesor de esgrima.
El motivo de aquella conmoción era que habían sacado al hombre de un pequeño fortín de las colinas. Robb creía que se trataba de un salvaje, que había puesto su espada al servicio de Mance Rayder, el Rey-más-allá-del-Muro. Tanto a Bran como a Lyanna se les ponía la carne de gallina sólo con pensarlo. Ambos recordaban muy bien las historias que la Vieja Tata les contaba junto a la chimenea. Los salvajes eran crueles, eran conocidos por ser esclavistas, asesinos y ladrones. Se apareaban con gigantes y con espíritus malignos, se llevaban a los niños de las cunas en mitad de la noche y bebían sangre en cuernos pulidos. Y sus mujeres yacían con los Otros durante la Larga Noche, para dar a luz espantosos hijos medio humanos. Pero el hombre que vieron atado de pies y manos, esperando la justicia del rey, era viejo y huesudo, poco más alto que Robb. Había perdido en alguna helada las dos orejas y un dedo, y vestía todo de negro, como un hermano de la Guardia de la Noche, aunque las pieles que llevaba estaban sucias y hechas jirones.
El aliento del hombre y el caballo se entremezclaban en nubes de vapor en la fría mañana cuando su señor padre hizo que cortaran las ligaduras que lo ataban y terminaron arrastrándolo ante él. Robb y Jon permanecieron montados, muy quietos y erguidos, mientras Bran, a lomos de su poni, intentaba aparentar que tenía más de siete años y que no era la primera vez que veía algo así. Lyanna, por otro lado, apretaba los dedos dentro de los guantes de piel y se mordía el interior de la mejilla. En sus trece años de vida había presenciado este tipo de momentos, pero seguía sin acostumbrarse.
Una brisa ligera sopló por la puerta del fortín. En lo alto ondeaba el estandarte de los Stark de Invernalia: un lobo Huargo corriendo sobre un campo color blanco hielo.
El padre de los niños se erguía solemne a lomos de su caballo. Aquel día tenía una expresión adusta y no se parecía en nada al hombre que por las noches se sentaba junto al fuego y hablaba con voz suave de la edad de los héroes y los niños del bosque. Bran pensó que se había quitado la cara de padre y se había puesto la de Lord Stark de Invernalia.
Al final, su señor padre dio una orden, y dos de los guardias arrastraron al hombre harapiento hasta un tocón de tamarindo en el centro de la plaza. Lo obligaron a apoyar la cabeza en la dura madera negra. Lord Stark desmontó y Theon Greyjoy, su pupilo, le llevó la espada. Se llamaba Hielo. Era tan ancha como la mano de un hombre y en posición vertical era incluso más alta que Robb. La hoja era de acero valyriano, forjada con encantamientos y negra como el humo. Nada tenía un filo comparable al acero valyriano.
Su padre se quitó los guantes y se los tendió a Jory Cassel, el capitán de la guardia de su casa. Blandió a Hielo con ambas manos.
-En nombre de Robert de la Casa Baratheon, el primero de su nombre, rey de los ándalos y los Rhoynar y los primeros hombres, señor de los Siete Reinos y Protector del Reino; y por orden de Eddard de la Casa Stark, señor de Invernalia y Guardián del Norte, te sentencio a muerte.-alzó el espadón por encima de su cabeza.
-Mantén controlado al poni.-le susurró Lyanna a Bran.
- Y no apartes la mirada. Padre se dará cuenta.-le aconsejó Jon, el hermano bastardo, acercándose un poco.
El menor de los Stark, obedeció a ambos y mantuvo controlado al poni y no apartó la mirada. Su padre le cortó la cabeza al hombre de un golpe, firme y seguro. La joven, siguió apretando los dedos hasta que sintió la piel de los guantes húmeda. La sangre que salía del hombre, tan roja como el vino, salpicó la nieve. Uno de los caballos se encabritó y hubo que sujetarlo por las riendas para evitar que escapara al galope. Bran no podía apartar la vista de la sangre. La nieve que rodeaba el tocón la bebió con avidez y se tornó roja ante sus ojos.
La cabeza rebotó contra una raíz gruesa y siguió rodando. Fue a detenerse cerca de los pies de Greyjoy. Theon era un joven de diecinueve años, flaco y moreno, que se divertía con cualquier cosa. Se echó a reír, y dio una patada a la cabeza.
-Imbécil.-murmuró Lady Lyanna, en voz lo suficientemente baja para que Greyjoy no oyera el comentario.
-Lo has hecho muy bien.-felicitó Jon, colocando una mano sobre el hombro de Bran.
-.-.-
Durante el largo camino de regreso a Invernalia parecía hacer más frío, aunque el viento ya había cesado y el sol brillaba alto en el cielo. Los hermanos Stark iban a buena distancia por delante del grupo, aunque el poni de Bran tenía que esforzarse para mantener el paso de los caballos.
-El desertor murió como un valiente.-comentó Robb.-Al menos tenía coraje.
-No.-dijo Jon Nieve con voz tranquila.- Eso no era coraje. Estaba muerto de miedo. Se le veía en los ojos, Stark.-
-Que los Otros se lleven sus ojos.-maldijo Robb sin mostrarse impresionado.- Murió como un hombre.-
-¿Les parece una carrera hasta el puente?-propuso Lyanna, cortando con el tema de la ejecución.
-De acuerdo.-asintieron ambos chicos. La joven soltó un leve risita y espoleo a su yegua.
Robb soltó una maldición y salió disparado tras ella, al igual que Jon, y galoparon juntos sendero abajo. Lyanna iba riendo y provocándolos. Los cascos de sus caballos levantaban nubes de nieve. Los tres juntos se internaron entre los tupidos árboles.
-¡A que no me alcanzan!-canturreo la chica mientras bajaba la cabeza para no enredar su cabello con las ramas. El golpeteo de los cascos de los caballos de sus hermanos se acercaban, pero ella llevaba la delantera y se encontraba muy cerca del puente. El bosque estaba en silencio, a excepción de los tres animales. Antes de llegar al lugar indicado, Lyanna, se vio obligada a tirar las riendas de su caballo, para detenerlo. Con la curiosidad a flor de piel, desmontó. Había una gran figura tendida en la nieve, (cómo si estuviese muerta y a medio camino de enterrarse bajo el blanco manto). La chica miró hacia atrás, con la esperanza de encontrar a sus hermanos, pero aún no había rastro de ellos. Se acercó más al bulto, pero retrocedió horrorizada.
-¡Te encontramos!-exclamó Robb, llegando a su lado.- Ha sido una…-su parloteo cesó cuando vio el mismo bulto. Por acto reflejo, tomó la mano de su hermana y la colocó detrás de él.
-¿Qué es eso?-musitó la chica. Robb se adelantó unos pasos y se colocó en cuclillas.
-Parece un animal.-dijo.
-¿Está…está muerto?-
-Creo que sí.- Jon también desmontó y se colocó junto a su media hermana.- Hay un montón de pequeñas huellas.-comentó el mayor, mirando por los alrededores del cuerpo.- Parecen de un animal más pequeño.
-¡Robb, mira!-Lyanna levantó la mano, señalando una pequeña cabeza que se asomaba por el mullido pelaje del animal muerto.- Es un cachorrito.-la chica avanzó hasta quedar a la misma altura que su hermano.
-Jon.-habló el mayor.- Avísale a padre.- el bastardo asintió y volvió a montar, para perderse entre los árboles.
-Es muy lindo.-comentó la joven, acunando al animal entre sus brazos y a su vez cubriéndolo con su capa.
-Aquí hay otro.-Robb tomó al segundo e imitó el acto de su hermana.
Las nevadas de las postrimerías del verano habían sido copiosas aquella última luna. Para cuando Lord Stark llegó, encontró a sus dos hijos hundidos hasta las rodillas en la nieve; se habían echado las capuchas hacia atrás y el sol les arrancaba reflejos del pelo. Acunaban algo y los dos chicos hablaban en susurros emocionados.
Los jinetes avanzaron con cautela entre los ventisqueros, siempre buscando los puntos firmes en aquel terreno oculto y desigual. Jory Cassel y Theon Greyjoy fueron los primeros en llegar junto a los chicos. Greyjoy reía y bromeaba mientras cabalgaba.
-¡Dioses!-se le escapó a, mientras trataba de controlar a su caballo y al mismo tiempo desenvainar la espada.
-¡Aléjate de eso, Robb y pon a salvo a Lyanna!-gritó Jory, que ya la había empuñado, con la montura encabritada.
-No te hará daño, Jory.-murmuró el mayor con una sonrisa mientras alzaba la vista del bulto que llevaba en brazos.-Está muerta.
Para entonces Bran ya estaba consumido de curiosidad. Habría espoleado al poni, pero su padre lo obligó a desmontar junto al puente para acercarse a pie. Bran se bajó de un salto y echó a correr. Jon, Jory y Theon Greyjoy ya habían desmontado también.
-Por los siete infiernos, ¿qué es eso?-preguntó Theon.
-Un lobo.-respondió la chica.
-Un monstruo-replicó Greyjoy.- ¡Qué tamaño!
El corazón de Bran latía a toda velocidad. Avanzó por un ventisquero que le llegaba a la cintura para ir junto a sus hermanos.
Había una forma muerta, enorme y oscura, semienterrada en la nieve manchada de sangre. El tupido pelaje gris estaba lleno de cristales de hielo, y el hedor de la corrupción lo envolvía como el perfume de una mujer. Bran divisó unos ojos ciegos en los que reptaban los gusanos y una boca grande llena de dientes amarillentos. Pero lo que más lo impresionó fue el tamaño que tenía. Era más grande que su poni, el doble que el mayor sabueso de las perreras de su padre.
-No es ningún monstruo-explicó Jon con calma.- Es una loba Huargo. Son mucho más grandes que los otros lobos.-
-Hace doscientos años que no se ve un lobo Huargo al sur del Muro.-repuso Theon.
-Pues ahora estoy viendo uno.-murmuró Lady Lyanna, con los ojos en blanco.
Bran consiguió apartar la vista del monstruo. Solamente en aquel momento advirtió el bulto en brazos de Robb. Dejó escapar un grito de emoción y se acercó. El cachorro no era más que una bolita de pelaje gris negruzco que todavía no había abierto los ojos. Hociqueaba a ciegas contra el pecho de Robb, buscando leche entre los pliegues de cuero de sus ropas, sin dejar de gimotear. Bran extendió la mano, titubeante.
-Vamos.-lo animó el mayor.- Tócalo, no pasa nada.-Bran hizo una caricia rápida y nerviosa al cachorro, y se volvió al oír la voz de Jon.
-Toma.-su medio hermano le puso un tercer cachorro en los brazos.- Hay seis.-Bran se sentó en la nieve y apretó al cachorro contra el rostro. Tenía un pelaje suave y cálido que le acariciaba la mejilla.
-Lobos huargos en el reino, después de tantos años.-murmuró Mullen.-Esto no me gusta.-
-Es una señal.-acotó Jory.
-No es más que un animal muerto, Jory.-intervino el padre de los niños con el ceño fruncido. La nieve crujió bajo sus botas cuando caminó en torno al cuerpo.- ¿Qué la mató?
-Tiene algo en la garganta.-señaló Robb, orgulloso de haber dado con la respuesta aun antes de que su padre formulara la pregunta.- Ahí, justo debajo de la mandíbula.-
Su padre se arrodilló y palpó bajo la cabeza de la bestia. Dio un tirón, y alzó el objeto para que los demás lo vieran. Era un fragmento de dos palmos de asta de venado, ya sin puntas, empapado en sangre.
Se hizo un silencio repentino en el grupo. Los hombres contemplaron el asta, intranquilos, y ninguno se atrevió a decir nada. Hasta Bran se dio cuenta de que tenían miedo, aunque no comprendía por qué.
-Es increíble que viviera lo suficiente para parir.-dijo su padre mientras tiraba a un lado el asta y se limpiaba las manos en la nieve. Su voz rompió el hechizo.
-Quizá no vivió tanto.-murmuró Jory.-Se dice... A lo mejor ya estaba muerta cuando nacieron los cachorros.
-Nacidos de la muerte.-intervino otro hombre.- Peor suerte aún.
-No importa.-dijo Hullen.- Pronto estarán muertos ellos también.
Lyanna dejó escapar un grito de consternación, apretando al cachorro contra su pecho.
-Cuanto antes mejor.-asintió Theon Greyjoy y desenvainó la espada.-Trae aquí a esa bestia, Bran.
-¡No!-exclamó la chica con ferocidad, interponiéndose entre él y su hermano.- ¡Es de él!-
-Aparta esa espada, Greyjoy.-gruñó Robb. Por un momento, su voz sonó tan imperiosa como la de su padre.-Nos vamos a quedar con los cachorros.
-Es imposible, chico.-dijo Harwin, que era hijo de Hullen.
-Les haremos un favor matándolos.-apoyó el padre de este último.
Bran alzó la vista hacia su padre, implorante, pero sólo encontró un ceño fruncido.
-Lo que dice Hullen es verdad, hijo. Es mejor una muerte rápida que agonizar de frío y hambre.-
-La perra de Ser Rodrik parió otra vez la semana pasada.-dijo Lyanna, mirando a su padre con la mirada más profunda de piedad hacia los animales.- Fue una camada pequeña, sólo vivieron dos cachorros. Tendrá leche de sobra.-
-Los matará en cuanto intenten mamar.-
-Lord Stark.-intervino Jon. Resultaba extraño que se dirigiera a su padre de manera tan formal. Los dos menores lo miraron, aferrándose a aquella última esperanza.- Hay seis cachorros.-siguió.- Tres machos y tres hembras.
-¿Y qué, Jon?-
-Tiene seis hijos legítimos. Tres chicos y tres chicas. El lobo Huargo es el emblema de su Casa. Estos cachorros están destinados a sus hijos, mi señor.-el rostro de Lord Stark cambió. Intercambió varias miradas con el resto de los hombres.
-¿No quieres un cachorro para ti, Jon?-preguntó con voz amable su padre, que también lo había comprendido.
-El lobo Huargo ondea en el estandarte de la Casa Stark.-señaló.- Yo no soy un Stark, padre.-Lyanna quiso replicar, pero quedó en silencio. Su señor padre miró a Jon, pensativo. Robb se apresuró a romper el silencio que reinaba.
-Yo alimentaré al mío en persona, padre.-prometió.- Empaparé un trapo en leche caliente para que la chupe.-
-¡Yo también!-se apresuró Bran.
-Resulta fácil de decir, pero verán que hacerlo no lo es tanto.-dijo el padre después de estudiar larga y atentamente a sus hijos.-No permitiré que los criados pierdan el tiempo con esto. Si quieren a esos cachorros, los tendrán que alimentar ustedes. ¿Entendido?-Lyanna asintió, mientras el pequeño Huargo, lengüeteaba su mano.- También tendrán que educarlos.-siguió su padre.- Es imprescindible que los entrenen. El encargado de los perros no querrá saber nada de estos monstruos, se lo aseguro. Y que los dioses los ayuden si los descuidan, si los tratan mal o si no los entrenan. No son perros, no os harán carantoñas para conseguir comida, ni se marcharán si les dais una patada. Un lobo Huargo es capaz de arrancarle el brazo a un hombre tan fácilmente como un perro mata una rata. ¿Seguro que quieren esa responsabilidad?-
-Sí, padre.-dijo Bran.
-Sí.-asintieron los mayores.
-Y pese a todo lo que hagan, los cachorros quizá mueran.-
-No se morirán.-dijo Robb.- No lo permitiremos.
-Entonces, se los pueden quedar. Jory, Desmonten, recojan el resto de los cachorros. Ya es hora de que volvamos a Invernalia.-
Sólo cuando estuvieron de nuevo a caballo y en marcha, Lyanna se permitió disfrutar del dulce sabor de la victoria. Llevaba al cachorro entre los pliegues de las prendas de cuero para darle calor y protegerlo en la larga cabalgada de vuelta a casa. En mitad del puente, Jon se detuvo de pronto.
-¿Qué pasa?-preguntó su señor padre.
-¿No oyen?- Bran oía el viento entre los árboles, el sonido de los cascos de los caballos contra los tablones de tamarindo, y los gemidos de su cachorro hambriento, pero Jon parecía percibir algo más.-Ya lo tengo.-añadió.
Hizo girar al caballo y galopó de vuelta por el puente. Lo vieron desmontar en la nieve junto a la loba muerta y cómo se arrodillaba. Un momento después regresó cabalgando hacia ellos. Sonreía.
-Éste se debió de alejar de los demás.-comentó Lady Lyanna, recostándose sobre el cuello de su yegua.
-O lo echaron.-replicó su padre, con los ojos clavados en el séptimo cachorro.
Tenía el pelaje blanco, mientras que el resto de los cachorros de la carnada eran grises. Los ojos eran tan rojos como la sangre del hombre harapiento que había muerto aquella mañana. A Bran le pareció muy extraño que ya los tuviera abiertos, mientras que los demás aún seguían ciegos.
-Un albino.-murmuró Theon con tono burlón.- Éste morirá antes incluso que los demás.
-No, Greyjoy.-dijo Jon lanzando una mirada gélida al pupilo de su padre.- Éste es mío.
