¿Alguna vez te han roto el corazón? Seguro que sí, aunque fuera una equivocación.
Todos hemos querido morir durante unos segundos o una eternidad, para conseguir algo parecido a la felicidad. Sin embargo, no tenemos el valor de hacer algo para salir del pozo sin fondo; porque en realidad nos gusta el sufrimiento que nos provoca. Nos sentimos humanos viviendo ese calvario.
Nos encerramos en un mundo de cadenas y lágrimas, esperando a que el agua de nuestro cuerpo se agote. Nos crucificamos una y otra vez a nosotros mismos por nada y todo.
Pero ni una cosa ni otra sirven. Nunca encuentras una solución factible, y nunca; nunca pones la mirada en el cielo porque estás con el corazón en el subsuelo. Así que esperas al fin de los días mientras tu vida se desintegra por segundos.
Y nunca es suficiente. Cuando una cruz acaba, otro engaño empieza encubierto en lujo y belleza. Llega un momento en el que el tiempo se para en tu bello y doloroso mundo y, tu ausente mente te aconseja: No serás mejor por sufrir más, ni más sabia por reconcomerte en las cenizas del pasado. Ni el cielo es azul todo el día, ni la realidad tan dura y esquiva.
En mi propia experiencia algo tengo que decir; que no es más fuerte el que más aguanta, sino el que soporta un dolorido amor en su interior sin morir en el intento.
Me gustaba soñar en esos casos.
A veces los sueños son buenos. Algunas veces los sueños te engañan. En la mayoría de los casos es mejor que lo hagan.
Los sueños son mejores que las personas. Las personas te engañan y no sabes cuando lo harán, pero en los sueños te dejas engañar a pesar de saber que tu imaginación te está enredando. La diferencia es tan ínfima como tu mente quiera que lo sea. Las personas tratan de pensar y aceptar que se engañan porque quieren pero, hasta en esos casos, sus mentes les engañan. La mente nos gobierna, y toma las mejores decisiones para nosotros. Mucha gente se deja llevar por el corazón y acaban muy mal. La sensibilidad no sirve ni vale para nada en este mundo, excepto para engañar a ingenuos a partir de libros y poesías.
La mente y el corazón son dos órganos de los que no podemos prescindir. Ambos te engañan intentando ayudarte pero de diferente forma; y por eso yo solía resignarme a veces.
Solo cabía una cosa por hacer, y sabía perfectamente cual era.
Se alimentaba de mi vida, y le odio y odiaba por ella. Me frustraba admitir que debajo de ese odio se escondía un corazón herido por él, con el que jugó a pesar de estar enterrado bajo un millón de candados a prueba de explosiones y tiroteos. Decía que le odiaba y sin embargo moría por él por dentro. Era una chica demasiado orgullosa. Por fuera era de piedra y por dentro de porcelana. Él era tan dañino para mí que ni un tsunami podía herirme, pero llegó él y con una sonrisa destruyó todo lo que construí.
Tan solo jugaba conmigo, disfrutaba poniéndome nerviosa. Me hacía un revoltijo de pensamientos estúpidos y extraños. No tenía idea de lo que hubiera estado dispuesta a hacer en otros tiempos por él. Pero ya no más. Antes estaba cegada pero había abierto los ojos, y ahora veía mejor que nunca. Ahora intentaba ocultar lo que sentía, y nunca daba a conocer lo que de verdad pensaba. No quería volver a pasar por nada parecido, porque puede que entonces sí terminara de destrozarme la vida. Era ya un hecho.
Así que nunca me olvidé de una cosa: hay que pensar lo que se siente, y sentir lo que se piensa.
