Disclaimer: Los personajes pertenecen a la fabulosa JK Rowling.

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Aberration of Starlight

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Combatirse a sí mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la victoria más bella.

Friedrich von Logau

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Prólogo.

El delgado e insolente alfiler había atravesado por muy poco su piel, y el joven no intentó disimular su disgusto. Estaba cansado del dolor, del dolor en todas sus expresiones; ya fueran simples, somníferas o profundas y agobiantes. Había tenido suficiente. Primero su padre: Lucius, después Bellatrix, y hasta su madre.

Estaba por cursar su sexto año en Hogwarts, pero ya todo había cambiado. La emoción latente en su pecho al saberse listo para aprender cosas nuevas, ya no estaba. En su lugar; una pesadez excesiva, llena de podredumbre y desesperanza se había adueñado de su cuerpo, y podría decirse que de su mente también. Aunque no del todo; todavía quedaba la semilla de la duda, esa maldita inoportuna que no hacía más que provocarle dolor de estómago.

El rubio se encogió ante el nuevo pinchazo. Esta vez no dijo nada; pero aun así, la mujer que le estaba ajustando la capa, se estremeció. Y él sabía muy bien la causa.

El ambiente era venenoso, pues la transpiración masculina y escurridiza que desprendía cada uno de sus poros, se mezclaba con el entorno, contaminándolo. Estaba enojado; con él mismo, con sus padres, con su familia, con sus ideas, con la estupidez que la juventud le brindaba. Necesitaba crecer, madurar, elegir...

Su madre lo miraba con recelo, como si pudiera leer a la perfección sus expresiones y sus movimientos. Pero ella se equivocaba, no había nada en él. Su mirada, al igual que su corazón y su alma; estaba vacía. Sin embargo; no se trataba de un vacío ingobernable y perenne, más bien, de una sensación inocente y liberadora. Un abismo abrumador, que refulgía desde el centro con las entrañas palpitantes, hambrientas.

Decidir.

No era la primera vez que, Draco Malfoy se enfrentaba a un desafío que resultaba imposible de cumplir; y no por falta de conocimientos o de astucia, agallas o afán; mejor dicho, Draco Malfoy nunca en su vida había sido guiado por el camino de la convicción. Todo lo que le gustaba, lo que ambicionaba y creía, le había sido incrustado como si se tratara de una prótesis metálica, que al no ser necesaria, únicamente le servía para entorpecerlo. Cada uno de los miembros de su cuerpo era funcional, cada uno de ellos se hallaba en perfectas condiciones para un excelente desempeño, pero aquella prótesis inservible... Lo paralizaba, lo convertía en un parásito. Algo que se negaba rotundamente a seguir siendo, pero aún quedaba su linaje, su sangre, el peso de los años, de su crecimiento, de su solitaria niñez.

Pero claro que esto él no lo sabía, no hasta que se vio sobrepasado por las circunstancias. Y al darse cuenta de que no estaba ni ciego ni manco, no tuvo más remedio que aceptar la realidad y sobreponerse a ella.

Actuar por mero desconocimiento o estupidez, lo enfermaba. Ya había hecho eso demasiado tiempo y no se atrevía a permitirse más. Su inteligencia, recién reestructurada, no se lo permitía.

Decisiones.

Todavía se hallaba de puntas sobre la cuerda floja, girando y girando, rasguñando lo demencial; hasta que un suave y cálido aroma a canela, lo hizo levantar la mirada. Su rostro, siempre pálido y sin matices, se iluminó al instante, no sabía por qué, ni se detendría a pensarlo. Más tarde, quizás, cuando estuviera solo.

Conocía esa cabellera castaña y rebelde, hasta se atrevería a decir que la detestaba. O eso hacía. Pero el ayer le parecía tan lejano ya, que no se sentía propio. El recordar, era como mirar a hurtadillas en las memorias de un extraño. Eran las memorias de un niño tonto, vacío, engreído, sin sentido de lo que la gente común, llama consecuencia. Sabía que se trataba de él, pero estaba todo tan confuso que ya no sabía que ni que pensar, no ahora. El mundo se vislumbraba nuevo, y más peligroso que nunca.

La figura de la castaña, bailoteaba en el espejo que se encontraba frente a él, y el rubio no sabía si mirarla a ella directamente o a su reflejo. Pero el aroma a canela, se intensificó, obligando a sus sentidos, recién descubiertos, a observarla con detenimiento. Sin embargo, ella no iba sola, porque ella seguía siendo Hermione Granger, hija de muggles, la insoportable sabelotodo, la mejor amiga de Harry Potter. Pero, sobre todas las cosas, él seguía siendo un Malfoy. Y pese a todo, siempre lo sería.

Levantó su barbilla con altivez, y la miró por encima del hombro, mostrándole que el aire que él respiraba, resultaba abismalmente superior al de ella. Pero, Hermione no se amilanó ante su gesto. Ya estaba acostumbrada a sus desplantes, a sus insultos... y con el tiempo, había aprendido a no temerle.

No obstante, había algo en sus facciones siempre distantes y frías, había algo nuevo en aquéllos ojos grises, y ella era lo bastante audaz como para notarlo. El chico de tez pálida, tan pálida como la nieve, de hombros anchos y estatura imponente, era el mismo que recordaba, más sin embargo no lo era. Su nariz recta y perfecta se alzaba con orgullo al igual que siempre, pero había algo, un leve destello que se fundía en sus ojos. Un casi imperceptible azul eléctrico que le helaba la sangre. El chico, se sintió observado por ella, y enseguida se puso en guardia. Cuadrando los hombros, irguiendo la cabeza hasta donde más podía, provocando que ella se sintiera pequeña e insignificante, algo que jamás había logrado del todo.

Draco Malfoy, tragó saliva con pesadez. Estaba enojado y también, en parte, aterrado.

Sí. Hermione Granger, podía ser la más inteligente del colegio, pero ella nunca había sentido el mal apoderarse de ella hasta exprimirla, ni había agonizado de dolor por semanas, en una habitación a causa de un miembro de su propia familia. Ella simplemente estaba allí, iluminándolo todo con tan solo existir, porque tenía vida. Podía notarla arder en sus mejillas coloradas, en el brillo de sus intensos ojos chocolate, en cada mechón de pelo que apuntaba hacia todas direcciones, denotando así su bravía. Ella era una chica, una chica de estatura media, de labios carnosos y de un cálido color que le recordaba a las fresas. Sus curvas eran discretas, se delineaban delicadas por debajo de la túnica. Hermione Granger, era una chica. Una chica, una chica como lo era Pansy Parkinson o Dhapne Greengrass.

¡Hermione era una chica! Una chica, una chica simplemente. Si ya lo podía ver tan claro, eso sólo significaba una cosa. La decisión había sido tomada, y sin darse cuenta. Quizá, Draco, a pesar de ser un Malfoy, no era malo.

De todos modos, trato de recordar las viejas costumbres: los insultos, la insolencia, la ira, pero nada.

Draco Malfoy, retrocedió iracundo, como si no quisiera ser tragado por la verdad que le había caído en plena cabeza. Ya estaba harto de descubrimientos.

Pudo sentir como el alfiler se había clavado en su muñeca una vez más, a causa de su brusco movimiento. Escuchó una disculpa desde lejos, pero no le tomó importancia. En vez de eso, levantó una mano, como en un acto reflejo y señaló a la muchacha don el dedo índice.

— Hermione Jean Granger. — La chica dio un respingo al escuchar su nombre completo, puesto que le sorprendía el hecho de que el rubio lo supiera, pero Malfoy, estaba tan absorto en pensamientos propios, que ni siquiera lo notó.

Había pronunciado el nombre con respeto, casi con alegría. ¿Cómo podía ser que nunca hubiera notado algo tan obvio?

Quizá, esa simple chica le había dado el empujón que necesitaba.

Él no era un cobarde, nunca lo había sido. Y ahora que tenía la osadía de ver y analizar, se negaba a seguir siendo un ignorante.

Levantó la muñeca izquierda con lentitud, como apreciando cada movimiento, y observó allí, donde se había hundido el alfiler. Una gota de sangre se deslizaba con malicia por su brazo, perdiéndose allí, en donde la marca tenebrosa se mantenía oculta. La marca que creyó que lo definiría por el resto de su vida.

Sonrió para sí mismo. Al notar, que su sangre, era tan roja, como seguramente lo era la de Granger, la de Weasley y hasta la de Potter. Aunque, tenía que admitir que la rivalidad con estos dos últimos, era genuina, y por más que lo intentara, nunca lograría congeniar con ellos, pero eso no significaba que los odiara. Ya no. Tal vez nunca lo había hecho realmente.

Transcurrió aproximadamente un minuto entero, antes de que Ron y Harry alzaran sus varitas dispuestos a atacarlo. Draco, sonrió con suficiencia. Ni siquiera esos dos le arruinarían el día.

— ¡Suficiente! — dijo Madame Malkin, con voz aguda.

Narcissa Malfoy, que había estado observando todo en completa inmovilidad, dio un paso hacia adelante, protegiendo a su hijo.

— ¡Guarden eso! — les dijo con frialdad a los dos chicos que todavía empuñaban la varita. — Si sigue pinchando a mi hijo con alfileres, tenga por seguro de que será lo último que haga.

Murmuró con frialdad, intentando desviar el tema principal. Lo último que quería en ese momento, era ver al dichoso, Harry Potter. Después de todo, él era el culpable de todo lo que le pasaba a su familia, o eso se decía a sí misma para pasarla menos mal. Draco, observó a su madre con incredulidad. ¿Por qué no lo había defendido así cuando era un niño y su padre lo torturaba con la maldición Cruciatus? ¿Por qué? ¿Qué mal le podía hacer Potter, ahora? ¿Acaso ella creía que le quedaba más dolor por descubrir o experimentar?

— Claro… ¿Le irá a pedir ayuda a sus amigos mortífagos?

Madame Malkin, pegó un grito al escuchar la sugerente pregunta de Potter. El chico no se andaba con medias tintas, las cosas como eran.

— Quizá, ser el favorito de Dumbledore te da un sentido de seguridad erróneo, pero él no se encuentra aquí ahora para protegerte.

Narcissa, sonrió maliciosa, pero la alegría no le llegó ni a los pómulos. Draco desvió la mirada, se sentía ausente, ajeno al intercambio de palabras.

— Si no se ha dado cuenta, él no está aquí ahora. ¿Por qué no vemos que pasa? Creo que tiene urgencia por reunirse con su marido.

Lucius Malfoy, se encontraba en Azkaban. Y desde entonces la familia Malfoy, se había visto desfavorecida, después de su garrafal error en el departamento de misterios. Unos estudiantes de Hogwarts que ni siquiera estaban por graduarse, habían derrotado a más de un mortífago. Era una deshonra, le había fallado al Señor Tenebroso y todos sabían, que no estaba en su naturaleza el perdonar.

No obstante, Draco creía, que así eran todos… Que nadie, al final de cuentas, era capaz de otorgar perdón. Obviamente, nadie le perdonaría a él por sus faltas cometidas.

Y fue por eso, que al escuchar el nombre de su padre, Draco se lanzó furioso hacía el frente, sin saber muy bien a quién atacar. El hombre que quería enfrentar en ese momento, no se encontraba allí. Y sabía, que muy poco ganaría con lanzarle una imperdonable. No valía la pena, el daño ya estaba hecho y una venganza, únicamente le serviría como consuelo por el momento, pero el momento sería tan pasajero como lo era un pestañeo.

No. No odiaba a su padre, pero tampoco le importaba demasiado como para mancharse las manos.

— Madre, no quiero más esta túnica. Por lo visto, dejan que cualquier… — el rubio dudó por un momento. El insulto que tenía planeado, no salía de sus labios. — "persona" — atinó a decir, quebrando la voz al final. — entre. Y ésta mujer, no deja de pincharme con sus malditos alfileres.

Dicho eso, los dos salieron del lugar, dejando a un confundido Harry Potter, a un incrédulo Ron Weasley, y una atónita Hermione Granger.

No era normal que Draco Malfoy, saliera corriendo de un lugar sin dar pelea, sin despotricar insultos contra Granger y sin recordarle la muerte de sus padres a Harry, ni lo pobretón y simplón que le resultaba Ron. Algo no encajaba, pero al igual que todas las escenas desagradables que se suelen vivir, los tres amigos, lo olvidaron con rapidez. Pese a qué había sido más que inusual, el modo en que Malfoy había señalado a Hermione, sumado con el tono de voz que había empleado para decir su nombre, ninguno de los tres mencionó el acto ni se atrevió a pensar de más en ello. Era imposible, casi una alucinación.

El resto de la tarde, los Gryffindor la pasaron en Sortilegios Weasley, la tienda de bromas que los gemelos tanto habían soñado y que gracias a Harry, se había hecho realidad. Apenas si pudieron caminar por el lugar y mirar los estantes, pues el sitio se encontraba abarrotado de clientes, y por supuesto, Ron se quejaba a todo pulmón por el precio de los Detonadores de Señuelo. Un gran artículo si lo que necesitabas era distraer al enemigo…

— ¡Soy su hermano! ¿De dónde voy a sacar cinco galeones?

El pelirrojo bufó por los aires, haciendo una escena. Hermione, lo miraba desde lejos negando con la cabeza. A veces Ron, le resultaba demasiado infantil.

— Bueno… Te descontaremos un Knut.

George, sonrió con socarronería, arrebatándole otro bufido a su hermano menor que repentinamente sintió unas ganas terribles de salir de allí y convertirse en alguien más. Tal vez en alguien que tuviera galeones a montones. Casi abrió la boca para quejarse de nuevo, pero un rápido movimiento en la ventana, lo hizo perder el hilo de sus pensamientos. Draco Malfoy, acababa de cruzar la calle, no sin antes asegurarse de que no había nadie alrededor. Pero se equivocaba, Ron lo había pillado. Rápidamente, el pelirrojo atrajo la atención de Hermione y de Harry, y se apresuraron a seguir al rubio con cautela. Por fortuna, los demás estaban abstraídos en sus respectivos asuntos, pues nadie notó su partida.

Intentaron seguirle el paso a Malfoy, pero éste lo complicaba bastante. Caminaba tan rápido, que fácilmente podrían perderle de vista, y así fue, por un momento no supieron en que calle había girado, hasta que Hermione, lo vio por el rabillo del ojo cruzando por el pequeño callejón que se situaba a su izquierda. Harry emprendió el camino, maldiciéndose por no llevar la capa de invisibilidad, a decir verdad, le sorprendía que Malfoy no se diera cuenta de que lo estaban siguiendo. Escuchaba el eco de sus pasos, y sabía que él perfectamente también podía notarlo. O era muy estúpido, o estaba concentrado solamente en llegar a su destino. El chico de las gafas se inclinó más por la segunda opción, y miró con detenimiento, como su enemigo de la infancia se detenía.

Hermione, suspiró por lo bajo, le preocupaba estar en el callejón Knokturn en esos tiempos tan peligrosos, pero cuando la delgada y estilizada figura del rubio se detuvo frente a Borgin y Burkes, se olvidó de su miedo por un instante. Los tres amigos, sabían que esa tienda estaba dedicada a artículos que exclusivamente podría usar un mago tenebroso, y por ese motivo, no encajaba que Malfoy se encontrara allí. Si, Malfoy era todo un cabrón prepotente, cruel y engreído, pero no lo consideraban lo suficientemente valiente como para aventurarse a andar solo por esos lugares. En definitiva, algo en él había cambiado.

Draco, entró a la tienda sin esperar nada, y Hermione lo siguió con la mirada. El rubio caminaba de un lado al otro, mientras el propietario de la tienda lo miraba con ¿miedo?

Ron, rápidamente sacó de su bolsillo un par de orejas extensibles que había conseguido comprar en Sortilegios Weasley. Los tres unieron sus cabezas y se dispusieron a escuchar.

— Necesito que me diga cómo hacerlo.

— ¿Por qué mejor no lo trae?

— Porque tiene que quedarse dónde está. Lo único que necesito, es que me diga cómo hacerlo.

La voz del chico sonaba tensa y gélida, se notaba que comenzaba a perder la paciencia.

— No puedo garantizar nada si no lo veo.

Borgin contuvo el aliento, esperando la reacción del muchacho.

— Ya entiendo… — Draco le lanzó una mirada oscura, una mirada que le arrancó un jadeo a Hermione y que hizo que Ron se estremeciera. — Estoy seguro de que yo podría hacer que se comprometiera con lo que le estoy pidiendo tan amablemente.

El rubio levantó su túnica con presunción, preparando el momento, así como se da el breve y emocionante anuncio antes de que la esperada función comience. Borgin, sintió náuseas al ver la marca, se perdió en ella, en el espeluznante cráneo, en las curvas de la serpiente… El joven se sintió sucio, pero no lo demostró, en lugar de eso, irguió la espalda y sonrió con amargura.

Ni Hermione, ni Harry, ni Ron, supieron lo que sucedía. Lo único que podían ver desde el sitio en donde se ocultaban, era el rostro de Borgin, desencajado y casi febril.

— Muy bien, creo que con esto es suficiente para que se decida a cooperar conmigo. Mi buen amigo, Fenrir Greyback, vendrá de vez en cuando a supervisar su trabajo. Si lo hace bien, por supuesto que habrá una recompensa.

— No tiene por qué desconfiar de que yo…

Malfoy resopló, cortando sus palabras de tajo.

— Creo que no necesito decir que debe manejarse bajo toda la discreción posible.

— Por supuesto que no. — le contestó el hombre con voz temblorosa.

— Bien.

El rubio miró por sobre su hombro y frunció el ceño. Después, se marchó del lugar sin agregar nada más. Pero entonces, cuando estuvo en la calle, y el viento lo golpeó, el aroma a canela lo rodeó con una calidez reconfortante que lo instó a relajarse.

Enarcó una ceja y caminó con su acostumbrada elegancia, a donde se descubría una descuidada barda de no más de un metro, y cuando estuvo delante de ella, aspiró el aroma, guardándolo en su mente. Necesitaría de esa calidez después, cuando todo empeorara.

Ahora que estaba seguro de quien era él, las cosas solo podían irse más a la mierda de lo que ya se habían ido. Inhaló una vez, dos veces, y luego, convencido de lo que hacía, las comisuras de sus labios se estiraron hasta formar una auténtica sonrisa torcida. Se dio la vuelta, pero antes de emprender el retorno a su infierno, murmuró:

— Nos vemos en Hogwarts, Granger.

Harry y Ron casi saltaron de su lugar, pero la chica se aferró a ellos con fuerza. Malfoy, sólo la había mencionado a ella, pero bien él sabía, que donde ella estaba, allí estarían sus dos fieles amigos. Sintió un retortijón en el estómago, pero no de miedo, sino de expectación. En su mente brillante, se abría una puerta, una puerta que descubría un interior lleno de secretos oscuros, pero aun así, ella se aventuró a dar el paso. Draco Malfoy, se había convertido en un enigma, uno peligroso y mortal.

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