Disclaimer: Harry Potter es propiedad de J.K. Rowling, Warner Bros y etcéteras. La autora de este fanfiction se sirve de los nombres propios así como de los personajes, los símbolos y elementos relacionados con dicha marca sin que con ello quiera beneficiarse económicamente. Su único pretexto para escribir esta historia es la satisfacción propia y el amor al arte.

Nota: Este fan fic es la precuela de La luna de miel de Ron y Hermione, aunque no hace falta leer este para entender el otro y viceversa. Encontrarán que aquí hay muchos personajes que debieran estar muertos en lugar de andar rondando por ahí. No voy a dar ningún pretexto para justificar su existencia, su presencia se debe simplemente a que escribí este fic hace eones, mucho antes de que Rowling se dignara en publicar La orden del Fénix. Ignoraba el verdadero destino que la autora auguraba para sus personajes, pues, y aunque soy acérrima enemiga de hacer rondar por las páginas de los fics gente que debiera estar muerta, esta vez voy a hacer una excepción. Adaptar todo el trabajo que ya hice para que coincida con el final de la saga me da flojera, la verdad: tendrá que modificar todo el argumento; si acaso, tomaré en cuenta uno que otro hecho que me convenga y sirva para enriquecer la historia. Si todo esto no les molesta, están cordialmente invitados a leer el fic, tal vez lo encuentren divertido.


ATRAPADO EN LA ZONA ROJA

Por Fabiola Brambila


CAPÍTULO 1:

¿Apostamos?


Harry Potter, de veintiún años, se levantó el ala del sombrero para leer sin problemas el letrero destartalado del Caldero Chorreante. Como hacía un calor tremendo en la calle, no perdió el tiempo en ingresar al lúgubre, pero fresco, recinto del bar.

Detrás de la barra, Tom, el cantinero, lo saludó con un movimiento de la cabeza en cuanto lo vio entrar. Harry respondió al saludo y le pidió una cerveza de mantequilla mientras su vista recorría las mesas en busca de rostros conocidos. De inmediato, distinguió al fondo el par de cabezas pelirrojas de los hermanos Weasley, y al acercarse, constató que se trataban de Percy y Fred. Los hermanos se levantaron en cuanto los llamó y lo saludaron efusivamente, tan contentos de verlo como él a ellos.

—Ron está retrasado —dijo contrariado Percy, a manera de disculpa.

Ron, su cuñado y amigo de toda la vida, los había citado en el bar unos días antes, anunciando con bombo y platillos que tenía algo muy importante qué revelarles. A Harry no le extrañaba que Ron estuviera retrasado, el punto fuerte de su amigo nunca fue la consideración hacia los demás; en cambio, sentía más curiosidad por saber en dónde se encontraba George, el gemelo de Fred. Él y Fred siempre estaban juntos, y por ello resultaba extraño ver a uno sin el otro.

Tom dejó la cerveza de mantequilla destapada sobre la mesa y Harry tomó asiento. Justo cuando estaba a punto de preguntar por George, Ron apareció intempestivamente. El joven se desplomó ruidosamente sobre una de las sillas, le sacó el pañuelo del bolsillo a Percy y se enjuagó el sudor de la frente con él.

—¡Ya era hora! ¡Dijiste que a las tres! —estalló Percy, que no soportaba las impuntualidades.

—Sí, pero no especificó tres a las qué, ¿verdad Ron? —intervino Fred, guiñándole un ojo a su sudoroso hermano.

Percy chistó con fastidio. Odiaba que lo contradijeran cuando intentaba meter en cintura a los que caían en falta.

—Perdón, perdí la noción del tiempo —dijo Ron con la intención de evitar que Percy se pusiera más fastidioso. Lamentablemente, el chico cometió la imprudencia de regresarle su pañuelo, otrora bien planchado, a manera de una bola arrugada y húmeda. Percy miró la pelotita con repugnancia.

—Bueno, lo importante es que ya estás aquí —interrumpió Harry para desviar la atención de la inminente disputa—. ¿Qué era eso tan importante que querías decirnos?

Ron volvía a sudar. Sus dedos tamborilearon sobre la mesa, evidentemente nervioso.

—Bueno, eh… yooo…

—¿Sucedió algo malo, Ron? —preguntó Percy dejando de lado su petulancia para asumir el correcto papel de preocupado hermano mayor que la situación exigía.

—No, nada de eso.

—¿Volvieron a pelear Hermione y tú, Ron? —sugirió Fred, quien estaba al tanto de las perseverantes discusiones de la pareja.

—No… —Ron titubeó—. Bueno, sí se trata de algo sobre Hermione y yo, pero no peleamos.

—Entonces, ¿qué es? —presionó Harry, harto de tanto misterio.

—¡Hey! Miren, George no ha llegado ¿Por qué no lo esperamos para que él también se entere y nos evitamos dobles explicaciones?

De inmediato, la sonrisa de Fred se demudó en una mueca de ira.

—¿Cómo? —Fred miró a Ron con incredulidad —¡¿Invitaste a ese naco también?!

Harry paró oreja, sorprendido de la reacción del gemelo.

—Sí —dijo seriamente Ron mirando a Fred fijamente. Harry tomó del marcado énfasis de la respuesta—. Resulta que George también es mi hermano y quiero que esté al tanto de lo que me pasa.

Fred se puso tieso y le dedicó a Ron un mohín extraño, mezcla de decepción y dolor.

—¡No puedo creerlo! —estalló, haciendo aspavientos con las manos—. Te pregunté si George no iba a venir y me juraste que no. ¡Has traicionado mi confianza!

—Vamos, Fred, no es para tanto —quiso conciliar Percy.

—¡Cállate, alcahuete cuatro ojos, tú bien que chillas cuando te la aplica este idiota! —Fred se levantó de la silla con estrépito—. ¡Yo me largo!

Fred se dio la vuelta para cumplir su amenaza y chocó de narices contra su clon. Ambos mellizos gimieron de dolor en el mismo decibel y se sobaron la zona adolorida con gesto idéntico. Al darse cuenta de que la persona contra la que habían chocado los arremedaba, los chicos levantaron la vista y se vieron. Los dos fruncieron el ceño simultáneamente, cruzaron los brazos y desviaron la mirada mientras dejaban escapar un sonoro «¡jump!» de desprecio.

—Bueno, ya estamos todos, ¿verdad? —Percy hacía esfuerzos por sonar simpático—. Ahora sí, Ron ¿Qué era lo que querías decirnos?

—Sí, Ron ¿Por qué estamos aquí? —apoyó Harry. No tenía idea de por qué Fred y George estaban peleados, pero la forzada situación no pintaba para acabar en nada bueno.

Intimidado por la creciente intranquilidad de los presentes, Ron tuvo que tomar un sorbo de la cerveza de mantequilla de Harry para darse valor.

—Está bien —respiró profundamente—. Quiero decirles que…

Calló al darse cuenta de que Percy y Harry inclinaban el torso hacia a él y de que Fred y George estaban muy al pendiente de lo que iba a decir a pesar de su profundo enfado. Ron ensanchó la sonrisa, satisfecho de ser el centro de atención.

—Quiero decirles que… Hermione y yo…—Ron alargó la "o", haciendo pausa dramática.

—¡Vamos, Ron, dilo ya! —renegó Harry dándose cuenta de que su amigo pretendía alargar el momento. Para su desgracia, los gemelos lo interrumpieron, contribuyendo sin darse cuenta con el teatro que quería montar su hermano.

—¿Rompieron? —insinuó Fred, abriendo mucho los ojos.

—¿Tuvieron relaciones al fin? —propuso George, con un deje de picardía.

—¿O fueron a una orgia y no nos invitaron? —no pudo evitar complementar Fred.

George estalló en carcajadas y una súbita e inconsciente sonrisa iluminó el rostro de Fred. Pero de pronto, George pareció recordar que odiaba a su gemelo, porque su risa sincera se tornó en una exagerada y fingida.

—Ja, ja, ja ¡Tan vulgar como siempre, Fred! —espetó con sarcasmo acompañando sus palabras de unas potentes palmadas que cayeron como bombas en el hombro de su mellizo—. Sigue así, hermano, y te juro que llegaras, muy, pero que muuuy lejos.

Fred lo miró con los ojos vueltos dos rendijas, ya sin atisbos de su sonrisa.

—Okey, pues no es nada de eso —declaró al fin Ron con un deje de reprobación en el rostro, pues los comentarios de los gemelos no le habían caído en gracia—. Lo que pasa es que… —por un momento, el pelirrojo pareció hincharse de felicidad —¡Hermione y yo vamos a casarnos!

Ron mantuvo la sonrisa y abrió los brazos a la espera de los abrazos, las palmadas y las felicitaciones que vendrían a continuación. Pero nada de eso ocurrió, sus oyentes se quedaron estáticos, con un gesto atónito plasmado en sus rostros. Al ver que la sonrisa de su amigo titubeaba, Harry sacudió la cabeza y se animó a decir:

—Es broma, ¿verdad?

—¿Eh? —la sonrisa de Ron se borró del todo—. No, ¿Por qué iba a bromear con algo tan delicado como eso? ¡Hermione y yo vamos a casarnos! —Miró desesperado a Harry, buscando su aprobación—. ¿No me crees, Harry?

—Bu… bu… bueno, es que Hermione y tú no han dejado de pelear desde que se conocieron en Hogwarts —Harry se rascaba la cabeza, como si buscara desesperadamente entre su espesa pelambrera una idea que lo sacara del aprieto. Lamentablemente no la encontró. Suspirando con pesadumbre porque sabía que lo que iba a decir heriría a Ron, soltó con sinceridad: —La verdad, me pareció increíble que aceptara ser tu novia, y aún me lo pareció más que pasaran tantos años y no hayan acabado rompiendo —Ron hizo una mueca de dolor y Harry se apresuró a justificarse—. ¡Es que es verdad, Ron! Por todo se contradicen: ella dice blanco y tu negro. Es toda una proeza que hayan llegado a esta decisión.

—Harry dice la verdad —convino Percy con voz grave, al tiempo que cruzaba una pierna—. El matrimonio no es algo que se deba tomar a la ligera. Hace falta más que amor si piensas compartir toda tu vida con alguien. Y si Hermione y tú no comparten nada en común, ¿cómo piensas hacer que lo tuyo con ella dure?

—¡Qué horror! —La mirada de Fred se perdió en un punto del techo—. Si yo tuviera que pelear todos los días con una mujer, acabaría en el ala psiquiátrica de San Mungo.

Ron estaba abatido, su barbilla cayó pesadamente sobre su pecho.

—Pero… es la verdad ¡Hermione y yo vamos a casarnos! ¿Por qué creen que no podamos casarnos? Yo amo a Hermione.

—No dudamos que la ames —señaló Harry—. Ni tampoco creemos que no puedan casarse. Lo que decimos, es que no durarán mucho tiempo casados y que van a acabar lastimándose mutuamente. Piénsalo, Ron.

Ron miró a uno y otro rostro, desesperado y con los ojos rozados.

—¡Ya déjenlo! —George rodeó los hombros de su hermano con el brazo y le dio un apretón—. No les hagas caso, Ron. Lo que pasa es que te tienen envidia ¿Verdad, Harry?

—¿Quién? ¿Yo?

—Sí, Harry ¿Me tienes envidia? —Ron achicó los ojos en una mirada inquisitiva —¿Crees que tú y Ginny son los únicos capaces de mantener un matrimonio feliz?

Harry estaba sorprendido del giro que había dado la conversación.

—No… yo… ¡Yo no dije eso!

Ron lo miraba fijamente sin cambiar su gesto suspicaz. Lentamente, Harry lo vio pasarse la lengua por el labio superior.

—Hagamos una apuesta para ver quién tiene la razón —concluyó el pelirrojo —¿Qué dices, amigo?

El tono recriminatorio hizo reír a Harry con nerviosismo. Enseguida se arrepintió de ello al ver a Ron acentuar su mohín. Conociéndolo, el muy tonto acabaría acusándolo de burlarse de él.

—Yo no hago apuestas —replicó finalmente.

—¿Por qué no? —siseó Ron —¿Tanto miedo tiene el Gran Harry de que el mundo se entere de que su deducción sobre el futuro de mi matrimonio resultó errónea? ¿Es eso, Oh, Gran Auror Que Nunca Se Equivoca En Su Juicio Sobre Las Mentes Criminales?

—No —refutó Harry—, tengo miedo de que la gente me tache de inmaduro cuando se entere de que yo me presto a hacer apuestas tan estúpidas.

Enfadado, Harry se caló el sombrero y dejó el importe exacto de su cerveza de mantequilla sobre la mesa. Justo cuando se dio la vuelta para largarse del sitio, Ron agregó:

—Pues yo seré un estúpido inmaduro, pero tú… —rió despectivo —tú eres una gallina.

La cara de Harry se tornó de un rojo intenso. Ron, menos que nadie, era quién para llamarle gallina. El muy idiota sabía cada uno de los pormenores de su pasado, de cómo su vida había sido amenazada innumerables veces desde que había aprendido apenas a caminar; de los años que se vio obligado a soportar a unos parientes abominables sin que pudiera hacer nada al respecto… Ron había compartido más de una de esas vivencias con él y sabía que siempre había hecho frente a sus problemas, completamente consciente de las consecuencias. ¿Gallina? ¡Jamás! Esa era una difamación que no le perdonaba a nadie… ¡Mucho menos a él!

—Nunca más… —Harry giró amenazante y señaló a Ron con un índice rígido a causa de la furia contenida —Nunca más… vuelvas a llamarme… gallina.

El pelirrojo sonrió socarronamente y Harry se vio en la necesidad de reprimir el impulso que le ordenaba retraer el índice hasta su puño y, luego, descargar este sobre la cara de Ron.

—Bueno, pues entonces pruébalo… prueba que no eres una gallina y apuesta.

—¡Esta bien! —estalló Harry, sacudiendo la mano que le cosquilleaba por tirar unos cuantos dientes —¿De qué trata tu chingadera?

—Yo apuesto —dijo Ron ensanchando el pecho —que voy a casarme con Hermione.

Esta vez fue Harry quién se rió con acritud.

—Igual que pasa en el trabajo, tu sola palabra no vale —apuntó el trigueño con desdén, refiriéndose al trabajo que ambos desempeñaban como aurores, cazando magos tenebrosos—. Debes de presentar pruebas antes de confirmar algo.

—Okey, okey. Tú mismo interrogarás a Hermione.

—¡Ja! Es tu cómplice. Te pondrás de acuerdo con ella, o ya lo hiciste, para que las declaraciones coincidan. Así no tiene chiste; será muy fácil que te ganes el dinero.

—¿Quién habló de dinero? —Ron alzó una ceja—. Esto es un reto, Harry. Además, si tú afirmas que Hermione y yo siempre nos contradecimos, ¿por qué no habría de pasar esta vez? Tú la conoces, Harry; sabes bien que ella jamás accedería a mentir en mi provecho. Hazlo, Harry, pregúntale ¿O acaso… eres una gallina?

—¡No soy ningún gallina! Es más —ansioso, Harry empezó a buscar en uno de los bolsillos de su saco—, voy a llamarle ahora mismo para que no puedas hacer trampa.

—Qué desconfiado.

Al fin Harry sacó un celular: extraño e innecesario artilugio en un mundo de magos. Sin embargo, las circunstancias actuales de Harry y su pareja excusaban al joven de su uso, ya que de momento residía en un barrio muggle en lugar de su residencia habitual en el valle de Godric. Como Harry había aprendido de su convivencia con su tía Petunia, lo mejor que podías hacer para pasar desapercibido y gozar de relativa intimidad en un barrio de muggles chismosos era evitar concienzudamente cualquier cosa que te hiciera sobresalir y parecer mínimamente interesante.

Sabía que Hermione se había mudado de la casa de sus padres porque su trabajo en pro de los derechos de los elfos domésticos la obligaba a viajar mucho; pero le guiaba un presentimiento y acabó marcando el viejo número de los Granger. Una voz de mujer atendió su llamada.

¿Diga?

—¿Hermione? Soy yo.

¿Harry? ¡Hola! ¿Cómo estás?

—Bien — repuso distraídamente, ansioso por pasar al grano—. Oye, Hermione, tengo que preguntarte algo.

Sí, Harry ¿Dime?

—¿Es verdad que Ron te pidió matrimonio?

¿Qué? Ah, ya se los dijo —la voz de Hermione sonaba desaprobadora, pero resignada—. Le dije que lo apropiado era reunir a toda la familia para hacer el anuncio formal, pero creo que no pudo aguantarse las ganas de correr con el chisme a sus amigos, ¿verdad? Bueno, no importa, yo también me moría de ganas de ir con mis amigas para compartirles la noticia —Hermione rió un poco apenada por confesar la falta no concretada —¡Ay, Ron es tan lindo! —agregó melosamente—. Recuerdo el día en que me pidió que fuera su novia. Yo casi me desmayaba de la emoción y…

—Sí, Hermione, ya me contaste esa historia como quince veces en lo que va del año —cortó Harry—. Gracias.

Harry colgó y guardó su celular.

—¿Y bien? —Ron esperaba apremiante su respuesta.

—Está bien —suspiró Harry, poco dispuesto a alargar esa absurda circunstancia—, tú ganaste. ¿Cuánto quieres?

—Puedes pagar los gastos de la boda, si quieres, que son 75, 547 galeones con 11 sickles y 9 knuts, sin incluir el vestido.

—¡¿QUÉ?! —gritaron todos sus oyentes, con los ojos casi saliéndoseles de las orbitas.

—¡Ja! Te la creíste. Era broma, tonto; ya te había dicho que esto no era de dinero. ¿Crees que embaucaría a mi mejor amigo con gasto semejante?

El alivio de Harry duró poco, porque lo siguiente que dijo Ron le hizo preferir haber pagado la boda.

—Lo que quiero es que trabajes una semana para mí en un centro nocturno. Serás un bailarín exótico.

Hubo revuelo en la mesa. Exclamaciones de indignación y sorpresa se levantaron a la par. Harry tuvo que sentarse de nuevo derribado por un soponcio. Los gemelos gritaban entusiasmados mezclando orgullo y admiración ante la iniciativa del hermano menor. Y Percy exigía, en nombre de la decencia y las buenas costumbres, que Ron le revelara desde cuándo dirigía ese negocio de mala muerte.

—No es mi negocio, es de un muggle llamado Piere. Gano poco en el trabajo y tuve que conseguirme otro para alcanzar a pagar los gastos. Lo malo es que es un trabajo de turno completo y acabaría durmiéndome durante la jornada. Yo no puedo con los dos.

—Ajá, y por eso decidiste que Harry, que está de vagaciones, era ideal para suplirte en uno —concluyó Fred sujetándose la perilla—. Muy astuto, Ron. Muy astuto.

De pronto, Harry tuvo la ligera sospecha de que Ron lo había manipulado. Sin embargo, ya era tarde para echarse atrás. Las deudas de juego eran deudas de honor.

—¿No puedo ser mesero? —dijo de todas maneras, sintiendo que se le retorcía el estómago.

Ron lo miró fijo, alzando las cejas.

—¿Vas a faltar a tu palabra, Harry?

—No, no es eso, sólo que… ¡Es… es que yo no sé bailar! Y… y… ¿Qué pasa si Ginny se entera, eh?

—Tranquilo, Harry —repuso Fred —, basta con que muevas el tambache un poco enfrente de las señoras y que interactúes con ellas para que no se aburran. En cuanto a Ginny… bueno, le compartes el numerito —Fred le guiñó el ojo—. Te apuesto a que queda encantada.

Harry y Percy negaron con la cabeza a la par, incrédulos.

—Pues ya viéndolo con detenimiento, opino que el reto no tiene chiste —interrumpió George viéndose las uñas con aire aburrido—. Ron apostó con Harry por necesidad y eso le quita lo divertido al asunto.

—Ah, ¿crees que no tiene chiste? —se ofendió Ron, poco dispuesto a permitir que George le quitara merito a su hazaña—. Pues entonces, en vez de una, serán dos semanas.

—¡¿DOS SEMANAS?!

Harry sintió que le faltaba el aire. De inmediato Ron volteó a verle iracundo.

—Sí, ¿o acaso eres gallina?

—¡No, no lo soy! Y no sólo serán dos semanas, sino tres… Es más: cuatro para que alcances a ahorrar para tu luna de miel y veas lo buen amigo que soy.

—Pues que sean cuatro —zanjó el pelirrojo dándole la mano. Harry selló el pacto con un apretón fuerte y decidido—. Iré a vigilarte todos los días para asegurarme de que estas cumpliendo la apuesta —amenazó Ron antes de soltar su mano, desconfiado.

Harry se indignó.

—Sí, claro. Ve a la hora que quieras —repuso, retador. Una vez más se levantó de la silla y se caló el sombrero —Bueno, señores, debo ir a descansar. Me espera una larga noche como bailarín.

—Teibolero es el término correcto —apuntó Fred, risueño.

—De hecho —George seguía mirándose las uñas —lo correcto es Stripper. Las teiboleras son las viejas.

—Como sea —cortó Harry—. Con su permiso.

Y así, Harry abandonó el Caldero Chorreante. En cuanto Percy lo perdió de vista, volvió a la carga.

—Estoy decepcionado de ti, hermano.

—Sí, como sea —Ron se volvió hacia él sin disimular su fastidio— ¿O tú vas a prestarme dinero para los gastos de la boda?

—NO. Acostúmbrate a ser responsable.

Fred reclamó la atención de su hermano palmeándole la espalda.

—Lo que yo quiero saber, es por qué escogiste precisamente un centro nocturno habiendo tantos lugares con trabajos más desahogados.

—La paga es jugosa —fue la sencilla respuesta.

—Esto no está bien.

—Ya deja de criticar, Percy; eres un amargado. Excelente idea, Ron —y Fred levantó los pulgares.

George, aún con la espalda apoyada en el respaldo de su silla y el tedio pintado en el rostro, alegó:

—Percy tiene razón —todos voltearon a verle, incrédulos—. Has deshonrado a la familia. Estoy —carraspeó, mirando a Ron con gravedad —muy decepcionado de ti, Ronald Weasley.

—¡AAAH, YA! —Fred alzó los brazos, al tiempo que se levantaba bruscamente de su asiento. Enseguida, señaló a su gemelo con un índice acusador—. ¡Qué decepción ni que ocho cuartos! ¡Re bien que te cae en gracia lo que ha hecho Ron, no lo niegues: al principio no pudiste ocultar tu entusiasmo! ¡Pero todo sea por llevarme la contraria para hacerme encabronar, verdad!

—¡Aich, por favor! Supéralo, Fred, no eres tan importante. Mi vida no consiste en hacerte la vida a cuadros —George cruzó una pierna con aire desfachatado—. El único problema aquí es que no puedes aceptar que sea yo quien dé los consejos realmente inteligentes.

El rostro de Fred se torció en una mueca.

—¿Inteligente tú? ¡Ay, por favor, no me salgas con estupideces! ¿A quién se le ocurría siempre cómo salir de los problemas cuando nos cachaban?

—Claro que a mí —contestó George. Su gemelo resopló en desacuerdo y le dio la espalda. Tan pronto lo hizo, un brillo de malicia bailoteó en su mirada, sustituyendo su gesto frustrado.

—Problemas que, si mal no recuerdo —agregó Fred volviéndose lentamente—, eran provocados por tu genial inventiva.

Esta vez fue el turno de George de enfurecerse. Percy y Ron esperaban otra respuesta mordaz a las obvias difamaciones de Fred, pero lo que pasó los hizo saltar de su asiento. George se levantó repentinamente y empujó a Fred con tal violencia que este se estrelló de espaldas contra la mesa, haciéndola añicos. El súbito desplome de la tranquilidad en el Caldero Chorreante hizo gritar a los presentes que, espantados, se apresuraron a abandonar sus lugares y apretujarse contra las paredes, lejos del epicentro de la trifulca.

—¡MIENTES! —gritó George, opacando con su vozarrón las iracundas protestas del cantinero—. ¡¿POR QUÉ NO ADMITES DE UNA VEZ, FRED WEASLEY, QUE EL UNICO PELMAZO AQUÍ ERES TÚ?!

Fred rugió como una bestia y con el mismo ímpetu de una cargó contra su gemelo. Ambos rodaron por el suelo bufando como posesos y retorciéndose cual perinolas enfurecidas entre los pies de los clientes que no paraban de chillar. Mientras, Percy y Ron gritaban, se mesaban los cabellos y corrían tras el par sin que nada de lo que intentaran sirviera para separarlos.