Todos los personajes pertenencen a Hidekaz Himaruya.


Capítulo I

Ser un muchacho de una humilde familia no te proporciona muchos beneficios. Trabajar hasta horas tardes de la noche, ser despreciado por la sociedad, ver llorar a tus hermanos, no poder brindarles el cuidado y la educación que ellos se merecían, eran algunas de las cuestiones que rondaban por la cabeza de nuestro protagonista.

La historia comienza en una ciudad europea de finales del siglo XIX. La contraposición de las clases alta y baja era fácil de notar. Mucha gente mendigaba, mientras que otra caminaba con su bastón y su vestido recién salido del modisto de moda. Por supuesto, esto también se observaba con el desdén que estos segundos trataban a los primeros.

En una pequeña casa, a unos kilómetros de allí, a las fueras de la ciudad, una familia de tres hermanos estaba iniciando su día. Como habían perdido a sus padres, el mayor se encargaba de conseguir el dinero suficiente para al menos traer pan a la casa, mientras que la hermana del medio se encargaba de los trabajos hogareños y de cuidar al pequeño.

La casa, si es que se podía llamar así a esa cabaña, tenía apenas un par de habitaciones. Estaba rodeada de árboles y cerca de allí, había un pequeño lago. Y desde allí, todos los días, Willem salía hacia la ciudad en busca de algo mejor para los tres.

—¡Tengo hambre! —exclamó el niño más pequeño con un enorme puchero en su rostro. No superaba los diez años. Su hermana le estaba cepillando el cabello con mucho cuidado.

—Pero si acabas de comer un poco de pan con queso —respondió animadamente la muchacha. La verdad era que apenas tenían para satisfacer sus necesidades y muchas veces, ella terminaba sacrificando parte de su comida para que el menor pudiera comer un bocado más.

El mayor se estaba preparando para ir a la ciudad. Otro día más de ir a buscar trabajo. La mayoría de las veces terminaba robando la comida para que a sus dos hermanos no les faltara el plato en la mesa. Por supuesto, se sentía muy, muy frustrado por su situación. Necesitaba conseguir un trabajo estable, de prácticamente lo que sea, con tal de ganar un sueldo.

Estaba cansado de ver a Bella usando ese vestido tan lamentable. Sabía que ella hacía lo mejor que podía para verse bien, pero en ocasiones la veía soñar con las vestimentas que las mujeres de la alta sociedad utilizaban. Le dolía en el alma verle luego decepcionada por la situación económica en la cual se encontraban. Por supuesto, ella hacía lo posible para disimular su tristeza. Aunque él estaba bastante consciente de ello.

Cuántas veces la había visto observar con decepción sus pocos vestidos, ajados y remendados. Aunque en cuanto se percataba que su hermano la observaba, pronto sonreía y buscaba la manera de no hablar del asunto.

Bueno, quizás ella podría conseguir un buen esposo de una acomodada familia. Después de todo, era una chica extremadamente guapa y ya se había dado cuenta de cómo otros muchachos la miraban. Sin embargo, esa idea estaba descartada por el momento.

—¡Me largo! —exclamó mientras que se arreglaba el sombrero y los pantalones. Bella y Markus fueron a despedirle. La primera le dio un beso en la mejilla y el otro le dio un fuerte abrazo. Honestamente, ya ni recordaba lo que era pasar un día con ellos dos. Sin embargo, sentía que se estaba sacrificando para conseguir una mejor vida.

—Hoy estoy segura de que lo conseguirás, Will —Bella intentó alentarlo como todas las mañanas. Si algo el neerlandés realmente detestaba, era decirle que no había conseguido trabajo. Ella siempre le decía que al día siguiente lo lograría, con esa sonrisa que siempre lo hacía sentir mejor.

—¡Ven temprano, Will! Hace mucho, que no me llevas a ver los conejos —se quejó el pequeño. El aludido sonrió con dificultad, pues no podía prometerle semejante cosa. Se limitó a desordenarle el cabello que tan prolijamente su hermana acababa de peinar y luego le besó en la frente.

—Algún día, lo haremos —Fue lo único que pudo decirle mientras que se arreglaba el saco.

Por esos dos, daría lo que fuera. Les dio una última mirada antes de continuar con su camino. Se preguntaba si esta vez tendría suerte. Había aprendido de todo un poco, por lo que no tenía problemas para por lo menos trabajar como aprendiz. Si tan sólo alguien le pudiera dar esa oportunidad… A sus dieciocho años, estaba desesperado.

Miró el camino que le esperaba. Al principio, le había costado mucho trabajo adaptarse a recorrer aquella distancia. Sin embargo, pronto lo hizo. No tenían dinero para pagar un alquiler en la urbe, así que era la única opción que le quedaba.

Pero, a pesar de todo, se rehusaba a darse por vencido. Sabía o al menos quería creer que si continuaba insistiendo y golpeando puertas en aquella ciudad, alguna oportunidad se le daría. De algún modo, se tenía la suficiente fe en que lo conseguiría. Nada en el mundo, ninguna dificultad que se le presentara, sería capaz de desanimarlo.

A esas alturas, ya tenía una rutina en el lugar. Tardaba quizás un par de horas hasta que alcanzaba los inicios de la ciudad. Apenas llegaba a una esquina concurrida, se encontraba con un muchacho llamado Antonio quién ya había hecho cierta investigación para ver a quién tocaba robarle la comida ese día.

—Por cierto, Willem… ¿Tu hermana aún está soltera? —indagó como todas las mañanas. Desde que había visto a la muchacha, había quedado completamente enamorado de ella y por supuesto, no dejaba de molestar al neerlandés con el asunto, a pesar de que sabía muy bien lo que él pensaba sobre ello.

—Sí. Pero no está disponible para ti. Ella se va a casar con alguien importante. No tendrá esta jodida vida para siempre —le regañó. Y realmente pensaba de ése modo. Estaba completamente convencido que ése era el destino que la muchacha se merecía.

Fumó un poco y observó la situación. Tenía que ver a dónde podría pedir trabajo o quién era lo suficientemente tonto para poder robarle. Debía aprovechar al máximo el tiempo del que disponía.

En aquel instante, una muchacha que evidentemente provenía de una familia rica, había bajado de su carro. Era rubia y tenía unos enormes ojos celestes. Su cabello estaba desordenado a pesar de que había intentado varias veces peinarlo con mucho ahínco.

De todas las mujeres que había visto en aquella ciudad, el neerlandés nunca se había quedado tan impresionado. Normalmente las odiaba, las encontraba detestables e increíblemente pedantes. Casi siempre buscaba la manera de robarlas, una joya aquí, la cartera por acá. Sin embargo, esta vez, se quedó completamente sin aliento.

—¡No entiendo para qué me traes aquí! —exclamó molesta mientras que un hombre alto, de ojos celestes le sostenía la mano:—Son tus malditos asuntos, preferiría estar en casa. ¡Y me has hecho usar este espantoso vestido que es muy incómodo! —se quejó.

No podía superar los veinte años y a pesar de que parecía muy irritada, igualmente lucía hermosa.

—Eres mi esposa y tienes que aparecer conmigo —contestó sencillamente el otro de manera fría y hasta indiferente. Se arregló las gafas y se metió al negocio en cuestión, sin esperar a su mujer.

Y de repente, Willem y esta mujer intercambiaron miradas. Nunca supo qué pasó entre ambos en ese breve instante en el que el tiempo se detuvo. Se quedó sin palabras. Sintió una especie de una corriente eléctrica que recorría todo su cuerpo. Nadie, hasta en ese momento, había conseguido capturar su atención del modo que aquella chica lo había hecho.

En el instante que duró, les dio la impresión de que el tiempo se había detenido. Sabía que ella era una mujer que era inalcanzable para él y por su lado, ella estaba consciente de que aquel muchacho era de una clase social con la cual no debía mezclarse.

—¡Nicoline! —exclamó aquel hombre, de forma impaciente. Su voz era imponente y podía paralizar a cualquiera. Esta inclusive saltó por culpa del susto que le había ocasionado la voz de su esposo.

Ese grito fue lo que hizo que ambos se percataran de lo que estaban haciendo. Ella se limitó a sonreírle amablemente y él movió la cabeza a manera de saludo, antes de que la aludida ingresara al lugar. Entró al sitio casi corriendo, aunque volvió a mirar al rubio una vez más antes de desaparecer.

Willem se quedó anonadado. Completamente anonadado. Una mujer como ésa estaba lejos de él y aun así, sabía que no iba a tener ojos para nadie más. No podía concebir que semejante sentimiento le estuviera inundando de ésa forma.

—Sabes que ella está completamente fuera de tu alcance, ¿cierto, Will? —le recordó el español con una suave sonrisa antes de darle una suave palmada en el hombro. Por supuesto, eso no hizo gracia al neerlandés por mucho que el otro tuviera completa razón.

—¡Claro que lo sé! —Y se apartó del otro, un tanto irritado:—Vamos, tenemos qué buscar algún trabajo. No hay tiempo que perder —respondió, mientras que se ponía en marcha, aunque volvió a mirar el carro en el que había visto bajar a esa chica.

—¡Oye, eres tú quién se distrae descaradamente! —le reclamó entre risas. Pero pronto, retomó ese tema:—Tú no sabes quién es ese hombre, ¿cierto? —preguntó el hispano mientras que miraban alguna tienda tenía en su vitrina el cartel "se busca empleado".

El otro negó con la cabeza:—¿Debería saber quién es? —De todas maneras, prefería olvidarse del asunto aunque estaba tan impactado con semejante presencia que estaba seguro de que nunca iba a conseguir que alguien más le causara semejante impresión.

—¡No te culpo! Ay, si vivieras en la ciudad… —murmuró mientras que seguía caminando:—Él es el duque de… —explicó:—Ya sabes, de la nobleza. Su mujer suele participar de eventos sociales muy importantes. Te digo, Will. Tienes buen gusto pero es imposible que puedas estar con ella —dijo, no con mala intención por supuesto.

Otra razón más para que él odiara a esa clase social. Aunque a pesar de todo lo que le había dicho el español, eso no le impedía al menos fantasear con conocerla algún día. Por el momento, su mayor preocupación era obtener un trabajo ese mismo día.

—Lo que sea. Sabes que si me mudo aquí, mis hermanos estarán en la calle —respondió pues siquiera alquilar un pequeño departamento en el barrio más pobre estaba fuera de su alcance.

Al cabo de unos minutos, encontraron una enorme mansión. Un pequeño letrero decía "Se busca jardineros. Favor golpear la puerta trasera".

Mientras tanto, la danesa estaba haciendo un puchero en la bendita tienda donde acababa de ingresar. Cierto, había decidido acompañar al sueco pues estaba harta de estar en su castillo. Pero hubiera preferido alguna actividad al aire libre, divertirse libremente como cuando era una chiquilla en la campiña. Sin embargo, desde que se había casado con ese hombre, tuvo que despedirse de ello.

Muchas veces, se preguntaba cómo había acabo en esa vida que cualquiera otra mujer pudiera calificar de ensueño. Para ella era prácticamente igual estar en su dormitorio con sus sirvientas que solamente se dedicaban a halagarle que estar en esa tienda donde ni siquiera podía decir su opinión pues básicamente a nadie le importaba. O al menos, nadie la escuchaba.

Era simplemente una muñeca de porcelana que acompañaba al rubio a donde a éste se le antojaba y además de eso, debía pretender que era la mujer más feliz del mundo. ¡Si la gente realmente supiera! Dejó escapar un suspiro y se dedicó a mirar por la vitrina de la tienda.

No podía dejar de pensar en el muchacho que acababa de ver. Por lejos, era el hombre más atractivo que había visto en su vida. Se había sentido sumamente acalorada simplemente al contemplar su mirada. Por un momento, pensó que no iba a poder disimular lo que le había hecho sentir y peor aún, que su esposo se diera cuenta de ello.

—Veo que ha traído a la joven duquesa —murmuró el alemán, dueño de aquel establecimiento. Éste era un empresario que se dedicaba a la importación de bienes y el sueco solía invertir en su negocio, muy interesado en lo que obtenía de otros lugares, como Estados Unidos.

—No podía dejarla en la casa —se limitó a decir mientras que estaba escribiendo un cheque.

Ella estaba completamente perdida en su mundo, pensando en aquellos ojos verdes que habían conseguido conquistarla en un par de minutos. Tenía sentimientos contrariados. Sabía qué no debía sentirse de ése modo pero al mismo tiempo, era algo refrescante, algo que le había sacado por completo de su aislamiento.

Quizás no volvería a verle en la vida. Pero de todas maneras, eso no cambiaba lo que le había hecho experimentar. Tenían vidas que seguramente no volverían a cruzarse, lo sabía. Sin embargo, eso no le evitaba desear que no fuera así. Lo que daría para volver a verle una vez más. Se reprochó, una mujer como ella no debía siquiera tener esa clase de pensamientos. No con su esposo a unos escasos metros de distancia.

—Vámonos, Nicoline —le indicó el rubio una vez que terminó la transacción con Ludwig.

—Está bien, Berwald —Saludó afablemente a Ludwig antes de salir de allí.

Una vez afuera, buscó con la mirada a ése joven que minutos atrás estaba parado junto a su amigo. Se sintió estúpida, porque debió haber supuesto ya no estaría allí. Dejó escapar un largo suspiro de decepción.

Sin embargo, no iba a ser la última vez que iba a verlo. De hecho, era el primero de varios encuentros que pondrían su cuento de hadas de cabeza…


A ver cuánto me dura mi musa (?).

¡Gracias por leer~!