El enorme reloj de péndulo, ubicado en un rincón de la sala principal, marca poco más de medianoche. Has estado cortando rosas para Kanato la mayor parte de la tarde y tu cintura comienza a padecer los efectos. Luego siguieron los ligustrinos y posteriormente cada uno de los altos jazmines. Permanecer reclinada sobre la abundante vegetación, portando además esas enormes tijeras de podar, no resultó nada beneficioso para tus articulaciones, por lo que tomar un baño caliente resulta la opción más conveniente.
Subes uno a uno los escalones que conducen al piso superior, atravesando el extenso pasillo, más desolado que de costumbre. A lo lejos, las dulces melodías de un violín se entremezclan con una que otra discusión en la sala de juegos. La familia Sakamaki parecer encontrarse más calma que de costumbre, algo que te beneficia en gran medida. Que los jóvenes vampiros se hallen inmersos en distintos tipos de pasatiempos y actividades quizá te dé la posibilidad de no formar parte de la cena, al menos por esa noche.
Sólo por si acaso, halas la manija de tu habitación lo más sigilosamente posible. Afortunadamente, nada sucede, razón por la cual continúas tu camino, encerrándote en el cuarto de baño. Una vez allí, quitas cada una de tus prendas, girando el grifo metálico. Inmediatamente, densas nubes de vapor comienzan a elevarse, empañando el espejo que tienes enfrente. Tu reflejo va desvaneciéndose poco a poco, al igual que esa intensa marca, aún plasmada en tu cuello. No obstante, sabes que permanece allí, recordándote lo acontecido unas cuantas noches atrás. Con esos pensamientos en mente, introduces la totalidad de tu anatomía bajo la copiosa lluvia, más caliente de lo que acostumbras. Te sientes tan sucia por haberte dejado seducir de manera semejante que incluso sometida a tales temperaturas eres consciente del rubor de tus mejillas. Mientras tomas el pequeño jabón del contenedor, agradeces le hecho de ser la única persona en ese lugar, pero inmediatamente después, el sonido de la puerta resuena en la cercanía. Permaneces completamente inmóvil mientras tus sentidos se agudizan.
—Aaah… ¿Tomando un baño sin invitarme? Eso no está nada bien…
La sugestiva carcajada eriza los bellos de tu nuca mientras ruegas que el calor allí agolpado esté produciéndote alucinaciones. Pese a tus fervientes deseos, el portador de aquella sugerente voz no es otro que Laito, el culpable de las marcas que perduran en tu cuerpo. Tragas con dificultad, buscando a tientas la toalla colgada a tu derecha, pero sus manos son más ágiles y en un santiamén el objetivo desaparece de tu vista.
—¿No crees que es un poco tarde para cubrir tu agraciada figura? Aún recuerdo la forma de tus curvas…y qué decir de tu sabor…
La última parte de la frase es pronunciada con cierto grado de énfasis, al tiempo que la delgada cortina que hasta ese momento mantenía tu cuerpo cubierto, es apartada con decisión Tus manos apenas consiguen ocultar tus partes femeninas, lo que te avergüenza en demasía. Apartas la mirada pudorosamente, no sin antes percatarte de la apariencia de quien tienes delante. Su cabello rojizo se encuentra totalmente desordenado, al igual que la expresión de sus ojos. Puedes percibir pasión enfermiza en esa mirada esmeralda. Su camisa blanca se halla desprendida y sus pies, descalzos. Sobre su tez, extremadamente pálida, se dibuja un tenue rubor, tan indecoroso como encantador. Mentirte a ti misma sería una patética hipocresía. Ese vampiro saca a la luz tu parte más indecente, alimentando tus más bajos instintos. Te sientes tan desprotegida que das por perdida la partida.
—¿Por qué te sonrojas? —cuestiona, acortando la distancia que los separa—. ¿Acaso pensabas en mí? ¿O será que recuerdas lo que ocurrió…?
—No es eso. —lo interrumpes, aún con la mirada clavada en el suelo—. Y ya deja de mencionarlo. Simplemente fue un desliz.
—Un desliz que mueres por volver a experimentar…
Su dedo índice viaja a lo largo de tus labios, lo que te genera un cosquilleo involuntario. Posteriormente comienza a aspirar el aroma de tu cuello, dejando escapar débiles suspiros en el proceso. Sabes que si alzas cualquiera de tus manos para apartarlo, las zonas erógenas que tratas de ocultar quedarán desprotegidas, y eso te volverá sólo más vulnerable.
—Laito…aléjate… —susurras, cada vez más resignada.
—No te noto demasiado convencida…
Tu barbilla es tomada gentilmente mientras te entregas a ese profundo e inevitable beso, dejándote llevar por el sinuoso vaivén de su lengua. Tus ojos se abren de par en par al caer en la cuenta de sus movimientos y la presión del agua pronto los alcanza a ambos. La delgada tela de su camisa se adhiere a su piel por completo, contorneando su fibroso torso. Cuando sus brazos envuelven la parte baja de tus caderas simplemente dejas de cubrirte, entrelazando los nudillos a la altura de su nuca. Poco a poco su boca comienza a descender, al igual que el resto de su cuerpo, quedando de rodillas frente a tu femineidad. Cuando sientes la dulce intrusión no puedes más que dejar escapar una serie de alaridos, los cuales se multiplican en volumen dada la resonancia del lugar.
—Desde que hicimos esto…no he podido sacarte… de mi cabeza…
Sus palabras sólo contribuyen al prematuro desenlace que se desata en tu interior. Tu cabeza choca contra los refinados cerámicos ubicados a tus espaldas mientras halas la rojiza melena de tu compañero nocturno. Es exactamente como sucedió en tu cuarto, sólo que ahora tienes el plus de la ducha y, por ende, la erótica imagen de Laito mojado de pies a cabeza.
—Así me gusta…que te dejes llevar por completo, entregándote a mí…
Sus colmillos perforan la piel en la región interna del muslo, consiguiendo que te desestabilices. El fluido es lamido en su totalidad e inmediatamente después tus pies se elevan del suelo. El vampiro sostiene tu cuerpo con total facilidad al tiempo que entrelazas ambas piernas alrededor de sus ávidas caderas. La intromisión es tan repentina que dejas escapar un agudo alarido, deseando más de todo aquello. Apenas eres consciente de los sonidos que se alzan a tu alrededor. Puedes sentir su cálido aliento sobre la concavidad de tu clavícula y dadas las pasionales arremetidas de su sexo tu respiración se acelera, haciéndote perder la poca cordura que aún mantenías.
—Esto es…algo así como…el cielo…—susurra entrecortadamente, perdiéndose en el intenso placer—…pero al mismo tiempo…tan caliente…como el mismísimo…infierno…
Los movimientos crecen en intensidad y el desgarrador ataque de sus colmillos desencadena un nuevo clímax, más vigoroso que el anterior. Laito flaquea por un momento mientras disfruta de su propio momento cúlmine, haciendo todo tipo de deliciosas muecas en consecuencia. Una ladeada sonrisa curva sus labios mientras sus párpados se alzan, con sopor.
—Nunca olvides que eres sólo mía, ¿si?
Un dulce beso es depositado en el extremo de tu nariz antes de que tus pies vuelvan a tocar tierra firme. Su esbelta figura comienza a alejarse, volteando a último momento.
—Hasta dentro de muy poco, Milady…
Con aire teatral posa los labios en el extremo de sus dedos para, posteriormente, extender su palma, soplando suavemente en tu dirección. La puerta se cierra y nuevamente son sólo el sonido del agua y los suspiros que escapan de tu boca. Laito te tiene a su completa y absoluta merced. Finalmente, concluyes lo que iniciaste, enjabonando cada sector de tu anatomía, aunque deseas que su embriagante aroma permanezca por siempre sobre tu piel.
Cuando sales del cubículo, lo primero que ven tus ojos es una hermosa rosa de pétalos carmesí depositada sobre la parte media de tu almohada. Es un claro mensaje de tu amante. Con una sugerente sonrisa en tu rostro caminas hacia los balcones, aguardando por la continuación de aquella suculenta velada.
