Ya había pasado seis meses desde que estaba con Peeta, nueve meses desde que él volvió al doce y un año desde la muerte de Prim.
Aún despierto y creo que ella estará esperándome abajo para desayunar, u ordeñando a Lady, incluso que estará jugando con su espantoso gato. Pero cada una de esas veces vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que no es así, de que ella en realidad murió hecha pedazos, envuelta en llamas, las mismas llamas que transfiguraron mi piel y que me hacían lucir como el muto que de vez en cuando aparece en las pesadillas de mi chico del pan, aunque ya las cicatrices no eran tan notorias y podía mirar mi piel sin imaginarme ríos de sangre y piel corriendo por mi cuerpo.
Peeta. Si no fuera por él yo ya no estaría viva, y no solo porque evitó que me comiera aquellas vallas luego de matar a Coin, si no que yo misma me habría dejado morir, no me hubiera suicidado, ni siquiera tenía ánimo de eso, simplemente dejaba que la vida fluyera fuera de mí. Hasta que él volvió y con él algo de vida a mí.
Las primeras semanas después de su vuelta fueron difíciles, en un inicio no sabía que pensar sobre él, aun después de que plantara aquellas prímulas en casa no estaba segura de si me seguía viendo como un muto del Capitolio.
Poco a poco fui queriendo verlo, cuando me dejaba el pan en las mañanas buscaba la forma de conversar con él y que estuviera más tiempo junto a mí, luego vinieron las conversaciones abrazados en el sofá, comenzamos un nuevo libro col el cual buscábamos no olvidar a las personas importantes para nosotros y los cuales dieron la vida por algo en lo que creía, personas que merecían vivir más que yo. Ella debería estar viva y no yo.
Peeta ha intentado hacerme creer que también merezco estar viva, pero aún me cuesta creerlo, los únicos momentos en los que lo hago es cuando él me ama.
Recuerdo el camino que nos llevó hasta este momento, los besos que volvían a ser un poco incómodos, como si fuera la primera vez que nos besábamos, y supongo que así era, luego de la guerra ni él ni yo éramos los mismos que entraron en los septuagésimo quintos juegos del hambre, esos adolescentes habían quedado dentro de aquella arena, había tardado un poco, pero había vuelto a sentir aquella hambre que sentí en esa playa hace más de un año, y esta vez si la pude saciar, no habían heridas que sangraran, ni Finnick que nos interrumpiera.
―Haré bollos de queso si me dices en que piensas― escuché la voz de Peeta a mis espaldas.
―Los harás de todas formas ― dije mientras me giraba en la cama para quedar frente a él.
Nuestros cuerpos desnudos ya no eran un misterio, pero seguía haciéndome sonrojar el verlo desnudo a la luz del día.
―Lo sé, pero sigo queriendo conocer tus pensamientos ― me dijo mientras acariciaba mis mejillas sonrojadas con el dorso de su mano mientras me sonreía dulcemente y me miraba con sus hermosos ojos azules llenos de amor, eran momentos como estos en los cuales casi podía ver al antiguo Peeta dentro de él, un Peeta que no había sufrido de secuestro por mi culpa.
―Recordaba el tiempo antes de que volvieras ― dije en un susurro, esos meses fueron de los más oscuros de mi vida, junto a los que pasé en el trece mientras él estaba preso en Capitolio.
―Cuando volví tuve miedo de haberte perdido ―me susurra despacio, mirándome tristemente y con dolor en sus facciones ―, creí que no podría alcanzarte en aquel lugar en el que te habías encerrado.
―Solo tú podías haberme alcanzado ― en verdad creo esto, sé que nadie más que él es lo suficientemente importante para mí como para obligarme a vivir de nuevo. Lamentablemente fui demasiado estúpida y egoísta para darme cuenta antes.
―En que piensas ahora, luces enfadada ― a veces desearía que no me conociera tanto, incluso cuando estaba en mi estado parasitario arrastrándome por la casa él sabía qué necesitaba con solo mirarme, y era algo que a veces me incomodaba, que él estuviera tan atento de mí, incluso después de todo el daño que le hice.
―En que mis deseos egoístas e infantiles nos hicieron daño a ambos.
―¿Qué quieres decir? ― parecía perdido, y sonreí porque cuando fruncía el ceño lucía realmente adorable, y ese pensamiento me hizo sonrojar nuevamente.
―Cuando salimos de los primeros juegos estaba tan segada en bloquear lo que había sucedido dentro de esa arena que decidí ignorar tus sentimientos, intentando convencerme de que todo lo que pasó ahí dentro había sido para sobrevivir cuando sabía que no era así ― era la primera vez que hablábamos de esto, así que no era raro que me mirará tan extrañado. Mientras jugaba con el vello de su pecho, que se hacía más espeso a medida que bajaba, continué explicándome ―. Decidí que todo lo que pasó en la arena fue malo, que nada de eso debía cambiar mi forma de vida y que podía hacer lo mismo de antes de ser cosechada y que nada cambiaría. Gale me ayudaba en eso, él me trataba iguale que antes, como si nada hubiese pasado, y estúpidamente creí que eso era bueno, que era lo que yo quería. Pero la verdad es que sí había pasado, yo había cambiado y Gale no lo entendía ni lo aceptaba, no era que quisiera hacerme sentir mejor, era que simplemente no aceptaba que yo ya no era la misma. Durante la gira de la victoria volvimos a acercarnos y entonces me di cuenta de cuanto te había extrañado, de la falta que me hacía hablar con alguien que entendiera por lo que había pasado, y solo lo puede hacer alguien que ha pasado por lo mismo.
―Siempre podías acudir a Haymitch ― me dijo en tono de broma, lo que provocó que me riera entre dientes.
―Alguien sobrio y con quien pudiera hablar sin tener el imperioso deseo de clavarle un cuchillo ― aclaré sonriendo, y Peeta también lo hizo ―. El punto es ― dije volviendo a ponerme seria mientras él me apretaba contra su cuerpo ― que siempre estaba huyendo de la realidad, quería escapar de los juegos, y de una forma u otra tú me recordabas a ellos. Luego estuvo todo el tema de Gale siendo azotado confundí mis sentimientos, y yo misma quise confundirme. Me era más fácil creer que estaba enamorada de alguien con quién se suponía que debía estar, era lo que todos esperaban antes de la cosecha, aunque hasta los juegos ni siquiera pensaba en enamorarme, ni de Gale ni de nadie. Llegó el Vasallaje y con ello la noción de que debería volver a los juegos, de los que cada día me esforzaba por fingir que nunca estuve en ellos, y me di cuenta que una vez más mis pesadillas cobrarían vida. Y luego me di cuenta de que tú también podrías regresar y me entró pánico pensar que había posibilidades de que murieras, quizás debí darme cuenta entonces de que lo que sentía por ti en ese momento, pero estaba demasiado cegada por la supervivencia.
―Tranquila, eso ya paso ― me dice Peeta, y solo entonces me doy cuenta de que estoy llorando, me abraza y me aprieta fuerte contra él, es entonces cuando siento que su miembro está duro contra mi muslo desnudo.
―¿En serio quieres hacerlo de nuevo? ― digo tanto por curiosidad como por quere cambiar de tema.
―No me puedes culpar ―dice Peeta riendo ―, tengo a la mujer que amo desnuda en mi cama y no ha parado de acariciarme el pecho.
Me sonrojo y sonrío tontamente. Sinceramente creo que en estos meses con Peeta he sonreído más queen toda mi vida, si no se cuentan lo momentos que pasé con mi Patito, e incluso entonces estaba más enfocada en alimentarnos que en disfrutar mi tiempo con ella.
―Me amas ¿Real o no real? ― me pregunta Peeta. Todavía usa ese viejo juego, y de vez en cuando lo veo agarrarse a una silla o puerta mientras sus manos empalidecen debido a la fuerza, hasta que el flashback pasa y vuelve a ser él mismo.
―Real ― respondo sin dudar, y él me sonríe antes de besarme.
Sus besos siguen haciéndome sentir especial, como si a pesar de mis cicatrices fuera la mujer más hermosa que ha pisado el planeta.
Hacemos el amor una vez más antes de levantarnos a tomar el desayuno, hay pan de la noche anterior, así que no es necesario que él haga.
―¿Saldrás a cazar hoy? ― me dice mientras lavamos la vajilla.
―No ― sigo saliendo a cazar, el doctor Cornelius dijo que era bueno que realizara actividades que me fueran familiares y que creara una rutina, pero hoy quiero hacer algo diferente ―, hoy quiero quedarme en casa, y tú también lo harás ―digo intentando sonreír de forma provocativa y me muerdo el labio mientras miro a Peeta, no sé por qué, pero cada vez que hago eso Peeta hace lo que sea que yo quiero.
―Valla, no sabía que hoy no iría a la panadería ―me dice en tono juguetón mientras intenta abrazarme con las manos aún mojadas, pero yo le esquivo y me ubico al otro lado de la cocina.
―¿Te quedarás? ― le pregunto.
―Sabes que si me lo pides lo haré ― me dice y solo entonces lo dejo abrazarme.
Lo sé, me he vuelto manipuladora. Pero a pesar de ser algo de lo que no estoy orgullosa, sigo haciéndolo cada vez que deseo pasar un día con mi chico del pan, puesto que desde que reinauguraron la panadería, Peeta ha tenido menos tiempo para estar conmigo y aunque lo odie, el hecho es que me he vuelto muy dependiente de él.
Pasamos una mañana bastante agitada, luego de avisar a los chicos que trabajan con él que el día de hoy no se presentaría, nos dedicamos a besarnos y acariciarnos en cada rincón de la casa mientras hacíamos la limpieza, era una suerte de que ni Sae ni Haymitch entraran a nuestra casa sin golpear, lo habían aprendido luego de encontrarnos a mí y a Peeta en una posición bastante comprometida en el sofá de la sala de estar.
Habíamos empezado a vivir juntos hace un mes y medio, luego de darnos cuenta de que era una tontera vivir separados si todas las noches dormíamos juntos, cosa en la cual el doctor estuvo de acuerdo.
Llegamos a la altura del estudio. Lo que me hizo recordar la vez que Snow estuvo allí, me cogí fuertemente de la mano de Peeta antes de entrar, tome la manilla y mientras giraba el picaporte para entrar tuve la extraña sensación de que una vez entráramos nada volvería a ser igual.
En ese momento jamás imaginé cuán acertada estaba.
