** DÍAS DE UN PASADO PRESENTE**
Por: JulietaG.28
Disclaimer: Todos los personajes de Candy Candy son propiedad de Kyoko Misuki y Yumiko Igarashi. Esta historia es solo por entretener.
— Prólogo —
— 6 años atrás. Chicago, Estados Unidos.
— Febrero 14. Día de los enamorados.
Desde su lugar, en lo alejado del parque, sentada y disfrutando de la sombra que un frondoso roble le ofrecía, Candy Andrey se degustaba con la hermosa vista que sus ojos apreciaban. La banca que había escogido para pasar la espera, era la misma que desde hacía meses buscara cuando acudía al parque local. Para los más frecuentes visitantes del lugar, ya no era extraño advertir a cierta rubia, pecosa y risueña, amante de la naturaleza.
Apenas cinco minutos después de haber tomado asiento, la persona que esperaba con tanta ansiedad hizo acto de presencia. Alto, delgado, de cuerpo atlético a causa del deporte que practicaba, de cabellos castaños –largos hasta la altura de los hombros-, de sonrisa radiante y ojos azules como dos zafiros, Terry Grandchester se acercaba a ella.
Al instante, una radiante sonrisa se marcó en labios de la rubia, justo en el momento en que el joven encontraba su mirada. Hacía exactos seis años que se hubieran conocido y en su generación, nadie conocía a una pareja que se adorara tanto como aquellos dos. Para haber comenzado una relación temprana (en que tener novio no era más que un juego de niños) a los 14 años, Candy y Terry habían superado las expectativas cuando tras cinco años de noviazgo se les miraba mucho más encantados, mucho más alegres y con demasiados planes a futuro como para pensar en romper.
Sin pensarlo dos veces, la chica se puso de pie y echó a andar dónde Terry para darle alcance. El joven, ni tardo ni perezoso la sostuvo con una mano al encontrarla, dejando la mano izquierda en su espalda ocultando un presente. Apenas hicieron contacto, sus labios buscaron los del otro, pues para dos adolescentes enamorados, no existía algo más perfecto que un beso para dar por hecho que se trataba de un saludo.
— ¿Ansiosa de nuevo?— bromeó Terry al cabo de un momento cuando ambos se hubieron separado. Candy rodó los ojos, fingidamente ofendida.
— Te das a desear— le riñó ella. Terry sonrió y plantó sus labios en su frente en un gesto demasiado tierno.
— No he tardado en llegar. Más bien, tú has llegado temprano. Si yo me hubiera adelantado, no habría traído esto conmigo…— la mano que mantenía oculta finalmente se asomó, sosteniendo un gran ramo de rosas rojas, abiertas y olorosas. La mueca de sorpresa que la rubia compuso bastó para robar una sonrisa al castaño que hinchó el pecho orgullo por haber dado justo en el regalo perfecto. Porque si algo adoraba Candy, eso eran las rosas.
Un momento después, con las rosas en mano, Candy volvió a besar al chico como única muestra del amor tan grande que le profesaba. Terry devolvió el gesto y demoraron un poco en lograr separarse. A su alrededor, parejas maduras, algunas familias e incluso parejas de su misma edad que habían reparado en sus acciones sonreían enternecidos. En un día tan especial como aquel 14 de febrero, las muestras de amor no eran precarias, pero aquellos dos, despedían tanto cariño como amistad, dignos de ser admirados.
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— Seis meses más tarde.
— Junio 10. Instituto San Pablo.
Como cada viernes desde iniciado el curso, hasta esas fechas en que la semana final estaba tan solo dos días, los alumnos de último curso de la preparatoria, se reunían en el estacionamiento del Instituto ya fuera para esperar a sus amigos, para organizar la salida de esa tarde o simplemente para charlar mientras los cigarrillos se consumían o las charlas fluyeran.
A orillas del campus, metros más allá de los lugares para motocicleta, un grupo de amigos miraba la escena que delante de la Harley negra del año del Terry, se estaba suscitando. Y es que, como cada día, Terry había esperado pacientemente en su motocicleta a que la rubia con la que salía hiciera acto de presencia. Sin embargo, cuando Candy apareció, no parecía contenta. Y ponto quedó claro, que estaba algo más que cabreada.
— Aléjate Terry, he dicho que no— sentenció la joven con desprecio, al tiempo que interponía su mochila entre ella y el pecho de Terry. Aunque el golpe fue duro, porque los libros de Candy no eran exactamente ligeros, el chico volvió a insistir. Había dicho que llevaría a Candy a casa como otras veces y estaba empeñado en posponer aquella escena hasta el hogar de los Andrey.
— Venga Candy, deja las escenas. Vamos a tu casa y podremos hablar— pidió, haciendo acopio de toda su paciencia, producto del inmenso amor que sentía por la rubia. Pese a todo, Candy no se relajó.
— Dije que no. ¡Demonios! ¡No te soporto, Terry!— exclamó ella. Sin pensarlo dos veces, Terry refutó.
— ¿Y yo debo soportarte?— su voz desesperada indicó a la rubia que se estaba hartando de aquella situación, pero por más que lo intentaba ella sabía que tenía motivos para estar molesta. Que el chico se hiciera tonto solo la hacía enfurecer aún más— Venga ya, no digamos cosas que en realidad no queremos. ¿No quieres irte? Bien. Entonces hablemos…— siguió el castaño, intentando mantener la calma.
— No— sentenció Candy, sin más ni más.
— ¿Perdón?
— No quiero hablar Terry. Solo quiero irme a casa— aceptó ella— En estos momentos, eres el más idiota para mí y…
— Soy el idiota al que amas— se apresuró el chico, orgulloso. La sonrisa triunfal que apareció en sus labios, confiado en que con aquello había zanjado una disputa, no hizo más que enardecer a la rubia.
— Pues ya no lo eres—
— ¿Qué?— la mueca de confusión que el chico compuso, valía una fotografía, pero en esos momentos ni Candy, ni sus amigos detrás esperando a por ellos, se atreverían a bromear— ¿Me estás… terminando?—
— Eso mismo. Creo que ya es tiempo de dejar de hacernos tontos, simplemente dejemos esto así. No quiero volver a verte— y sacando fuerza de flaqueza, la rubia se dio la media vuelta apresurada y echó a andar. Ninguno de sus amigos, se atrevió a detenerle, ni siquiera a seguirla, mientras que frente a ellos, Terry se había quedado paralizado.
Llevaba cinco años saliendo con Candy y la amaba más de lo que adoraba la Harley estacionada a un metro de él. Había sido la rubia la que le enseñara tanto y la que le diera sueños y metas que nunca creyó tener. Sin embargo y sin explicaciones, ella había dado por terminado todo aquello y se marchaba sin mirar atrás, solo concentrada en pisar correctamente por donde andaba. Cuando sus ojos azules se encontraron con el par de orbes chocolate que su mejor amigo, Archie poseía, no lo dudo.
Echó a andar detrás de la rubia, decidido a detenerla, a rogar un perdón aunque no supiera porqué. Porque no importa que hubiera pasado, no importaba si al final era una completa tontería, lo único que sabía a ciencia cierta era que mientras Candy estuviera a su lado, arreglaría lo que liara y se esforzaría por mejorar. No había llegado a la acera que daba a la avenida cuando la divisó. Andaba a grandes zancadas y con la cabeza baja pero no miraba atrás. Bastó trotar un poco para sujetar su muñeca y hacerla girar.
Cuando Candy sintió la mano de Terry –porque podía reconocerle incluso sin verle— no se detuvo y tampoco giró dispuesta a seguir charlando. Se sentía herida, traicionada. La escena que solo un par de horas atrás había presenciado la perseguía y las mentiras de Terry le dolían en el alma. El llanto, pugnaba por salir de sus ojos, pero la rubia se sentía resuelta a no dar más muestras de debilidad. Sin pensarlo y solo deseando escapar del agarre del chico, alzó la mano libre y la estampó contra la mejilla del castaño en una sonora bofetada.
Al instante, la mano de Terry soltó la suya y la distancia pegó hondo en su corazón. Los ojos que durante tanto tiempo la habían mirado con amor, ardían en furia por sus actos y penetraban en ella como dagas afiladas.
— Hazlo de nuevo, atrévete a golpearme de nuevo— le espetó él, en un tono tan grave y bajo que la rubia sintió sus piernas temblar.
— Te dije que te alejaras, te dije que lo dejaras, te lo has ganado— aseguró, con una convicción que en esos momentos ya no sentía.
— ¿Eso quieres? ¡Pues bien! Anda ya, lárgate. ¿Qué mierdas esperas para irte?— espetó el chico, furioso. El orgullo y la virilidad de las que tanto se jactaba se sentían heridos, la bofetada de Candy quemaba en su piel y la actitud infantil de la chica, solo empeoraban las cosas. Sin dudarlo, Candy giró sobre sí misma y echó una vez más andar abordando el primer bus que se atravesó en su camino al llegar a la avenida. A sus espaldas, Terry volvió a por su motocicleta y arrancó, frente a miradas atónitas y confundidas que los amigos que habían esperado que la pareja se arreglara, le lanzaban defraudados.
Era la primera vez que Candy y Terry discutían de ese modo y por la determinación de la chica y la rabia que despedía el castaño, ninguno de los presentes dudó que pudiera ser la última.
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Cuando Candy llegó a su casa, tan solo media hora después de lo ocurrido con Terry, la abuela Elroy se encontraba en la cocina y su hermano mayor no tuvo tiempo a preguntarle que ocurría. La rubia, fue directo a su recámara, con la mirada baja y el llanto a flote. El pestillo al colocarse fue lo único que Albert Andrey recibió por respuesta a su curiosidad mientras en la cama que tan apetecible se miraba en esos momentos Candy se entregaba al llanto que solo un corazón roto puede generar.
Conforme pasaban las horas, el llanto aminoraba por ratos y se acrecentaba en otros, de vez en vez, la rubia miraba la pantalla del móvil que hacía rato había sacado esperando que como otras veces, una llamada llegara o un texto le indicara donde encontrarse. Más de una vez miró a la ventana, dónde habían sido tantas las veces que el castaño trepara por entre las zarzarrosas de la abuela, solo para verle pero ni el motor de la Harley ni el sonido de las hojas moverse se hizo presente.
Junto a la cama, reposando inerte sobre la mesita de noche, el portarretratos con la fotografía de dos jóvenes enamorados, alegres y joviales. Aquel amor se miraba lejano. Como humo de tabaco, denso y luego imperceptible, aquel sentimiento se había difuminado; el viento había arrasado con la bruma y a su paso, nada de aquello había quedado.
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Habían pasado tres horas desde el momento en que Terry, arrojó la Harley frente a la casa y bajó hecho una mezcla de rabia, frustración y dolor. Sentado en el alfeizar de su ventana, el cigarrillo en sus dedos se consumía de poco en poco, algo más cuando el joven daba alguna calada. El viento soplaba meciendo sus cabellos, enfriando su piel, pero nada parecía hacerlo reaccionar.
Eleonor Grandchester había renunciado a llamar a su puerta, convencida de que su hijo necesitaba un tiempo a solas, mientras que en la cama, el móvil y la laptop reposaban esperando una llamada, un texto, un mail o una video llamada que dura solución aquel amargo trago que Terry sentía atravesando su garganta.
Y sin embargo, no había nada. Ni llamadas, ni letras, solo un vacío que crecía dentro de él y amenazaba con envolverlo. Solo un llanto amargo que ya no se esforzaba en guardar porque las lágrimas quemaban más cuando las reprimía. Sobre él, un final se cernía y era inminente que llegara. Las múltiples fotos que guardaba en cada rincón de esa recámara se volvían difusas, como un recuerdo borroso que de poco en poco se olvida. Y como paradoja de toda aquella extraña situación, la certeza de que jamás la olvidaría del todo se hacía presente.
Aquellos sentimientos que por la tarde lo habían embargado ya no existían cuando el sexto cigarrillo tocó sus labios. La rabia y el rencor que había experimentado habían quedado atrás. Y en el centro de su corazón solo quedaba dolor.
Habían sido una magnifica historia, una novela más del poeta enamorado que sueña con la realidad de un amor eterno. Sin embargo, las mejores historias terminan en tragedia y aquella novela, le habían arrancado páginas, se habían resignado a marcar el final. Donde había puntos suspensivos, habían borrado dos de sobra. Y habían cerrado el libro, habían culminado la historia. El punto final quedaba ahí, sin final feliz.
Continuará…
Título original: Pasado con Vida
Esta historia se comenzó a publicar en Febrero de 2014 y terminó su actualización en Julio del mismo año.
