La idea, como el título, salió de la canción Thriller, de Michael Jackson. Ningún personaje de Inuyasha me pertenece.
Este Short!Fic consta de tres viñetas.
Advertencia: Escenas de violencia, lenguaje adulto, muerte de personaje.
Thriller
¿Sientes miedo?
Medianoche.
Apuró sus manos para apagar el sonido de su reloj de muñeca lo más rápido posible y escuchó atenta alrededor.
Un viento helado le removió los cabellos. A Kagome se le erizaron los vellos del brazo. Se acurrucó aún más contra el árbol que la ocultaba, intentando no respirar demasiado fuerte. No respirar en lo absoluto.
Sentía su presencia cerca, los crujidos de las ramas al contacto con sus pies descalzos, la sibilante respiración; incluso podía imaginarse el movimiento de sus fosas nasales al intentar captar su aroma. Los ruidos del bosque no ayudaban a su lucidez mental. Kagome siguió intentando contener el aliento. Creía estar a punto de desmayarse.
Los pasos se escucharon más cerca. Un gruñido continuo salía de su garganta; no había mayor amenaza que aquella. Kagome ya estaba imaginándose sus manos, retorcidas, las garras afiladas, a punto de destrozar su piel. Su rostro, desfigurado en una mueca de odio, sus ojos inyectados en sangre y la conciencia nula. El deseo era matar.
Algo malvado la acechaba en la oscuridad. Algo malvado que se acercaba a buena velocidad, algo que podía olerla, que podía saber exactamente donde estaba.
«¡Es sólo mi imaginación!»
Lo deseaba desesperadamente, pero no servía de nada.
Se decidió por mirar sobre su hombro, sacando su cabeza apenas de la protección del árbol. Allí estaba el monstruo, oliendo, buscándola. Sus uñas chorreaban sangre…
Kagome volvió la vista al frente; una lágrima rodó por su mejilla. Estaba a punto de lloriquear, pero eso delataría su posición. Tenía tantas ganas de estar en su cama, cerca de su madre, en los brazos de su Inuyasha… lejos de esa cosa.
Otro crujido. Kagome se tensó. Se armó de valor y volvió a asomar la cabeza. El demonio se alejó unos pasos más en dirección contraria a donde ella estaba.
Ahora o nunca.
Si estuviera más armada de coraje de lo que creía, se hubiera acercado a paso firme a Inuyasha y lo obligaría a entrar en razón. Pero ya no podía. No podía contenerlo. Aquello era una pesadilla. Inuyasha había perdido la cordura, ya no la recuperaría nunca más. Acercarse a esa cosa sería un suicidio.
Rogó a todos los santos que sus pies fueran ligeros como plumas, o que los crujidos de las ramas no llamaran la atención del demonio, y se alejó del árbol que la protegía hacia cualquier otro lugar. Estaba cerca del linde del bosque, podía buscar una cabaña donde protegerse; podría resguardarse entre todos los cadáveres,
(las lágrimas caían demasiado rápido, pero no lo notaba)
podría lograr confundir su olor entre toda la sangre,
(sus pasos estaban haciendo ruido, la encontraría, la mataría)
¿podría sobrevivir si fingía su muerte? ¿Si se acostaba junto a los cuerpos de sus compañeros, si se bañaba en toda aquella sangre? ¿Sobreviviría a su ira, a su locura, si fingía haber muerto? ¿Si moría de verdad antes de que la encontrara…?
—¡Vuelve! —Su voz sonaba distorsionada, ya no era la voz de aquel hanyō, era la voz de un ser que lo había perdido todo, que había dejado que los demonios lo dominaran.— ¡Vuelve! ¡No te escondas! —Era un desgarro, su voz la desgarraba.
Kagome ahogó un grito y corrió lo más rápido posible hacia la cabaña más cercana. Estaba tan cerca. Escuchaba su risa. Su risa resonaba por el pueblo, entre el fuego que las antorchas habían provocado en algunas cabañas, entre los cadáveres mutilados en medio del camino, entre esas personas que los veían sin ver. Y Kagome corría; corría como si no existiera un mañana. Lo importante era llegar. Las lágrimas seguían saliendo de sus ojos, aunque ya ni siquiera tenía conciencia de eso.
Iba a morir.
Su cuerpo se lo decía. Su corazón a punto de estallar del miedo se lo repetía. Su rostro, que debería estar coloreado por el ejercicio, estaba lívido. Era casi una muerta viviente. Y podía escuchar su risa; ¡su risa! Le helaba la sangre. Era sádica, era de alguien que sabía que lograba su cometido, que estaba divirtiéndose con todo aquello.
Sus gemidos
(maldición, estaba haciendo tanto ruido)
eran cada vez más fuertes, pero ya no importaba. Estaba tan perdida. Iba a morir, como todos allí. ¿Por qué la dejó para lo último? ¿Por qué esa agonía? El miedo era la peor muerte.
Casi se chocó contra la puerta de la cabaña y la abrió como pudo.
(Kami-sama, sus manos temblaban tanto.)
La cabaña estaba desierta, con las cosas desordenadas de una partida precipitada; había sangre manchando la puerta. No quería pensar, no quería pensar. No estaba pensando, estaba actuando por instinto. ¿Qué debía hacer?
¡Sus manos temblaban tanto! Su corazón estaba muy agitado. La iba a encontrar, su respirar podía escucharse a millas. No podía controlar los sollozos. No quería morir, no aún. Por favor, no aún…
Pero lo iba a hacer. Iba a morir esa misma noche; el pueblo amanecería desierto y sangriento, con nadie allí para llorar las muertes y con la risa de aquella cosa resonando en los oídos muertos, y la mirada vacía de todos mostraría la mueca macabra, la sádica sonrisa,… el fin de sus días.
No había escapatoria. Miró hacia la puerta y esperó a que él la destrozara. Y la destrozaría. A ella.
¿Volvería alguna vez a ver la luz del sol? ¿Jugaría con ella hasta el amanecer o moriría en mitad de la oscuridad?
Cerró los ojos.
Estaba detrás de ella. ¿Le desgarraría la garganta o antes le susurraría algo dulce al oído?
Tragó duro.
«Es mi imaginación, no está aquí…»
Una mano fría se apoyó en su hombro, helándola. Sintió un vacío en el estómago y un frío en su pecho, y el grito que estuvo conteniendo toda la velada se desató como un rayo. Esperó ver la garra de él saliendo por su estómago, llena de su sangre. Pero eso no llegó y volvió a correr, lejos de eso, de nuevo a las manos del demonio, saliendo de la cabaña, escapando del fantasma de algún muerto, con aquella mano helada hasta la médula.
Frenó a mitad del camino. Su vista periférica notó la figura. Kagome se paralizó y se giró luego con brusquedad para verlo. Para ver a su parca.
Las criaturas de la noche ululaban. Él gruñía, sediento de sangre; los cadáveres parecían observarla, esperando a que su cuerpo cayera lentamente, cubierto del líquido vital, y se uniera a ellos en un sueño eterno.
Ya no podía escapar de él. Era el fin de su vida. La mandíbula del demonio frente a ella hizo un ruido extraño al abrirse y cerrarse con rapidez.
¿Sus pulsaciones eran tan rápidas que no llegaba a notarlas? ¿Eran los muertos alrededor quienes sostenían sus piernas, quienes imposibilitaban su huida? ¿Eran ellos los que le susurraban que moriría?
Inuyasha dio un paso adelante, con una sonrisa, deformada por la locura, dibujada en su semblante. Hilos de sangre se deslizaban por los costados de su boca. Unas marcas violáceas se mostraban a los costados de su rostro; sus ojos, rojos como la sangre que goteaba de sus largas uñas.
Por primera vez desde que volvió al pueblo percibió el olor a podredumbre. Lo inundaba todo. Todo allí olía a muerte. Era el hedor más asqueroso que había llegado a olor en toda su vida, y ella olería igual en pocas horas. ¿Cuánto tardaría su cuerpo en descomponerse? ¿Cuánto tardaría su familia en extrañarse de su ausencia? ¿Cuánto tardarían en olvidarla?
Inuyasha seguía sonriendo. Se acercaba a paso lento con las garras listas para atacar.
Algo malvado se acerca en las sombras, a la escasa luz de la luna.
Kagome intentó gritar, pero su grito se vio ahogado por su propio miedo, mientras Inuyasha se acercaba a una velocidad increíble a terminar con su agonía.
Y luego sintió su abrazo.
—Tranquila. —Su voz volvía a ser la dulce voz que conocía.— Tranquila, Kagome. Solo fue un mal sueño.
Su corazón seguía igual de agitado y su garganta guardaba el grito que no terminó de salir. Sus manos temblaban aún cuando Inuyasha se separó de ella. La miró preocupado.
—¿Qué…? ¿Soñaste algo malo?
Kagome negó lentamente con la cabeza y se apresuró a tomarse las manos. Debía parar el temblor.
—Está todo bien ahora, Kagome.
Ahora estaba todo bien.
Observó alrededor. En la cabaña, sus amigos dormían e Inuyasha seguía mirándola con un matiz oscuro, torturado. ¿Habría dicho algo en su agitada pesadilla? Casi podía sentir las garras de Inuyasha acariciarle la garganta. Temía que se transformara. Temía haberlo lastimado con algún murmullo de miedo en mitad de la noche.
El reloj de pulsera estaba al lado de su bolsa de dormir. Era pasada la medianoche.
Se giró a mirar a Inuyasha a los ojos. Seguían siendo de esa tonalidad dorada; no había rastro de sangre en sus orbes. Eso la tranquilizó un poco, pero no soltó palabra y volvió a acurrucarse en los brazos de Inuyasha.
Parecía haber perdido la incomodidad habitual, porque la envolvió en sus brazos sin titubeo alguno. Su respiración era cálida y tranquila. Se sentía mejor cerca de él.
Los animales nocturnos ululaban fuera.
Sentía miedo de nuevo.
