Disclaimer: Overwatch y sus personajes son propiedad de Blizzard Entertainment. La imagen de portada tampoco me pertenece.

Este fic participa en el reto drabble "De la A a la Z" del foro Multifandom is the new Black.

No salió gran cosa, pero hace tiempo quería escribir sobre mi OTP McHanzo xD.


Cuando Hanzo era pequeño, solía comprar historietas. Sus favoritas eran las de Superman, el mejor héroe de todos, el más poderoso, no había nada ni nadie que pudiera contra él… Bueno, excepto la kryptonita.

"Kryptonita". No era más que un mineral radiactivo con nombre curioso, una simple piedra, capaz de debilitar al mismísimo Clark Kent. "Patético. ¿Cómo algo tan bobo puede afectar tanto a una persona?" pensaba el joven Hanzo Shimada… Hasta que entró a Overwatch y conoció a Jesse McCree.

Su kryptonita personal, entonces, llegó usando botas vaqueras, un sombrero, y armado con un revólver.

Aún recuerda su primer día en Overwatch. El nuevo agente, el hermano de Genji, no conocía a nadie, tan sólo permaneció callado, analizando a quienes serían sus futuros compañeros. De repente, se le acercó McCree, con una sonrisa de medio lado y un "¿Qué tal?" pronunciado con aquel acento tan característico en él. Hanzo no supo qué corresponder, pero eso pareció no importarle al vaquero, quien continuó hablando y dándole la bienvenida. Desde ese momento, Hanzo supo que nada sería igual.

Los meses pasaron, las conversaciones entre ambos se hicieron cada vez más habituales, y ese sentimiento en el pecho de Hanzo, también se fue volviendo cada vez más insoportable. Él, que tanto presumía de ser un tipo frío, calculador, y sin sentimientos, estaba cayendo en el juego.

No importaba dónde estuvieran, o qué dijera, siempre que veía a McCree, o él le dirigía la palabra, sentía mil y una punzadas en su abdomen, el corazón se le aceleraba y comenzaba a sudar de una manera ridícula. Eran sensaciones molestas, caóticas. Una combinación entre estar enfermo, drogado, y emocionado. Era un sentimiento extraño que, estaba seguro, no había experimentado en años, quizá décadas.

Después, en cierta ocasión, en una misión en Australia, Jesse se encontraba herido, su pierna sangraba y estaba a punto de desmayarse.

—Estúpido pistolero —susurró Hanzo, reuniendo todas sus fuerzas y cargándolo en brazos.

—No tienes por qué hacerlo —dijo McCree—. Aun puedo caminar.

—Calla —ordenó tajante.

Y entonces mandó a la mierda la misión. Su prioridad ahora era llegar a un hospital, y salvar a aquel estúpido vaquero. Porque no podía ni imaginarse un día sin él, sin su estúpida sonrisa, ni sus estúpidos comentarios que tanto amaba.

—Se pondrá bien. En menos de cinco días lo daremos de alta —Le informó la doctora.

Hanzo soltó un suspiro, aliviado. Hace tiempo no se había sentido tan preocupado, con tanto miedo.

Y en ese instante tuvo la certeza: Jesse McCree era su kryptonita, su talón de Aquiles, su debilidad… su amor verdadero.