Cada noche, desde hace nueve meses, había tenido ese mismo sueño. Aquel evento de su vida donde una tarde que iba corriendo a su casa para darle las buenas noticias a sus padres sobre su primer torneo de duelos. Aunque los niños le seguían haciendo burla acerca de su aspecto de niño con falda a pesar de que tenía ya el cabello largo, poco le importó, estaba feliz. Tanto que no se dio cuenta en el momento que al dar vuelta en la esquina, chocó con alguien.
Iba a quejarse cuando al abrir los ojos se encontró con un niño de tal vez dos años mayor que ella, de ojos celestes y cabello blanco. Claro, no pudo evitar que sus mejillas se calentaran y sentirse un poco nerviosa. Vio su deck al igual que el de él, tirado en el piso. Un tanto nerviosa empezaba a recoger aquellas cartas que no eran suyas. Una vez que las junto, se las dio, fue en ese momento que sus manos se rozaron y se sintió aún más nerviosa.
Tal vez sería ese momento donde conocería el dulce amor infantil. La promesa de un futuro duelo fue lo que se quedó grabado en su corazón, con les mejillas rojas y esa sonrisa en su rostro, fue la despedida a ese desconocido. Antes de irse a su casa, tocó su mano, estaba feliz, más que la noticia de estar en su primer duelo clasificatorio.
Fueron diez años después donde creyó olvidar su rostro pero grande fue sorpresa al enamorarse del mismo niño que conoció hace tiempo. Meses llenos de romanticismo y dificultades, su vida estaba dividida entre él y lo que pasó con ella hace diez años. La cruda realidad de que la persona que más amaba al mismo tiempo era su enemigo, fue el golpe más duro pero no podía odiarlo, no tenía razones para hacerlo.
Nueve meses después de su partida, aún no podía encontrar razones para odiarlo, cada que quería encontrar una nueva, siempre era apagada con el pensamiento de que lo seguía amando, aún podía pensar en las razones por las que lo seguirá amando y seguirá esperando en ese mismo lugar.
Incluso ahora, que abria los ojos en la oscuridad con sólo una pequeña luz a su lado al escuchar un llanto lejano. Con un poco de pereza se levantaba, no podia hacer mucho movimiento pero aún así quiso esforzarse por moverse un poco. Sabía que estaba en el hospital, sabía que iba a estar un poco adolorida y que su madre se encontraba dormida en el sillón frente a ella pero daba igual cuando se asomó al pequeño cunero a su lado. Sonrió al ver como se removia entre aquellas sábanas rosas. Con cuidado de no lastimarse, tomo a ese pequeño ser entre sus brazos y empezó arrullarle con cariño.
Abrió un poco la bata de hospital para poder brindarle ese alimento y esa protección que sólo una madre le puede dar a su hijo. Sonrió. Acarició su pequeña cabecita con cuidado, la pequeña pelusa oscura que tenía como cabello, su piel blanca y suave, sus pequeñas manos y esos ojos hermosos que le mostraba.
Tal vez fue un poco apresurado la forma en la que llegó al mundo, todavía era una niña con una gran responsabilidad entre sus brazos y tal vez le puedan mirar mal por la decisión que tomó sobre tenerla pero no podía existir arrepentimiento alguno, ya la amaba desde el momento en que sabía que estaba en su vientre. Un pedacito suyo y de él materializado en un pequeño ser que ahora se alimentaba de su pecho. Claro que tuvo algunas complicaciones en la hora del parto pero todas esas horas valieron la pena para tener a esa pequeña ahí, ahora.
--Tus ojos no son ni azules como los de tu papá ni esmeraldas como los míos --Susurró.-- Pero son del color perfecto, el color Turquesa que combina ambos colores --Sonrió.-- Eres nuestra pequeña niña amada, nuestra pequeña Aiko, ese es el significado de tu nombre --Vio como sonreía la pequeña bebé, no pudo evitar que las lágrimas salieran de sus ojos.-- Esperaba que tu papá estuviera aquí pero se que aún hay muchas cosas por pensar, al igual que yo tengo miedo de las decisiones que tomaremos de ahora en adelante pero se que algún día regresará y aquí estaremos para esperarlo, que estoy segura, te amara igual o más de lo que yo lo hago --Beso la frente de la pequeña al momento de verla dormida.-- Duerme tranquila, que mamá estará aquí siempre para protegerte
Suspiro una última vez. Miro la ventana a un lado. La noche invadía, quería escuchar el suave golpeteo del mar al igual que ese aroma fresco. Quería ver ese barco que regresaba a puerto y ver aquellos blancos cabellos que ansiaba ver y besar. Esperar era lo único que podía hacer, aún si eso significará entrar como Playmaker y seguir buscando alguna noticia sobre él. Claro, debía buscar que pasó con Ai con la destrucción del Cyberse. Pero con tal de proteger a su pequeña, entonces se arriesgaria. Playmaker volvería después de unas merecidas vacaciones, buscaría a Revolver, buscaría la coexistencia entre los Ignis y humanos. Y sobre todas las cosas, haría realidad ese futuro a su lado.
Sólo esperaba que todo saliera bien.
