Disclamer: Harry Pé y asociados propiedad de Jotaká. Ya se sabe.


Ropa raída

Detrás de la cortina amarilla con encajes elegantes, Madeleine Hopkins espera la salida de su vecino de enfrente. No sabe cúantos años tiene, ni a qué escuela va, ni por qué es tan diferente de los educados Dursley. Ni siquiera sabe cómo se llama.

Lenta, pausadamente corre sólo un milímetro de la cortina, pega su ojo al trozo de ventana vacío de tela y observa que ya ha salido.

Un chico excesivamente flaco, con anteojos enclenques y una curiosa cicatriz en forma de rayo en su frente.

Sus ropas se mueven al viento, le quedan enormes, parecen como si no fuesen compradas para él. El chico mira alrededor como vigilando que nadie lo espíe y empieza a correr a todo lo que sus piernas le dan.

Madeleine lo observa hasta que se hace un punto en el horizonte.

Sus padres creen que no debería hacerlo, según ellos el chico es sólo un vagabundo "¡Los Dursley tienen solo un hijo querida!" Pronuncian entonces sus padres.

"Entonces no es su hijo…" se cuestionaba internamente Madeleine.

Le gustaba mucho observarlo. Un día cuando era mucho más pequeña lo había visto bajar de un auto con el Sr. Dursley gritando algo sobre una serpiente y un vidrio.

Deseaba infatigablemente saber de que se trataba todo aquello.

El muchacho no salía a menudo, pero a veces cuando miraba por la ventana ella lo veía. Tenía una jaula con un animal que parecía una lechuza.Madeleine siempre imaginaba que pasaría si un día se encontraran…

¡Él era tan maravilloso! Tenía un andar que hacía ella se volviera loca, algo extraño, algo en su aire que lo hacía verse tan diferente. Una electricidad propia que nadie tenía.

El chico era mágico. Pero no sólo eso, además a simple vista parecía saber mucho de muchas cosas, haber visto cosas que nadie vio, haber pasado tormentos y alegrías.

Estaba segura que tenía un alma antigua, algo en su sangre, un detalle en su espíritu que no era el de la gente común. La hacía estremecer apenas cruzaba la puerta de la casa donde vivía.

Pero un día el chico nunca regresó. Un día su jaula desapareció, así como todo rastro de él. En la atmósfera pesaba la falta de él. Nunca se respondieron sus dudas. Nunca más lo vio correr hasta hacerse un punto.

Madeleine nunca lo volvió a ver, no volvió a sentir sus aires mágicos, y la imaginaria conversación nunca llegó a concretarse.

Nunca vio de nuevo el prestigio y el misterio que sólo su ropa raída podrían darle.


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