Ser una bola de pelos no es tan malo

Ginkagu

[…]

No había cambiado nada. Vago, permanentado, aburrido y ojos de pez muerto, todo igual. Excepto su cuerpo, ahora estaba convertido en gato. Todo por ir a mear por ahí en algún lugar después de salir del Pachinko. Nadie disfrutaría esa situación, ser un perdedor como él, y además convertido en gato. Él estaba acostumbrado a lo primero, lo segundo le resultaba de mal gusto, pero no tanto, porque eso de ser gato tenía sus ventajas, podía ser levantado por cualquier chica que lo viera "adorable" y espiarlas sin preocupación mientras se cambiaban o bañaban.

La situación de pronto sonaba bastante bien, hasta que la chica que lo vio adorable tuvo que ser Kagura, quien lo recogió (aunque eso tan mal no estaba, que iba a volver a casa sin tener que ingeniárselas de alguna extraña forma) y lo llevó a casa. En ese momento agradeció que a la chica le interesase poco y nada lo que él dijese con respecto a no tener más mascotas porque con Sadaharu era más que suficiente.

Esto de estar convertido en gato también tenía sus ventajas aun con ella (que sí no le van las niñas, pero), porque recibir mimos de Kagura le hacía bien a su alma. Aunque decirlo en voz alta sería suicidio, sí le gustaban los mimos de la menor, pero morir por eso no era algo que tuviese como meta en la vida.

Los mimos subieron de nivel (pero no como creen que Kagura ama los animales pero no tiene ninguna filia), pues a la mocosa ignorante se le ocurrió besarlo y no supo qué decir primero, si un insulto al calvo por no enseñarle que los animales pueden tener bacterias o que el beso quizá y se sintió bien. Sabía que ella era un ángel -la misma palabra sonaba mal si hablamos de Kagura- únicamente con los animales, pero esto pasaba los límites una y mil veces. Cuando vuelva a su forma natural le va a enseñar un par de cosas como sentido común que sí, a él le falta pero ella es una chica -o eso suele presumir- y no está bien que haga eso.

Y, como si Gintama se hubiese vuelto una película de Disney, con princesas, príncipes y sapos y toda la mierda (esa que a las mocosas le gustan), él volvió a ser él. El veinteañero perezoso y ridículo de antes.

Juraba que la niña -no tan niña ya, que tiene ojos de pescado muerto pero ciego no es, y una que otra curva le vio- le rompería su preciosísima cara, pero no fue así. Estaba de piedra -y no estaba exagerando, al menos no tanto- y tenía un sonrojo adorable, como esos de los mangas de romance que le solía ver leyendo, así tan cliché como sonaba. Y quizá la vio algo linda -no tanto, no abusemos de la suerte, que por esas casualidades si dice que la vio hermosa aparecen Kamui y el calvo y le cortan las bolas y como bonus el cuello- .

Por esto, aunque no le gustasen los animales, pensó que hasta podían ser bonitos -o útiles, como en su caso-, porque le podrían servir de camuflaje e impedir que la fila de sádicos fueran tras él. Quizá y ser una bola de pelos tan malo no era.