Disclaimer: Tanto Sherlock como John fueron creados por Sir Arthur Conan Doyle hace muchos, muchos años. La BBC y Moffat los han recreado y adaptado al siglo XXI (diría que de forma... ¡Brillante!). Por desgracia, el Doctor tampoco es mío, aunque sueño con tener una cabina de policía azul en el salón de mi casa.

Éste es un fanfic participante del reto especial de fin de año "Todo depende del título" del foro I am SHER locked.

Básicamente consiste en recibir un título al azar y ver si eres capaz de hacer algo con eso. Yo no lo tenía muy claro en su momento y no es la historia con la que más satisfecha me encuentro, pero me apetece terminarla, así que toca intentarlo.

Como siempre, agradecer a DraculaN666, mi beta-reader, sus comentarios cuando lee un capítulo. Ella ya sabe cuánto me ayuda a encauzar mis ideas y no perderme en el tiempo, el espacio y las dimensiones relativas pero no está de más recordárselo y agradecérselo.


El Doctor

John se sentía incapaz de volver a Baker Street. Durante aquel tiempo en el que Sherlock y él había vivido allí había terminado convirtiéndose en su hogar, pero ahora era sólo un lugar vacío en el que no podía dejar de recordar a su compañero, su mejor amigo, el hombre que había puesto su vida patas arriba desde que los habían presentado en aquel laboratorio de St. Bart's.

Mycroft seguía insistiendo en que pasase a recoger sus cosas, para que la señora Hudson pudiese disponer del apartamento libremente, pero habían pasado semanas desde el entierro y él continuaba resistiéndose a hacerlo. No se sentía con fuerzas para ver de nuevo las cosas de Sherlock o para no verlas en su sitio, no sabía qué era peor. Eso le recordaría con más fuerza que jamás volvería a estar con él, a charlar con él, a correr tras él por todo Londres persiguiendo criminales.

Sin embargo, una llamada de la señora Hudson había conseguido lo que no lograba el mayor de los Holmes con todo su poder e influencia.

—John, querido, necesito que pases a recoger tus cosas —le dijo ella suavemente mientras tomaban un té—. Tenemos que seguir adelante y yo no puedo hacerlo si sigo viendo cada día vuestras cosas en el piso. Por favor.

—No se preocupe, iré en cuanto me sea posible. —Por mucho que a él le doliese entrar allí no podía permitir que la señora Hudson siguiera pasándolo mal sin hacer nada.

—Aunque ya no vivas allí, podemos seguir viéndonos —dijo al despedirse—. Sabes que eres como un hijo para mí.

—Los dos lo éramos.

—Tú lo sigues siendo.

—Iré en cuanto pueda, se lo prometo.

oOo

Demorarlo más no iba a hacerlo más fácil, así que una semana después avisó a Mycroft, que prometió enviar una pequeña furgoneta para ayudarle con la mudanza. Cuando llegó al 221B de Baker Street se paró un momento ante la puerta, armándose de valor para entrar. La señora Hudson le estaba esperando y le abrió antes de que llamara.

—Buenos días —saludó John.

—Pasa, por favor. —Le saludó acariciando suavemente su mejilla—. ¿Necesitas que te ayude o prefieres subir solo?

—Prefiero no subir, pero como no tengo otra opción, lo haré yo solo.

—Si necesitas algo estaré abajo. —La señora Hudson le abrazó, intentando darle ánimos.

—Gracias.

Comenzó a subir lentamente los escalones. Sus pies parecían de plomo. Cuando se encontró ante la puerta de la cocina sintió como si un puño se hubiese metido en su pecho y estrujara su corazón. Extendió la mano hacia el pomo de la puerta, todavía dudando, cogió aire, abrió y dio un paso hacia el interior.

Recorrió toda la cocina de un vistazo, casi no recordaba cuándo la había visto por última vez sin ningún experimento sobre la mesa o la encimera. Su mirada se volvió hacia la puerta de la habitación de Sherlock agradeciendo que permaneciese cerrada.

Finalmente, se movió hacia la sala, sobre la chimenea seguía la calavera junto con todos los cachivaches que había ido acumulando allí Sherlock. Mycroft no había recogido nada. Se dirigió hacia allí, sacando fuerzas de donde no las había. Giró la cara para ver en la pared la familiar sonrisa amarilla que tanto había criticado y se quedó de piedra.

—¡Pero qué demonios...! —exclamó sorprendido—. ¿Quién es usted y qué hace aquí?

—Soy el Doctor.

—¿Qué Doctor?

—"Qué" no, "EL" Doctor.

—¿El doctor qué?

—No "qué", sólo "el".

—¿Pero qué "el" doctor?

—Sólo el Doctor.

—¡BASTA! ¡Como sea! —John atajó ese diálogo de idiotas—. ¿Qué hace aquí y cómo ha metido una cabina de policía en mi sala de estar?

—No es una cabina de policía, es una nave y puede llamarla TARDIS, seguro que a ella no le importa, sobre todo si opina que es sexy.

—¿Quién es sexy?

—La TARDIS.

—Pero es una nave, no puede ser sexy.

—Que no le oiga ella, es muy sensible.

—¿Sexy? ¿Sensible? —John empezaba a creer que se había dormido y estaba soñando algo realmente absurdo—. De un momento a otro aparecerá el Sombrerero loco.

—No, él no vive en esta dimensión.

—Definitivamente, no es un sueño, es una pesadilla.

—No, no es un sueño. ¿Quiere que le pellizque?

—No, no es necesario. Sólo quiero que me diga cómo ha llegado aquí esa cabin… esa nave.

—Oh, ¿no le he dicho que es una nave que se mueve en el tiempo, el espacio y las dimensiones relativas?

—No, no me lo ha dicho —masculló John—. Como si eso me aclarase algo.

—Resumiendo: yo soy el Doctor, ésta es la TARDIS, una nave que viaja en el tiempo y en el espacio (que es sexy y sensible), y hemos venido a buscarle porque necesitamos su ayuda, doctor Watson.

—¿Mi ayuda? ¿Para qué?

—Es una emergencia y necesitamos un doctor.

—¡Pero usted es doctor!

—No ese tipo de doctor.

—Hay muchos doctores en el mundo, ¿por qué yo? ¿Qué tipo de emergencia?

—Es una emergencia cósmica y creo que es el único doctor que podría ayudarnos.

—No le conozco de nada, ¿por qué habría de creerle?

El Doctor le tendió la mano y le miró a los ojos.

—Confía en mí, soy el Doctor —dijo tuteándolo.

—No sé si…

John dudó, no conocía a ese tipo de nada, había aparecido en su casa, rectificó, en la casa de la señora Hudson, sin avisar, había metido una cabina de policía que afirmaba que era una nave que viajaba en el tiempo y le proponía que se fuera con él. Una verdadera locura y él no era hombre de hacer locuras. Bueno, sólo cuando Sherlock era el que le inducía a ello.

Si se paraba a pensarlo, en ese momento no sentía que nada le retuviese en Londres, nadie de quien preocuparse, nada que perder… Tal vez en otra ocasión lo habría considerado una huida, ahora le parecía que podría ser la manera de seguir adelante.

—Está bien —dijo—. ¿Cuándo nos vamos?

—Ahora mismo, si quieres —respondió el Doctor señalando hacia la TARDIS.

John se acercó a la TARDIS con precaución, como si fuese a explotar. La rodeó lentamente, sin comprender cómo aquello podía ser una máquina del tiempo o una nave del tiempo y el espacio y las dimensiones como afirmaba aquel personaje tan raro, pero si conseguía alejarle de allí, como si era la cabina del Superagente 86.

—¿Estaremos mucho tiempo fuera? —preguntó, sin dejar de mirar la nave.

—Sólo lo necesario.

—¿Hace falta que me lleve algo?

—Mis acompañantes suelen viajar ligeros de equipaje, pero si crees que vas a necesitar algo aparte de tu instrumental médico, puedes cogerlo.

John dio una ojeada a la sala. Todo allí le traía demasiados recuerdos, si deseaba seguir con su vida, no era lo más indicado llevárselos, así que decidió no coger nada.

—No, no necesito nada. ¿Nos vamos?

—Adelante —respondió acercándose a la TARDIS.

Continuará...