Los derechos y propiedades intelectuales de NGE, tanto como Rebuild of Evangelion, Renewal, Death and Rebirth y End of Evangelion son propiedad del estudio de animación Gainax y Khara. El creador y director Hideaki Anno, y el resto del staff de la serie, éste escrito se publica como un medio lúdico y sin afán de lucro, y una muestra de admiración intelectual y artística.
Saludos-
Era la mejor casa del mundo, la mejor. Era grande, y blanca, y tenía jardín con fuente. Y la fuente tenía agua estancada, con nenúfares, también había ranas. A veces, cuando llovía, el agua estancada rebasaba el tope y se salía para llenar la hierba verde de líquido marrón y frío. El agua era abundante en Alemania incluso después del Segundo Impacto. Y el jardín era grande, y verde, y florido. Era como los jardines de Asuka deberían ser, con plantas trepadoras en las paredes, pero también orquídeas colgando de las paredes y pensamientos por todos lados. También tenía jazmines, magnolias... y margaritas en la parte cercana al árbol de manzanas agrias. Ojala tuviese tulipanes también...
Había un árbol, un árbol de manzanas agrias, su madre lo usaba para adornar a veces por que ni siquiera servía para hacer pastel. Y en la rama más alta le habían hecho un columpio con soga, al principio se había pasado horas y horas jugando pero ahora se había aburrido de él y lo dejaba como si de cualquier cosa se tratase. Tenía una bici nueva, que era roja como una centella, la usaba siempre que podía e incluso había aprendido a derrapar con ella. Los chicos del barrio no querían hacer carreras contra ella por que era una niña, pero sabía que era más rápida que todos ellos y lo demostraba siempre que podía, para que la dejasen participar en una, pero nunca la dejaban.
Sus padres... ¿Quiénes eran sus padres? Su papá y su mamá. ¿Quién era su mamá? ¿Quién era su mamá? ¿Quién era su mamá? ¿Quién era su mamá?¿Quién era su mamá? Mejor dicho, ¿Quién había sido su mamá? Su mamá había muerto, se había ido, había dejado el mundo y a ella. ¡Ella! Pero ella no la necesitaba, ella era Asuka, Asuka Langley Sohryu ¿Quién necesita a papá y mamá? Papá y mamá son extraños, cargas, escollos, estúpidos... ella sola, siempre sola conseguiría todo. Hacía unos días había sido el funeral, unos días, y ahora tenía una nueva mamá. Una nueva mamá, una nueva mamá que se "encargaría de ella". ¡Ella no necesitaba que se encargasen de su vida, maldita sea! Nunca más, sola, ella sola podría con todo. Y ahora vivía con ellos, esa bruja, intrusa. Estaba en su habitación, aquella que ocupaba su madre hasta hace poco... La niña estaba sentada, apoyada en el quicio de la puerta, escuchando todo lo que decían los adultos, sus voces se escuchaban amordazadas por la pared revestida de papel pintado a rayas azules y beiges en listones verticales. Un mueble de fina pluma de Caoba que servía de mesita auxiliar estaba cercana a la infante, en él habituaban a guardar dulces, pero la bruja se encargó de quitarlos todos. Apoyó la cabeza, juntando la oreja contra la madera blanca y pulida de la puerta, sintiendo las vibraciones que emitían las voces de los adultos. -Yo no soy su madre...-decía la bruja con su repugnante voz, era suave pero tiraba los cuchillos con precisión de cirujano. -Lo eres ahora.-contestaba su padre. Falso, mentiroso. -Sólo ante la sociedad, por esta casa puedo ser como soy realmente. Ella no me quiere ni acepta como su madre. No tengo por qué esforzarme más de lo que ya lo hago.-replicaba, bastarda. Nadie la quería ni querría jamás.
-De acuerdo, pero al menos intenta comportarte, no seas incorrecta con ella...-acordaba Mentiroso.
-Es una niña rara, no quiere mi ayuda. ¡Actúa como una adulta y tiene seis años!-exclamó al final perdiendo un poco los papeles.
-Tienes que intentar acercarte a ella de alguna forma, está a la defensiva por que su madre ha muerto.-explicaba Mentiroso con voz apaciguadora.
-No es eso, en serio, Asuka no es normal.-replicaba la bastarda.
-Uff… de acuerdo, tú intenta ganártela, no tienes más opción que llevarte bien con ella.-concluyó Mentiroso después de un suspiro ahogado.
-Intentaré todo lo posible.-la bastarda lo había dicho casi gruñendo, como si fuera la peor tarea del mundo.
Los pasos resonaban como el paso reventado de una yegua rígida, y se dirigían directamente a la puerta tras la que ella se encontraba. Mentiroso venía detrás de ella, podía imaginárselo como si lo viese todo desde la perspectiva de un mosquito, volando entre los dos y riéndose de los brazos en jarra que su padre ponía siempre que se cansaba de un tema. La bastarda seguramente caminaría con la cabeza erguida y la espalda derecha, conservando la dignidad.
-Asuka, ¿qué haces ahí?-preguntó la bastarda cuando abrió la puerta del cuarto y se la encontró apoyada en el quicio de la puerta.
-Estaba esperando a que papá me diese dinero para ir a comprar unos lápices que necesito en la clase de dibujo.-explicó sonriendo inocentemente.
-¿Ha-has oído algo?-tartamudeaba, estaba nerviosa la bastarda.
-¿De qué? Yo sólo escuchaba discutir a papá y a mamá sobre mí.-contestó aún sonriendo infantilmente.
-Toma Asuka, vete a comprar los lápices.-interrumpió su padre dándole unos marcos.
Se levantó del suelo y caminó en dirección a la escalera sabiendo que la zorra le miraba a su espalda, y posiblemente guardándole rencor por pensar que estaba jugando con ella.
Asuka se encontraba aquella mañana en Nerv, haciendo pruebas para comprobar su estado físico y haciendo un chequeo médico a fondo, era obligatorio cada dos meses. Una placa metálica le pasaba por encima, y estaba medio sedada para no notar el dolor que le provocaban las agujas recorriendo algunas zonas de su cuerpo. Puntualmente podía sentir cómo se mareaba al intentar abstraerse de todo aquello, y el sueño que acababa de tener había sido tan vívido que le había hecho despertarse en cuanto la pequeña "yo" había empezado a bajar las escaleras.
Su padre estaba en Alemania y ella en Japón, ella en Japón y su padre en Alemania. ¿Por qué le dolía tanto lo que ocurriese al estar tan lejos, aún? ¿Por qué tenía que pensar en eso?¿Por qué? Todo eso que le salía y le daban ganas de gritar. Shinji…
Una vez más, volvía a sentir como le invadía el mareo, el color de la habitación se difuminaba y una capa de piel se aparecía ante ella, sin darse cuenta su párpado había bajado y estaba soñando de nuevo.
Los árboles dejaban caer las hojas que criaban desde pequeñas, desde su infantil verdor hasta la vejez marrón. Los árboles con sus troncos viejos y sus raíces largas, sus ramas puntiagudas y sus hojas caídas, sembrando la calle y coloreando el paisaje de la calle en la que vivía.
Pedaleaba con fuerza, respirando por la boca, oliendo su aliento, parada sobre los pedales de su centella roja y sintiendo resbalar su mano en el manubrio de la bici. Los pocos coches que había estacionados en la orilla de la calle pasaban como si estuvieran en marcha y giraba la cabeza para hacer el ruidito del aire al dejarlos atrás "¡Fiú!". También miraba al suelo, para intentar observar las piedrecillas del asfalto que pasaban a una velocidad enorme, mientras pensaba "debo ir a cuarenta Km./h, como mínimo".
Pasaba la calle del tipo ese de su colegio… Hans Zimmer. Y llegaba al parquecito tan bonito que tenía, con un tobogán naranja y los columpios verdes, cuando aparecieron los cinco de siempre: Michael Kauffmann, Christopher Haas, Oliver Schwarzer, Torsten Zeitz y Lars Klein.
Los Cinco Alelados.
Derrapó delante de ellos y los miró desafiante, las hojas de los árboles se revolvían con el viento, danzando entre la brizna, un torbellino marrón y amarillo que se disolvía desapareciendo en los matorrales verdes a los costados del parquecito con forma rectangular en el que se encontraban. La calle de Hans rodeaba el parque y ellos estaban en medio pero ningún vehículo pasaba nunca por allí, y nunca se preocupaban por que los coches no pasaban rápido. Se miraban, ellos le dirigían una mirada burlona, tocando su bicicleta y observando su vestido como su fuese el atuendo mas ridículo del mundo para ir en bici.
-No deberías ir en bici con vestido Asuka, se podría enredar y acabarías en ropa interior por ahí. ¿Acaso quieres ir enseñándonos a todos lo que llevas debajo del vestido?-se burló Michael, los otros cuatro bobalicones le rieron el chiste.
-Tú no deberías salir a la calle con eso puesto, y nadie te dice nada.-contestó rápidamente.
-¿Qué dices de mi ropa?-preguntó tocándose la bermuda de color marrón, que combinaba perfectamente con su preciosa camiseta de bohemia.
-No, es que me pareció ver algo por allí… pero me confundí, es tu preciosa cara, perdona.-respondió con voz inocente al adinerado alemán, que era rubio, grande y cuadrado como todos los alemanes bien alemanes.
-Realmente no eres normal, ¿acaso no tienes alguna muñeca que vestir?-preguntó conteniendo la ira.
-No tengo muñecas.-respondió apretando la quijada.
-¿Qué tienes, entonces? ¿Acaso guardas el cuerpo de tu madre o algo así?-rió mientras se giraba a los otros cuatro.
-¡Cállate imbécil-espetó bajando de la bici.
-Espera, tengo una idea… si tanto quieres jugar con nosotros, ¿qué te parece si hacemos una pequeña carrera? Será divertido. Si ganas, te regalaré mi bicicleta, y si gano yo tendrás que volver a casa en ropa interior o ser mi sirviente por una semana.-tenía la sonrisa de chico malo, pero uno de esos chicos malos que son así por que no tienen otra forma de pasar el tiempo. Tenía cara de malo consentido, y odiaba a los que dependían tanto de mamá y papá.
-No te importa perder la bicicleta, eres rico. ¿Y si pierdes, que te parece si vas en ropa interior hasta tu casa? Así estaremos igual, y me aseguraré de que todo el mundo sepa de que Michael tiene los calzoncillos sucios.-en realidad esperaba que tuviese los calzoncillos sucios.
-De acuerdo, iremos de aquí a la tienda del señor Schwimmer y el primero que llegue gana, obviamente. Puedes usar la ruta que prefieras.
Había estado esperando esto por mucho tiempo, por fin podría ganarle a Michael en una maldita carrera, incluso era posible que tuviese que mostrar sus calzoncillos sucios ante todo el barrio, sólo de pensarlo le daban punzadas de emoción en el estómago.
Nunca había sido muy apegue a los baños, consideraba que las duchas eran necesarias para la higiene mínima por que se lo habían enseñado, igual que lavar la ropa, los platos y limpiar su casa de vez en cuando. Estaba bien sentir el agua caer en su cuerpo aunque no le gustaba demasiado aquella sustancia, y estaba bien sentir las pequeñas punzadas que apretaban su piel cuando usaba la máxima presión de la canilla. Sinceramente, le gustaba ducharse largo y tendido cada cierto tiempo.
Pero hacía unos días que había descubierto otra cosa que le gustaba: bañarse. Ahora también le gustaba llenar la bañera y quedarse horas allí, el agua era definitivamente mejor que el LCL, era fría y aquel cuarto de baño estaba en silencio; no se oía más que las ondas de agua chocando contra las paredes de porcelana. Era como estar en un Eva, pero con la diferencia de hacerlo por voluntad propia, con un sentimiento de paz y abstracción inimaginable si pensaba que realmente estaba en la misma casa que Shinji. Tenía las luces apagadas, miraba el techo que tenía la marca blanca de la luz reflejada en el cristal y sentía como se dormía más y más…
La luz.
La luz es amarilla o blanca. Depende del lugar en que estés.
Abrir los ojos le costó un poco, los sentía pegados y al mismo tiempo algo le decía que su propio cuerpo no estaba preparado para levantarse.
Le dolía mirar fijamente un punto, le dolía caminar y le dolía tocar cosas, pero aun así no podía dejar de moverse, no quería dejar de moverse. Se tocó el brazo izquierdo cuando el dolor hubo remitido, y sintió como los pelos de su antebrazo se apelmazaban o se dispersaban entre sus dedos, como sus huellas digitales recorrían lentamente su piel suave, como una especie de frescura melancólica quedaba tras el paso de su mano caliente.
Miró el espejo que tenía delante de ella, que estaba viejo y herrumbrado por los costados, en sus picos había metales oxidados, en la parte alta había una rajadura negra y en el centro podía ver una cara blanca e inexpresiva. Dentro de la cara había dos ojos rojos como rubíes, estaban vacíos y miraban el espejo extrañados.
-¿Ésta soy yo?-susurró Rei mirándose inexpresivamente.
Se giró con la bata que siempre le habían puesto, un envoltorio sobre el envoltorio, y miró la máquina con forma rara que había detrás de la camilla. Era algo parecido a una centrifugadora, con su tubo en forma de acordeón y el toque oxidado característico de aquel lugar. Se acercó y lo palpó, y estaba frío, terriblemente frío y estéril. Luego miró más de cerca el metal, hasta que su ojo salió deformado delante de ella, respiró sobre aquella superficie viendo como el vaho se extendía lentamente y desaparecía después. Miró en rededor y vio las paredes, que nunca le habían importado y ahora podía tocar. Se acercó y notó que las baldosas también estaban frías y su superficie pulida era impermeable y resbaladiza. Pasó uno de sus dedos por la junta, sintiendo el yeso que raspaba lentamente los poros de su piel y retiró la mano para mirar los restos del material que habían quedado en el dedo.
Escuchó como se abría la puerta, pero fue como si entrase un rinoceronte en la sala.
-Hola Rei, ¿cómo estás?-saludó Ritsuko Akagi mirándole desde el umbral de la puerta cerrada.
-Me duele la cabeza.
-Eso es normal, al principio tu cerebro tendrá que acostumbrarse a los cambios. Es posible que confundas los sonidos y las texturas, pero lo normal será que todo sea mucho más intenso como ahora.
Le cogió la muñeca suavemente para llevarla a la camilla, y sintió sus uñas raspando su piel. Eran largas y estaban pintadas de rojo carmesí, igual que sus labios. Su pelo era rubio sintético y su cara era angulosa y hermosa, con un lunar redondo en forma de lágrima debajo del ojo izquierdo. Cuando retiró su mano, había un par de marquitas rojas donde puso sus uñas.
-Dentro de poco podrás salir, el Comandante Ikari te llevará a ver el Geofrente y a pasear por el jardín. Desde ese momento podrás vivir en una de las habitaciones para los empleados.
-De acuerdo.-contestó llanamente. ¿El exterior cómo sería?
-Ya está.-concluyó poniendo la jeringuilla que había usado en una bandeja.- ¿Tienes ganas de salir al Geofrente?-preguntó mirándole con una pequeña sonrisa.
-Sí.
-Cuando crezcas un poco más te irás a vivir a un apartamento en la ciudad, y entonces vivirás en el exterior y tendrás relaciones con otros niños.
-Lo sé.-contestó imaginándose yendo al colegio.
-Pero el Comandante Ikari no desea que desarrolles demasiado tus dotes sociales…-comentó mirándole atentamente.
-Lo sé.-contestó mirándola, ya la había visto un par de veces con el Comandante Ikari. Sólo los había visto a ellos, pero sabía que existían más personas.
-Ya está. En unos días vendremos por ti.-saludó desde la puerta.
No se molestó en saludarla, aquella mujer no le agradaba demasiado, y por lo que percibía ella tampoco le era simpática.
El baño seguía en silencio, Shinji no se había dado cuenta de que se había quedado dormida, tal vez no había pasado mucho tiempo… mejor salir del agua, era peligroso quedarse por más tiempo allí.
En Nerv las pruebas médicas duran al menos cinco horas cuando se trata de un chequeo a fondo, y Asuka se había levantado de la camilla para sentarse en una silla. Todavía sentía los efectos del sedante en su cuerpo y le dolían las rodillas, le daban ganas de meterse en su futón aunque lo odiase y por lo menos descansar del todo, quitarse la sensación de somnolencia obligatoria.
La silla era de cuero, y las marcas de la piel se sentían a través del camisón de algodón finísimo que llevaba. Al principio era fresco, y hasta cierto punto relajante, pero ahora se sentía totalmente agobiante y en cualquier momento se pondría en pie para dejar de sentir calor entre las piernas.
-Siento haberte hecho esperar Asuka.-saludó la doctora Akagi.
-Hola.-saludó a su vez casi indiferentemente.
-Tengo que hacerte un examen del sistema reproductor, ya sabes que es muy importante saber qué tipo de cambios pueden haceros sufrir los Evas.-informó sacando dos soportes laterales del asiento en donde se encontraba la Segunda Elegida.
-¿Es obligatorio?-preguntó mirando los soportes. Ahora ya estaba claro para qué era esa cosa tan rara.
-Sí, todos los pilotos deben pasarla.-respondió desde una posición no muy decente la doctora.
-Yo no quiero tener hijos.-declaró pensando que aquello detendría una manipulación de sus partes por aquella mujer.
-Es igual, es para documentar el estado de todos los sistemas de los pilotos.
Se dio por vencida, al menos los sedantes que le quedaban ayudarían a pasar aquella situación de una forma más cómoda, por lo menos no tendría que verle la cara a Ritsuko Akagi durante el examen, o después si tenía suerte. Y por suerte se quedó dormida de nuevo.
Las ruedas tenían pelitos de goma injertados, hacían ruido y seguramente servían para que la rueda se agarrase más al asfalto. Hacían ruidos de velocidad cuando movía el manillar para girar "Fss, fss" y se imaginaba que las hojas saldrían volando a su paso creando un torbellino de verdes y marrones caídos. Seguramente iría tan rápido que apenas tocaba el suelo de la velocidad.
Michael había tomado la calle de Hans, que al final llevaba a una pequeña callejuela donde se recogían los cubos de basura y los setos de las casas sobresalían dejando caer el agua del regadío. Cuando llovía mucho se inundaba pues las estrechas alcantarillas de los costados no daban abasto en los meses más grises, y el muro de hormigón al lado de la valla hogareña no era precisamente un elemento que facilitase la evacuación.
Esperaba que Michael se desviase y se raspase contra el muro, una vez le había pasado y ardía un montón.
Al principio las calles pasaban rápido, muy rápido, giraba y disfrutaba de la inclinación que mimetizaba la de una motocicleta. Se ponía de pie en los pedales y sentía el viento correr entre su pelo, sentía su vestido volar alrededor de su cuerpo, sentía el fresco aroma de la hierba en su nariz, degustando toda aquella naturaleza, toda esa velocidad, adrenalina y felicidad.
Ahora las calles parecían más largas, más anchas, parecían ríos hechos de asfalto, ríos oscuros y mojados de hojas marrones y mustias. Las gotas de sudor caían desde su frente y pasaban por su boca, que ahora le servía para respirar agitadamente mientras concentraba todo su ser en el final de cada caudaloso margen. La tienda del señor Schwimmer estaba a un par de afluentes de allí, sólo un poco más…
Michael iba un poco más adelantado que ella, sólo un poco más, iba un par de metros por delante. Estaba sudando mucho y se notaba que había dado su mayor esfuerzo para ganar la carrera, en vez de reservarse un poco para el final. Le ganaba apenas por unos tres metros, e iba recortando.
Faltaba poco, diez metros, siete metros, cinco metros y derraparía para tomar la calle que la llevaría directamente a la tienda del señor Schwimmer en los últimos agónicos cincuenta metros de aceleración total.
Pero una camioneta salió de repente en su cara, no lo habían visto por que la valla era muy alta, y giró en su dirección justo atropellando a Michael metiéndolo bajo sus ruedas al tiempo que ella derrapaba en dirección contraria en un rápido reflejo.
-¡Maldita sea, ¿Cómo está?¡Que alguien llame a una ambulancia!-gritó el conductor saliendo del vehículo y recogiendo a Michael por las axilas.
Los dos tenían miedo por Michael, los dos estaban histéricos, corriendo para llamar a un médico, y la gente venía para auxiliar al pobre niño herido que se encontraba al borde de la muerte, que era un ejemplar de cómo se debía ser en la sociedad alemana y cómo se debía tratar a las chicas. Aquel chico estaba con la cabeza chorreando un hilillo de sangre desde una brecha en la parte posterior de su cabeza y sus rodillas estaban bastante magulladas, su pelo rubio platino y su piel blancas estaban manchadas de mugre y la camiseta de bohemia se había raspado con el asfalto.
No le daba pena, nunca podría darle pena. ¿Por qué? Si ella estuviera allí él se reiría seguramente. Seguramente pasaría y se iría con sus amigos a gastarle una broma a alguien, y el lunes a la mañana sería la comidilla de todos los chusmas de clase. Seguramente por la noche cenaría con sus padres como si nada y comentarían lo arriesgado que es correr en bicicleta por la calle, lo temeraria que es Asuka Langley y lo irresponsables que son sus padres, y que su hijo no vuelva a correr en bicicleta por las calles nunca más.
Y Michael diría que sí todo el tiempo mientras en su fuero interno pensase cosas como su increíble derrape para esquivar la camioneta, o que Asuka no sabe montar en bici.
-¿Estás bien, Asuka?-preguntó su padre con cara de preocupación poniéndole una mano en el hombro. La bastarda estaba detrás.
-Sí… pero Michael ha sido atropellado.-dijo señalando a la camioneta que ahora estaba rodeada de gente esperando una ambulancia.
-Todo el barrio está conmocionado, ¿qué ha ocurrido?
-Estábamos jugando y…-Malditos cotillas, seguro que no esperarían para mortificar al niño herido- Michael ha doblado y esa camioneta lo ha atropellado.
-¿Tú has hecho algo?- preguntó displicente.
-¿Yo? ¡No! ¿Cómo…? –saltó sorprendida.
-Asuka, puedes meterte en un lío por esto, Michael puede denunciarte si has hecho algo contra el y…-su padre definitivamente era un mal nacido, no le cabían dudas, un frívolo mal nacido-
-¡No he hecho nada!-gritó antes de salir corriendo hacia su casa.
¿A alguien le importaba? Si quería hacer algo en su vida realmente iba a tener que hacerlo por sí misma. Mal nacido…
Oscuro arriba, oscuro abajo.
Gendo Ikari en el medio.
Los hijos del señor alargando las manos,
desesperados por llegar ante su padre.
Sacrificando sus hermanos y mancillando sus almas inmortales.
SEELE: las tinieblas del alma.
-Ikari, el incidente con la doctora Akagi y la Mayor Katsuragi es desconcertante e imperdonable. ¿Todavía no se sabe quién fue el responsable del rapto de las dos, además de los pilotos?-inquirió uno de los miembros de SEELE entre la incognoscible oscuridad de la sala.
-No. Todavía no se conoce la identidad de los secuestradores que escaparon en la explosión que ellos mismos detonaron. Es un misterio como la detonación del motor S^2 de la unidad 04.-contestó secamente el Comandante Ikari.
-Ikari, el incidente de la Unidad 01 hace unos meses, y éste nuevo acontecimiento hacen pensar al comité que hay una organización que tira de los hilos en detrimento de los planes hechos para la Complementación Humana. Hay quien pretende destruirnos.-anunció Lorenz desde su asiento iluminado de amarillo formando sombras sempiternas, góticas e irreales con el visor que usaba.- Estamos atentos a sus actividades, Ikari. No está libre de sospecha. En cuanto a la Unidad 04, el examen de los terrenos indica que un Mar de Dirac se ha llevado todo.
-Ikari, su misión es destruir los ángeles para llevar a cabo el plan de Complementación Humana. El incidente con la Unidad 04 no debe preocuparle. ¿Cómo se encuentra la Unidad 01?-preguntó uno de los miembros, cuya sombra era la de un hombre delgado con el pelo largo peinado hacia atrás. Su perfil afinado estaba surcado de arrugas profundas y la calvicie acusaba profundamente su peinado desde unas entradas muy pronunciadas que le conferían un perfil afrancesado.-
-En estado de hibernación, está congelada hasta nueva orden.
-Señor Ikari, me temo que vamos a enviar un teniente que inspeccione las actividades de NERV, ésta situación se ha vuelto urgente y no podemos contemplar la posibilidad de que falle nada más.-informó Keel Lorenz.- Hasta entonces, manténgase en el programa.-ordenó antes de que su luz se apagase junto con el ruido de un foco teatral.
Ikari no dijo nada, miró imperturbable a los miembros de SEELE mientras uno a uno sus luces se fueron apagando. La explosión de la unidad 04 había sido horrorosa, todo en cien quilómetros a la redonda había sido destruido. Sin duda quien era el culpable era el mismo que quería usar la energía eterna para unirse a Dios.
Hacía unos días la Unidad 04 había desaparecido con toda la sede de Nevada, Estados Unidos.
Caminaba por los corredores de la central en la que se encontraba para activar esa mañana la quinta unidad Evangelion de la historia, una de las cuatro en funcionamiento actualmente. Los pasillos eran largos y estrechos en el subsuelo, enrevesados y oscuros como pasadizos a una extraña colmena humana… o un hormiguero, o una madriguera.
Sus pasos atravesaban el pasillo, el ruido de sus zapatos resonaba entre las paredes de hormigón, podía entrever ligeramente la imagen del hangar y sentía como sus nervios aumentaban conforme se acercaba a su destino. El ácido que bañaba la pared de su estómago se cebaba por sus nervios, estaría quemando todo a su paso sin compasión y subía por el esófago a punto de hacerle vomitar.
El hangar era como una catedral, ni bien se entraba lo primero que instintivamente hacía era mirar al techo. Pero era verde, y estaba oxidado, los líquidos de refrigeración erosionaban los cilindros y motores que movían el mecanismo de elevación para la Unidad 04. Todo aquello era industrial, era metálico y desteñido. El puente de mando estaba encima y mirándole como si fuera un caballero de alarde, sentía como si fuese una rata, en cualquier momento que sus cifras bajasen le quitarían la rueda y tirarían por la cañería.
Los dos brazos del Eva eran largos y delgados, casi desproporcionados. Sus hombros eran fornidos y sus caderas muy angostas. Era como el ser humano con la mínima proporción de grasa en su cuerpo y su rostro salvaje, anguloso y delgado. Todo su cuerpo era marrón debajo de la armadura color verde, sus músculos, sus fibras, sus articulaciones huesudas, sus vasos transportando sangre y retirando toxinas.
La cabina se llenó de LCL amarillo, olor a sangre y viscosidad impermeable. Se sentía como la yema de un huevo, se sentía como un corpúsculo entre la maleza oxigenada del LCL, era como estar dentro de una botella de aceite y ver el mundo a través del cristal.
-Conexión del nervio A-10…-una voz llegaba a través de amarillo viscoso.
-Sincronización…
Su mundo de LCL se desmoronaba.
Alrededor la presión aumentaba de forma horrorosa. Su mundo de LCL se estaba convirtiendo en su prisión, moriría ahogado entre los restos de su mundo cuando el dolor cesase, cuando el aire desapareciese en el último suspiro y se escapase del todo. Ya no habría más caídas de rodillas, ni tampoco sueños entre líquido oxigenado. Todo caía.
¿Quién estaba ahí, con él? Dentro de la cabina una masa homogénea y blanduzca se retorcía y estiraba a intervalos para moverse lentamente y expandirse por su cabina. Intentó levantarse para arrancarla, pero su antebrazo estaba pegado al asiento, todo su cuerpo estaba unido a la cabina por esa extraña sustancia.
-¡Oiga, ¿Qué es esto?!-preguntó a los gritos.
-¿El qué?-contestó la doctora alarmada por el tono que había empleado.
-¡Ésta cosa, ¿qué es? Es blanca, parece un montón de masa moviéndose sola.
-Nosotros no vemos nada…
Error. Todo había acabado. Al siguiente momento la planta había desaparecido.
Casa de Misato. Pen-Pen correteaba tan rápido como podía sobre la moqueta verde manzana de la Mayor de Nerv. Asuka miraba la tele mientras esperaba a que el pingüino le llevase su comida. La luz entraba por la ventana deslizándose por el sofá, calentando la tela de color oscuro. El aire era pesado y bochornoso, como la hora del día.
-¡Pfff, qué aburrimiento!-exclamó la pelirroja piloto de la Unidad 02.
Miró a su alrededor. La tele prendida, el pingüino correteando y Misato todavía no había llegado. Su vida se estaba volviendo sedentaria por momentos, en cualquier momento empezaría a engordar. Se levantó y desperezó, se rascó un poco el cuello y se dirigió a la puerta con paso lento.
Como ya se podía notar en casa, había un sol terrible que amenazaba con exterminar la vida dentro del ecosistema en que se encontraban. Pudo sentir como su pupila se cerraba, como un impacto en su retina y se alejó de su casa lentamente mientras se acostumbraba a caminar y a la luz del sol. Las chicharras cantaban todos y cada uno de los días en aquel lugar, eternamente el zumbido irrisorio taladraba sus oídos. Odiaba levantarse cada mañana con el mismo tiempo, el mismo tiempo desde hacía quince años. Al menos había lugares donde estaba mucho mejor que en Japón, como el norte y este de Europa. Aunque también la mayoría estaban pobres.
Había un parque. Un parque gris sin nada en especial, con arena y un par de columpios. La arena estaría llena de porquería y el columpio se empezaba a oxidar peligrosamente, igual que la madera de sus asientos estaba muy maltratada. Raro, por que allí no llovía casi nunca. Tampoco estaba pintado, así que nadie se pasaba por allí, simplemente nadie iba a aquel lugar. Era un desgraciado malgasto de espacio. Pero al menos podías sentarte a ver pasar el rato.
Un pájaro pasó volando de largo. Lo miró mientras se alejaba. A veces le daba por mirar fijamente a la maleza que había junto al parque, después de todo ella estaba sentada debajo de un árbol y le parecía que si observaba detenidamente la "naturaleza" de aquel lugar tal vez pudiese ver algún animal cazando a otro más pequeño o algo así. Como en los documentales anteriores al Segundo Impacto. Pero nada pasaba, después de todo era imposible que algún animal quisiese vivir en ése desperdicio de espacio.
Al rato, no supo cuánto, unos niños pequeños aparecieron para jugar en la arena o columpiarse. Seguramente no sabrían que aquella arena estaba orinada por vagabundos o perros. Cuando se es niño no importan esas cosas.
Uno de ellos tenía una pala, otro tenía un cubo, y el otro tenía un camión que usaban para transportar arena desde su pequeño yacimiento hasta la construcción del magnánimo castillo de arena. Cada uno tenía un trabajo. Mientras uno cavaba, el otro transportaba para que el siguiente construyera. Era una cadena perfecta en sincronía, y el niño del camión se lo pasaba realmente bien correteando agachado sobre su pequeño remolque. Cada uno hacía las cosas con entusiasmo, con ganas, con una sonrisa.
Conversaban entre ellos. Se gritaban desde donde estuvieran preguntándose cosas tales como "¿Qué tal todo por ahí?" mientras el transportista llegaba a su destino con una sonrisa y tiraba la arena al lado de su compañero. Él le daba las gracias y llenaba el cubo con arena. Las cadenas perfectas, aunque buenas, no pueden durar mucho.
Al rato, el suficiente como para que el sol desdibujase las figuras del alumbrado en el suelo de forma casi perfecta, hubo un fallo en la cadena.
Uno de los trabajadores se cansó de cavar, y mientras el transportista se acercaba con su camión, él se lo intentó arrancar a la fuerza. Forcejearon durante unos segundos, cada uno tirando del extremo opuesto a su antiguo compañero. Hasta que el minero ganó por su fuerza, y entre gritos y llantos –unos de alegría, otros de frustración- empezó a cargar arena en su recién estrenado remolque.
Cualquiera pensaría, lógicamente, que el perdedor se enzarzaría en una cruenta batalla por la reconquista de su juguete. Pero el chico se quedó ahí, sentado, y después de unos segundos con la cara en expresión afligida se puso a cavar en lugar de su compañero. Como un perro apaleado.
"Se parece a Shinji y a mí"-Pensó tras unos segundos de sorpresa.
La pregunta era qué hacer.
Se acercó a los chiquillos, que posiblemente le habían ignorado por que le tenían miedo.
Llegó justo cuando el minero y el transportista se veían las caras, a la hora de la carga. Los dos se quedaron mirándole, cada uno con sus juguetes.
-Enano, no está bien quitarle las cosas a la gente por la fuerza.-dijo en tono autoritario, con los brazos en jarra.
-¿Quién eres tú?-preguntó el chiquillo sin dejarse intimidar.
-¿Yo? ¡Já! Yo soy Asuka Langley Soryu, piloto de la Unidad Evangelion 02.-respondió con orgullo.
-¿Evan…? ¿Esos son los robots que salen cuando las sirenas suenan?-preguntó asombrado.
-Ibiki nos ha hablado de ellos, el dice que los ha visto.-explicó el chico débil.
-Sí. Pero a lo que voy es que no se les puede quitar las cosas a las personas por la fuerza.-respondió Asuka cambiando un poco de voz, un tono más suave.
-¿Por qué?-preguntó el más violento.
-¿Por que tú no le has preguntado primero si te dejaba el camión? Si se lo hubieras dicho tal vez no tendrías que pegarle.- ¿ella estaba diciendo eso? Se sentía raro decirlo.- Y tú, ¿por qué te quedas callado y sigues como si nada?
Los dos la miraron, en realidad no podía compararse con Shinji y ella. Eran niños jugando a construir un magnífico castillo de arena. Y el tercer estaba mirándoles desde su puesto.
-¿Me prestas el camión? Me aburro cavando todo el tiempo.-finalmente pidió el chico rudo.
-Claro. Podemos usarnos para jugar con el camión.-respondió el débil sonriendo.
Los miró durante un momento. Luego se alejó a su árbol. Tal vez no se pudiesen comparar con ellos, pero había pensado también que sí eran capaces de cambiar como ellos el mundo sería más simple. Y su vida también.
La avenida más larga de Tokio 3 era la que los secuestradores habían arrasado con su coche. Estaba arbolada –camino de la deforestación, ya que arrancaron unos cuantos en la carrera- y tenía muchísimas luces. Las luces típicas en su país, que se elevaban tanto que convertían la noche en día y el día en una barraca de feria.
La gente caminaba tanto, y sin mirar a los demás, que parecían hormigas obreras cabizbajas. Llegar a su casa, en la lejanía del colorido ambiente, era un gran placer.
"Prrr –la taladradora-¡Pam, pam, pam! –El martillo pilón-."
Esos ruidos juntándose, esparciéndose y golpeándose para conseguir ocupar más oídos. Llenando la tarde de Tokio 3, arrasando y derribando los oídos de las personas. Pero allí no vivía nadie más que ella, en un pequeño apartamento de cincuenta metros a jornada completa de ruidos, sopor y calor.
Se acercó a la ventana. Éste era el momento de descanso antes de ir a Nerv. Se sentó en la cama, mirando al cielo azul. Siempre azul. Y apoyó la cabeza un momento, dejando sintiendo una leve presión proveniente de los malos muelles que tenía su cama.
Y el sueño le invadió.
Era una mesa larga, angosta, oscura. En un extremo había un plato y Gendo Ikari comía verduras y carne. Cada bocado lo compensaba, ponía un poco de carne y otro poco de verduras, y tomaba su tiempo para masticar cada bocado.
Rei al otro lado comía ramen con carne. Los trozos de cerdo entre la sopa parecían pequeños icebergs con piel cocida. Los fideos salían a flote entre la verdura y la carne, y la sopa de cebolla rellenaba lo demás. Con los palillos tomó un trozo de carne.
Seca y fibrosa, insípida, asquerosa y rígida. Era como intentar comer un poco de cartón, era carne dura y cocinada.
¿Acaso esto es lo que queda de un ser vivo? ¿Es lo que hay después de la muerte para ellos? ¿Qué es la muerte?¿Por qué aun estando en la nada, aún, no puede dejar su cuerpo atrás, en paz?
-¿No te gusta la cerne, Rei?-preguntó Gendo dejando sus cubiertos de plata a las cuatro y veinte.
Levantó la cabeza, sin mirarle. Aquel hombre era el Comandante de Nerv. Su creador. Recibía órdenes, daba órdenes. Verificaba, sustraía y reconstruía y destruía desde detrás de su mirada opaca. Y nunca estaba equivocado, sólo era humano. Un humano muy poderoso. ¿Qué le podía importar su gusto o no por la carne? Si le preguntaba, le interesaba. Pues no debía mentirle.
-No.
-Entonces no la comas. Pide otra cosa. -contestó secamente él. Y levantó sus cubiertos, recogiendo verdura y cortando carne.
Era el único en quien podía confiar. El único que estaría allí hasta su final.
Y sintió su cara estirarse sin querer. Y era una sonrisa.
