Antes de que empiecen a leer... bueno, digamos que sigo con mi empeño de escribir fanfictions, espero que me ayude la edad y la gran imaginación que tengo xD (no lo digo como cosa buena .-.!). Todos los personajes son de rowling, ella bella y bendita! los que no reconozcan, dah, son míos xD. =) a ver si alguien lee y postea esto , llamado cambios, a título eventual, nunca he sido buena para nombrar las cosas ._.!

INTRODUCCIÓN

Era tarde.

Muy tarde.

A las luces de los faroles de la ciudad, en aquella gran metrópoli, como le gustaba llamarla, iba caminando con parsimonia un hombre de unos veinticinco años.

Cigarrillo en la mano, cabello revuelto, y unos ojos color tormenta que hechizaban a más de una era lo que solía caracterizarlo.

¿Qué hacía a esas tantas de la noche vagando? Ni él mismo lo sabía. Hacía más o menos tiempo que había dejado de preguntarse porqué hacía esto o hacía aquello, simplemente se rendía a sus instintos.

El antebrazo izquierdo aún le escocía, pero no podía negar que su amplísimo conocimiento en pociones estaba haciendo efecto: Esa maldita marca se empezaba a desvanecer, y con ella, todas las cobardías que había cometido en el pasado.

Sus fantasmas, sus miedos, sus inseguridades, tanta sangre, aún andaban con él, para hacerle recordar eternamente lo que fue, y contra lo que luchaba encarecidamente: Era un asesino.

Un burdo asesino.

Bueno, no.

Un asesinato llevado a cabo por un Malfoy, por Draco Malfoy, no era cualquier vulgaridad.

Sólo ratas de alcantarilla, restos de mortífagos que lo perseguían y acosaban por supuesta traición al Señor, eran los que caían presos de sus magníficas pociones.

Porque las adoraba.

Podía sumergirse en ellas por horas, y no saciarse jamás. Eran sus amigas, las que lo limpiaban, esa adicción que algunos presentaban por el licor y que otros presentaban por libros. Sencillamente, era excelente en su profesión oficial: Medimago especializado en el área de pociones. No tratar con desagradables pacientes, muchos galeones en su cuenta en Gringotts, y un horario más que flexible.

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

Era un cínico.

Un maldito cínico, y no más.

Escupió en el suelo y apresuró el paso, lanzando la colilla restante y apagándola con la suela de su finísimo zapato italiano, el izquierdo.

Con elegancia sacó unas llaves del bolso que cargaba de lado, de cuero completamente. Apuntó al medio muggle por el que se desplazaba (no era un carro mágico, prefería los retos), y se puso el casco de protección. Sin mucho más que pensar, se dirigió al lugar en el que siempre la veía.

A ella.

A su Lucía.

A su sol, a su luz, a ese ser que le convencía todas las noches, con sus cantares, que era posible la rendición humana, que sí había diferencia entre hacer el bien y el mal, y, más que nada, que no le reprochaba por lo que hacía luego de ocultarse el sol. Asesinar mortífagos? Siempre lo había repudiado, pero se encogía de hombros con regularidad. "Ante las fallas de nuestro ministerio, poco tienen que reclamarte el que les ayudes". Esas eran sus palabras, y él las bendecía. Las creía con religiosidad, y a ella se ataba con total entrega.

Era ella, su alegría, la que lo hacía desesperar. Justo a las doce, era que empezaba, para él. Y ese día, en particular, iba tarde.

CAPÍTULO I

Departamento de Aplicación de la Ley Mágica

Bajó corriendo las escaleras que separaban todo su ser de la calle principal.

¡Iba tarde! Con todas sus letras. Cogió los primeros zarcillos que encontró en la cartera pequeña que llevaba, y acomodó el abrigo rojo en sus hombros. Maldijo por lo bajo como cuatro veces, tenía mucho sueño, y luego se dirigió al callejón abandonado que la llevaba al ministerio. Allí, entró en la cabina, marcó la combinación de los números indicada con anterioridad, y al llegar al final del túnel le devolvieron su varita, previa entrega al momento de abordar el habitáculo.

Con muchas sonrisas llegó a su oficina, dando un portazo. Papeles. Muchos papeles. Los odiaba. Pero era maga, y eso era algo que siempre le recordaba el muchacho pelinegro, bien formado, que entró con dos cafés grandes en la mano.

- cualquiera que te vea, cree que te enfrentaste a un dragón para llegar – comentó con sorna, besándole la frente con ternura y entregándole el café que había comprado para ella. Desprendía un delicioso aroma a canela, y ella sonrió.

- pues casi – le confesó, al tiempo que se sacaba los peroles con los que cargaba. – ¡me volví a quedar dormida! Sabes que detesto aparecerme, así que viajo en el subterráneo, y allí me quedé! Viniendo de llevar unos jodidos papeles… ah – dijo con deje - Es impresionante. Este trabajo me va a matar un día de estos – terminó, y se dirigió a los archivadores – Hasta cuando vamos a perseguir al hijoputa de Jack? Es más que sabido que hay focos de violencia al sur de Londres por su culpa! – le preguntó, y él sólo sonreía – Para ya, Harry! Pareces un idiota!

- Es que vengas molida, descansada, o simplemente de mal humor, no impide el que te veas lindísima.

- Baboso. Que te escuche Luna para que sepas lo que es ver estrellas – Rió de su chiste y el amigo le siguió. – No, ya, en serio. Necesito que hables con Ginny, seriamente. Eso de estar viajando por todo el mundo buscando maldad… me parece algo de lo más altruista – Con un movimiento de varita respondió a tres memorándums que había estado leyendo durante la conversación. Con una acción de exasperación, tomó por los hombros a Harry y lo sacó a patadas de la oficina.

- Oye! Se supone que estoy trabajando contigo! – Le reprochó él, haciendo morros. Ella se echó a reír al ver su cara de perro degollado (falsa).

- Y se supone que usted, Señor que vivió (porque de niño no tienes nada), es el Jefe de aurores más joven de la historia! Debería hacer su trabajo como es debido y no andar incitando al incesto con sus hermanas!

- HERMIONE! – Vociferó él, en tono ofendido. Dos o tres magos se voltearon a verlos, gracias al grito de Harry. Al ver con quién estaba hablando, volvieron a sus quehaceres, negando con la cabeza, medio divertidos, medio enfadados, no sabían por cuál decidirse. Esos dos eran una cosa seria – Cómo puedes insinuar que yo, Harry Potter, héroe de la patria, he siquiera intentado…

- Ya, ya, está bien. Te rescato a la una, no antes! – A él le brillaron los ojos y ella puso cara de asqueada – a veces hasta te creo las acciones. Jamás pensé que pudieses ser tan manipulador.

- Se llama depresión postguerra – le dijo, y se echó a reír. Acto seguido se dio media vuelta y se perdió por el pasillo que dirigía hacia esas inexpugnables áreas del ministerio. En su nivel dos, nadie podía quejarse de la decoración del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Similar a Hogwarts en unas cosas, como los cuadros, estatuas que miran fijo a la cara, y personajes molestos que de ves en cuando causan desmadres, hacía sonreír siempre a la castaña. Siempre con un rótulo de "lo estoy haciendo bien" guindado en el medio de la frente, visible para todos menos para ella, vivía en un constante estado de estrés – felicidad – satisfacción que sólo ella entendía.

Como digna representante del Concilio de la Ley Mágica y parte importante del Wizengamot, Hermione Granger siempre tenía algo que hacer. Un caso que revisar, un perdón que otorgar, un maldito asesino que mandar a Azkaban.

No podía evitarlo. Amaba su trabajo. Entró en la oficina y se dispuso a trabajar con el papeleo. El papeleo siempre era lo vital. Sara, su anciana pero eficientísima secretaria, tocó en ese momento la puerta. Pensando en si podría trabajar en paz ese día, que había llegado con retraso, la recibió.

- Hola Herms – saludó ella, con un Sándwich de pavo con queso en una mano y dos cartas en la otra – tengo dos noticias. La buena, es que aquí tienes el desayuno, tu cara de muerta no me convencía, me supuse que no habías comido nada – esperó unos segundos por la respuesta de la chica, y al asentir ella, continuó – perfecto, aquí lo tienes – lo depositó en el escritorio, en el reducido espacio disponible que quedaba – La segunda es que te siguen escribiendo exigiendo que metas preso a Draco Malfoy. – Le acercó un par de cartas, cuyo remitente era ella. "Demonios" Pensó. Ese maldito mortífago siempre le daría dolores de cabeza, dentro y fuera de Hogwarts.

- Gracias Sara. Podrías por favor llamar a Pius y decirle que necesito reunirme de inmediato con él? Y de paso, pasa por la oficina del señor Weasley y dile que le tengo dos regalos – Le pidió, y ella, consintiendo, se retiró de la oficina.

- Excelente, a ver quiénes despotrican contra ti hoy, Malfoy – Se dijo a sí misma, sintiendo una incomodidad en el ojo izquierdo, como si le hubiesen halado con un alicate delgadísimo y le hubiesen dado tres vueltas. "Malditas secuelas" fue lo único que vino a su cerebro, antes de empezar a leer las cartas. Como siempre. Familias mágicas que aseguraban que lo habían visto, y que merecía el beso del dementor por asesino. Asesino, asesino. Todos lo catalogaban de lo mismo, y ella misma no era la diferencia.

Hermione dejó que su mirada de perdiera por unos instantes, evocando buenos recuerdos. Desde una de las paredes de su oficina, un pelirrojo joven y de cabello desordenado y lacio la miraba con amor. Sus ojos se anegaron en lágrimas.

- Lo probaré algún día, maldito Malfoy. Lo haré. Y cuando eso ocurra, el mismísimo Voldemort tendrá miedo de tu alma – aseveró, con todo el odio que podía caber en un alma humana.

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- Joder Neville! Para ya de caminar tanto! – le pidió Luna por décima vez a un altísimo y desgarbado muchacho de veinticinco años.

- No puedo, Luna. No puedo y lo sabes. Soy muy torpe – le confesó, tal como había hecho los últimos treinta días.

- No, no lo eres. Ella será incapaz de rechazarte. Tu mismo me has dicho que se ha mostrado como nunca, y que ese deje materno que tenía en Hogwarts ha desaparecido para dejar a una chica que te conmueve, así que para ya.

- Es que no entiendes! Ella es… tanto! – se exasperó, y sus cabellos pagaron las consecuencias. Eran halados una y otra vez – No me atrevo. No lo haré.

- No seas necio. Tenemos semanas ensayando. Hasta yo misma he sacrificado un poco de tiempo con Harry por hacerte lo que pretendes regalarle. No me puedes dejar con eso en el cuarto, estorbaría. – A veces Luna Lovegood podía ser muy cruel.

- Vamos, Luna. No me digas eso.

- Eres un Gryffindor. Estás siempre para ella. NO puedes ser un cobarde a estos momentos. No es justo.

- Pero…

- Nada de peros. Vamos a casa de mi padre. Él sabrá recomendarte un traje adecuado para que invites a Hermione Granger a cenar – Al ver la cara de horror del león, el águila sonrió. – No. Mi padre sí tiene buenos gustos. Yo no siempre la atino – dijo sonriente, señalando su atuendo. Una camisa blanca con un reno de nariz azul y un jean negro. Zapatillas rojas y zarcillos que parecían riñones. "Tiene razón, no siempre la atina" se dijo a sí mismo Neville Longbottom, antes de ser arrastrado por la rubia.