Notas del autor: Aquí les traigo un fic que desde hace tiempo vengo preparando, espero les guste.

Agradecimientos especiales para Hikari Blossom, por su exhaustiva revisión del fic y sus recomendaciones, y a Genee, por su opinión en la etapa preliminar de este fic.

Disclaimer: Digimon no me pertenece.


Permanecía acostada en esa cama completamente blanca, al igual que la mayor parte del tiempo durante el último mes, sólo su cabeza era visible, tenía la mirada perdida en algún punto del techo. Él permanecía de pie frente a ella, con la espalda apoyada en la pared, buscando algo que decir, a pesar de ya haber agotado todos los temas posibles. El psicólogo le había recetado pastillas para la depresión, pero también había hecho hincapié en la importancia de la terapia y la participación que debía tener él en la recuperación de su esposa.

Él estaba destrozado por lo ocurrido, de manera que podía imaginar cuanto mayor era el dolor de la mujer de pelo bermellón.

—¿Sabes... —comenzó, pero la lenta incorporación de ella le hizo callar.

La otrora Motomiya ahora permanecía sentada en la cama con la espalda apoyada en la cabecera de esta, sacando débilmente su brazo izquierdo de debajo de la ropa de cama, para luego hacer un gesto con la mano pidiéndole que se acercara. Jou le hizo caso con una extraña sensación en el pecho, Jun apenas si hablaba cuando la terapeuta les visitaba, por lo que este gesto le resultaba agónicamente esperanzador.

Lo jaló del cuello de la camisa para que estuviesen a la misma altura, él se arrodilló para que así fuese, mas no pudo evitar sobrecogerse con la imagen que tenía frente a él.

Las ojeras, resaltadas por su pálida piel, hacían que fuese difícil creer que se trataba de la mujer jovial y enérgica que era, sin embrago, lo más preocupante en ese momento, resultaba ser el efecto que tenía en él esa sonrisa melancólica apenas visible. Ella se acercó a su oído, sentir su respiración fue lo que detonó la alarma en su interior.

—Lo siento... —susurró Jun mientras sacaba su otra mano de debajo de las sábanas, revelando un frasco completamente vacío y un papel cuidadosamente doblado.

Jou sintió que el mundo se detenía.


Llevaba cerca de quince minutos buscando a la hermana de Daisuke, el centro comercial estaba particularmente concurrido ese día. En realidad no estaba obligado a hablar con ella respecto a lo que él estaba concluyendo, pero creía que era lo correcto. Se había visto envuelto en lo que aparentaba ser un lío amoroso entre su hermano mayor, Shuu, y las hermanas mayores de Miyako y Daisuke, Momoe y Jun, quienes además eran mejores amigas.

Había pasado casi un mes desde que se enfrentaron al regreso de Diaboromon. Ninguno de los miembros de su familia se encontraba en casa cuando llegó de clases, ciertamente había sido un día agotador, pero todavía tenía cosas por hacer, por lo que decidió tomar una ducha antes de comenzar. Notó que había un mensaje en la contestadora, apretó el botón para reproducirlo.

—Hola, habla Jun Motomiya. Shuu, he intentado comunicarme contigo, parece que se agotó la batería de tu teléfono celular —Hubo una pausa—. Te estaré esperando en el centro comercial, en el café de siempre, nos vemos —Según el aparato, el mensaje había sido grabado hace una hora atrás.

El Kido enarcó una ceja. Hasta donde sabía, su hermano mayor salía desde hace poco con la hermana mayor de Miyako. Era difícil que su hermano estuviese jugando con los sentimientos de otras personas, por lo que esa llamada le resultaba realmente intrigante. Siguió con lo suyo, pero el tiempo que pasó en la ducha sólo sirvió para aumentar su curiosidad al respecto. En ese momento llegó Shuu, se le notaba agitado.

—Llegué a casa —dijo este.

—Hola, sólo estoy yo —respondió Jou desde el umbral de su habitación—. Shuu, llamó Jun Motomiya, dijo que te estaría esperando en el centro comercial.

Él notó que su hermano hizo una mueca cuyo significado no pudo dilucidar, para luego ver el reloj en la pared.

—Estoy en medio de un avance importante en mi investigación junto al profesor Takenouchi, sólo vine a buscar cosas que nos hicieron falta. Jou, necesito de tu ayuda.

Y así llegó a su situación actual, atrapado en medio de un mar de gente en busca de una chica a la que apenas si conocía, lamentándose el no haber preguntado el nombre del Café al que se refería ella. Estaba en eso cuando sintió que tocaban su hombro, dio media vuelta y se encontró con Jun, quien vestía el uniforme de su escuela y, a pesar ser dos años mayor, era más baja que él.

—Eres el hermano de Shuu, ¿cierto? —preguntó la Motomiya.

—S-sí, mucho gusto, puedes llamarme Jou —contestó un tanto sorprendido.

—Mucho gusto, soy Jun Motomiya.

No había podido indagar algo a partir de su hermano, ya que este se limitó a pedirle que fuese a explicar la razón de su ausencia y además le entregó una tarjeta de crédito, indicándole que comprara con ella lo que la hermana de Daisuke eligiese. Luego de eso el mayor de los hermanos Kido tomó lo que necesitaba y salió rápidamente de su hogar.

—Shuu me pidió que te explicara la razón por la que no pudo venir.

La joven miró el suelo durante un instante y sonrió de medio lado antes de volver a hablar.

—¿No quieres comer algo antes?, yo invito.

—No es necesario, gracias.

Pero terminó aceptando ante la insistencia de la Motomiya y el hecho de que esta había dejado sus pertenencias al cuidado de la dueña del Café en el que estuvo esperando a su hermano. Cuando la dueña pidió sus órdenes, pidieron pastel de limón al unísono, luego de lo cual el silencio se adueñó de la escena.

—Y... ¿has venido aquí antes? —preguntó ella.

Él negó con la cabeza, luego recordó la tarjeta que le entregó su hermano y la sacó de su billetera. Aclaró su garganta.

—Verás, Shuu además me entregó esto.

Ella enarcó una ceja y luego suspiró.

—¿Qué fue lo que le impidió venir? —preguntó, desviando la conversación.

—Está en una etapa clave para la investigación que lleva a cabo, no pude preguntarle más —Sabía que esta tenía relación con el mundo digital, pero en el último tiempo no había podido conversar con él sobre ello. Ella asintió con la cabeza.

Mientras comían los pastelillos apenas si hablaron, eran temas que no daban para mucho diálogo, aunque logró reducir la especie de nerviosismo que tenía el Kido, de manera que ambos conocieron un poco del otro, sobre todo opiniones respecto a cosas más o menos triviales, aunque lo que llamó su atención fue el hecho de que no se pareciese a la joven fanática y algo loca que se imaginó, en lugar de ello se encontró con una chica de lo más normal y para nada desagradable.

El problema vino cuando ambos terminaron, ya que por un lado él quería saber en qué estaba tomando parte, mientras que ella adoptó una actitud más callada. Se pararon, ella pagó la cuenta y luego se miraron, Jun rompió el silencio.

—Bien, todo esto ha sido un poco raro. Supongo que él no te dijo nada al respecto.

—Él tenía mucha prisa —respiró profundamente antes de continuar— ¿Puedo saber para qué se iban a reunir? —preguntó con los ojos cerrados.

La escuchó suspirar.

—Iba a ayudarlo a escoger un regalo para Momoe, su cumpleaños es la próxima semana. Ya encontré el presente perfecto para ella, sólo hay que comprarlo, no tardaremos más de diez minutos.

La acompañó hasta la tienda indicada por ella, en esta compraron un perfume con aroma a manzana y canela. La tensión que había llegado a tener había desaparecido increíblemente rápido luego de escuchar las palabras de su acompañante, de modo que ahora se sentía mucho más cómodo. Se sermoneó a sí mismo, aconsejándose no empezar a crear historias en su mente antes de tener más clara una situación.

—Y yo que creía que estabas saliendo con mi hermano —pensó en voz alta. De inmediato quiso morderse la lengua por hablar de más.

La joven se detuvo en seco al escucharlo, su semblante cambió drásticamente, era tristeza lo que reflejaba, lo cual no hizo más que aumentar la sensación que anidó en el pecho del joven de cabello azul. Antes de que pudiese decir algo para intentar arreglar el error que evidentemente había cometido.

—Creo que soy demasiado masoquista —dijo ella con voz queda.

Jun se fue corriendo.


Había logrado mantener su mente lo suficientemente fría como para actuar con diligencia, de modo que aún había esperanzas, sin embargo, apenas si lograba recordar el trayecto entre su departamento y el hospital.

Sus amigos estaban en camino y él debía ser capaz de explicar lo ocurrido, en especial a Daisuke, pero dadas las circunstancias, apenas si dilucidaba una forma de verlo a la cara. Recordó el papel que sostenía Jun, lo había guardado en su bolsillo antes de pedir una ambulancia, tenía miedo de ver qué había en él, sin embargo, se forzó a leer.


Durante los días posteriores a su encuentro, había pensado en cómo disculparse con ella, razón por la cual se encontraba frente a la puerta del hogar de la muchacha. Había hablado con Shuu respecto a lo último que ella le dijo, después de todo él la conocía más, y este le explicó que ella había comenzado a hablarle poco después de la vez en que llevó a Daisuke hasta su hogar, luego de enfrentar a las fuerzas de Daemon, mas no estaba interesado en ella, cosa que le dejó clara antes de empezar a salir con Momoe, y desde ese momento empezaron a tener una relación estrictamente amistosa.

—¿Estás seguro de querer hacer esto? —preguntó Shuu antes de que saliera de su casa.

—Sí, esto fue culpa mía y debo remediarlo.

Tras estar cerca de cinco minutos frente a la puerta se animó a golpearla, la señora Motomiya fue quien abrió.

—Buenas tardes, mi nombre es Jou Kido.

—Buenas tardes, joven, Daisuke me ha hablado de usted. Él salió hace poco, ¿necesitaba hablar con él?

—No..., ¿está Jun?, es con ella que debo hablar.

La expresión en el rostro de la señora cambió ligeramente, parecía un tanto preocupada.

—Jun no se ha sentido muy bien últimamente, pero si gusta puede pasar, le diré que está aquí.

El interior del departamento era bastante acogedor, la señora Motomiya le pidió que esperase en la sala de estar. Estaba viendo una fotografía en la que aparecían Jun y Daisuke de pequeños, ambos tenían bigotes de gato pintados en la cara, cuando ella apareció desde el pasillo, causándole un sobresalto. Vestía unos pantalones de color beige, que llegaban sólo un poco más abajo de la rodilla, y una camiseta fucsia.

—Hola —se apresuró a decir él.

—Hola —contestó ella mientras se sentaba en un sillón frente a él—. Esa fotografía es del quinto cumpleaños de Daisuke —agregó, parecía divertida.

—Oh..., este..., vine aquí porque quería disculparme por lo que ocurrió el otro día.

La Motomiya simplemente lo miró en silencio por unos instantes, le parecía extraño que él hiciese esto por algo de lo que ella era responsable. Había sido ella, durante sus intentos por llamar la atención del Kido, quien le había presentado a Momoe, de modo que también fue la primera en notar los sentimientos de su amiga, de manera que hizo a un lado sus propias intenciones, como siempre terminaba haciendo.

En los últimos días, ella había tenido mucho tiempo para pensar, en parte gracias al hecho de excusare a la hora de comer junto al resto de su familia, alegaba no tener apetito, de modo que pudo resolver buena parte de sus conflictos internos.

—Bueno, no tienes por qué molestarte en hacerlo, incluso debería ser yo quien lo haga, después de todo, ocupé tu tiempo, y no estuvo bien la manera en la que me fui.


«Raro», esa era la única forma de describir lo que sentía. Por un lado, era como si estuviese flotando en agua tibia, pero también estaba la sensación en el estómago que uno tiene cuando cae, y si bien era incapaz de ver, podía distinguir los cambios de luminosidad a su alrededor; ahora podía olvidar todo y dejarse llevar, o eso pensaba hasta que se enfocó en un hecho innegable: estaba hiriendo a Jou, al hombre que la amaba, su esposo, alguien que no merecía esto, aunque en verdad nadie lo merecía.

En un principio su plan consistía en tomar todas esas pastillas antes de ir a dormir, de modo que pareciese que murió en el sueño, pero eso se fue a pique tras recordar el hecho de que igualmente le harían una autopsia, sin mencionar que incluso pudiesen llegar a creer que la envenenó, por lo que optó por ponerle fin a todo de la manera más rápida posible, escogiendo el momento en que Jou la dejaba sola para preparar el desayuno, de este modo podría decir algo antes de que él cayese en cuenta de lo que pasaba, algo en su interior se lo pedía a gritos.

Ahora todas las demás sensaciones eran reemplazadas por una sola, tenía frío.

Estuvo pensando en qué decirle todo el día, hasta que comenzó con las conversaciones, que más perecían soliloquios, sobre cualquier cosa, y en cierta forma fue ello lo que le impulsó a decir simplemente que lo sentía, palabra que englobaba perfectamente su situación, incluso mejor que la carta que le dedicó a él y sus amigos. Sentía el hacerle esto, el no poder ser lo suficientemente fuerte como para superar su depresión, el no pensar en nadie al hacer esto, el traerle tantas tragedias, el haber perdido a su hijo...


Estaba llegando tarde a su primer día de trabajo, por lo que había bajado corriendo las escaleras de la estación de trenes, las puertas de los vagones se estaban cerrando, por lo que aceleró aún más su carrera hacia estos, parecía que no iba a lograrlo, cuando alguien desde el interior del tren colocó un pie entre las puertas, de modo que estas se volviesen a abrir.

—Muchas gracias —dijo, inclinándose mientras recuperaba el aliento.

—¿Jun?

Ella levantó la vista hacia quien la ayudó: Jou. Él vestía una camisa celeste de mangas cortas, unos jeans y un par de zapatillas color café.

—Hola —respondió ella.

—Casi no te reconocí.

Iba vestida con el uniforme del restaurante de comida rápida que la contrató, además, había peinado su cabello y se hizo un moño tomate para sujetarlo; también llevaba un bolso deportivo.

—En verdad me veo distinta, ¿eh? Es por el trabajo que tomé.

—Ya veo.

—De nuevo, gracias, mi despertador se descompuso y estaba retrasada.

—De nada, y... ¿qué debes hacer en tu trabajo?

—Oh, en realidad debo hacer de todo un poco, atender la caja registradora, estar en la cocina, esas cosas... ¿Te puedo preguntar algo?

—Claro.

—Mi hermano y sus amigos fueron de campamento al mundo digital, ¿no deberías estar con ellos?

En el último tiempo, el número de personas con Digimons había aumentado lentamente, de modo que la existencia del mundo digital pasó a ser conocida por gran un número de personas y naciones, y con ello los conflictos amenazaban con aparecer, sin embargo, la conexión entre ambos mundos no era del todo estable, ya que la mayoría de las veces en las que alguien intentaba abrir una puerta, utilizando un D-3, esto no ocurría, aunque ese no era el caso de «los niños elegidos», ellos podían ir y venir sin mayores problemas.

—Koushiro, uno de nuestros amigos, se enfermó, así que lo traje de regreso.

—Oh, va a estar bien, ¿cierto?

—Sí, era una gripe de verano, de hecho, vengo de dejarlo en casa de sus padres.

—Qué bueno, recuerdo que una vez tuve una de esas, sí que son molestas... Esta es mi estación, ha sido un gusto —Salió junto a la gran masa de gente que se bajaba allí— ¡Nos vemos! —gritó mientras movía uno de sus brazos en señal de despedida, él, un tanto dudoso al principio, correspondió al gesto.


—Jou, amigo, vine lo más pronto que pude, lamento la tardanza —dijo Yamato. Era el último de los otrora niños elegidos en llegar al hospital.

—No tienes por qué disculparte, al contrario, gracias por venir. Sé que todos están ocupados y que llegar hasta aquí no ha resultado fácil.

Todos guardaron silencio, hasta que Daisuke, quien por lo demás estaba completamente serio, lo rompió.

—Jou, ahora que estamos todos, dinos qué es exactamente lo que le sucedió a mi hermana.

El Kido no quiso explicar por teléfono algo tan delicado, por lo que sólo sabían que Jun se encontraba hospitalizada en el área de urgencias. Todos se agruparon alrededor del Kido, quien se levantó del asiento en que estaba e hizo uso de todas fuerzas para hablar.

—Yo no había perdido las esperanzas en la terapia... traté de darle todo mi apoyo —el Motomiya dio un par de pasos para quedar más cerca de él—, pero no fui capaz de notar que en realidad estaba empeorando... Jamás imaginé que ella haría algo como esto —La presión que ejercía la mirada de Daisuke sobre él era inmensa—. Jun intentó quitarse la vida.

Apenas había terminado de hablar cuando el Motomiya se lanzó hacia él, empujándolo contra la pared que tenía a su espalda, lo sujetó ejerciendo presión sobre su pecho con una mano. Jou sólo pudo cerrar los ojos al ver el puño de Daisuke aproximándose a su rosto, aguardó el golpe, pero este nunca llegó, al abrir los ojos se encontró con que este había lanzado un puñetazo contra el muro, justo a milímetros de su cara.

—¡Sólo te pedí que la cuidases! —gritó el moreno con voz quebrada.

Yamato y Taichi, quienes estuvieron a punto de intervenir, se detuvieron al oírlo. Jou colocó sus manos sobre los hombros de su cuñado, quien contenía sus lágrimas. Ayana, la esposa de Daisuke, se acercó a este, lo apartó de Jou y le llevó hasta unos asientos cercanos, acariciando su espalda para consolarlo.


La lluvia caía de manera incesante, de modo que sólo se veían automóviles en las calles y uno que otro valiente que enfrenaba la tempestad con un paraguas o un impermeable. Jou estaba mirando esto mientras permanecía recostado sobre el sofá de su apartamento, cubriendo sus piernas con una manta, luego dirigió su vista hacia su novia, compartían la manta. Jun lo miraba divertida desde el otro extremo del sofá, a él le encantaba esa sonrisa. Ya habían pasado doce años desde que comenzaron a salir, y desde hacía un año vivían juntos.

Todos sus amigos se sorprendieron cuando comenzaron su noviazgo, al igual que él lo estuvo cuando cayó en cuenta de que se había enamorado de Jun, había quedado prendado de su forma de ser.

Luego de esa mañana en que la ayudó a entrar al tren, las circunstancias los fueron acercando, en especial la aventura en el mundo digital que comenzó poco después, la más peligrosa que jamás emprendieron, llena de intrigas, batallas y situaciones al borde de la muerte, llegando incluso a involucrar a Jun, de manera más o menos indirecta, a causa de su compañera digital, una Mikemon con la que trabó un vínculo a pesar de no tener un digivice.

Más tarde sabría que la señora Motomiya tomó parte en su relación, en primera instancia con comentarios favorables hacia él, y finalmente aconsejando a Jun luego de que comenzara a sentir algo por él. La hacía sentir valorada.

No fue sencillo, a fin de cuentas, para ambos era su primer noviazgo, pero finalmente sacaron adelante su relación; sus diferencias eran lo más notorio: él estudió medicina y ella se convirtió en una organizadora de eventos relativamente conocida, cosa que en primera instancia provocó un leve rechazo por parte de los señores Kido, hasta que la conocieron más a fondo, ya que las cualidades más destacables de la Motomiya eran el buen ojo que tenía para las cosas y su capacidad para organizarse, de manera que lograron complementarse.

Jou quería dar un paso más en su relación, el matrimonio, que para ella no era más que una formalidad, pero significaba mucho para él, de modo que aguardaba el momento apropiado para pedírselo.

—¿Qué te causa gracia? —pregunto él, luego de dejar a un lado sus cavilaciones.

—Estaba pensando en nuestros amigos y nosotros —la mirada interrogante le indicó que continuase—, nos comparaba con las estaciones del año: Yamato y Mimi son como la primavera, dulces y cambiantes, como la brisa que se transforma en ventarrón; Hikari y Takeru como el verano, cálidos y serenos, pero a veces basta una chispa para provocar un incendio; Sora y Taichi se asemejan al otoño, han tenido sus momentos fríos y otros cálidos, y también una especie de aire nostálgico.

El silencio se adueñó de la habitación.

—Y nosotros somos como el invierno —agregó para matar al silencio.

—¿Nosotros? —preguntó Jou, sorprendido— No veo en qué nos parecemos a él.

Ella se sentó al estilo seiza sobre los cojines del sofá.

—Bueno, el invierno no es todo frío y sombras, estaba pensando en que ello hace que la gente se reúna, que mire las cosas que realmente importan, como el amor y la calidez del hogar... —Se acercó a él y le robó un beso—. Además, hemos hecho muchas cosas importantes en días como este —agregó en forma sugerente.

Ahora fue él quien la besó, abrazándola y comenzando con las caricias.

Es verdad que hubiese preferido casarse antes de comenzar a formar su familia, era algo conservador en ese aspecto, pero esa tarde lluviosa cambió sus planes, de manera que, tres meses después de que el embarazo fuese un hecho, estaban celebrando su boda. Ese día Jun le pareció aún más hermosa de lo que ya era, su sonrisa, el cabello peinado hacia atrás y ese cintillo blanco decorado con pequeñas flores amarillas, sumado al extraño sentimiento que producía el pequeño abultamiento de su vientre, hicieron que se sintiese como el hombre más feliz del mundo.


Sostenía en brazos a su sobrino, un bebé de dos meses, quien se parecía mucho a Daisuke y tenía la mirada fija en su rostro.

El pequeño había tenido un difícil comienzo, Ayana era un tanto frágil de salud y durante el parto, la vida de la mujer de cabello negro y ojos verdes que cautivó el corazón de su hermano llegó a estar en riesgo, razón por la cual los médicos le recomendaron no volver a embarazarse.

Toda esa situación había afectado mucho a su hermano, que en ese momento lidiaba con los problemas de su incipiente cadena restaurantes, por lo que viajaron desde los Estados Unidos apenas estuvieron en condiciones de hacerlo, necesitaba estar en contacto con su antiguo hogar.

El viaje había logrado su cometido y dentro de dos semanas volverían a Nueva York, razón por la cual decidieron aprovechar al máximo ese tiempo. Ahora estaban en el antiguo apartamento de los Motomiya, lugar en el que Daisuke y su familia se hospedaban durante la visita, sus padres estaban realizando unos trámites y Jou estaba en su turno en el hospital.

—Me recuerda a cuando te sostenía, hermano —dijo mientras se acercaba a su cuñada para entregar al bebé.

—Espera —dijo esta mientras buscaba algo en su bolso—, quiero congelar este momento —agregó luego de sacar su cámara digital, para luego tomar una foto—. Se ven muy bien, ¿no lo crees así, amor?

Jun centró su atención en su hermano, quien las miraba desde la cocina, sosteniendo una taza de té y sonriendo.

—Sí, pero es más que nada por Daichi —dijo en tono burlón, mientras Jun entornaba sus ojos—. Es broma, es broma. En verdad creo que te ves muy bien así, hermana —caminó hacia donde estaban ellas—. Y bien..., ¿ya saben si será niño o niña?

La Kido entregó a su sobrino y llevó su mano derecha hasta su vientre.

—Va a ser un niño —respondió con un deje de orgullo.

Se despertó agitada, definitivamente había sido el sueño más raro que hubiese tenido alguna vez, una serie de idas y venidas entre sus recuerdos. Se encontraba acostada en una cama de hospital, rodeada por cortinas dispuestas a modo de murallas, conectada a un monitor cardiaco y un gran número de máquinas.

Se desconectó de estos aparatos y, no sin algo de dificultad, colocó sus pies sobre el frío suelo y se incorporó tambaleante, su vista se volvía borrosa a ratos, caminó hacia la salida de ese cubículo, y una vez afuera se encontró en una habitación completamente blanca, en la cual apenas se distinguían los muros, y estaría vacía de no ser por cuatro personas que se distinguían al otro extremo de esta, sentadas formando un semicírculo, ignorándola.

Caminar se sentía extraño, como si sus piernas fuesen a fallar de un momento a otro, sumado a un escalofrío recorriendo su espalda cada vez que daba un paso y el que su vista empeorase hasta el punto de no poder distinguir claramente algún rasgo de las personas en esa habitación.

De esta forma se acercó al grupo de desconocidos, estaba a unos cuantos metros de este cuando sus piernas dejaron de responder, cayendo de rodillas e inclinándose hacia adelante, había perdido parcialmente el conocimiento.

Habría golpeado el suelo con su rostro de no haber sido por el actuar de una de las personas dentro de ese grupo de desconocidos.

—Ayúdenme con ella —pidió una mujer cuya voz tenía algo de familiar.

Podía escuchar sin problemas y el resto de sus sentidos volvían lentamente a la normalidad.

—Sí —respondió una niña.

—Hagan lo que quieran —repuso otra mujer, su voz se asemejaba a la de la primera, sólo que un poco más ronca—. No entiendo por qué le ayudan, ¡si es por culpa de ellas que estamos aquí!

—Es culpa de todas, no importa cuánto lo niegues, Jun —contestó la primera.

Esas palabras quedaron retumbando en su mente, sus sentidos habían vuelto en su totalidad. Se incorporó rápidamente, ahora podía ver que las desconocidas eran, para su sobrecogimiento, versiones de ella en distintas etapas de su vida: la mujer que evitó su golpe con el suelo parecía rondar los cuarenta; la niña aparentaba tener unos ocho años; la joven irritada era ella a los dieciséis y, finalmente, su yo de doce años permanecía callada, abrazando sus piernas y apoyando su mentón sobre las rodillas.

—¿Dónde estoy? —preguntó una vez superó la impresión.

Sus cuatro versiones se miraron unas a otras hasta que la mayor aclaró su garganta para hablar.

—No lo sabemos, llevábamos un buen rato en este lugar antes de que llegaras... y a decir verdad, estoy tan confundida como me imagino lo estás tú, mi mente está hecha un lío.

—No mientas —dijo la Jun de dieciséis, su enfado era palpable—, es obvio que estamos aquí por culpa de tu intento de suicidio, de seguro estás en coma o a punto de morir, estúpida.

La Jun de ocho años corrió hacia el regazo de su versión adulta, parecía asustada. Verlas a ambas, como si fuesen madre e hija, le rompía el corazón, pero la sensación decayó increíblemente rápido, como si algo la arrancase.

—Cálmate, asustas a la niña.

—Esa niña eres tú, ¡es cada una de nosotras en este maldito lugar! —se alejó un poco del resto, se sentó con los brazos cruzados, apoyando su espalda en la pared, y cerró los ojos.

La mayor suspiró, centrando su atención en Jun.

—Creo que está de más pedir que la comprendas —Miró a la niña y revolvió su pelo antes de pedirle que fuera con la Jun de doce años. Ambas la observaron por unos minutos—. Es la única de nosotras que no recuerda lo sucedido.

Se sentaron con las piernas cruzadas, mirándose a la cara, se notaba el cansancio en el de la mayor.

—Yo... esto es tan... Nunca pensé que algo como esto podría pasar —Todos esos recuerdos no habían hecho más que profundizar su sentimiento de culpabilidad.

—Estuvimos discutiendo sobre esto desde que las cuatro nos encontramos y, puede que nos equivoquemos, creo que esto es una especie de limbo... quizás no todo esté perdido...

—Deberíamos morir... Es lo mejor para todos —interrumpió, con voz queda, su versión de doce años.

Su versión adolescente se levantó y caminó hacia esta, empujando a su yo infantil a un lado.

—Ya me cansaste, si no fuera por tu debilidad no estaríamos aquí. Dices que deberíamos morir, como si hubieses hecho todo lo posible, pero no es más que autosatisfacción, una excusa para sentirte bien contigo y decir: «ya no tienen de qué preocuparse, ahora no seré la carga de otra persona» —la tomó por el hombro y le dio un puñetazo, haciéndola caer—, si ni siquiera lloramos su muerte —agregó, pateándole el estómago.

Jun quedó paralizada por la forma en que se auto restregaba la incómoda verdad. No derramó ni una lágrima luego del aborto, sin importar cuanto lo intentase, el llanto nunca pudo surgir, al igual que no lo hizo el arrepentimiento mientras estuvo consiente, y simplemente se hundió en la depresión. Llegó a pensar que su otra yo estaba en lo correcto, sin embargo, al ver el miedo en el rostro de su versión más infantil, se adelantó a la mayor y detuvo a la Jun de dieciséis, quien se volteó rápidamente.

—¡Suéltame! —dijo esta mientras forcejeaba.

Ahora comprendía el porqué sus sentimientos eran, en cierta forma, arrastrados lejos de ella, y era que iban a parar en ellas cuatro, dejando sólo una reminiscencia en ella. Rodeó con ambos brazos a su versión juvenil, abrazándola.

—Ya es tiempo de luchar como realmente debo.

La menor hundió su cabeza en el espacio entre el cuello y el hombro de Jun, sollozaba. La Jun depresiva se levantó, estaba en un estado similar al de su atacante y se unió a ella. Quiso ver a su versión más adulta, pero todo se volvió negro y, sin embargo, le pareció verla sonreír. Ahora estaba rodeada por una cálida sensación, como si sus cuatro yo la abrazaran.


Abrió los ojos, las lágrimas brotaban sin cesar. Volvía a estar en una cama de hospital, respiró profundamente y ladeó su cabeza, pero ahora, apenas trató de levantarse, una enfermera llegó para ayudarla y llamar a un doctor.


A decir verdad, esta historia tuvo sus altos y bajos mientras la escribía, pero esta pareja me ha gustado desde hace tiempo, de modo que me animé a terminarla, y espero les haya gustado. Nuevamente, gracias por la ayuda.

Nos leemos luego.