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Prólogo.

La habitación se ilumina por solo la flama de una vela que se agota. El Hechicero Supremo camina hasta el cuerpo recostado en la cama. Recorre en una suave caricia desde la punta de sus dedos hasta la delgada clavícula. La fuerza abandona sus piernas. Se sienta en el suelo y envuelve la fría mano entre las suyas.

— Nunca te alejaría de mi lado si no fuese estrictamente necesario —Quiere mirarle, pero apenas alza sus ojos, siente que las lágrimas contenidas se resbalarán por sus mejillas, relaja su expresión y sacude la cabeza para deshacerse del oleaje de pensamientos negativos. Emula una sonrisa de lado que se cuela fina entre sus labios — Pero tienes que volver, Loki. Se necesitan, no puedes seguir así.

Se pone de pie para acariciar los cabellos oscuros que caen sobre la cama, examina su rostro, su perfil sereno, sus largas pestañas, sus labios delgados y ausentes. Sus ojos se deslizan por su cuello y siente un profundo alivio al no ver aún rastros de la mancha oscura que ha empezado a expandirse desde hace meses. Escucha el rechinido de la puerta principal e Inhala con mucha dificultad.

¡He vuelto!

Es la voz de Loki desde el pasillo del Sanctum Sanctorum, con un movimiento de sus manos apaga la pequeña vela, antes de salir vuelve a mirar atrás, la luz del ventanal baña con apenas la suavidad para discernir la figura de Loki Odinson, él sonríe. Strange no tiene valor de mirar al fondo de la habitación. Sale y detrás suyo oculta el cuarto con un hechizo.

Con la camisa blanca apenas bien abotonada y los pantalones negros recién planchados, Stephen Strange baja hasta el comedor. La pulcra cocina color blanco con mármol refleja el oscuro cabello del joven universitario, quien ha dejado la mochila sobre la barra y busca algo en el refrigerador.

— Deja eso, hoy cenaremos algo de verdad.

Loki se gira, sus ojos verdes brillan, pero después de limpiarse la garganta en un ademán incómodo, solo se encamina hasta la mesa. El Hechicero se sienta frente a él después de darle el plato que ha preparado. Hay un silencio extraño, tiene demasiado en lo que pensar.

Un chasqueo en la lengua del hijo de Odín le hacen alzar la vista.

— Por si lo preguntas, todo salió bien en la universidad. Entregué el papeleo.

El aire abandona sus pulmones.

— Siento mucho separarte de lo que conoces…

Confiesa, con total honestidad.

— ¿Bromeas? Sabes que nadie extrañará a Loki Strange, el chico engreído protegido por el neurocirujano de mayor renombre en la ciudad — Loki mueve el tenedor para terminar de enrollar las tiras de pasta y llevárselas a la boca — Además, es tu trabajo Stephen. Ya has hecho mucho por mí, como para ponerme caprichoso.

El médico extiende su mano hasta llegar al hombro del chico, tiene que inclinar un poco la cabeza, Loki es tan joven y aún más pequeño que él. La mano delgada y pequeña se aferra a la suya, una piel cálida, un gesto de cercanía. Loki le mira a los ojos y Strange le devuelve la mirada.

— ¿Estás listo?

El chico asiente. Se levanta y corre a su habitación por sus cosas.

Stephen detesta el teatro, pero no tiene opción. Sube a su auto, un modelo idéntico al que le llevó al desfiladero, un recuerdo de su misión en el mundo. Loki se sienta a su lado, se abrocha el cinturón y mira por la ventana. Después de un suspiro que parece durar una eternidad, el Hechicero se encamina por la carretera.

Fuera del auto hace frío, el aire apenas se cuela por las rendijas de la ventana. Strange mira el camino, tan oscuro, tan desolado. La luna ilumina el sendero. Le recuerda a esa noche, pero sin el sonido ensordecedor de los truenos.

Con un movimiento de dedos duerme al chico de cabellos negros, cuando escucha su suave respiración, Stephen abre un portal justo frente a su auto. Suelta el aire tan despacio como puede.

— Espero que me perdonen por romper mi juramento —. El auto atraviesa el portal que se cierra a sus espaldas, mira la ciudad que los acoge y se encamina a la casa que usará de fachada — Tal vez este solo sea un camino que nos conduzca al infierno.