Llevaba tiempo dándole vueltas a esta idea y finalmente me decidí a comenzar a escribirla. Espero que os guste, a pesar de la brevedad de este primer capítulo (es más bien un prólogo), pronto subiré el segundo donde todo comenzará a aclararse levemente (me gusta alargar un poco el suspense). ¡Disfrútenlo!

Los personajes de One Piecen no me pertenecen, pero sí parte de la trama y sus posibles Oc.


- Diálogo.

"Pensamientos"

Memorias/Flash backs/Sueños

Canciones

"Libros/Escrito"


Capítulo 1: Confusión

Frío. Otra vez, a su alrededor todo estaba frío.

La cabeza le daba vueltas. En su fuero interno, muchas preguntas, cuyas respuestas no quería conocer, se amontonaban unas sobre otras. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado allí? Sentía las manos atadas. ¿Kairoseki? Sí, por algo se encontraba tan débil.

Trató de abrir los ojos, pero el cansancio pudo con ella. A penas estuvo convencida de que el frío la mataría, un pesado objeto parecido a una manta la cubrió por completo. Segundos después, la oscuridad se tragó su conciencia.


Volvió a intentarlo, obteniendo el mismo frustrante resultado: nada. Aún debía llevar puestas las esposas de kairoseki que la mantenían en aquel estado de debilidad. No obstante, ya no hacía tanto frío.

Sintió un pinchazo a la altura del abdomen, que poco a poco fue transformándose en un dolor de magnitudes insoportables. La estaban rajando. Haciendo un soberano esfuerzo, logró pestañear el tiempo justo para distinguir dos manos con un bisturí abriendo suavemente la piel de su abdomen, de donde no paraba de salir sangre.

Habría gritado, pero no tenía fuerzas. Escuchó un sonido parecido a una exclamación ahogada y luego el dolor se volvió insoportable. Su cabeza no resistió más y perdió nuevamente el sentido.


Suave, la superficie sobre la que se encontraba era suave.

Cuando recuperó el sentido, poco a poco fue recobrando también su sensibilidad. Seguía con las esposas puestas, por lo que aún estaba indefensa, pero… parecía que la morfina o lo que fuese que antes había adormilado su mente ya no hacía efecto en ella. Varias voces sonaban en la lejanía, parecía que discutían. No lograba entender lo que decían, pero de todas formas, mientras no lo pagasen con su dolorido cuerpo, le daba igual.

Una vez más trató de moverse, y esta vez logró entreabrir los ojos, lo justo para distinguir la espalda de una mujer de larga melena rubia cubriendo la puerta a la sala, impidiendo así el paso de otros dos tipos, algo más pequeños, de aspecto enfadado. Ellos eran los que discutían.

Pero los tres dejaron de discutir al escuchar el grito de dolor que escapó de sus labios al sentir que le quemaban el vientre. ¿Qué la estaban haciendo? Jadeó y la mujer rubia se acercó a ella y gritó algo a otra persona a quien ella ya no pudo ver, pues la oscuridad parecía empeñada en llevársela consigo.


No era una mujer. Su mente no hacía más que darle vueltas al tema.

Cuando la última vez que estuvo consciente creyó ver a una mujer, sintió un dolor insoportable a la altura del abdomen y cuando la rubia se acercó a ella, pudo comprobar que no era una mujer, sino un hombre rubio que portaba un casco cubriendo su rostro.

No sabía cuánto tiempo llevaba en aquel lugar, ni tampoco recordaba cómo exactamente había acabado capturada. Sus últimos recuerdos navegaban junto con sus compañeros, los "Sombrero de Paja", quienes acababan de llegar a Sabaody junto con una sirena y sus peculiares amigos. Recordaba también haber salido de compras con Nami, pero tras eso… nada.

Abrió los ojos con lentitud, de repente, ya no se sentía tan débil. Alzó las manos y comprobó que permanecían atadas, pero no por kairoseki, sino por una vulgar cuerda. Una presencia apareció a su lado. No parecía sorprendido de verla despierta, sino más bien aliviado.

Frunció el ceño, tratando de recordar dónde había visto antes a aquel hombre con aspecto de zombie. Llevaba puesto algo parecido a un corsé y tenía varias marcas de pinchos y costuras por varias partes del cuerpo. Le vió mover los labios, estaba hablando.

Entrecerró los ojos, tratando de concentrarse en la voz del hombre, que le llegaba muy lejana. No obtuvo resultado. Volvió a cerrarlos, agotada, y se quedó dormida.


Sabía que había pasado tiempo. No estaba segura de cuánto, pero sí varios días. El hombre de aspecto de zombie la visitaba todos los días, llevándole alimentos y revisando su estado.

A pesar de no estar prisionera más que por una soga en las muñecas, aún no había recuperado sus energías al cien por cien. Pero ya veía, sentía y escuchaba sin problemas.

Aquel día, el hombre de aspecto de zombie llegó acompañado por otro cuyo aspecto era aún más extraño, pues parecía un escarabajo. Comentaron algo entre ellos y la ayudaron a incorporarse, ofreciéndola una bandeja con lo que parecía ser arroz y algo de carne.

Les estudió en silencio con sus grandes ojos azules mientras se retiraba algunos mechones negros del rostro. Ambos compartieron una mirada curiosa.

- ¿Hoy no comes? – Preguntó el nuevo visitante.

No dijo nada. Se pasó la lengua por los labios, hidratándolos, mientras pensaba qué decir. Al no encontrar una frase adecuada, decidió que lo mejor sería dejarlo y comenzar a comer.

Ambos hombres la observaban en silencio. Le habría molestado de no ser que durante toda su vida había sido observaba por la gente que la rodeaba. Aunque aquellos dos… no la miraban con odio ni repugnancia, sino más bien… con curiosidad. Cuando terminó de comer, la ayudaron a tumbarse de nuevo y le retiraron el plato de encima. Justo cuando fueron a salir de la habitación, pareció encontrar su voz una vez más.

- ¿Quiénes sois?

Pareció que el de aspecto de zombie iba a contestar, pero su compañero tiró de él con cara larga hacia la salida, cerrando la puerta tras de sí. Frustrada, se dejó caer una vez más sobre la almohada y cerró los ojos. Ya lograría respuestas, todo a su tiempo.

Después de todo, lo que una arqueóloga no tenía era prisa, precisamente.


Se incorporó sobre la camilla de la enfermería. Miró sus manos, pensativa, pues aún seguía maniatada. Ahora que ya estaba plenamente recuperada, calculaba que habían pasado cuatro días desde que despertó con aquella sensación de frío en aquel lugar.

Observó a su alrededor, con cautela. Una pequeña ventanilla, como un ojo de buey, permitía que la tenue luz del sol entrase por ella, iluminando la pequeña habitación en la que se encontraba. Era una enfermería pero, tal y como ella esperaba, no era la de su barco: Chopper no aparecía por ningún lado y dudaba que Sanji, Nami o Zoro hubiesen permitido que tipos tan extraños como los que había visto aquellos últimos días hubiesen subido a bordo del Sunny–Go.

Trató de caminar unos pasos. Sabía que tras varios días en cama, su cuerpo estaría un poco adormecido, por lo que fue despacio. Comenzó apoyando suavemente sus largas piernas en el suelo, y una vez que se aseguró de la sujeción que le daban, incorporó el resto de su cuerpo hasta quedar completamente de pie. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que aparte de la ropa interior, no llevaba más que una fina bata de hospital. Dio un par de pasos hasta la puerta de la sala, que en ese momento se abrió de golpe.

La puerta la golpeó de frente, incidiendo el pomo justo en la herida de su abdomen, que aún no sanaba por completo. Gimió de dolor y alzó el rostro hacia la persona que acababa de entrar. Su respiración se entrecortó, reconociéndole.

- ¿Qué intentas, Nico Robin?

Ella frunció el ceño.

- Ya nada – murmuró, sarcástica, mientras trataba inútilmente de levantarse.

Al final, el rubio no tuvo más remedio que ayudarla, tomándola en brazos. Fue a depositarla de nuevo en la camilla, con cuidado.

- ¿Qué hago en el barco de los famosos y sanguinarios "Piratas de Kidd"?

- No te interesa, aún. Le diré a Kidd que ya has despertado – dijo, apartando de sus muñecas las cuerdas que la habían mantenido atada.

- Desperté hace días – le corrigió mientras le veía dirigirse a la puerta.

- Pero hasta hoy no estabas en forma.

Salió de la sala, dejándola pensativa sobre la camilla. Se levantó lentamente la bata, dejando su cuerpo a la vista, y su mirada se horrorizó ante las costuras que cruzaban su abdomen. No ocupaban ni mucho menos una gran parte de su cuerpo, cinco centímetros como mucho, pero era una gran herida. Quien quiera que fuese aquel que la había tratado, se había esmerado por evitar que al cerrar quedasen cicatrices en su piel.

Unos pasos diferentes a los que se había acostumbrado a escuchar durante aquellos días la distrajeron y volvió a incorporarse, dejando caer nuevamente la bata sobre su cuerpo. Sus pies descalzos acariciaron el suelo mientras esperaba que la puerta se abriese y Eustass Kidd entrase por ella.


Era tal y como los rumores decían. Alto, algo pálido, de sonrisa arrogante y pelo rojo, como el fuego.

El capitán dio un par de pasos con los que recorrió por completo la distancia que los separaba. No pudo evitar sentirse algo intimidada ante su presencia. Le vio sonreír.

- Tienes que ver algo – dijo él, simplemente.

Su voz era más grave de lo que esperaba, pero no dejaba de sonar suave, sin asperezas. Ella pareció confundida unos instantes, para luego recuperar su habitual postura pensativa.

- Antes tengo mis preguntas.

- Estás en mi barco, Nico Robin, y si sigues viva es porque así lo ordené, por lo que ahora tendrás que acatar mis órdenes.

- No soy parte de tu tripulación, Eustass – comentó ella con frialdad.

- No hace falta. Pero estoy seguro de que querrás saber qué tal les va a tus compañeros ahora.

Los ojos azules de la morena se abrieron, confirmando sus palabras.

- ¿Dónde…?

- Fueron separados por Bartholomew Kuma el mismo día que Zombie te trajo a bordo, el día de vuestra llegada a Sabaody. Tras el incidente de la casa de subastas, un Almirante vino y el Shichibukai se deshizo de ellos, pero ahora tu capitán ha aparecido haciendo de las suyas en la guerra de Marineford para salvar a su hermano.

El lado racional de Nico Robin comenzó a darle vueltas al asunto. Aún tenía muchas preguntas, pero una brillaba sobre las demás.

- ¿A dónde está yendo el barco ahora?

- Zarpamos al Nuevo Mundo. Han cortado la conexión directa con la batalla y no quiero perderme el momento que cambiará el mundo tal y como lo conocemos.

- ¡Pero no tenéis por qué arrastrarme con vosotros!

El pelirrojo sonrió.

- Como ya te he dicho, ahora no hay tiempo para discutirlo. Pronto emergeremos al otro lado y tras la guerra volveremos a sumergirnos hacia la isla de los hombres pez. Una vez esté todo claro, podrás decidir qué quieres hacer, hasta entonces, te quedarás a bordo – comenzó a caminar hacia la puerta –. De cualquier modo, si no te gusta tu suerte siempre puedes nadar hasta tierra firme – finalizó, con una sonrisa burlona.

Salió de la sala, dejando la puerta abierta tras de sí y a una confusa Nico Robin apoyada contra una de las paredes mirando por la ventana que minutos antes le había mostrado el sol y ahora sólo le enseñaba el mundo submarino. ¿Nadar? Ni en broma. Suspiró y salió por la puerta a paso ligero, alcanzando al pelirrojo en pocos pasos.

- Me debes respuestas, no lo olvides – murmuró ella, mirando al frente mientras caminaba a su lado.

Él se tensó, pero nuevamente sonrió.

- Tú eres quien está en deuda conmigo, pero ya te he dicho, y no me gusta repetirme, que ya hablaremos. Ahora hay cosas más importantes.

La morena asintió y se dirigió con él hacia cubierta, con la angustia oprimiendo cada una de las células de su cuerpo.


Continuará…