Disclaimer: Los personajes aquí descritos no son míos. Deberían, pero la vida no es justa, así que desgraciadamente pertenecen a nuestra querida y admirada señora Plec.
Resumen: Caroline una vez le cantó una canción a alguien especial, pero la respuesta a cierto verso de la canción era no. La llama no era eterna, era tan solo una chispa. Tiempo después, sintió una llamarada fuerte e intensa, pero acabó por extinguirse. Y finalmente, en aquel bosque, ardió por completo. Ya han pasado 17 años desde entonces y la llama sigue viva, ¿Podría ser eterna?
Aviso: De momento el rating es T, pero cambiará más adelante a M *sonríe con inocencia*
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Eternal Flame
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Arrugué la nariz al ver mi reflejo en el escaparate de la tienda. A pesar de que aquella mañana me había alisado el pelo la humedad del ambiente me lo había vuelto a rizar. Hacía un día espantoso y con el humor de perros que llevaba hoy, eso no era, para nada, una buena combinación.
Para empezar no había pegado ojo en toda la noche. Y es que tenía tan mala suerte que había tenido que elegir el hotel más ruidoso de toda la ciudad. Entre las fiestas, el karaoke (el hotel solía estar lleno de clientes japoneses) y el ajetreo de la gente me fue imposible dormir tranquilamente. Cabe decir que siendo vampiro tenía los sentidos más definidos que cualquier humano, de modo que si prestaba atención podía escuchar cada conversación que se estaba dando en mi misma planta.
Abrí los ojos de par en par al ver una blusa esmeralda colgada en una de las perchas.
Con una rapidez que podría rivalizar con la de flash entré en la tienda y la tomé en mis manos, empezando a ojearla. ¡Era perfecta! quizá era una prenda demasiado veraniega para las fechas en las que estábamos, pero naturalmente siendo un vampiro aquellas nimiedades como el frío no me afectaban.
Una vez entré en el probador y me pasé la blusa por los hombros, observé que también era cómoda y además me quedaba como un guante. Sonreí al mirarme en el espejo y di media vuelta, fijándome como me quedaba en todos los ángulos. No había más que decir, me la llevaba. Parecía estar hecha a medida para mí.
Así que tras cinco minutos de cola (malditos guiris) salí de la tienda de ropa con una bolsa liada en la mano izquierda y una sonrisa plasmada en el rostro. ¡Adoraba las compras!
Y nada más poner un pie fuera de la tienda, di un respingo al oír un coche frenar abruptamente al principio de la calle. Me giré para comprobar que no había causado ningún daño. Por fortuna estaba en lo cierto.
En lo que llevaba de mañana ya había presenciado dos (casi) accidentes de coches. Siempre había oído que Roma era una ciudad muy viva, y sus habitantes muy alocados (además de tener fama de ligones) y sí, ahora había podido comprobar de primera mano que era cierto.
Italia estaba resultando una decepción en comparación a Finlandia. Aunque no entraba en mi ranking de viajes más desastrosos, era cierto que siempre tuve las expectativas más altas sobre Roma. Encabezando la lista de peores viajes entraba sin duda New York. No por la ciudad que en sí era preciosa y me había fascinado, sino porque… en fin, fui con Damon y Elena. Habían pasado ya diecisiete años desde que esos dos empezaron a salir y aun no me había acostumbrado a verlos intercambiar saliva y meterse mano. Pensé apenada que quizá me equivoqué al decir que Stefan era el amor épico de Elena.
Mi rostro se descompuso por unos segundos al pensar en mi mejor amigo, al menos, el que antes lo era. Hacía dieciséis años que se había largado sin decir nada. No respondió a mis mensajes ni a mis llamadas. Tan solo dijo que necesitaba tiempo para superar lo de Elena y su hermano, pero las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años y yo no había vuelto a ver al menor de los Salvatore.
Una ráfaga de viento se levantó e hizo ondear mis cabellos. Al instante me abroché la chaqueta de cuero y seguí caminando en dirección al hotel. Pero a mitad de camino se me antojó un café. Aquella mañana no había desayunado con tal de no pasar más tiempo en aquel ruidoso hotel y ahora me arrepentía.
Divisé un enorme cartel en el que se leía ''Da Giuseppe''. Perdí la cuenta de la cantidad de bares y restaurantes que había visto en Italia con ese mismo nombre.
Tras echar un vistazo al interior del bar por una de las ventanas y comprobar que no había demasiada multitud, entré.
Instintivamente solté un suspiro de alivio al notar el evidente cambio de temperatura. Tenían activada la calefacción y comparando el interior de aquel antro con el frío invernal que hacía en la calle, estar aquí era como estar en el mismísimo infierno. No sentía frío ni calor, pero evidentemente un cambio así cualquier vampiro lo notificaría.
Me quité la chaqueta y caminé con gracia hasta la barra, sin dejar de admirar la decoración de aquel extraño lugar. Se trataba de un bar tipo country, la iluminación era escasa, tan solo habían dos pequeñas lámparas en todo el bar, que alumbraban tan solo las mesas que quedaban más atrás. Las paredes estaban decoradas con cuadros muy pintorescos sobre indios y vaqueros, dándole un toque acogedor.
– Buongiorno, bella dama. – saludó alegremente el camarero. Le dediqué una simpática sonrisa.
– Buongiorno e grazie – reí por lo bajo y le pedí un café cortado en inglés. Después dudé, creyendo que quizá no me había entendido. Iba a volver a abrir la boca para pedirlo en italiano pero él me sonrió y asintió con la cabeza, haciendo el signo ''okey'' con los dedos.
Y entonces el maldito móvil sonó haciendo que diera un respingo en el taburete por la sorpresa. Fruncí el ceño y abrí el bolso, buscando el smarthphone. Cuando gracias a los cielos di con él (mi bolso era como un agujero negro. La única razón por la que no lo había cambiado era porque Elena me lo había regalado en mi cumpleaños) vi en la pantalla una llamada entrante.
Sonreí al instante al leer el nombre.
– ¡Hola Matt!
– ¡Ciao, Blondie! – Fruncí el ceño.
– Damon. ¿Qué demonios haces con el móvil de Matt? – Bastó escuchar la voz de ese idiota para que todo mi buen humor se fuera por la ventana del bar, justo por la cual estaba mirando un hombre rechoncho y bigotudo mientras se comía un bocadillo que goteaba una salsa blanca grasienta. Tenía la camisa llena de manchas. Arrugué la nariz.
El camarero se acercó con mi café humeante en las manos y lo dejó a un lado de la barra. Juro que pude ver un atisbo de sonrisa en su rostro cuando se alejó para atender a los demás clientes.
– El ex quarterback está demasiado ocupado jugando a la play con Jeremy. Se comportan como dos adolescentes amargados. – comentó Don gracioso, con sorna.
– ¿Dónde está Elena? – Exigí.
– Pero que humor de perros.
– No me digas.
– Dado que no quieres hablar conmigo (eso hiere mis sentimientos) te pasaré con Elena que está justo al lado intentando arrebatarme el móvil como una fiera. ¡Ey, cuidado! – se quejó, después de que resonara un fuerte ''¡Dámelo!'' femenino Damon volvió a ponerse, hablando con un tono divertido – Te la paso. Toda tuya.
– ¡Buongiorno, Caroline! – saludó una alegre Elena. Puse los ojos en blanco, cansada del típico saludo. Aunque sonreí.
– Sí, sí, buongiorno a ti también… Aunque debería decir buenas noches, teniendo en cuenta la hora que es allí.
– Ajá. Pero ya casi está amaneciendo. Cuéntame, ¿Has conocido a algún chico guapo? – comentó con tono pícaro. Yo reí.
– No estoy interesada en eso, listilla.
– Ella prefiere a los chicos con acento inglés – escuché decir a Damon en voz baja, pero obviamente lo suficientemente alto para asegurarse de que yo lo oyera. Intenté refrenar mis impulsos asesinos. Al menos alguien me hizo justicia dado que escuché un manotazo y luego un ''¡Auch!''
– ¿Y cómo va todo por allí?
– Bueno… no va tan bien como me había imaginado.
– ¿Ha pasado algo? – Preguntó Lena con preocupación.
– Oh, no. Tan solo que hubiera esperado algo mejor en Roma – hablé por lo bajo, tratando que ningún cliente italiano me oyera. Escuché reír a mi mejor amiga a través de la línea.
– Bueno, te dejamos. ¡Aprovecha bien el tiempo!
– Sí, sí – sonreí.
– ¡adiós blondie! ¡Muah!
Confieso que no pude evitar reír ante eso último.
– Adiós panda de idiotas.
– Eso ha herido mis sentimientos.
– Cállate Damon.
Elena rió.
– Adiós, Care. ¡Pásatelo bien! Te extraño!
Eso me tocó la fibra sensible.
– Yo también a ti, Lena.
– A vosotros – me corrigió Damon – se dice yo también os extraño '' a vosotros''
Puse los ojos en blanco.
– Lo que tu digas. Adiós. – tras colgar no pude hacer otra cosa más que sonreír.
Después de eso, centré toda mi atención en el café. Me relajé en el taburete mientras bebía, y observé los cuadros colgados a mi derecha con deleite. El café estaba delicioso, no tardé mucho en acabarlo. Cuando lo hice, busqué con la mirada al camarero para pedirle la cuenta.
Vi al chico tomar nota a una pareja de italianos, me miró de reojo y al instante me sonrió, indicándome que seguidamente iría.
Mientras tanto fui dejando el dinero en la barra. Cuando estaba poniéndome la chaqueta llegó él dando grandes zancadas y negando con la cabeza.
– Signorina, su parte ya está pagada.
Lo miré confundida.
– ¿Qué? Yo no he…
– Un caballero me pidió que añadiera el café a su cuenta.
Ahora si que estaba en completo estado de shock.
– ¿Quién? – Pregunté antes de darme la vuelta y recorrer con la mirada el interior del bar.
La mandíbula casi se me desencajó al ver a Klaus sentado en las mesas del final, que me saludó con la mano en un gesto burlón mientras sonreía mostrando esos... adorables hoyuelos.
– Santa mierda.
Genial. Increíblemente genial.
– ¿Algún problema?
– Oh no, tan solo se ha colado un maldito acosador.
Ignorando por completo al camarero empecé a caminar hacia él malhumorada.
– ¿Qué demonios estas haciendo tú aquí?
Él sonrió ampliamente.
– ¿No puedo tomarme unas vacaciones y venir a visitar uno de mis lugares favoritos del mundo? – Preguntó él sin perder la sonrisa en ningún momento. – Por cierto, amor, estás radiante. – Me miró de arriba abajo, devorándome con la mirada – Ese pantalón ajustado sin duda te hace justicia, aunque estás mucho mejor sin él puesto.
Me sonrojé a más no poder.
– ¡¿Cuánto tiempo llevas siguiéndome?!
– ¿Seguirte? ¿Por quién me tomas?
Levanté una ceja.
Él sonrió.
– tres días.
– ¿¡Tres días?!
– Escuché por casualidad que ibas a visitar Roma y no pude resistirme a aprovechar la oportunidad.
– Me hiciste una promesa, Klaus. – espeté.
– Cierto. Prometí que nunca volvería a Mystic Falls. – La sonrisa de Klaus desapareció y me miró terriblemente serio. – ¿De verdad te creías que iba a dejarte escapar tan fácilmente?
– Ya conseguiste lo que querías – vacilé.
Él frunció el ceño.
– Caroline, tu cuerpo es solo una cuarta parte de lo que quiero.
– ¿Y cuales son las otras tres, si puede saberse?
Él clavó sus ojos en mi.
Dudé sobre si quería saber la respuesta. De hecho, ya lo sabía. Podía notarlo en su forma de mirarme, pero me costaba creer que después de todos estos años él siguiera sintiendo lo mismo. Sacudí la cabeza. Aunque él quisiera, yo no pensaba ceder.
Klaus señaló con la mano al asiento vacío que quedaba frente a él.
– Por favor – añadió sonriente.
Vale, a lo mejor si iba a ceder. Que remedio. Me senté a regañadientes, ¡pero solo por un rato!
Él me dedicó una cálida sonrisa.
– ¿Y bien? ¿Qué tal tu café?
– Grandioso. Muy rico. No deberías haberte molestado. – me crucé de brazos, a lo que Klaus rió.
– ¿Qué clase de caballero sería si hubiera dejado que pagaras?
– Un caballero moderno. – suspiré – que sepas que es muy acosable de tu parte venir hasta aquí con tal de molestarme y… Diablos. Estar siguiéndome durante tres días. Por dios, Klaus. ¡Tres días!
– Acosable. – repitió Klaus, con un brillo juguetón en los ojos. – ¿Entra esa palabra en el vocabulario de Caroline Forbes?
– ¡No me cambies de tema! – ladré – ¡has estado siguiéndome durante tres días! Eso es… ¡eso es espeluznante, Klaus!
– Dicho así, suena extraño. – sonrió él. ¡Extraño! Maldito bastardo. – pero no deja de ser divertido. Admito que el primer día fue interesante ver como rechazabas ''con delicadeza'' a aquel pretendiente italiano. Muy insistente, debo añadir. Aunque estoy totalmente de acuerdo con tu forma de actuar, tengo que decir que fue un poco grosero de tu parte darle esa bofetada que lo lanzó al suelo.
Lo fulminé con la mirada.
– Eso es lo que suelo hacer con los acosadores – espeté. En mi defensa diré que intentó tocarme el culo.
Por algún motivo, Klaus empezó a desternillarse.
– ¡¿Qué te parece tan gracioso?!
– Tú, amor. – seguía riéndose – Caroline, eres refrescante.
– No le veo la gracia por ninguna parte. – fruncí el ceño.
Él sonrió.
– Al final se te acabará quedando esa cara. – mi ceño se frunció aun más.
– Te seguiría gustando – Klaus rió entre dientes con la mirada fija en mi. Puedo jurar que sus ojos se oscurecieron un poco.
Por un momento pensé en el Joker.
– En eso tienes razón. – admitió – ¿Tienes hambre, amore mio?
Noté mis mejillas teñirse de rojo carmesí (por tercera vez en todo el día)
– No. – mentí. El sonido de mi estómago hambriento rechistó.
– Tu estómago indica lo contrario. – señaló él, sonriente.
– ¡no voy a comer contigo!
– Por favor. – Bajó la cabeza levemente y me puso ojitos.
Ah, no. Esa carita de perrito no.
– Klaus, eso no funciona conmigo.
– Yo creo que si lo hace – Parpadeó con inocencia, esperando el resultado.
Esta vez no pude evitar que las comisuras de mis labios se curvaran en una sonrisa. Al instante él también sonrió mostrando sus hoyuelos.
Puse los ojos en blanco, y sin dejar de sonreír me levanté, recogiendo la chaqueta y el bolso.
Él frunció el ceño.
– Lo siento, pero tengo planes mejores. Además ya me he servido. Gracias por el café.
Klaus también se levantó y me agarró del brazo, a lo que me giré con una ceja enarcada.
– Vamos, amor. Vive un poco.
– Eso es justo lo que voy a hacer, visitar la ciudad. – repliqué con orgullo. Él sonrió.
– Podemos dejar eso para después.
Solté una carcajada carente de humor. Él me miró enojado.
– Perdona, me ha parecido oír ''podemos''.
Esperé que Klaus se ofendiera con eso, pero en su lugar sonrió.
– Ya veremos eso. Amor, ¿recuerdas cuando te presentaste en mi casa para suplicarme que te diera un vestido? – Otra vez la cara de perrito.
– Klaus, no uses chantaje emocional conmigo. Si me ayudaste fue decisión tuya, ¡yo no te obligué a hacer nada!
– Pero te consentí el capricho. Tú podrías hacer lo mismo, aunque solo fuera por una vez.
¡Pero como podía alguien ser tan arrogante! Abrí la boca para soltarle un par de gritos pero simplemente me salió un:
– ¿SERIOUSLY?
Él volvió a sonreír.
– Una comida, entonces – pidió con inocencia. – Y luego te dejaré decidir si quieres seguir conmigo o…
– Está bien. – Accedí con un gesto desdeñoso y me dejé caer de nuevo en el asiento.
Klaus amplió su sonrisa e hizo lo mismo en el suyo propio. Seguidamente llamó al camarero y pidió que nos trajera la carta, todo con su perfecto italiano. Debo admitir que sentí una pizca de envidia. Me preguntaba cuantos idiomas sería capaz de hablar con sus mil años de vida.
Cuando el camarero volvió a acercarse con la carta, Klaus la recogió y antes de que pudiera ofrecérmela a mi primero (como el buen caballero que era) se la arrebaté de las manos.
Él me miró confuso. Le guiñé un ojo.
– No entiendo ni papa. Risotto a la zucca, ¿Qué demonios es esto?
– Oh, eso... risotto con trozos de calabaza. Demasiado dulzón para mi gusto.
– Pues suena bien. Creo que voy a arriesgarme, estará bien variar un poco. Llevo toda la semana alimentándome a base de pizzas.
Él solo sacudió la cabeza sin dejar de sonreír.
– ¿Algún problema? – dije enarcando una ceja.
– Para nada – se defendió, alzando las manos en el aire en señal de inocencia.
– Espera. No me digas que no te gusta la pizza.
– He probado comidas mejores.
Alcé la mirada de la carta a él, con la boca tan abierta que temí que mi mandíbula se desencajara y cayera al suelo.
– ¿Seriously? ¿A quien no le gusta la pizza?
¿En serio?
– No digo que no me gusten, tan solo que no le veo el punto – se excusó.
– No sé como puedo estar hablando ahora mismo con alguien a quien no le gusta la pizza.
Después de cinco largos minutos finalmente me decidí por pedir risotto a la zucca. Él se conformó con arancini. Cuando le pregunté que era me respondió ''croquetas con pasta de arroz, pecorino y queso parmesano'' Me quedé igual. Luego se ofreció para darme un bocado de su comida cuando la trajeran para que la probara, alabando que era un manjar ''squisito''.
Por un momento me lo imaginé inclinándose sobre la mesa hacia mi con el tenedor en el aire para darme de comer en plan pareja. Ante esa imagen mental no pude evitar desternillarme de la risa. Él me miró con el ceño fruncido sin comprender. Luego musitó un escueto ''mujeres'' con la intención de que lo escuchara y le lancé la carta a la cabeza. Me esperé que se enfadara pero en su lugar acabó riéndose como un crío, y debo admitir que yo hice lo mismo. Al fin y al cabo, haberme encontrado con mi acosador personal no prometía ser tan malo.
Para la gente que lee ''su protegida'', no me peguéis por haber empezado otro fic, subiré el siguiente capítulo la semana que viene xD
en cuanto a este, tengo planeado subir cuatro o cinco capítulos, no será una historia larga, aunque DEPENDE de como guste quizá escriba una secuela.
Lo de siempre, deja review y te amaré eternamente, casi tanto como Klaus ama a Caroline :)
¡Besos!
