Disclaimer: Death Note es propiedad de Tsugumi Ōba.
Ser la persona más inteligente del mundo, en ocasiones, no supone más que una maldita desventaja, un perpetuo dolor que cala en tus huesos y en los de la gente que se empeña en mantenerse a tu alrededor. La absoluta racionalidad que, pretendes, guía tus actos te impide que los sentimientos afloren. Los consideras peligrosos, tus enemigos acérrimos, y jamás has permitido que nadie te diga que está bien sentir, dejar que la vida aflore y caliente tu pecho en las frías noches de invierno.
Sé bien que nunca has dejado que te importe porque siempre ha habido otras tantas miles de cosas que han necesitado al cien por cien tu brillante mente, y siempre has puesto el bien de la humanidad por encima del tuyo. Utilizas tu aparente insensibilidad como ventaja para engañar al resto, haciéndoles creer que tienes a tu alrededor una barrera inquebrantable que te protege del cruel mundo en el que vivimos.
Pero también sé que, sin pretenderlo —o deseándolo como jamás admitiré—, te he sacado de ese infierno y arrojado a uno nuevo en el que siempre hemos estado el resto de mortales. Sé que ahora te duele saber que puedes sentir, sé que te duele hacerlo y también que estar separados es tan agónico para ti como lo es para mí. Si no más. Odias que haya penetrado y calado en tu mente como nadie ha podido hacer antes. ése es el motivo por el que desapareciste de mi vida echándome sin remordimientos de la tuya.
Nadie gana con esta situación, ambos lo sabemos. Si por un solo segundo pasa por tu mente salvar nuestras almas, por favor, L, vuelve. Vuelve conmigo y no renuncies a esta felicidad por eliminar lo que nadie más que tú considera una debilidad, por hacer desaparecer lo único que nos haces humano. No huyas de lo inexorable.
Por favor, L, vuelve. Vuelve para escucharlo.
No es fácil ser inglés en Japón. En los círculos conservadores en los que he de moverme, ser extranjero te cierra muchas puertas, más de las que el negocio se puede permitir. Sin embargo, si eres bueno en lo que haces, si pones empeño, dedicación y amor en tu trabajo, puedes convencer a un paralítico de comprar una tabla de surf para el próximo verano aunque viva en la montaña. Suena duro, lo sé, pero en la vida, en esta cruel y estúpida vida, o muerdes o te muerden, y yo, por mucho que pese, quiero sobrevivir. Quiero destacar.
Sé leer a la gente y prever sus actos antes de que ellos planeen siquiera hacerlos. Sé dormir al león desconfiado que vive dentro de nosotros, apaciguar las aguas antes de que avecine la desgracia. Sin embargo, no sé mantener a una persona complicada, quizás la persona más complicada que existe sobre la faz de la Tierra, a mi lado. Soy consciente de que haberla tenido a mi lado durante unos días es el mayor logro de mi vida aunque no le haya vendido nada, pero lo cierto es que estoy decepcionada. Y no sé si con él, conmigo o con el mundo entero. Nunca he sido una persona fría y sin sentimientos como supuestamente debemos ser en este oficio para no salir heridos.
Yo amo ser humana y reír y llorar en función de las circunstancias. Amo vivir sin límites, sin vuelta atrás, sin privaciones.
Y no me arrepiento de nada.
Hace tres días que te mandé el mensaje y empiezo a perder la esperanza de volverte siquiera a ver. Ni siquiera sé si la dirección que tengo sigue perteneciéndote o hace ya tiempo que te marchaste de allí. No sé si continúas en Japón, ni siquiera si te has marchado ya de Asia. Tengo miedo. No nos hemos visto llorar, ni nos hemos besado o abrazado, no hemos ido juntos a ningún sitio como las parejas se supone que hacen, ni siquiera hemos tenido una forma normal de consolidar nuestra relación, si es que lo nuestro puede recibir ese nombre. En principio, no tienes motivos para querer verme de nuevo.
Aunque ambos sabemos que la conexión que existe entre nosotros no es producto de nuestra imaginación. Y ambos sabemos, también, que has empezado a tener miedo porque estaba haciéndolo demasiado bien. Porque tú has sido mi mayor logro. Porque estaba empezando a calar en ti. Pero el miedo no va contigo, L, joder. Soy yo la que lo lleva
Unos sutiles golpes en la puerta de su apartamento detienen su escritura. Le duele la mano de impotencia y su garganta arde por los gritos que Japón jamás llegará a escuchar. Ella rehúsa de ver a nadie; ésa es su hora dedicada al sufrimiento, a sentir y a desahogarse en silencio y no soporta ni permite que nadie interrumpa el extraño disfrute que saca de aquellos momentos a solas. El dolor de la pérdida es el único consuelo que es capaz de tolerar.
escrito en el alma, grabado a fuego como si fuera
De nuevo se escuchan aquellos tres golpes que, sin saber muy bien por qué, le obligan a detenerse de nuevo, a ponerse en pie y avanzar hasta la puerta. El intruso parece estar tranquilo y también debe saber que ella se encuentra allí. Parece aguardar paciente, sabiendo que terminará por abrir, y aunque solo esa persona lo sabe, también es consciente de que interrumpe su sagrada hora de escritura. No parece importarle.
Ella apoya una mano sobre la puerta e inspira hondo tratando de tranquilizarse. El corazón, sin motivo aparente, le late rápido. No abre la boca, no pregunta. Deseando inconscientemente un futuro oscuro para ella, unas garras feroces que arranquen sus entrañas y le demuestren que está viva, abre. Algo frío toca su frente y solo es capaz de escuchar un chasquido fingido y su consiguiente "bang" del brazo extendido del hombre. Sin apenas respirar, sin que le dé tiempo siquiera a reaccionar, decir o hacer nada, se entrega. Se pierde en aquel conocido y, pese a todo, más que bienvenido negro.
Y aquí una experimental historia —seguida de un también experimental estilo— surgida de una somnolienta y cansada mente a las doce de la noche.
Espero que, aunque sea solo un poco, hayáis conseguido captar el sentimiento que he tratado de transmitir.
¡Gracias por leer! ¡Nos vemos!
