¡Hola, mis queridos lectores :D! Bien... antes de seguir con mi tedioso fanfic de "El Código Maestro" (para el próximo año subiré un episodio nuevo. Quiero descansar un poco este mes) traigo un regalo de Navidad adelantado. Ojo, el final será de remate el 25 (si es que puedo meterme al compu un ratito), así que cada semana iré publicando un capítulo nuevo de estreno.
¡Luego de meses de arduo y de lucha contra la pereza al fin tomé el toro por los cuernos y escribí esta historia 8D! Si bien el telón de fondo es la época navideña y Phineas aparecerá como un personaje importantísimo en los pasajes que verán más adelante, la protagonista absoluta es ISABELLA xD. Ya lo había adelantado para deviantART los avisos de qué se trataría ¡Y como adivinó mi queridísima amiga Doof-fan, se tratará acerca del PADRE DE LA MOROCHA xD!, bueno... como ella es judía es un tema que tocaré con sutileza aquí. Creo que más adelante cuando relate la historia será... un poquito fuerte...
(Y para colmar este circo de palabras...) A mí consideración este es el fic más hermoso que he escrito. Aunque es pequeño, supera con creces el papel higiénico que estoy escribiendo xDD (ya saben cuál...). Espero, sin sonar arrogante ni vanidosa con este asunto, que se convierta un clásico en la página. Hacen falta escritos con Isabella de "Main Character" sin parecer muy cursi y esas cosas. Habrá Phinbella, claro, pero como este fic se sitúa cronológicamente antes de "El Código Maestro" no va haber besos, una declaración ni nada parecido.
Antes de comenzar dedico esta historia a todos los que me han apoyado desde que entré a este fandom y me siguieron esperando este tiempo que estuve "secuestrada" del Internet. No saben lo mucho que significa para mí su apoyo.
Disclaimer: Phineas y Ferb y sus respectivos personajes canónicos NO me pertenecen. Son propiedad de "ustedes saben quienes" (xD) y blablabla... etc., etc., etc... Hay personajes que aparecerán y serán mencionados, los cuales algunos son de MI PROPIEDAD. Seguro se darán cuenta.
Ya con el descargo de responsabilidad, ¡CORRE FIC (xD)!
Imagina...
Capítulo I
Era uno de esos pálidos días durante las vacaciones de invierno, en los cuales la reina de las nieves clamaba su soberanía sobre la temporada, agitando sus blancos cabellos para regalar a la tierra su frío manto gélido. El viejo otoño se había retirado y muy atrás quedaba la brisa veraniega sobre las praderas verdes, que se habían vestido de velos blanquecinos. Los animales y árboles se habían preparado de hace mucho para descansar durante tres meses seguidos hasta que la dulce primavera los llamara con su voz de golondrinas, alondras y ruiseñores, los mensajeros del alba y el crepúsculo.
Las flores dormían bajo la tierra y el gigantesco follaje deshojó uno a uno sus encajes de verdor, sumergidos en un ensueño, hasta que el cielo de plata vuelva a ser de zafiro puro, y el sol renovara sus cálidos rayos dorados.
En cuanto a los seres humanos que habitan este enorme y ancho mundo, los que viven en el norte, quienes disfrutan de los paisajes antes mencionados, adornaban sus corazones y hogares para celebrar la fecha más esperada por todos: la célebre fiesta de Navidad.
Grandes y pequeños, rebosaban en su interior del vivo espíritu navideño. Luces titilantes, suaves manjares y coloridos adornos parecían llenar ese vacío del sol, flores y aromas frutales habían dejado las temporadas pasadas. Lamentablemente, este sentimiento abandonaba las almas al finalizar las fiestas, y así, la gente se volvía a sus caprichos, iniquidades y envidias, olvidando sus buenos deseos, valores e intenciones.
Mas había un pequeño remanente: los desestimados niños, quienes aguardan cada día ese espíritu de bondad y amor; justamente en uno de los suburbios de una pacífica y aburrida ciudad estadounidense llamada Danville, dos hermanastros: Phineas Flynn y Ferb Fletcher, el primero optimista, charlatán e idealista, el segundo realista, callado, de pensamientos profundos y mecánicos, resplandecían de ese espíritu navideño las 24 horas al día, los 7 días de la semana y 365 días al año, 366 contando los años bisiestos.
Nuestra historia comienza en una época como esta, cuando los dos chicos antes mencionados, de once años de edad, salen de la Primaria Pública de Danville junto a sus otros amigos: Isabella García-Shapiro, la bella vecina de ambos; Baljeet Tjinder, el nerd del grupo y Buford Van Stomm, bravucón y guardaespaldas de la pandilla.
Ya libres con el permiso de la campana, el primero en apresurarse fue el pelirrojo, Phineas, que al tener contacto sus botas con la nieve de los jardines, se tiró al suelo, carcajeando ante las alegres miradas de sus compañeros.
- ¡Sabía qué harías eso! –reía Isabella, ocultando sus azul-oscuros cabellos bajo un gorro de lana para ahuyentar el frío -¡No has madurado nada este semestre!
- ¡Y estás en toda la razón! –se levantó el aludido con una sonrisa pícara y desafiante –Pero que el verano no sea para siempre no significa que la aventura no siga… -se detuvo, como que quería decir algo más, pero no hallaba las palabras correctas como para expresarlo y continuó formando ángeles en la nieve.
- ¿Sucede algo, Phineas? –se agachó junto a él la morocha –¿Fue algo que dije o… es que estás enfermo?
- ¿Eh? No… nada. Son dos semanas de vacaciones hasta Año Nuevo. ¡Tan poco tiempo para miles de planes!
- ¡Ay, Phineas! ¡Lo que tienes de inteligente lo tienes de ocioso! –lo regañaba ella entre risas, cosa que los restantes muchachos de la pandilla afirmaron asintiendo con la cabeza.
- ¡Oh! ¿Tú crees? –y tironeando del brazo de Isabella, la hizo caer a su lado, cayendo de bruces y embarrándose la cara de nieve.
Mientras el jovencito se burlaba de su amiga, ella se limpiaba su rostro mojado, descubriendo así sus mejillas rojas de ira como calderas de barcos a vapor.
- Creo que lo que después seguirá no será nada lindo… -opinó nervioso Buford.
- ¡Te apuesto a que Isabella gana! –lo retó Baljeet.
- ¡Hecho!
Y tal como pensaban, la niña se abalanzó ferozmente encima del pelirrojo, desatándose así una pelea de juego. Tiraba de los cabellos de Phineas, aunque no con la suficiente fuerza como para hacerle daño; también este se defendía haciéndole cosquilla en el cuello y los costados. Si estaban a una ligera distancia, recogían bolas de nieve y se las lanzaban contra su oponente. No hubo ninguna que no erró el blanco y varias salieron disparadas lastimando a Baljeet.
La escuela se situaba en la cima de una colina, a lo cual Phineas resbaló y cayó rodando de esta, y sobre él, también Isabella. Dando vueltas y vueltas reían a más no poder de su graciosa suerte, mientras los tres mirones los seguían para ver como terminaba el asunto. Ya abajo, se detuvieron y encontraron todavía al par de tórtolos carcajeándose solos.
En una posición muy curiosa: el pelirrojo había caído encima de la morocha, y no pasó mucho tiempo para que ambos se dieran cuenta y se sonrojaron completamente.
- Este… lo siento, Isabella ¿Estás bien? –preguntó Phin ayudando a su compañera a levantarse.
- No te preocupes, fue divertido. Son cosas que pasan y… ¿tienes que hacer algo esta tarde?
- ¡Sí! ¡Hey Ferb, ya sé lo que vamos a hacer hoy! ¡Debemos aprovechar el tiempo al máximo con…! ¿Por qué todos me miran con esa cara?
En efecto, los cuatro observaban al muchacho con el ceño fruncido, incluyendo su hermanastro.
- ¿Qué? –replicó inocentemente.
- ¡Relájate, Phin! –dijo Izzy –No toda la vida son planos y herramientas…
- ¡Ah! ¿No?
- No. Descansemos ahora que recién salimos y luego construimos uno de tus grandes inventos, ¿qué dices?
- Creo que… sí… estoy de acuerdo, parece –respondió el chico con sentimientos encontrados.
- ¡Perfecto! ¡Hoy te quería invitar a merendar en mi casa! Como sabes nosotros celebramos Janucá y para esta fecha mi mamá prepara toda clase de dulces, pasteles y…
- ¡Uh, uh! ¿Y no tienen tortas de mil hojas rellenas de manjar y crema de maní? ¡Es que son mis favo…! –interrumpió el matón.
- ¡Buford!, ¿acaso no vez a quién estoy invitando?
- ¿Yo no puedo ir?
- ¿Qué no vez que Isabella lo está invitando a una cita privada? –le susurró Baljeet al oído.
- ¡Me parece estupendo! –exclamó Phineas entusiasmado –Ferb, anótalo en la agenda…
El peliverde, cansado de su ignorancia le dio un fuerte bofetazo en la cara dejándole marcada la mano.
- ¡Auch! ¿Por qué hiciste eso? –se quejó sobándose el cachete.
- Se me resbaló la mano al sacar el lápiz –mintió, mas a pesar del estúpido argumento fue algo que su hermano creyó fácilmente.
- Phineas, yo quería invitarte a ti, no a Ferb –explicó la joven en un idioma de modo que entendiera.
Le costó procesarlo, sin embargo…
- ¿Pero cómo? ¿No te agrada Ferb?
- Yo no quise decir que no me agradara tu hermano –contestó Isabella –Lo que quiero decir en el fondo… a ver… cómo te explico… emmm…
- ¡Ah! Es que tengo muchas cosas que hacer ¡Y esa tarea de Música que nos dio la profesora Miriam! ¡Es una locura! Se lo había contado a Isa y… gracias por considerar que estoy ocupado, eres una buena amiga, gracias… -justificó el peliverde con torpeza para darle una mano en la invitación de la morocha.
- ¿Tareas? ¿En vacaciones? –se extrañó su hermanastro menor.
- ¿Y tú las dejas para el final?
- Qué dices, Phin ¿Vienes? –insistía la muchacha –Podemos beber chocolate caliente con malvaviscos y patinar en mi piscina congelada.
- Suenan tentadores el chocolate y lo de patinar, pero jamás salgo sin Ferb… bueno… iré.
- ¡Genial! –sonrió ella, mas en el fondo había una eufórica fiesta al dar un paso adelante en su relación con Phineas -¡Te aseguro que la pasaremos bien! ¡Recoge tus cosas.
- ¿Qué? ¿Iremos ahora?
- ¡Por supuesto! ¿Qué no ves que son las cuatro y media y pronto comenzarán a sonarnos las tripas?
Y como si lo dicho por Isabella fueran palabras mágicas, al pelirrojo sintió como sus entrañas se retorcían en un modo desesperante, y toda la comida que había mencionado su amiga le apetecía en gran manera que no lo podía resistir.
- ¡Adiós Ferb! ¡Dile a mamá que llegaré a casa antes del anochecer! –gritó Phin antes de partir.
- ¡Oigan! ¡Esperen! –dijo el bravucón -¿Quién ganó la pelea?
- Tu pregunta te la respondo yo –habló la morocha picarona y empujó a Phineas de un modo que cayera de espaldas y ambos se fueron persiguiéndose el uno al otro hasta que se perdieron en una curva entre dos calles.
- Creo que eso significa que ella –rió satisfecho el moreno hindú -¡Págame!
- ¡Argh! ¿Por qué las leyes de la naturaleza se quiebran para arruinarme? ¡Es una trampa!
- No es una trampa, es solo un buen negocio –terminó citando el nerd mientras contaba sus dólares obtenidos en la apuesta.
Aunque Phineas vivía frente el hogar de la morocha, esta se había apresurado para ganar más tiempo a solas. El resto de sus amigos había quedado muy atrás, y ellos ya iban cruzando la esquina de la Cuarta y Maple, calles perpendiculares, donde en la última mencionada se ubicaban sus casas.
El chico varias veces había visitado la casa de su vecinita, mas esta vez, yendo solo, podía captar varios detalles que nunca había notado de esta anteriormente. Al entrar la primera habitación con la que se encontró fue el salón de estar: las cortinas amarillas adornaban las ventanas, de modos que al cerrarlas, el efecto de la luz diera la ilusión que fuera el sol en persona quien iluminaba el cuarto. Paredes pintadas de suaves colores tierra y un silloncito de mimbre en un rincón, de un precioso tono beige. Sillones tela roja italiana, daban una sensación de comodidad y confortabilidad: Era una casita femenina y acogedora.
- ¡Llegamos! –anunció la anfitriona –Quítate el chaquetón y ponte cómodo; si sientes frío, ahí está la chimenea encendida para que te calientes. Yo hablaré con mi mamá que hoy eres nuestro invitado-
Absorto ante tanto orden y decoro, el pelirrojo obedeció la sugerencia de Isabella y se sentó en uno de esos sofás que tato gustaban a la vista y al tacto, frente a una mesita blanca de café. Se sentía muy a gusto, comiendo galletitas de avena que le había servido su amiga al pasar.
Estudiando el panorama del living, de todos los objetos, hubo algo que le llamó fuertemente la atención. En el olvidado rincón, al fondo de un pasillo reposaba pegado a la pared un curioso instrumento musical: un piano azul, descuidado y con algunas motas de polvo en la repisa donde se acostumbran a colgar las partituras. A pesar que se hallaba muy oculto, el ojo experto de Phineas pudo notarlo con claridad. Al parecer, no había sido usado durante muchos años, y un aura de penumbra contrastaba con su alrededor. Un pasado de alegrías, risas al presente olvidado y oscuro.
- ¡Hey Phineas! ¿Qué estás haciendo?
- ¡Nada! –exclamó Phin debido al susto causado.
- Me estás mintiendo –sonreía la niña, quien sabía que su invitado algo le picaba en la curiosidad, y cuando le mentía a ella, se ponía tan nervioso que le daba por rascarse en la oreja izquierda –Si me dices que veías, quizás te lo pueda enseñar…
- Bien –se calmó el muchacho, pensando que no tenía nada malo que ocultar –Ese piano que tienes allá, no lo había visto antes ¿Es tuyo?
No había terminado de hablar y se horrorizó al ver como las sonrosadas mejillas de Isabella empalidecían de manera fantasmal.
- ¿Dije algo?
- N-no… solo tengo la presión baja, es todo…
El ánimo de la morocha se fue recuperando a los minutos y al poco rato estaba conversando felizmente con el pelirrojo, ambos sentados en el salón. Phineas no volvió a hablar del misterioso piano del corredor, pues cuando quiso retomar el tema, su compañera al instante hallaba una forma de evitar comentar el asunto.
Fue cuando Vivian, la madre de la niña cruzó el umbral de la cocina, que emanaba un dulce perfume de pasteles y frutas.
- Ya está todo listo –proclamó la mujer, quitándose el delantal –Hija, hazme el favor de preparar la mesa.
- ¡Sí, mamá!
- Disculpe –habló Phin, en un tono muy amable –Insisto en ayudarles.
- No, Phineas –negó la chica –Tú eres mi invitado, de modo que es mi deber servirte.
- Ya dije que insisto en cooperar –y el joven sacó una cesta de pan y la puso sobre el mantel de la mesa –Sabes Izzy, que nadie puede decirme que no.
Isabella, resignada a obedecer los caprichos de su amigo, compartió con él la tarea de adornar el comedor con guirnaldas, luces y menorás para preparar la llegada de los parientes de la muchacha, venidos de México e Israel, de un país cercano a la frontera y de otro que está más allá de los mares, escenario de batallas bíblicas pasadas y de otros en un futuro cercano y épico en el final de los tiempos.
Ya todo perfectamente ordenado y cada cosa en su lugar, los dos amigos, satisfechos de su trabajo, contemplaron el color y las luces del ambiente cálido y hogareño.
- No está nada mal para alguien que conoce muy poco de dónde vengo –dijo Isabella.
- Bueno… es solo lo básico que sé de tus costumbres. Tú sabes mucho de lo que nosotros celebramos, la Navidad, más allá de los regalos y el motivo comercial… es lo mínimo que puedo hacer para devolverte la mano.
La morocha sonrió levemente, casi con una sombra de tristeza.
- ¿Qué pasa? –se preocupó Phineas.
- Recordaba a alguien… -murmuró ella.
- ¿Quién?
Más la interrogante no fue contestada.
Aquella noche, el pelirrojo regresó a su hogar. No podía dejar de reflexionar en lo que había pasado esa tarde. Nunca había visto a Isabella de aquella forma: con sus ojos caídos y temblorosos, como si unas cuantas lágrimas fueran a deslizarse en sus mejillas. Abrió la puerta de su dormitorio y allí encontró a Ferb, leyendo una novela que al parecer era muy interesante, por la concentración que le dedicaba.
Se sentó en su cama, con la cabeza gacha, no con pena, sino perplejo.
- ¿Y? –arqueó el peliverde sus cejas con interés.
- ¿Y qué? –se extrañó Phin.
- ¿Qué tal la visita?
- Bien.
- ¡Ah!
Silencio.
- Supe que fueron los familiares de Isabella –continuó la conversación Ferb.
- Sí.
- ¿Cuántos?
- No sé… unos… diez, más o menos…
- ¿Parientes?
El menor asintió.
- Y eso que son los de su madre –murmuró su hermanastro.
- Estaba triste.
- ¿Qué esperabas en esta fecha?
Phineas dio un sobresalto.
- ¿Esperar? Pues… ¡Debería estar contenta! ¿No vinieron sus tíos, primos y abuelos de lugares muy remotos para venir a verla?
El otro no dijo nada. Se quedó callado, como lo era siempre, hojeando su libro sin mirarle a la cara.
- Además –prosiguió el pelirrojo –Estuvo muy rara. Fíjate, me percaté que tiene un piano en su casa. Nunca lo había visto antes. Es viejo y azul y cuando le pregunté si era suyo no me quiso hacer saber.
Cuando mencionó aquello, Ferb de inmediato lo observó con una expresión preocupada en su rostro.
- Phineas, tú sabes que lo único que tiene ella cerca es a su madre.
Las palabras prejuiciosas del muchacho se quedaron a medio camino. Ese era un tema que nunca, jamás de los jamases se había puesto a preguntar. ¡Y tantas veces que las vio a ellas, madre e hija, solas! Por un minuto, se puso a pensar, que tanto Isabella como él tenían en común eso. No tenían un padre presente y un sentimiento de compasión se deslizó con su garganta al corazón.
- ¿Por qué te quedas así? –lo sacó de su mente el de cabeza cuadrada.
- Lo siento, hermano. Yo… no sabía…
Ferb rodó sus ojos mirando hacia el techo.
- ¡Por Dios! ¡Si se notaba a kilómetros de distancia!
- ¡Ay, bueno, perdona! Tú sabes que yo no me fijo en detalles.
- No voy a discutir acerca de eso, mas… deberías entenderla. Isabella es un ser de carne y hueso. Sufre igual que tú, aunque no de la misma manera. Ella es mujer.
- ¿Y dónde está su…?
- Nunca habla de su padre. Quién sabe si está vivo o no… deberías preguntarle…
- ¡No, Ferb! ¡Menos para esta época del año! Y además, si no me quiso decir lo del piano, y se me hace que ese objeto tiene relación con esto, menos me diría la verdad sobre su pasado… yo… yo… no lo haría…
- Que tú no le hayas dicho a la primera a tu mejor amiga acerca de tu padre no quiere decir que ella haga lo mismo. Aunque debieras devolverle el favor diciéndole que te cuente. Isabella te conoce muy bien. ¿No recuerdas esa vez que hizo lo imposible por descubrir lo que pasó con nuestros…?
Ya no hablaron más. Phineas se quedó acurrucado frente a la pared de su habitación, dándole la espalda a su hermano. Pasaron horas antes que pudiera escuchar cómo Ferb cerraba la portada de aquella obra literaria y se apagaran las luces.
- ¡Hey, chicos! ¿Qué están haciendo?
Treinta minutos para las diez de la mañana y una niña irrumpió el hogar de los Flynn-Fletcher. Phineas volteó su cabeza para ver quién los había saludado a él y su hermano, aunque lo sabía muy bien y el rostro del muchacho se iluminó al ver que Isabella entraba por la puerta del boulevard, muy cantarina provocando la envidia de ciertos pajarillos que trinaban aquél día.
- ¡Hola, Isabella! –la recibió –A mediados de la noche conversé con Ferb sobre lo que haremos hoy; ya sabes, para ahorrar valioso tiempo que puede ser utilizado para divertirse…
- Valioso tiempo en el que se puede dormir, dirás –corrigió el peliverde.
- Lo hizo otra vez, ¿verdad Ferb? –preguntó la niña con voz cansada, y el joven, luciendo su título que se conocía como un hombre de acción, solo atinó a asentir y bostezar para luego continuar trabajando –Phineas, ¿qué hablamos? Tu hermano también necesita descansar por la noche.
- Lo sé, solo que se me había olvidado –se disculpó Phin –Prometo que ahora en adelante no lo haré más…
- ¡Como la otra vez! –gritó alguien.
- ¡Ferb, estás hablando demasiado! –regañó el menor –Muy bien, Isabella, ¿quieres que te enseñe?
Y dando una reverencia digno de una caballero medieval, Phineas ofreció su mano galantemente a su mejor amiga, a lo cual ella aceptó la invitación sonrojada.
- P-pero… -repuso la morocha –Veo que no han hecho nada…
- ¡Oh! ¡Eso es lo que le da más magia a todo! –respondió enigmático.
Aquellas palabras intrigaron de tal manera a Isabella, mezclando su curiosidad y ansiedad.
Caminaron hasta el otro lado del manzano en el cual Phineas y Ferb acostumbraban a pensar sus proyectos. Para el asombro de la vecinita de enfrente estaba vacío, mas estaba equivocada, cuando su ingenioso amigo agarró una tela aparecida de la nada y la deslizó se reveló ante los ojos de cualquiera una hermosa y bien pulida máquina: Un colosal círculo de metal azulino soldado a una base blanca que lo sostenía. Varios asientos se ubicaban a los costados curvos de la grandiosa maquinaria, del límpido color puro nevado iguales a la base.
- ¡Qué preciosa noria! –dijo maravillada la pequeña, soñando en subirse junto a su amado secreto.
- ¿Te gusta? ¡Ya está todo listo, solo faltan los clientes!
Con esto último dicho, derrumbó toda la ilusión de Isabella al encontrar la oportunidad perfecta de pasar un momento romántico con el pelirrojo y de un segundo a otro se esfumó su deseo, mas dando solo una mueca de disgusto y un suspiro deprimente, pronto fue recobrando su ánimo, ya que situaciones como esta eran pan de cada día.
Una multitud de niños y niñas entró al patio ansiosos de subirse a la rueda de la fortuna, el nuevo invento de los hermanos estrella y sin falta a la rutina de todos los días, Candace, la hermana adolescente de los chicos, no se hizo esperar para comenzar su loca cacería para que su madre los hallara con las manos en la masa.
Pero como nuestra historia se centra en Isabella, no nos adentraremos en detalles sin importancia.
Continuando, para la diez de la mañana una enorme fila, que iniciaba a la vuelta de la esquina de las calles Cuarta y Maple, terminando en la casa Flynn-Fletcher se formaba de muchachos y curiosos que contemplaban una de las construcciones más asombrosas de la humanidad, a manos de unos sencillos niños de los suburbios, con el simple propósito de divertirse.
Había suficiente espacio para que toda aquella gente se diera una sola vuelta al mismo tiempo. La noria era unos metros más grande que el famoso London Eye, en un estilo más tradicional con un toque de frescura. No hubo problemas para que cada uno pudiera subirse. Cuando ya todos estaban por disfrutar el paseo, solo faltaban los jóvenes inventores (cuya hermana los amenazaba mas no le prestaban atención) y la morocha, quien cobraba la entrada y daba la bienvenida a los visitantes.
- Creo que son todos –informó Phin contando los asientos ocupados y asegurándose que las personas estuvieran cómodas –Bien, tenemos que terminar todo antes que mamá llegue para el almuerzo ¿Todo bien arriba, Ferb?
El aludido, quien observaba la ciudad desde el punto más alto de la noria, apenas pudo escuchar una pequeña vocecita, debido a la tamaña altura del juego y como la hermosa vista de la ciudad desplegaba su encanto matutino embelesando al peliverde.
- Tal vez la esté pasando muy bien allá –rió entre dientes la niña.
- ¿Vienes?
Phineas, ya sentado en uno de los puestos de la rueda, ofrecía un lugar para que Isabella se sentara junto a él. Toda sonrisas, ella subió sin reproche y acurrucándose en su hombro cálido, en una posición bastante romántica, aunque el pelirrojo era demasiado inocente como para darse cuenta.
Ya la aventura lista para empezar, Phineas, con el control que podía realizar todos los procesos como encender o apagar la máquina con solo pulsar un simple botón (también Ferb tenía uno), activó el motor, que sin dar ninguna resistencia, los engranajes se dejaron deslizar suavemente como una pluma, aunque al principio con gran lentitud, aceleraba cada vez más y más a una velocidad vertiginosa.
Los gritos no se hicieron esperar en forma de risas histéricas, con las mujeres abrazando a sus novios y eso no excluía a Isabella, quien apretujó al máximo a su mejor amigo, que si no fuera un poco más fuerte, lo hubiera reventado.
Mas el muchacho lo tenía todo en orden y solo disfrutaba cual vida dependiera de ello.
Ferb, esta vez encargándose de la máquina, con el control remoto de la rueda disminuyó el trabajo de los mecanismos, yendo así este monstruoso juguete con menos prisa.
Cuando todo estuvo calmo, la morocha sacó su rostro (pues se había tapado la cara entre los rojos cabellos de Phineas con el propósito de no ver) y se encontró con el paisaje invernal que había visto su amigo, el peliverde hacia un buen rato. El sol, bello y matutino acariciaba el desnudo follaje de los bosques afuerinos danvillianos, que enmarcaban el mover cotidiano de las urbes con su gente ocupada en distintos oficios, con vista panorámica desde los límites en los campos frondosos al océano a lo lejos en las costas doradas.
- Es precioso, ¿no crees? –comentó Phineas, entusiasmado como un niño pequeño.
Isa asintió, pues las palabras adecuadas para describir la belleza no existen aún, y lo que se les cuenta aquí no es más que una borrosa sombra de lo real.
¿Acaso la naturaleza le daba una señal que aquél era el momento oportuno? Si él no se daba cuenta, nadie se lo diría si no fuera por ella misma, mas, ¿cuál sería su respuesta? ¿Qué diría? ¿Le correspondería a sus sentimientos o la rechazaría?
Preguntas así atormentaban a Isabella, y pronto todo el paisaje fabuloso se volvió angustiante y torturador. Ya no podía aguantarlo más, ¿qué hacer?
- ¡Phineas! –tomó las manos del pelirrojo entre las suyas, quien ante la actitud de la chica estaba muy confundido –Sé que no lo sabes, pero ya no puedo seguir guardando lo que siento –unas finas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
- Izzy, ¿estás segura que te sientes bien? –se asustó el joven y con su admirable atención sacó un pañuelo blanco de sus bolsillos para secar su rostro.
- No sé si tú sientes lo mismo que yo y eso es lo que quiero comprobar. Que tú sepas que yo te a…
Y en un momento, la máquina dio un sonido cataléptico, como de una vida agonizando que desfallece. Inmediatamente, con una presión increíble, salieron disparados los dos pernos principales que unían la base con la rueda gigante. Un ligero balanceo ocurrió un segundo después, cuando la noria perdió estabilidad y bruscamente esta se separó de los pilares primarios.
Aquello causó pánico en los que se encontraban en los asientos de la máquina, al ver como el juego entero iba rodando por las calles sin detenerse.
- ¡Phineas, haz algo! –exclamó la morena, intentando no ver hacia abajo.
- ¡Eso intento, pero los controles no responden! ¡Ferb!
Mas tampoco el peliverde podía hacer algo. La rueda no obedecía igualmente sus órdenes.
- Creo que tendremos que idear otra cosa –musitó el joven Flynn -¡Escúchenme todos! ¡Cuando cuente hasta tres, saltan a medida que estén a una distancia más o menos cerca del suelo para que no se hieran! Una… dos… ¡TRES!
Y acatando la orden, los que estaban más cerca saltaron a la calle, y así también los demás. Rápidamente todos estaban a salvo, excepto en el último vagón, Phineas e Isabella. Ferb esperaba que saltaran, siendo los únicos que todavía estaban en la rueda de la fortuna.
- ¡Vamos, Izzy! ¡Solo quedamos nosotros! –decía el pelirrojo.
La muchacha estaba muy asustada, que no se atrevía saltar aún. Se encontraban en el punto más alto de la noria, para luego brincar cuando la altura fuera baja.
- ¡Confía en mí! ¡Toma mi mano!
Temerosa, ella juntó su palma temblorosa con la suya, tan cálida y amigable. Recobrando valor y aferrada a la espalda de Phineas, esperó el momento oportuno para saltar.
Mas, ¿qué era esa sensación que algo tironeaba de su vestido? El vuelo de su falda estaba atascado en el seguro del asiento. Se soltó del hombro de su amigo cuando este saltaba para desenredar su ropa. Pero esta estaba demasiado firme para ceder.
- ¡Isabella! –gritó el chico de cabeza triangular, horrorizado de ver que la morocha se había quedado atrás y que su vida peligraba si no salía de allí lo más rápido posible.
Con todas sus fuerzas, la niña jaló del vestido. Aunque por fin pudo liberarse seguro, la fuerza fue tan grande que cayó hacia atrás y se golpeó duramente la cabeza, quedando inconsciente. Su cuerpo lacio resbaló hacia el vacío. Ante el terror de todos los testigos, vieron como Isabella iba en caída libre al suelo frío de la calle.
Phineas, quien observaba esta escena, corrió directamente hacia ella para poder atraparla con sus brazos. Recordaba cuando él pasó por una situación igual a esa, cuando construyó con su hermano una casa del horror y esta se elevó, cayendo de ella, ¿quién lo salvó si no fue Isabella?
Mas iba demasiado lento que no la rescataría a tiempo. Era demasiado pequeño para alcanzarla. Cerró sus ojos para no ver que su mejor amiga había muerto por su culpa, cuando alguien corrió y logró detener la caída de la morocha.
Al no escuchar ningún golpe sobre el asfalto, abrió sus párpados poco a poco. Isabella tenía su cabeza herida y un hilillo de sangre corría por su frente, quien la salvó la observaba atentamente, absorto en sus pensamientos.
Este era un hombre maduro, alto, morocho y vivos ojos azules. Al estudiar la facha del desconocido, Phineas pudo notar un rasgo extrañamente familiar. A pesar de estar convencido que jamás lo había visto, había algo en ese cabello negro y en el iris color noche que parecía haberlos visto recientemente.
- Señor… -quiso llamar la atención el chico –Quería agradecerle por salvar a mi ami…
- ¡CÁLLATE! –exclamó el hombre a la defensiva –Tú creaste esa monstruosa máquina. Tú fuiste el que le hizo esto a mi hija.
- Pero yo no pensaba en…
- ¿Pensar? ¿PENSAR? ¡Jóvenes como tú no piensan en nada! ¡Solo en ellos mismos! ¡Aléjate de mi niña, si es que piensas en su seguridad!
Y el desconocido se la llevó a la casa de ella, dejando al pelirrojo agobiado con las últimas palabras dichas por el extraño.
- ¿Hija? –murmuró perplejo Ferb, quien escuchó todo.
Antes que Phineas pudiera decir algo, un gruñido conocido de un ser peludito se escuchó. Este ser rozaba sus piernas.
- ¡Oh, ahí estás Perry! –susurró triste el niño –Vamos a casa, es hora de comer…
Continuará...
Seguro sabrán quién es xDDDDDD...
¡Nada de spoilers! Se me quedan esperando hasta el otro fin de semana xD.
Ojalá les esté gustando el fic :). Y pensar que desde abril escribí este primer capítulo xDDDDDDD
Se agradecen reviews ;)
