Disclaimer: Digimon no nos pertenece, Koushiro, por desgracia, tampoco. Escribimos sin ánimo de lucro.
Os doy la bienvenida a una nueva colección del foro Proyecto 1-8, del que podéis encontrar un enlace en el perfil de esta cuenta conjunta.
Habemus Koushiro surge de una conversación en la que se debatía si Koushiro era el personaje más shippeable de Digimon. Catorce fickeras locas quisieron demostrar que Koushiro queda bien con todo el mundo, aportando una historia como prueba.
Aquí el resultado, suyas son las conclusiones.
Esperamos que lo disfrutéis.
Personajes: Koushiro y Yamato
Concepto inicial: suerte
Concepto final: botella
Autora: ChemicalFairy
Probemos suerte
Koushiro solía encontrarle predicamentos hasta a las cosas más comunes. Preguntarse todo era su trabajo, era por lo que era conocido y admirado. Era lo que le hacía ser quien era, aunque a veces él mismo se fastidiara de su propia cualidad. Como, justamente, aquel día. Salió de aquella tienda con una mueca en sus labios. Era bastante estúpido que no pudiera comprar el condenado collar y todo por una manía suya. A este paso Mimí terminaría por darse cuenta de que se había equivocado con él, pensó.
Era un collar de plata, con un dije en forma de trébol de cuatro hojas. Mimí lo había visto en el aparador un par de días antes, y dado que en pocos días cumplirían un mes más de relación, decidió que podría regalárselo. Claro que al recordar el uso de un trébol de cuatro hojas, su mente decidió darle batalla: «Es un amuleto de buena suerte. ¿Mimí cree en amuletos? La suerte no existe, son coincidencias matemáticas de todas las posibilidades que ofrece el universo. ¿Tal vez debería regalarle algo más realista?...»
Iba tan adentrado en sus pensamientos que, al dar vuelta en una esquina, no pudo evitar chocar contra una pareja. Después de ver negro y sentir la dureza del asfalto en su trasero, olfateó chocolate y fresas, las cuales habían salido volando del helado de sus víctimas. Al abrir sus ojos encontró que había atropellado a Yamato y una chica.
—¡Yamato-san! —Se levantó como rayo y les ayudó a levantarse igual—. ¡Lo siento tanto!
—Descuida, Koushiro —le contestó su amigo, con ese tono de fastidio que siempre tenía.
El pelirrojo se dedicó a quitarle los trozos de fresas al cabello de la chica que acompañaba a Yamato. Precisamente, el rubio les miraba, al mismo tiempo que se sacudía la camisa, viendo como Koushiro hacía su trabajo con una dedicación fascinante. La chica que había invitado a salir tenía cara de echarse a llorar allí mismo; no pudo evitar soltar un suspiro.
—Supongo que el cine tendrá que posponerse, tienes que ir a la ducha a quitarte el chocolate del cabello.
Ambos detuvieron lo que hacían y voltearon a ver a Yamato. Él solo sonrió de lado, metió sus manos a sus bolsillos y se fue de allí.
Un par de días después, Koushiro se encontró a Yamato en la fila de la cafetería del instituto. Después de controlar su sonrojo automático al recordar aquella bochornosa tarde, caminó hacia él y lo saludó. Ambos tomaron su almuerzo y escogieron una mesa para comer juntos.
—¿No crees que fuiste un poco duro con esa chica? —le preguntó después de la plática desinteresada que tenían que tener por obligación.
—Tal vez, pero tengo que ser lo más directo que pueda. Fue una suerte que nos arrollaras, era nuestra primera cita.
—¿Suerte? —repitió Koushiro—. Fue una coincidencia.
—Llámalo como quieras. Lo único que sé es que no perdí mi tiempo. No me gustan las chicas lloronas o débiles. Si ese helado le hubiera caído encima a Sora, se hubiera estado riendo aun cuando le estuvieses quitando las nueces del cabello.
Koushiro no pudo evitar hacer conjeturas en su cabeza. Vio a Yamato callarse a sí mismo al meter demasiados fideos a su boca, pero su respiración errática le delataba. Koushiro sabía toda la historia, no solo Taichi le había tomado como su confidente, también Sora un día le dijo de qué iba todo en aquel triángulo de las bermudas que sus amigos habían formado. Suponía que no podía haber dos sin tres y terminaría por escucharlo todo de Yamato también. Le ofreció su mejor sonrisa, la alentadora.
—¿Qué? —preguntó confundido Yamato.
—¿Aún estás enamorado de Sora?
—Estamos en la cafetería, Koushiro. ¿Podrías tratar de ser más discreto? Cómete tu almuerzo —mandó, claramente abochornado.
Koushiro giró los ojos y separó sus palillos desechables. Estaba revolviendo los fideos dentro de su plato de ramen cuando escuchó una voz especial tras de él.
—¡Hola muchachos! —Mimí saludó. A Yamato con la mano y a Koushiro le dio un sonoro beso en la mejilla.
—¡Mimí! —Koushiro casi se muere sobre su plato. —Estamos en la cafetería. ¿Podrías ser más discreta?
Yamato no pudo evitar reírse, aunque fuese entre dientes. Mimí fulminó a Koushiro con la mirada antes de voltearle la cara y golpearlo con el aroma de su cabello. Se inclinó hacía Yamato.
—No entiendo cuál es el problema. Somos novios, no tiene nada de malo que salude a mi novio con un beso en la mejilla. ¡Esto de haber vuelto a Japón es tan complicado! En mi escuela, en Estados Unidos, los chicos lo hacían hasta en los salones. Claro, cuando ya no había nadie en la escuela, pero era todo un ritual en la relación. Ahora, ni siquiera puedo tomarle de la mano a mi novio sin que se muera de la vergüenza. ¡Suerte la mía!
Después de dejar a ambos sin palabras, abandonó la mesa y fue a sentarse junto a Sora.
—No los comprendo —fue lo último que dijo Yamato antes de dedicarse a terminar de comer. Koushiro le miró, sin creer que él fuera el incomprendido de la mesa.
Yamato regresó a su casa por la noche. Después de clases se dedicó a ensayar con su nueva banda, pues habría un concierto pronto. Para variar, su padre no se encontraba pues había tenido que quedarse en la televisora hasta tarde. Suspiró mientras analizaba el contenido de su nevera, el cual se encontraba completamente vacío.
—Debí comprarme algo de cenar en el camino —se dijo.
Abrió cada puerta de la alacena de la cocina, encontró un par que paquetes pasados de ramen instantáneo y una sopa enlatada. En la última sección que abrió, descubrió una botella de sake a medio beber.
Suspiró de nuevo. Aquella botella era un recordatorio de un mal día de su padre, un día en el que descubría que no poder olvidar era algo de familia. Se preguntaba si Takeru tendría que pasar por eso mismo también algún día. No le importó que no tuviera nada en el estómago, sacó la botella de su confinamiento y lavó un pequeño vaso, de toda la montaña de trastes que había por hacer. Y, como si no fuese un chico de apenas diecisiete años, se sentó en la mesita de su sala a beber solo.
Fue después de varios vasitos, totalmente puros, que tomó el teléfono y marcó un número que conocía de memoria. Fue lo último de su sentido que le detuvo en el último segundo, borró el número de la pantalla y marcó otro. Recordó que le había dado puerta para una charla sincera.
—Koushiro. ¿Estás ocupado?
.
.
.
—No pensé que pudiese durar tanto. Era una decisión: o Taichi o yo. Ha pasado más de un año y aún no puede hacerla. Y no es que ya no pueda esperarla más, ese es el problema, que solo quiero esperarla y no estoy seguro que vaya a valer la pena. Ya van meses que la he visto más inclinada hacia Taichi que hacia mí.
—Ojalá supiera que decirte, Yamato.
—Que tú no lo has visto eso…
Koushiro se sorprendió con la petición que le había hecho su amigo y, aunque puso todas sus neuronas a trabajar, no pudo encontrar una manera de escapar a ella. No solo lo había visto, tanto Sora como Tai le habían dicho que habían tenido sus encuentros en estos meses.
—¿Por qué quieres que sea yo quien te diga eso?
—Eres la persona más observadora que conozco. Yo… puede que mi mente me esté haciendo pasar malas jugadas, exagerar sus saludos matutinos o malinterpretar sus palabras. Eres objetivo, si tú me dices tu opinión…
—Creo que bebiste de más, esa es mi opinión.
Yamato le sostuvo la mirada por varios minutos, tratando de romper su fortaleza, pero Koushiro había decidido no revelar nada. No lo hacía por Sora y Tai, sino por el mismísimo Yamato, si tenía que escucharlo de alguien, era de ellos dos.
—Tienes una suerte… increíble… no creo que te des cuenta de ella. Mimí lo único que desea es tomarte la mano, besarte en la mejilla durante el almuerzo y unos cuantos mimos. No es algo tan difícil, ¿o sí?
Por supuesto que no lo era, pensó Koushiro en automático. Bajó la cabeza, intentando encontrar una manera lógica por la que Mimí estaba con él. La coincidencia matemática por la cual el universo les había juntado. Por la que ella había dicho que sí, aquella tarde en el parque, hace ya casi cuatro meses.
—Suerte…
—¡Sí! Suerte, maldita sea. Eres un bastardo con suerte, porque la chica que amas, te ama de vuelta. Sin complicaciones.
—Quiero darle un collar, un collar con un dije de trébol que vio en la tienda hace unas semanas. ¿Sin complicaciones? Pareciera que yo mismo me las pongo en el camino.
Yamato conocía ese tono. Le acercó el vasito con sake a su amigo.
—¿No es esto un poco ilegal?
—Mi papá necesita encontrar esta botella vacía la próxima vez que la busque.
Koushiro entendió y, aunque jamás lo aceptaría, de verdad que se le antojaba un poco de alcohol. Desde la fiesta clandestina a la que Taichi lo había llevado que no bebía, ya hace un par de meses. Tomó el vasito y lo tomó todo.
—Debí llamarte antes —mencionó Yamato antes de levantarse para ir por otro vaso a la cocina—. ¿Te das cuenta que jamás nos habíamos juntado para hablar así antes? Es decir, te conozco desde hace tanto tiempo, pero no sabía que podías tomar sake puro de un solo trago y, por más que lo pienso, no sé por qué te enamoraste de Mimí, tampoco. En este momento no estoy seguro de conocerte.
—¿No te equivocaste en la pregunta? ¿No quisiste decir que no sabes por qué Mimí se enamoró de mí?
—Creo que incluso puedo entender mejor a Mimí. A las mujeres les gusta el cerebro… tal vez debería meterme contigo al club de computación.
—Si quieres acabar con tus citas, no veo por qué no. —Yamato terminó de servir ambos vasos—. No sabía que podías ser tan inseguro de ti mismo.
—Sora dijo eso muchas veces.
Ambos bebieron y se quedaron callados, preguntándose qué más no sabían del otro.
—No sé quién es tu banda favorita —dijo Yamato.
—Knife of Day —le contestó Koushiro, sin perder un segundo. Yamato sonrió como un niño pequeño—. Antes había una banda, se llamaban Teen-age wolves, y me encantaban igual, pero se separaron.
—Claro.
—¡Es en serio! Nunca fui un gran fanático de la música hasta que te escuché en vivo. Entonces me dediqué a aprender de composición, es decir, la manera en que los sonidos concuerdan con el tiempo y con ellos mismos, es algo increíble y a la vez tan complicado. Creé un programa que podía hacer las combinaciones, según diversas escalas musicales, y solo las acomodaba a un compás que deseara… No pude hacer nada que se acercara a lo que tú haces en el escenario.
—Estás loco —fue la sentencia de Yamato—. Me hubiera gustado probar tu programa.
—Creo que aún lo tengo por ahí —le dijo Koushiro con una sonrisa. Yamato sirvió otra ronda—. Mi turno, ¿tu color favorito?
—Azul —dijo antes de beber—. Antes de conocer a Gabumon, creo que era el verde, como el sombrero de Takeru. ¿El tuyo?
—Increíblemente, desde siempre, tuve un especial apego al morado. Una increíble coincidencia.
—Por supuesto. Muy bien, dime, ¿Tu amistad con Taichi es más importante que la mía?
—Creo que es diferente, eso es todo —contestó después de algunos momentos de silencio—. Si pudiera hacer algo por ti, lo haría.
—Pensé que los tragos te soltarían la lengua. No me digas cómo, solo sé que sabes algo.
Koushiro suspiró, lo suficientemente largo para confirmar las sospechas de Yamato. El rubio no pudo hacer más que soltar todo su cuerpo tenso y recostarse sobre la alfombra de su sala. Se quedó mirando el techo, como si estuviera solo, parpadeaba un poco más rápido de lo normal.
—¿Cuál es el problema con el collar, Koushiro?
—Tiene un dije en forma de trébol. Mimí dice que es un amuleto para la suerte.
—¿Y?
—Tengo un problema con creer en la suerte. Aunque, tienes razón, no hay otra cosa que pueda explicar por qué estoy con Mimí. Somos tan diferentes.
Yamato seguía tirado en la alfombra. Koushiro aprovechaba para seguir sirviéndose tragos de la casi vacía botella de Sake del padre de su amigo.
—Tan solo dame el dinero y yo lo compraré por ti. Es más, lo empacaré en una cajita de regalo, no tendrás que verlo ni nada. Eso es algo que yo puedo hacer por ti.
Koushiro sabía que Yamato no quitaría el dedo de la línea y, en su estado etílico que ya tenía, pensó en que lo estaba probando. Hiló las causas y las consecuencias de decirle lo que sabía. En toda perspectiva, era alta traición a Taichi y a Sora; pero luego también pensó que les quitaría el peso de ser ellos los que tuviera que hablar, los que tuvieran que romperle el corazón a Yamato. ¿Algún día se lo agradecerían? Y ¿qué tanto podía decir?
—¿Qué haré cuando se lo vea puesto? —preguntó para ganar un poco más de tiempo para pensar
—No dijiste eso…
Yamato cerró los ojos e hizo una mueca de fastidio. Después de unos minutos, Koushiro creyó que lo escuchó roncar. No pudo evitar pensar, de nuevo, en la suerte. Tal vez, después de todo, sí que existía. Le había salvado la borrachera de su amigo.
—Tu papá no estará muy feliz de encontrarte así —le dijo como si estuviera consiente—. Creo que puedo aguantarte.
Como pudo lo levantó y, recargado en sus hombros, lo llevó hasta su habitación. Había dejado el aire acondicionado encendido y la cama sin hacer. Encontró su famosa armónica en la mesita de noche, y se dijo que tenía años sin escucharla. Justo al lado de la armónica, estaba una fotografía donde salían Sora y él.
—No es cierto…
Soltó a Yamato, quien cayó en el colchón, y tomó la fotografía entre sus manos. Estudió la mirada de Sora, a quien siempre creyó conocer también, y descubrió que no era igual a la que tenía desde hace meses, los meses en los que había probado suerte con Taichi. Después enfocó a Yamato, quien siempre tenía puesta esa mirada que escondía todo. Recordó las primeras veces que vio en vivo a Yamato, estaban bien grabadas en su memoria, pues eran las mismas primeras veces en que veía a su amigo sin la máscara y había quedado fascinado por lo que emanaban. Esa mirada, cuando tocaban, era igual a la que había estado en sus ojos esa noche. Sinceridad, era pura sinceridad. Se sintió culpable de no poder corresponderle como esperaba.
—Lo siento, Tai —susurró. Buscó una pluma y cuando la encontró, usó la parte trasera de la fotografía para escribir su mensaje. Así Yamato tendría que deshacerse de ella. Ojalá pudiera ayudarle a olvidar más rápido. Después, sacó su cartera.
.
.
.
Yamato se acercó a la mesa donde almorzaban Koushiro y Mimí. En el cuello de ella colgaba un bonito trébol de cuatro hojas hecho de plata. No pudo evitar sonreír al vérselo puesto, pero lo que más le hacía sonreír era ver a Koushiro tomar la mano de su novia, aunque fuese por debajo de la mesa. Casi odió ir a interrumpirlos.
—¡Hola Yamato-san! —le saludó Mimí entusiasmada—. Qué bueno que te apareces, siento que no te he visto en días, y te tengo una petición.
—¿Una petición? —preguntaron Yamato y Koushiro al mismo tiempo.
—¡Sí! Una buena amiga mía, bueno, le gustas. Y pensé que podrías salir con ella, si quieres. Te prometo que es bonita, interesante, y… a decir verdad, algo ruda, creo que es tu tipo.
—Podríamos echarle un helado encima y ver cómo reacciona.
Mimí entrecerró los ojos mientras los muchachos se reían. El chiste de Koushiro por supuesto que solo lo había entendido Yamato. Giró los ojos y resbaló su mano del agarre de Koushiro para poder cruzar sus brazos sobre su pecho.
—Como sea, ¿qué dices?
—Claro —le dijo Yamato, incluso animado. Mimí no pudo evitar mostrar su emoción con un gritillo agudo—, mándame un texto con los detalles.
—¡Tengo que ir a decirle!
Una vez Mimí había dejado la mesa, Yamato se sentó frente a Koushiro, quien aún no terminaba de comer.
—¿Una cita?
—¿Qué más puedo hacer?
—No es nada definitivo, pensé que lo había dejado claro.
Yamato de nuevo se llenó la boca de fideos para evitar decir un improperio.
—No importa, quiero dejar de esperar —dijo antes de tragar—. Gracias por decirme la verdad de lo que pasaba.
—Gracias por comprar el collar para Mimí.
—¿Qué sientes al verlo?
Koushiro sonrió, sin creer las palabras que estaban por salir de su boca: —Qué tengo mucha suerte de tener a alguien como a ella a mi lado.
Yamato sonrió, satisfecho por su trabajo. Y, no es que no estuviera triste después de la confesión de Koushiro, pero le agradaba saber que de la botella de tristeza que su padre y él compartían, había salido una amistad reforzada. Pensó que tal vez debería de hacer lo mismo con Taichi, quien acababa de entrar a la cafetería. Una botella para odiarse un rato, perdonarse, y después desearse lo mejor.
Koushiro le dijo que podía ser una buena idea.
