N/A: ¡Saludos! Pues este se puede decir que es mi segundo intento de fic en el fandom de Harry Potter, así que no sean crueles conmigo. Este fic surge por las ideas que he tenido en mi foro de rol The Dark Ages. Algunos de los personajes allí utilizados saldrán aquí. Por supuesto, contaran con los permisos de sus respectivos creadores. Ahora bien, este fic gira en una época oscura, donde todo aquel que fuera sospechoso de practicar brujería era quemado y asesinado sin piedad. No importaba si eran niños, ancianos, bebes, mujeres u hombres.
Como protagonistas principales tendremos a los fundadores de Hogwarts y a otros estudiantes claves en el castillo. Este primer capitulo, que es un prologo, es sólo para ubicarlos en un tiempo y espacio predeterminado, para que vean que es lo que sucede y porque ciertas personas acutan d forma.
DISCLAIMER: Harry Potter no me pertenece, es propiedad de JK Rowling. Sin embargo, los personajes mencionados en este capitulo son de mi propiedad. Los personajes a mencionarse en otros capítulos son de la propiedad de sus respectivos autores.
Preguntas, dudas, sugerencias, etc... déjenlas en un review!
22/12/13
THE DARK AGES
PROLOGO
Año 1007 DC – Algún lugar a las afueras de York, Inglaterra.
—Mamá, ¿es cierto lo que dicen los niños en la aldea?— una pequeña niña de cabellos negros y de no más de siete años cuestionó, mirando a su madre. La pequeña dibujaba trazos en el suelo de tierra, mientras que su hermano de no más de un año, dormía en una cuna de madera.
La mujer, que cortaba con un cuchillo oxidado un pedazo de cordero, frunció el ceño. Su larga melena negra estaba amarrada, dejando sólo dos mechones caer por su fino rostro. Sus ojos azules se enfocaron en la niña en el suelo. La pequeña, sintiendo un flujo de sangre correr por sus mejillas, se volteó y miró alrededor de su casa. La vivienda era pequeña, sin embargo, su ambiente era acogedor. Habían varios atriles cubiertos por plantas, envases de cristal repletos de líquidos de colores; en la pequeña chimenea había un caldero cociéndose a fuego lento.
La joven mujer suspiró, antes de voltearse con un pedazo de cordero. Caminó hasta la chimenea y lo echó dentro del caldero. El agua del interior de éste salpicó y mojó el fuego, provocando que este se elevará un poco; furioso. —¿Qué te han dicho ahora, Susan?— comentó en voz baja, regresando a la mesa a cortar otros pedazos de cordero.
La pequeña dudó unos instantes, antes de dibujar una sonrisa en el rostro que había dibujado en el suelo. Ese era su padre. Su madre y su hermano ya estaban hechos, sólo faltaba ella. —Ellos dicen que las brujas y los magos son seres del demonio, y que vivirán en el infierno si continúan con sus prácticas— susurró, deteniendo sus dibujos para mirar fijamente a su madre. —¿Verdad que no es cierto?— Sus ojos azules brillaron por las lágrimas contenidas, mientras que sus mejillas y nariz se volvían rojas. —Tú y papá no son malos, ¿por qué tendrían que ir al infierno?—
La mujer suspiró, antes de limpiar sus manos con un sucio pañuelo. Caminó hasta donde se encontraba la pequeña y se arrodilló frente a ella, y embozó la sonrisa más dulce que pudo. —No, Susan, eso no es cierto. No somos malos, y no viviremos en el infierno. Ellos sólo temen a lo que no pueden explicar. Los muggles no tienen magia y no saben lo maravilloso que es. Y como no lo saben, nos temen— La pequeña Susan abrazó con fuerza a su madre, quien le besó su frente con cariño. —Ahora sonríe, pequeña. No hay nada que temer. Todo va a estar bien—
En minutos, el olor a estofado se hizo presente en toda la casa. La pequeña Susan había culminado su dibujo y lo contemplaba satisfecha, con una amplia sonrisa en su rostro. Su hermano se había despertado y ahora estaba en los brazos de su madre, que movía su varita, produciendo un suave esplendor que lo mantenía cautivado. La forma del Patronus de su madre era sencillamente hermosa, una linda mariposa. Ésta se movía con gracia por la casa, mientras que Susan la contemplaba con admiración. Algún día ella haría lo mismo. Tendría su propia varita y haría hechizos como sus papas; le demostraría esos muggles de que no todos los magos y brujas eran malos.
Cuando su padre llegó a su casa, los cuatro cenaron. Su padre le contó sobre el dragón que sus amigos y él habían visto en su infancia. —Era una bestia feroz, Su. Eran tan grande y sus escamas eran tan brillosas que jamás podré olvidarlo.—
—Probablemente no. Antes olvidas donde vives antes de olvidar tú experiencia con el Ironbelly Ucraniano— comentó Eleanor, su madre, con una sonrisa burlona en su rostro.
George, su padre, colocó los ojos en blanco. —Es un milagro que haya salido con vida. Los Ironbelly son los dragones más grandes del mundo. Es una suerte que no nos haya visto, sino estoy seguro de que no estaría vivo para contarlo— admitió el hombre, llevándose un pedazo de pan a la boca. Susan miró a su padre, horrorizada. Éste sonrió. —Los dragones son criaturas extremadamente peligrosas, cariño. Hay que tenerles extremo cuidado—
Eleanor asintió. —Por suerte no han habido rastros de dragón por estos lares en los últimos veinticinco años. Mi padre llegó a ver uno, pero su experiencia no fue muy grata— La bruja tuvo un escalofrió al recordar a su padre; toda la sangre que un cuerpo podría producir era sencillamente aterrador. Su padre había perdido un brazo, y con ello toda la dignidad y honor que tenía.
—Sin embargo, un día de estos iremos a buscar a un unicornio, Su. De seguro te encantaran—
Ya culminada la cena, Susan se fue a dormir. Sus padres apagaron todas las antorchas y se marcharon a su habitación. Su hermano balbuceaba en su cuna y ella, incapaz de dormir, se quedó despierta sobre su cama. Los rayos de luz de la luna se colaban por su ventana, dejando sólo la mitad de su cuarto en las sombras. El sueño comenzaba a reclamarla, sin embargo, un suave murmullo la hizo despertar. Los búhos y saltamontes producían los ruidos de siempre, pero había algo más, un sonido extraño a las fueras.
Con la valentía que la caracterizaba, Susan se puso de pie y se acercó a la ventana. La noche era una muy clara; la luna iluminaba todo el jardín de su pequeña casa. Y todo estaba en gran calma, pero algo no estaba bien. Cuando la pequeña miró bien, encontró un resplandor rojizo acercándose cada vez más y más a su casa. Y con ello los ruidos aumentaban. Ya no era sólo un resplandor, sino que eran formas. ¡Eran personas! ¡Y se acercaban a su casa!
—¡Mamá! ¡Papá!— gritó Susan, cuando la multitud se acercó peligrosamente a su jardín. Su madre entró a la habitación, agitada. Eleanor tomó al pequeño bebe en brazos y tomó por la mano a su hija.
—¡Vamos, Susan, vamos!— exclamó, jalándola por el brazo. Su padre se encontraban revoloteando por la casa, tomando todo lo que podía y echándolo en una bolsa hechizada. —¡George!—
Susan saltó del susto al escuchar un fuerte golpe en la puerta. —Nos tienen rodeados, Eleanor. Y no podemos desaparecer porque pusimos los hechizos para evitarlo— La pequeña miró a sus padres intercambiar miradas. De seguro ellos iban a arreglarlo. ¡Ellos tenían magia! ¡Ellos lo detendrían!
Su alma abandonó su pequeño cuerpo cuando su madre comenzó a llorar. —No, George, no. ¡Ellos son sólo dos niños! ¡No es justo!— lloró, abrazando a Susan y al bebe, que lloraba por los ruidos.
George llevó sus manos a su cabeza. Por primera vez en su corta existencia, Susan vio lagrimas en los ojos de su padre. —No podemos hacer nada, Susan. Si lo hacemos, exponemos la existencia de los demás. De nuestras familias, de nuestros amigos...— El sollozó ahogado de su madre le provocó ganas de llorar. ¿Qué estaba ocurriendo? —Lo lamento, Eleanor, lo lamento tanto... lamento que no pueda...— La puerta se abrió con un fuerte estruendo, dejando al descubierto a una multitud furiosa, con antorchas, espadas y demás instrumentos.
—¡Brujos!
—¡Hijos del demonio!
—¡Acabaran en el infierno!
Para el horror de Susan, su padre fue arrastrado y golpeado. —¡Papá!— Su madre era encadenada, mientras que su hermano había desaparecido en segundos. Ella no encontró nada más que hacer que gritar, mientras su casa era incendiada y toda su vida era destruida. La habían dejado en el interior de la casa, para que muriera allí. ¡La habían abandonado junto a los cadáveres de sus padres, en medio de una casa en fuego!
Ante sus ojos, su padre había sido asesinado, mientras que su madre había sido prendida en fuego. El olor a carne humana quemándose era tan diferente a la de cordero... esta era más dulce y repulsiva. Era la carne de su madre. Susan calló de rodillas frente al cuerpo de su padre. La casa estaba en llamas y el calor era insoportable. El olor a humo, a carne y a madera le provocaban nauseas.
Las lágrimas bajaban libremente por sus mejillas, mientras que sus pequeñas manos sujetaban las de sus padres. —Ya no iremos a ver los unicornios...—suspiró, sintiendo su respiración volverse cada vez más pesada. La pequeña se volteó y vio que estaba sobre el dibujo de su familia. Una pisada habían arruinado la sonrisa que ella había dibujado sobre su rostro. Con uno de sus dedos volvió a dibujarla, mientras todo a su alrededor se quemaba.
—Todo va a estar bien— se dijo a sí misma, antes de que el techo colapsara.
