¡Hola! Hace días que quería publicar esta historia, pero al final terminó por retrasarse bastante.

Este es un AU de fantasía que se desarrolla en la antigua China, en la época en que recién comenzaban las relaciones comerciales con Estados Unidos. No es un AU histórico, aunque he estado investigado sobre esa época, sin embargo si hubiera anacronismos o algún error, me disculpo.

El resultado de este capítulo me dejó muy complacida, espero que también les guste.

Advertencias: Violencia explícita, drama, AU.

Disclaimer: Los personajes no me perteneces, hago esto sin fines de lucro.


El misterio de las montañas

La primera vez que desembarcaron en China, Erwin no cabía en sí mismo por la sorpresa. Aquellas tierras desconocidas se extendían bajo sus pies como una infinita alfombra plagada de novedades y misterios. Aquella vez, él y otros pocos militares, habían viajado en un barco mercantil vestidos como comerciantes para no llamar la atención de los nativos, siendo parte del primero grupo de reconocimiento enviado por el ejército estadounidense. En esa época, ya varios años atrás, las relaciones entre América y China recién habían comenzado, el comercio entre ambas naciones se había regularizado y era común viajar de una a otra por negocios o, incluso, por mera recreación.

Erwin, que acababa de unirse al ejército siendo bastante joven, también creía que aquellas expediciones encubiertas tenían por objetivo conocer en profundidad la nación con la que recién se estaban relacionando. Ahora, siendo mayor y habiendo obtenido el rango de comandante, Erwin se asombraba de lo iluso que había sido. No necesitaba que nadie se lo dijera para estar completamente seguro de que todas esas expediciones, no habían tenido otro propósito que el de prepararse para una invasión.

Aún como comandante, había cosas que estaban fuera de su control, detener el plan de conquistar China, por ejemplo, pero no significaba que estuviera de acuerdo con todas las órdenes que recibía, por lo que al menos podía tomarse la libertad de ignorar algunas. Como en sus numerosas caminatas junto a Mike y Nile, dos de sus hombres de confianza, donde todos iban sin portar ninguna clase de arma o protección a pesar de que habían sido "autorizados" a hacerlo, o como todas esas ocasiones en que se había relacionado con los habitantes de aquel país, llegando incluso a aprender su idioma a lo largo de esos años de visitas, pese a que estaba prohibido acercarse a ellos más allá de lo estrictamente necesario.

De un par de años atrás a la fecha, las órdenes que Erwin recibía por parte de sus superiores habían cambiado bastante. De "No relacionarse con comerciantes chinos" a "Obtener información sobre mercancía no declarada", de "Mantener un perfil bajo frente a los chinos" a "Siempre salir armados y en grupo", entre otras, eran las órdenes que se habían visto modificadas a lo largo de esos casi catorce años de viajes en los que había participado. Aunque todo el mundo se empeñara en ocultarlo, para Erwin era más que obvio que se estaba orquestando una invasión al país asiático, era sólo cuestión de tiempo para que se hiciera oficial.

Justo esa expedición y las dos anteriores habían surgido bajo la consigna de acercarse a la ciudad imperial, ubicar todas sus entradas, identificar las más vulnerables, aprender sus movimientos y conocer sus debilidades. Como comerciantes, no sería raro verlos vagar por los alrededores de la ciudad imperial, sobre todo si portaban con ellos alguna mercancía, sin mencionar que ya eran bastante conocidos como comerciantes regulares de la zona, por lo que incluso habían tenido la oportunidad de ver al emperador desde lejos.

En esas últimas expediciones, Erwin y sus hombres habían obtenido tanta información valiosa que estaba seguro de que, de haberla compartido con los líderes militares de su país, la invasión sería todo un éxito. Por desgracia para ellos, el comandante había conservado la mayor parte de esa información para sí mismo, como una discreta forma de oponerse a las ideas de sus superiores. No era sólo una cuestión de honor; Erwin estaba seguro de que sería una verdadera lástima si una nación tan fascinante como esa caía en manos de un pueblo que difícilmente la apreciaría.

Aunque de cierto modo estaba traicionando a su patria, Erwin confiaba en que su decisión de proteger a ese país era acertada, sobre todo cuando, habiendo sostenido largas charlas con decenas de artesanos y mercaderes, había llegado a conocer una China diferente, invaluable, con tradiciones y riqueza que todo el mundo parecía esforzarse por ignorar. En sus días libres, Erwin podía pasar horas enteras escuchando los relatos de los viejos sembradores, en los que retrataban para él una tierra todavía más extraordinaria.

Dragones, aves legendarias, grandes criaturas, poderosos dioses… seres espectaculares que Erwin no podía ni imaginar, pero que podía ver representados en los majestuosos tapices y alfombras que atravesaban el océano para ser entregados a sus extravagantes compradores en América. Era simplemente asombroso.

Sin embargo, no todo era tranquilidad para el ejército Norteamericano. Varios grupos de chinos se habían unido en su contra, afirmando que ellos no podían estar ahí con buenas intenciones. Erwin no podía culparlos por ser tan intuitivos como para notar la verdad, pero aceptarlo solo les traería más problemas de los necesarios a él y a sus hombres. Fue por eso que, aunque no estaban del todo de acuerdo, él pequeño grupo de Erwin había tenido que comenzar a portar armas durante sus recorridos, en especial si estaban fuera de la ciudad, pues era en las aldeas más pequeñas donde los movimientos en su contra eran más frecuentes.

Por otro lado, aunque para Erwin su estatus como militares ya no podía ser más obvio, tenían la risible orden de mantenerse alejados del ejército imperial y de mantener su fachada como comerciantes. Tan solo en el remoto caso de que fueran descubiertos y sus vidas se vieran expuestas, debían decir que estaban ahí como apoyo por las cada vez más constantes guerras civiles. Su país los apoyaría, por lo que deberían ser puestos en libertad de inmediato. Cada posible escenario estaba perfectamente calculado.

Quizás excepto el que vivieron ese día.

— ¡Lárguense! ¡No queremos invasores en nuestras tierras!

Durante una de sus muchas caminatas de rutina, esta vez a las afueras de una aldea cuyo nombre no podía pronunciar, situada a las faldas de una de las muchas montañas del lugar, varios hombres armados con palos y hachas se habían reunido para expulsarlos de la aldea, asegurando que ellos que ellos eran invasores extranjeros deseosos de robar sus tierras y a sus mujeres.

—No estamos invadiendo sus tierras, venimos aquí con el barco mercante de los Estados Unidos. —Respondió Erwin a sus ataques, mostrándose firme e indicando a sus hombres que no apuntaran sus armas, después de todo, serían los aldeanos quienes estarían en desventaja.

— ¡Mentira! Si son comerciantes, ¿por qué van armados?

El grupo de hombres que les había impedido el paso era bastante reducido, apenas cinco hombres adultos, un par de ancianos y dos niños que no aparentaban más de doce años eran quienes pretendían enfrentar a un grupo de ocho soldados americanos, armados con rifles y pistolas de mano. Aquello no podía ser más injusto.

—Necesitamos protegernos, en caso de que alguien intente robar nuestra la mercancía. —Una vez más, Erwin intentó dialogar, demostrando el alto dominio de su lengua que había adquirido en esos años de viajes.

Con suerte, podrían convencerlos de que no planeaban enfrentarse a ellos sin tener que recurrir a la farsa de estar ahí como aliados al servicio del emperador. Desafortunadamente, nada de lo que dijera parecía ser tomado en cuenta por los aldeanos.

— ¡Ahora nos llaman ladrones!

— ¡Fuera de aquí!

El grupo de hombres comenzó a avanzar hacia ellos, obligándolos a retroceder a fin de evitar un enfrentamiento que claramente tenían ganado. Erwin miró a cada uno, tratando de encontrar una forma de frenar el ataque sin recurrir a la violencia, negociando de ser posible, de modo que nadie saliera herido, pero ellos no parecían estar dispuestos a cooperar. En sus ojos podían ver la sed de sangre y el deseo de aniquilarlos.

—Está bien, será mejor que nos vayamos, no podemos empezar una lucha aquí y no sería justo que los ataquemos con armas de fuego.

Sus hombres, aunque sorprendidos, respetaron su decisión de no pelear contra ellos, de modo que comenzaron a retroceder sin quitarles la vista de encima en caso de que decidieran atacarlos cobardemente.

— ¡Ya oyeron al comandante, retirada! —Anunció Nile al notar que aún había algunos que se negaban a obedecer y permanecían en guardia.

Sin otra opción que acatar las órdenes de su superior, el grupo de Erwin se retiró, alejándose del camino principal de la aldea y volviendo al bosque, retomando el sendero que los había guiado hasta allí mientras, a lo lejos, los aldeanos celebraban con vítores el haberlos expulsado de sus tierras.

—En serio, Erwin, tienes que dejar de ser tan condescendiente. —Le reprochó Mike, aunque más allá de sus palabras, Erwin estaba seguro de que ellos detestaban tanto como él la idea de enfrentar a un grupo sobre el que tenían una ventaja tan injusta.

—Ellos incluso festejaron nuestra partida, como si hubieran podido vencernos de haber peleado contra nosotros. —Alardeó Nile, provocando la incomodidad de sus compañeros, aunque tenían que aceptar que de algún modo tenía razón. —Hubiera sido muy fácil vencerlos uno por uno.

—Yo no…

Antes de que pudiera terminar la oración, sus hombres detuvieron su avance al escuchar un extraño sonido proveniente del bosque que rodeaba el sendero por el que iban caminando. A medida que avanzaban, a paso lento y en guardia por si acaso se trataba de una emboscada, el extraño sonido fue tomando forma hasta que fueron capaces de identificarlo como un gruñido lastimero.

—Retroceda, comandante, podría ser peligroso. —Sus hombres, rifle en mano, se agruparon a su alrededor en una formación de defensa, apuntando en todos los flancos en caso de que los "salvajes" hubieran decidido emplear algún animal para atacarlos.

Según los rumores de los habitantes de esas tierras, que fácilmente podían pasar por leyendas, en esas montañas habitaban feroces felinos de gran tamaño, bestias sedientas de sangre y dispuestas a devorar al desafortunado que osara abandonar los senderos, pues vivían al acecho, ocultas entre los arbustos y la maleza, en eterna cacería. Panteras, leopardos de las nieves, gatos de oro, tigres azules o linces con cuernos, eran sólo algunas de las míticas criaturas que, según los ancianos, habitaban las montañas de China.

—Está bien, será mejor que lo averigüemos. Si quisieran atacarnos con gatitos ya lo hubieran hecho. —Erwin, temerario como era, rodó los ojos y avanzo lejos del grupo que hacía de muralla a su alrededor, rompiendo la formación mientras buscaba el origen del sonido.

— ¡Comandante, regrese! No sabemos qué es lo que pueda esconderse en ese bosque. —Le alertó Mike, tomándolo por el hombro en un vano intento por hacer que volviera a su posición. Para desgracia de sus hombres, todos sabían lo terco que podía llegar a ser su superior cuando su sed de curiosidad salía a flote.

—Creí que habías dicho que esas eran solo historias para asustar a los niños. —Apenas había girado para dirigirse a Mike, aunque ni siquiera había intentado disimular el tinte de burla en su voz y mucho menos había detenido su avance, encontrándose ahora cada vez más lejos del camino y más cerca de la fuente del gruñido.

—No digo que las crea, pero podría ser una trampa.

La excusa del rubio había logrado pintar una sonrisa en sus labios, pero no había sido suficiente para hacerlo retroceder, su curiosidad resultaba ser más fuerte incluso que su instinto de supervivencia. Lo cierto era que él también consideraba que aquello podía tratarse de una trampa, pero si de verdad lo fuera, estaba seguro de que aquel gruñido debería sonar mucho más amenazador y menos adolorido.

—En ese caso, estamos a punto de averiguarlo. —Erwin, con seguridad, se internó en el bosque, lejos de la mirada y seguridad de sus hombres, quienes no lo siguieron de inmediato, y sosteniendo de cerca su propio rifle en caso de que alguien tratara de atacarlo por sorpresa pero sin llegar a apuntar a ningún objetivo en particular.

Sin embargo, entre la maleza, varios metros lejos del sendero por el que habían estado caminando, Erwin se encontró frente a un majestuoso ejemplar de tigre blanco atrapado en una trampa. Una de sus patas traseras estaba atrapada, sangrando a chorros a causa de las profundas heridas, mientras el ahora no tan feroz animal luchaba sin éxito por liberarse.

El comandante, maravillado por la magnífica criatura, se quedó inmóvil por largos minutos admirando la belleza del enorme felino, que estaba seguro era mucho más grande y pesado que él, antes de finalmente reaccionar al escuchar las pisadas de sus hombres que se acercaban a él desde atrás, por el mismo lugar que él había llegado.

— ¡Es un tigre! —Gritó uno de ellos, atrayendo la atención del animal y ganándose un gruñido de advertencia.

—Baja la voz, vas a asustarlo.

Erwin, dejando su arma para tener ambos brazos libres, avanzó lentamente hacia el tigre, manteniendo la mirada baja para que no se sintiera amenazado mientras procuraba mantener una distancia prudente de sus fauces. En ese preciso instante, por primera vez en su vida, Erwin no estuvo seguro de lo que estaba haciendo, pero sí era consciente de que había algo más, algo inexplicable, como una poderosa fuerza que le movía a acercarse a él.

—Comandante… por favor regrese, es peligroso.

—Tiene razón, ¡es una bestia! Todo el mundo sabe que los tigres son bestias salvajes y traicioneras. Lo devorará en cuanto lo tenga a su alcance.

—O después de ser liberado, esos animales son muy astutos.

Erwin escuchaba a la perfección los "murmullos" de sus hombres, es más, estaba seguro de que cualquiera que pasara por ahí podría escucharlos también, pero aunque lo llamaran loco y le advirtieran de lo peligroso que era seguir adelante, no pensaba retirarse sin antes liberar a la "bestia salvaje" para que pudiera escapar.

El rubio reconocía la trampa como las que usaban los aldeanos para mantener a los animales lejos de los sembradíos, aunque era poco usual encontrar esa clase de trampas dentro del bosque, en el que se suponía era el reino de esos animales a los que tanto veneraban.

Un ligero gruñido le alertó, obligándolo a levantar la mirada tan sólo para encontrarse de forma accidental con los enormes ojos del animal. El helado color acero de esos ojos perforó hasta lo más profundo de su ser, haciéndole retroceder de un salto un par de los pasos avanzados, sin embargo, no pensaba darse por vencido tan fácilmente. Por extraño que pudiera parecer, no temía por su vida, ni siquiera cuando su mirada se encontró con la del depredador.

—Está bien, pronto vas a ser libre, sólo… quédate tranquilo. —Pidió en voz baja, elevado sus manos lentamente frente a su rostro como si deseara mostrarle que no había nada que temer, que estaba indefenso.

El tigre, por otro lado, parecía estar meditando sus movimientos, como si se debatiera entre atacarlo de una vez o esperar a ser libre para luego tomarlo como su cena. Detrás de ellos, el grupo de soldados apuntaba sus armas hacia el animal, temblorosos y sudando frío pero incapaces de articular palabra alguna. El miedo les había paralizado, no solo por su comandante, sino también por la remota posibilidad de que el tigre decidiera convertirlos a todos en su presa, o incluso que estuviera acompañado y el resto de su manada decidiera atacarlos en conjunto. Un tigre, aunque enorme, sería fácil de derribar, pero un grupo de tigres sería su perdición.

Mientras Erwin avanzaba lentamente, esta vez mirando en todo momento los plateados ojos del felino, el animal acercó sus fauces hacia su rostro, dejando ver un par de filosos y largos colmillos, listos para clavarse en su cuello y destrozarlo. Entre más se acercaba, más constantes se volvían los gruñidos del tigre, así como los estremecimientos que estos le provocaban, aunque eso no impidió que el comandante dejara escapar el aliento que había estado conteniendo en cuanto estuvo junto a su pata herida.

Ante la atenta mirada de todos, sus hombres y el animal, Erwin se quitó su chaqueta y arrancó ambas mangas. Una de ellas, la envolvió en su mano derecha y, haciendo uso de todas sus fuerzas, liberó la pata del felino de la trampa que la había atravesado, ganándose un doloroso lamento por parte del tigre. Sabía que ahora sería más peligroso estar tan cerca, y que cualquier movimiento en falso podría terminar en su muerte, pero también sabía que dejarlo irse así nada más era todavía más peligroso para el enorme felino.

—Espera un poco, déjame cubrir la herida al menos. —Susurro cuando lo vio arrastrarse un poco más lejos, intentando incorporarse en sus otras tres patas.

Como si hubiera sido capaz de entenderlo, cosa que le parecía más que imposible, el felino se echó en el suelo, exponiendo la herida en su pata al alcance de Erwin, aunque también acercando sus colmillos a él, quizás como garantía de que, en cuanto intentara algo en su contra, acabaría con su vida para defenderse.

Erwin, ya no tan seguro de lo que estaba haciendo, se arrodilló ante él y, tomando la otra manga que había arrancado y alcanzando lentamente su cantimplora, lavó y vendó la herida con cuidado, atendiéndola como lo haría con cualquiera de sus hombres heridos en combate. Claro que hubiera sido mejor si pudiera desinfectarla, pero al menos podía lavarla para prevenir que empeorara.

En cuanto terminó, sus ojos viajaron a los del tigre y de vuelta a la herida, reparando por primera vez en el majestuoso pelaje del animal. Aunque a simple vista pareciera ser tan blanco como la nieve, con rayas de color gris claro como había visto en las pinturas de los aldeanos o en las alfombras que transportaban, estaba seguro de que había algunos inusuales destellos dorados en su pelaje. Erwin se convenció de que era normal, quizás debido al reflejo del sol, aunque tampoco tenía punto de comparación, era la primera vez en su vida que estaba tan cerca de un feroz depredador tan grande como ese. Porque sí, el animal parecía gigante incluso para su especie, pero, una vez más, no tenía, ni quería tener, otros tigres cerca para compararlos.

—Ya está bien, comandante, ahora retroceda lentamente.

—No lo mire a los ojos, se sentirá amenazado.

Las súplicas de sus hombres volvieron apenas el animal se incorporó, alzándose fuerte e imponente ante él, pero no importaba cuanto quisiera escucharlos, ahora era quizás demasiado tarde. El enorme felino acercó su cabeza hasta él, abriendo su mandíbula como si midiera el tamaño perfecto para partirle el cuello de una mordida y entonces, en contraste con su amenazadora apariencia, un sonido similar a lo que Erwin identificó como un ronroneo se dejó escuchar ante él.

El mortal ataque nunca llegó. En cambio, el animal avanzó unos cuantos pasos con lentitud, apoyando apenas su pata herida en el suelo como si estuviera probando qué tan bien podía sostenerle. El comandante, en su fascinación, alargó una mano hacia él; quién sabe cuándo podría volver a estar tan cerca de una majestuosa criatura como esa, por lo que se vio vencido por el impulso de, por lo menos, rozar ese hermoso pelaje, además, si el animal se había quedado inmóvil, mirándolo apenas, aquello debía ser el permiso implícito para hacerlo.

El felino, sin embargo, soltó en gruñido de advertencia, pero no dirigido hacia él, sino a los soldados que aun los observaban a una distancia prudente, quienes habían preparado sus armas para abrir fuego ante cualquier movimiento brusco por parte del tigre.

— ¿Qué están haciendo? —Preguntó alarmado al salir de su ensoñación, apartando su mano e interponiéndose sin dudar entre sus hombres y la feroz criatura, que ahora había adoptado una posición amenazante a pesar de que mantenía su pata trasera elevada, evitado cargar su peso en ella. — ¿Acaso no ven que está herido?

Como si la situación no pudiera ser más extraña para ellos, su comandante, el hombre al que admiraban por su valentía y determinación, hacía gala de todos esos atributos que le dieron su puesto en el ejército justo frente a ellos, caminando a menos de un metro del salvaje animal y manteniéndose como una barrera entre él y sus armas a medida que este avanzaba hacia el bosque. Sin darse cuenta, todos aguantaban la respiración, seguros de que en cualquier momento tendrían que recoger los restos de su superior; eso en caso de que la bestia les perdonara la vida.

Erwin le había dado la espalda al felino como un voto de confianza, aunque para sus hombres parecía más bien un suicidio. Aquello parecía ocurrir en cámara lenta, sus pasos, aunque firmes, demostraban que no confiaba en ellos y que estaba listo para saltarles encima a la menor provocación, sin embargo, antes de que pudieran siquiera pestañear, el animal saltó y se internó en el bosque, alejándose hasta perderse entre la maleza.

El comandante había esperado que aquello terminara de forma diferente; quizás el animal se detendría un momento para mirarlo y, quizás, agacharía la cabeza como agradecimiento por haberlo salvado, o quizás si tenía suerte podría finalmente cumplir su deseo de tocar ese precioso pelaje. Pero nada de eso pasó y, en cambio, el tigre ni siquiera le había dirigido una última mirada antes de marcharse. Decir que estaba decepcionado sería exagerar, pero ahora sentía que había perdido su única oportunidad de tocar a un ser tan asombroso como lo era ese felino de pelaje blanco. Aunque no dijo nada, un suspiro fue lo único que delató sus pensamientos.

— ¿¡En qué demonios estabas pensando!? —Le reprochó Nile acercándose a él y empujándolo un poco por el pecho. Aunque sus palabras parecían irritadas, en su voz se notaba la preocupación que cada uno de sus hombres había experimentado al verlo en semejante situación.

—Por desgracia, él tiene razón, eso fue muy peligroso. —Se quejó ahora Moblit, aunque él no había perdido el tono formal ante su superior como lo había hecho Nile.

—Agradezco su preocupación, pero no podíamos simplemente dejarlo ahí. ¿Recuerdan la historia de la señora Tao? —Erwin lamentaba haber perdido su chaqueta ahora que el cielo se había oscurecido anunciando que la lluvia estaba próxima, pero estaba seguro de que el uso que le había dado valía la pena.

— ¿La mujer de las vasijas?

Erwin asintió, recordando a la anciana mujer que cada tarde se sentaba en el pórtico de su casa, modelando preciosas vasijas de porcelana que después eran compradas por los mercaderes con los que viajaban. Muchas de esas tardes, él y algunos de sus hombres se reunían a su alrededor, observándola trabajar y escuchando sus historias sobre tierras desconocidas, animales salvajes que vivían en la montaña, más allá de la aldea y el rio que los separaba, y criaturas mitológicas que coexistían con ellos donde los humanos jamás habían llegado.

Una de esas muchas tardes, una de sus historias en particular había llamado la atención del comandante. Los chinos, en especial aquellos que vivían en aldeas cerca de las montañas, consideraban a los tigres seres sagrados, los adoraban y realizaban festivales en su honor para atraer la prosperidad a sus tierras e implorar la protección del rey de las bestias.

—Ella lo dejó muy claro, los tigres son criaturas sagradas, en especial aquellos cuyo pelaje se vuelve blanco. ¡Podría ser tan antiguo como la propia China!

Erwin recordaba a la perfección lo que la mujer había dicho sobre esos gigantescos felinos, en especial los de color blanco pues, según leyendas antiguas, cuando un tigre alcanza los quinientos años de edad, su cola se torna blanca. Según sus creencias, el tigre blanco solo aparecía ocasionalmente y solo si el emperador legislaba con absoluta virtud o si había paz en el mundo. Que un ser tan poderoso hubiera sido atrapado por una trampa podría traer grandes desgracias a la nación, y Erwin, incluso si ese no era su país, había llegado a sentir como si lo fuera, por lo que esa había sido su oportunidad de retribuir un poco a esa nación.

—Está bien, vámonos antes de que comiences a desvariar. —Nile lo interrumpió antes de que pudiera seguir hablando pero, lejos de molestarse, el rubio sonrió y les dio la razón, después de todo, ya habían pasado por mucho para un solo día.

—Volvamos a la base, deben estar preocupados.

En ese instante, cuando al fin se habían permitido relajarse al grado de bajar la guardia, al menos dos docenas de hombres del Ejército Imperial Chino los rodearon, apuntándoles con espadas y rifles mientras avanzaban hacia ellos a paso firme.

—¿Qué es esto? ¿Acaso no saben quiénes somos? —Fue la queja de uno de sus hombres, aunque había sonado más como una súplica.

Con lo repentino del ataque, ni siquiera habían tenido oportunidad de apuntarles con sus armas, por lo que estaban completamente indefensos ante ellos, sin mencionar que los superaban en número por más del doble. No tenían ninguna oportunidad contra ellos.

—Lo sabemos a la perfección. —Habló el que parecía ser el líder, deteniendo a sus hombres con apenas un movimiento de su mano, aunque estos de dejaron de apuntarles. —Son invasores. Militares extranjeros. Conquistadores. Traidores. ¿De verdad creyeron que nos habían engañado? Mátenlos.

Antes de que pudieran reaccionar, los chinos se abalanzaron hacia ellos, blandiendo sus espadas con maestría y evitando disparar a menos que alguno de sus hombres lo hiciera primero. Erwin, que apenas había tenido oportunidad de reaccionar, esquivó uno a uno sus ataques hasta alejarse lo suficiente como para hacerse con su arma, aunque realmente no sería muy útil en un enfrentamiento contra al menos tres excelentes espadachines.

No importaba como lo vieran, estaban perdidos. Varios disparos se escucharon y algunos cuerpos cayeron, pero no había tiempo para averiguar si eran de su grupo o del contrario, lo único que podía hacer era intentar sobrevivir hasta pensar en una forma de vencerlos. Usando su arma como escudo para detener sus ataques y disparando cada vez que tenía la oportunidad, Erwin se encontró acorralado contra el grueso tronco de un árbol. A su alrededor, los gritos se dejaban oír mientras las espadas cortaban el aire a cada movimiento.

En esa limitada posición, pudo ver a varios de sus hombres caer, a Mike ser herido de muerte y a Nile correr en un inútil intento por huir del ataque, aunque no tardaron en darle alcance y realizar un profundo corte en su pierna izquierda a la altura de su muslo. Sin embargo, para sorpresa de Erwin, no estaban atacándolos para matarlos. Incluso aquellos que yacían en el suelo, aun respiraban con dificultad. En ese momento, todo tuvo sentido para él, seguramente los tomarían como prisioneros de guerra para negociar su liberación con el ejército norteamericano. Casi pudo reír ante esa idea; estaban muy equivocados si pensaban que su país sacrificaría algo por ellos, tomarlos prisioneros no les serviría.

—Tráiganlos, Bai Hu debe tener hambre.

Contrario a lo que esperaba, en vez de atarlos y llevarlos a alguna carreta que seguro esperaba por ellos a un lado del sendero, sus hombre fueron arrastrados hacia el lado contrario, internándose en el bosque por, casualmente, el mismo lugar donde el tigre blanco había desaparecido momento antes.

Los azules ojos del comandante se abrieron horrorizados al comprender las verdaderas intenciones de sus enemigos. No iban a capturarlos, ni siquiera a matarlos, lo que harían sería mil veces peor: dejarían que el olor de su sangre atrajera a los tigres para que ellos se encargaran de devorarlos.

—¡No! —Gritó el comandante, intentando atacar a los hombres que le rodeaban para liberarse, aunque ni siquiera él mismo podría hacerle frente a un grupo tan grande.

—Acaba con él. —Ordenó el líder refiriéndose a Erwin, quien no tardó en notar como su visión se volvía borrosa y sentir el sabor metálico de la sangre en su boca.

Con la adrenalina del momento, ni siquiera había sentido el ataque; no fue sino hasta que sus ojos bajaron que pudo ver la afilada hoja de la espada incrustada en su abdomen, justo en su costado izquierdo, y la sangre escapando de su cuerpo hasta formar un gran charco a su alrededor.

—Tráiganlo también, tengo grandes planes para él.

Apenas fue consciente de lo que pasó después, pero pudo ver a sus hombres siendo apilados justo antes sus ojos como si se tratara de cadáveres, aunque podía ver que seguían respirando y escuchar los débiles gemidos de dolor que proferían.

—Átalo aquí y vámonos, no tardarán en venir por ellos.

—¿Está seguro? Quizás sería mejor si los matamos.

Incapaz de moverse debido a la pérdida de sangre, Erwin solo podía escuchar a sus atacantes hablar como si no estuviera aún con vida, aunque estaba seguro de que en ese estado no podía importarles menos si los escuchaban o no.

—No, a los depredadores les gusta la carne fresca. Además, seguro sufrirán más al ser comidos vivos por los tigres.

Esa fue toda la confirmación que necesitó para saber que había estado en lo correcto respecto a sus planes de dejarlos ahí como comida para los tigres y demás fieras que ahí habitaban. Erwin no podía imaginar peor forma de morir que esa, y rogaba que al menos sus hombres fueran capaces de escapar, aunque seguramente estaban tan heridos como él mismo. Ese sería su fin.

—El gran Bai Hu estará satisfecho con el festín que le preparamos.

Apenas pudo sentir la presión de las sogas alrededor de su pecho y muñecas, pero pronto, todo quedó en silencio, un silencio tan abrumador que parecía el preludio de la muerte atroz que les esperaba. Antes de sumirse en la inconsciencia, un potente rugido se dejó escuchar a la distancia, y Erwin sintió aquel como el último instante de su vida. Seguramente no tardarían en acercarse a cenar. Por su mente, sin embargo, la última imagen que cruzó fue la del hermoso ejemplar que había liberado un poco antes. Quizás tendría la oportunidad de verlo una vez más.


El tiempo había perdido su significado para él, sobre todo cuando ya no estaba seguro de estar con vida. Aunque no creía que hubiera nada después de la muerte, quizás el dolor de su cuerpo al ser devorado había sido tan grande que su mente se había aislado. Lo cierto era que Erwin tardó un poco en abrir los ojos, pero en cuanto lo hizo, deseo volver a la inconsciencia.

A su alrededor, mucho más cerca de lo que le hubiera gustado, decenas de tigres lo rodeaban y lo miraban como si estuvieran acechando una presa. No podía ver la pila donde antes se encontraban sus hombres, por lo que entendió con horror que, para ese momento, ya debían haber sido devorados y pronto él lo sería también.

Como pudo, logró retorcerse contra el tronco al que había sido amarrado, intentando alcanzar alguna rama o algo que pudiera servirle para defenderse, pero era inútil, su cuerpo estaba demasiado debilitado por la pérdida de sangre. Los carnívoros avanzaban lentamente hacia él, clavando sus feroces miradas en su cuerpo y gruñendo de forma amenazadora.

Justo cuando estuvieron a menos de un metro de él, algo pareció atraer su atención, dándole tiempo para alcanzar una rama con sus pies, aunque estaba seguro de que no serviría de nada contra ellos. Entonces, cuando volvieron a mirarlo, un feroz rugido que incluso le hizo estremecer se escuchó tras ellos y, como si hubieran recibido una orden, los felinos abrieron paso entre ellos, dejando un ancho pasillo directamente hacia Erwin por el que pronto comenzó a caminar el tigre blanco al que antes había liberado.

No fue difícil reconocerlo pues aún portaba el vendaje que había hecho con su chaqueta, pero lo que en verdad sorprendió al rubio fue la forma en que el resto de las fieras se inclinaban ante su paso, manteniendo la distancia casi con respeto a pesar de que él esperaba verlos luchar por comerlo. Ninguno se interpuso en su camino, ni siquiera hacían ruido o movimiento alguno, por lo que Erwin supuso que debía tratarse del líder de la manada. Seguramente lo habían dejado vivir hasta el final tan solo para alimentarlo a él.

Las palabras de sus compañeros caídos retumbaron en su cabeza, repitiéndose una y otra vez como un mantra. "Los tigres son animales salvajes y traicioneros". Aunque se negaba a creerlo, parecía haber resultado ser verdad. Claro que Erwin no esperaba que le perdonara la vida tan solo por haberlo liberado, pero tampoco se arrepentía, aunque quizás si no se hubieran distraído con él hubieran podido evitar toda esa situación. De cualquier forma, ya no tenía sentido seguir pensando en eso. Su hora había llegado.

Cuando el enorme tigre blanco estuvo justo frente a él y sus fauces se abrieron ante sus ojos, Erwin se encontró a sí mismo demasiado tranquilo, una tranquilidad inexplicable que había terminado por extenderse a cada rincón de su cuerpo, provocándole incluso una pequeña sonrisa.

Aun si ese era su final, Erwin estaba feliz de no haber sido asesinado a manos del enemigo, ni siquiera por el filo de su espada. En vez de eso, morir a manos del animal que había salvado y servir como alimento para una criatura tan majestuosa le llenaba de paz y serenidad. Resignado, Erwin cerró los ojos. Si de algo se arrepentía, era de no haber llegado a sentir ese glorioso pelaje con sus propias manos.


Aclaraciones:

Sí, sé que los tigres no se mueven en manada, pero Erwin y sus amigos no.

No sé qué tan largo será el fic, pero sí serán por lo menos tres capítulos. Espero que no resultara aburrido, esto es apenas el comienzo.

Si les gustó o no, o si tienen alguna opinión o crítica, dejen un review, saben que ansío ver sus comentarios para saber que opinan de mis historias.