Título: Vampiros y otros seres de leyenda
Autor: Akitsu-chan o Aki-chan, como lo prefieran ^·^
Género: Un poco de todo, comedia, aventuras, fantasía, sobrenatural, un pelín de drama y amor
Público: +16 (no sé muy bien como puntuarlo, así que pongo +16 como punto medio)
Advertencias: Lenguaje obsceno y mal sonante, posible Lemmon y un poquitín de sangre (casi nada, solo unas gotitas) o sí, inspirado en Rosario+Vampire (aunque solo unas cuantas cosas) y alguna que otra cosa de Vampire Knight.
Publicaciones: en este foro
Resumen:
¿Alguna vez se preguntaron si existían? Ellos merodean el mundo entre las sombras, la mayoría por la noche, otros pocos por el día, una cifra microscópica las veinticuatro horas.
¿Alguna vez se preguntaron que si son reales cómo es que no sabemos que están allí? Ellos se ocultan en fachadas mundanas, aunque no consiguen encubrir lo que son. Su extrema belleza, su carisma, sus verdaderos instintos, los delatan.
¿Alguna vez se preguntaron que si son reales, si se ocultan de nuestros ojos, cómo lo aprendieron? Ellos habitan en un internado, donde no están permitidas sus verdaderas formas, así practican. Realizan una prueba a los jóvenes para ver si pueden salir al mundo exterior sin ser detectados.
¿Alguna vez se preguntaron que si son reales, si se ocultan de nuestros ojos, si pueden caminar por el mundo exterior una vez graduados cómo viven? Ellos viven el día a día normalmente, con sus costumbres, sus grupos y clanes, con su jerarquía, con sus instintos, manías, problemas, ellos viven en un mundo diferente, pero en el mismo que el nuestro ¿me explico?
¿Alguna vez se preguntaron, queridos lectores, qué son ellos? Ellos son seres fantásticos, sobrenaturales, de cuento de hada… Ellos, estimados lectores, ellos son leyendas.
Capítulo Primero
INICIO
Era de noche. Era todo lo que recordaba de aquel día. El día en que su tía falleció.
Esa fue una jornada especial, diferente, ni en el buen ni en el mal sentido.
La rueda de su destino empezó a moverse ese día. Los recuerdos inundaban su mente, todavía joven, y ella se retorcía por dentro. Asustada, nerviosa, acongojada, llena de miedo.
Su infancia fue, en general, extremamente solitaria. Vivió con su tía desde que tenía memoria. Ella sabía la razón. Su madre murió al darla a luz.
Su tía Mei Li, de origen chino, había sido una mujer muy sabia, perspicaz y una buena madre. Se encargó de ella, le dio la calidez de un hogar y todo el amor que le tendría que haberle dado su madre. Su tía, era una persona vivaz y expresiva, con un enorme sentido de la franqueza "si dices algo dilo por su nombre" le decía. Su madre, la que sería su abuela, se casó dos veces, la primera vez con un hombre de Hong Kong, de esa unión nació ella. Quince años después se separaron y ella se volvió a casar, esta vez con un hombre japonés, de este enlace nació su madre, Yei Haruno.
Su tía Mei Li pasó su adolescencia en China, abasteciéndose de toda su cultura, sus mitos y sus leyendas. Hong Kong competía con ser una de las ciudades más ricas en historia sobrenatural, una ciudad de China, donde dan un poderoso lugar a sus antepasados. Un lugar donde pudo alcanzar su mayor capacidad.
Cuando su padre murió, ya de viejo, se trasladó a Osaka, Japón, a vivir con su madre y padrastro, Saori y Ren Haruno, y su hermana menor. Pero no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que ser matriculada en el internado de Konoha.
Una vez graduada se hizo cargo de la tienda, ya que mis abuelos fallecieron en un oscuro accidente y posteriormente mi madre fue internada en el mismo internado.
Ella siguió cuidando de la tienda una vez mi madre graduada. Poco después de eso yo fui concebida, y en cuestión de meses maté a mi madre al nacer.
Me culpaba por haberle arrebatado la vida, y aunque tía Mei Li intentaba animarme diciendo que "ella hizo lo que hizo para traerte al mundo y deberías estarle agradecida y vivir con alegría por las dos" todavía me seguí sintiendo terriblemente mal por dentro.
Después crecí, experimenté y viví. Habíamos pasado sus días juntas en una tiendecita de las calles de la ciudad de Osaka. Una tienda especial, para una mujer especial.
Cuando abrías la puerta de madera con coloridos cristales sonaba el repiqueteo de las campanitas colgadas con hilos dorados y plateados. Lo primero que olías al entrar era el fuerte, pero agradable, olor a incienso. Después, veías un mostrador, con una silla detrás y una mujer tejiendo una bufanda color verde bosque interminable. Si tenías suerte, y le caías bien, un gato de color negro y con una mota blanca en la nariz se restregaría entre tus piernas, buscando atención. La mujer se levantaría y te diría "¿Qué buscas?" tú le dirías el objeto que buscas y para que lo necesitas. Si este, estaba entre las llenas estanterías de la habitación, con una enorme calma levantaría su dedo índice y e diría "Allí está", te acercarías al mostrador, y ella se pondría detrás de él, sacando un grueso libro con tapa de cuero, dejaría anotado tu nombre, tu compra, y tu precio. Y después vendría la despedida. Porque no querrías estar mucho tiempo adentro de la tienda ni en la casa de ella.
No querrías porqué ella era una bruja.
Cuando cerrabas la puerta se oía un sonoro "puff" y varios espíritus aparecían, echaban una mirada al lugar y volvían a desaparecer, todos ellos de los antiguos brujos y brujas que habían tenido la tienda a su cargo, entre ellos mi abuela Saori, ahora habían cambiado los papeles. Ahora, la tienda cuidaba de ellos.
Una vez llegué a casa, a la tienda, ella apareció con un sonoro "Boo", ella volvía a ser joven, traslucida, pero joven.
—Tía Mei Li, estoy en casa.
— Huān yíng ¡Mi dulce niña! —El espíritu de mi tía travesó la pared de enfrente al tiempo que me saludaba con su idioma paterno.
Ella acarició mis mejillas, dejándome un rastro helado en ellas.
—Dime como fue. ¿Cómo fue mi funeral? ¿Alegre? Oh, espero que fuera alegre, no me gusta mucho lo triste… ¿Y qué flores había? ¿Se acordaron esos inútiles de poner los crisantemos? ¿No se olvidaron de poner esa canción tan bonita de la que te hablé? Oh, cuéntame niña, y no te me quedes allí parada.
Bufé un poco mientras aguantaba las ganas de reír. Había oído en alguna parte que los muertos no hablaban. ¡Ja! Le gustaría ver la cara de idiota que pondría si se encontraba con su tía. Lo desarmaría, y solo con su voz.
—Bueno, las de la hermandad tenían su rostro petrificado, bueno ya sabes, como siempre —rió, desplazando aire frío por la tienda— Y como era de esperar tus antiguos compañeros no se mostraron muy tristes de que desaparecieras, o lo que sea, unos cuantos de ellos no paraban de mirarme, y otro me miraba lascivamente. ¡Fue escalofriante!
Ella puso mala cara e intentó coger un dardo, para tirarlo a la imagen de detrás del mostrador "internado Konoha – Clase 4", como siempre hacía cuando estaba viva, pero lo traspaso.
—Dulce, ¿Podrías coger el dardo y tirárselo al imbécil con cara de sapo? Ese pervertido de Jiraiya no cambia ni con ganas de hacerlo.
Lo hice, con un toque del poder de mi tía en él, se clavó justo en la entrepierna del tipo.
— ¡Ja! Te lo tienes merecido, sapo roñoso, por molestar a mi niña. Ahora no te va a subir ni colaborará contigo en una semana. ¡A ver si aprendes que con una bruja no se mete nadie! ¡Y menos con la sobrina!
— ¿Le has tirado una maldición? —sorprendida por que llegara tan lejos. Sé que nunca la trataron muy bien en el internado, pero nunca había llegado a maldecir a nadie.
— ¡Pues claro! Aunque sólo le dañará el orgullo de macho que tiene. Además le dije muchas veces, en mi juventud, que si seguía siendo tan pervertido un día le maldeciría. Y una bruja siempre cumple su palabra ¡aunque ésta esté muerta!
Se movía flotando y levitando por la tienda, haciendo que las campanillas de la puerta tintinearan por el movimiento de su, por a si decirlo, espíritu.
—Ahora dejemos de lado al imbécil, pervertido y jodido sapo de Jiraiya y sígueme contando mi funeral.
—No hay mucho más, los imbéciles, como tú los llamas, se acordaron de las flores, y pude colar la canción que tanto te gustó. Fue un bonito funeral, tía Mei Li.
—Apuesto a que sí. Como me hubiera gustado estar allí… ¡oh! Si estuve, aunque solo mi cuerpo. Es una pena que no pueda salir de esta tienda ¿no crees?
Asentí dándole la razón. Estaba sedienta, así que me dirigí a la nevera del piso de arriba. Coger algún brebaje del piso de abajo —la casa tenía dos pisos sin contar el sótano y la buhardilla— donde estaba situada la tienda, era un riesgo que a nadie le gustaría correr.
—Cielo, antes de que pasara a ser joven—refiriéndose a cuando murió—conseguí un vegetariano. Sé que te gusta más.
Agradecí con un suave "gracias". Hoy en día era difícil encontrar una bebida decente. La vegetariana era la mejor que podías encontrar, quizás no tan gustosa, pero si más nutritiva.
Mis colmillos se alargaron con anormalidad, y mis normalmente ojos verdes, se oscurecieron dejando unos brillantes ojos carmesí. Cogí la bolsa entre las manos y la mordí con mis colmillos clavándolos en la bolsa para poder llegar a mi alimento.
¿Colmillos una bruja? Bueno, es que no era del todo una bruja, era mitad y mitad de dos seres de leyenda, era mitad bruja y mitad vampiro.
El líquido salado y con gusto metálico de la rojiza sangre sació mi sed. No necesitaría abastecerme de más hasta pasar el mes.
—¿Ya has acabado? —preguntó el fantasma de mi tía con sorprendente timidez.
—Si… ¿Pasa algo tía Mei Li? —limpiando los restos de sangre que quedaban en mis labios.
—Cielo… Sakura. Tenemos que hablar.
Había usado mi nombre, cosa que no acostumbraba a utilizar. Sentándome en unas de las sillas de la cocina, puse total atención a lo que quería decirme.
Se aclaró la voz. —Como ya sabes, tienes ya diecinueve años. La edad límite para… bueno, ya sabes, para entrar allí. A esta edad nuestros poderes se desarrollan a tal extremo que es difícil ocultar. Las brujas, al ser humanas o bueno, más o menos igual, mantenemos un perfil bajo. Y no es necesario ir allí desde la adolescencia. Así que se nos da a elegir el momento adecuado para entrar. Y bueno, mi niña, tú has alcanzado el nivel máximo para estar en el mundo mortal sin estar graduada en Konoha.
—Así que de eso se trataba, me preguntaba cuando tenías pensado comunicármelo. La verdad es que tengo echa una maleta desde mi cumpleaños, tía Mei Li.
—Siempre te has anticipado a todo mi dulce, por eso me preocupas. Siempre me has dicho que en ese lugar la fuerza atrayente de tu destino se haría más potente, al igual que los obstáculos para llegar al mismo. Eres hija de tu madre, y mi hermana siempre tuvo talento para la adivinación, ella fue muy poderosa. Pero me preocupas, Sakura, me hubiera gustado estar viva unos momentos más. Para estar contigo.
—Tía, ya estás conmigo, en todo momento, siempre estás a mi lado y sé que nunca podré deshacerme de ti.
Ella hipó mientras limpiaba sus lágrimas. —Oh, Sakura no te burles de mi —dijo viéndome la sonrisa—ya sabes que soy muy sentimental.
—Eso es tan posible como que tú te quedes callada por más de cinco minutos.
Recuerdo como la casa se llenó de risas. Ese fue el día antes de que todo empezara. El día antes de que tanto la dificultad como las dudas empezaran.
El viaje fue duro, y se me hizo extremadamente largo. Envié mi equipaje —libros, ropa, hechizos y otras cosas— a la dirección del internado de Konoha. Pero yo, no puedo enviarme por correo. Y aunque parezca extraño no puedo coger una escoba y echarme a volar, bueno, podría hacerlo, pero no estaba permitido si no estabas graduado. La graduación en el internado era como un carnet de conducir para ella y para algunos youkai —como son llamados los seres de leyenda— voladores.
Cogí tantos trenes y vi tantas estaciones que acabé mareada de tanta gente caminando de aquí y allá. Una vez llegué a Tokio exploté. Definitivamente odiaba toda la aglomeración de gente que había en la estación, las calles, las tiendas y no quiero hablar del tráfico. Las insistentes sirenas amenazaban con destruir mi fina capa de tolerancia.
Necesitaba descansar de todo ese embrollo. A la que vi un callejón me desvié. Solo di un par de pasos adentro y me recargué en la pared. Solo llevaba conmigo una vieja mochila y mi bicicleta verde con mango plateado. Podía asegurar que viajar con una bicicleta—todavía no necesaria— era toda una odisea.
Suspiré. Tía Mei Li me había contado que una vez cogiera el autobús correspondiente, y me alejara hacia las afueras de Tokio, agradecería tener la bicicleta a mano.
Pero para eso tenía que encontrar el maldito autobús. Y pasear por las malditas calles, esas agobiantes, bulliciosas y jodidas calles. Resoplé con fuerza. Para empeorar las cosas era un día claro, sin nubes, en conclusión un bonito día con un sol radiante. Un sol que le estaba dando dolor de cabeza.
Cuando piensas en un vampiro a parte de la sangre, los colmillos y murciélagos, te vienen en mente que se incineran con la luz del sol, arden con el contacto del agua vendita, las cruces los debilitan y les hace paralizarse, no pueden entrar en suelo sagrado, los ajos… sin mencionar la estaca de madera clavada en el corazón, pero eso mata a cualquiera.
Bueno, pues ella, media vampiro medio bruja, era un bicho raro, en el gran sentido de la palabra. Podía andar bajo el sol desierto sin convertirse en cenizas —aunque le dolería la cabeza como un demonio— una vez, en su escuela, hicieron una excursión improvisada a una iglesia —la única de la zona— y corrió a sentarse en los bancos como todos los niños, para, posteriormente, ser salpicada por agua vendita —a Mei Li le había dado un ataque cuando se lo contó— los ajos le encantan de todas las formas, y siempre lleva colgado en su cuello una enorme cruz de plata con un rubí rojo en el centro, un relicario que su madre le pasó como un legado.
Ella era totalmente una anormalidad en el mundo paranormal.
Cogiendo tanto aire como pudieron retener sus pulmones, se puso en marcha otra vez. El autobús llegó. Le dio el dinero. Y todo parecía ir bien hasta que…
—Lo siento señorita, pero no puede subir con la bicicleta—Con seriedad el conductor la hizo bajarse.
A regañadientes, vio como las puertas se le cerraban ante sus ojos furibundos. Y entonces se acordó. ¡El muy capullo se había quedado con su dinero!
Se subió a la bicicleta, tendría que seguir el maldito autobús, y estaba segura que no sería un trayecto corto.
Cuando el vehículo se paró en un semáforo me paré al momento. El iba por la carretera y yo por la acera. Solo cuando fuera necesario saltaría a la carretera.
Había pasado cerca de una hora pedaleando, intentando seguir al maldito autobús, ahora ya estaba a las afueras de Tokio y el pavimento se deterioraba cada vez más. La parada anterior era la penúltima —había memorizado su itinerario— ahora solo tenía que subir un turón y abría llegado. No al internado, a la parada que debería haber bajado. Maldijo nuevamente al autobús y a su conductor.
—Imbécil conductor, cabrón de mierda por haberme dejado tirada, viejo rabo verde, maniaco ojos de sapo… —murmurando iba subiendo la pendiente, llegaría antes que él, claro que lo haría y entonces le diría sus verdades a ese imbécil, sacaría una sonrisa burlona y quizás solo quizás, le sacaría la lengua cuando ya tuviera el dinero en mis manos. Infantil, pero efectivo.
Alcanzando el autobús empezó a pedalear con más empeño. Un poco más y podría tener el dulce sabor de la victoria en sus labios. Y lo pasó. Lo adelantó y llegó un par de minutos antes que el conductor. Se plantó allí en medio. Esperando.
Cuando el autobús paró, un puñado de gente bajó de él. Y su cabello se erizó. Todos ellos eran youkais, lo notaba. Su poder se metía por los poros de su piel como agujas recargadas de electricidad. Algunos de ellos la miraron de reojo, otros la ignoraron, y unos otros cuantos la miraron como si fuera una mosca. Con mirada molesta los ignoró y plantó una furiosa mirada al conductor, que la miraba pálido y asustado.
— ¡Quiero mi dinero! —Algunos de los que quedaron giraron a ver la causante del grito.
—Lo siento señorita pero tengo prisa—intentó cerrar las puertas, pero metí el pie y la mano. El programa de seguridad no dejaba cerrarse las puertas si había un obstáculo.
— ¿Tiene prisa? Qué casualidad, yo también la tenía cuando me dejó tirada en la calle. Podría haber comprado un billete para un tren que para cerca de aquí, pero usted… ¡Usted fue un maldito cobarde que se escapó con el dinero que me quedaba! ¿¡Sabe lo que es pedalear más de una hora a ritmo de automóvil por las malditas calles de Tokio!?
La gente miraba como si fuera un entretenido espectáculo de circo. Después ya les chillaría a ellos.
—Así que lo quiero de vuelta, sin tonterías, sin excusas, ¡quiero mis dos mil quinientos doce yenes de vuelta!
El hombre, asustado me los dio sin rechistar. Le tiré una mirada de advertencia y me bajé del estúpido bus.
— ¡Y para que lo sepa! ¡Yo llegué antes que usted! —estuve tentada a sacarle la lengua, pero me contuve, eso ya se había visto lo suficientemente infantil.
Cuando perdí de vista el vehículo me giré hecha un basilisco ante los espectadores. Simplemente apartaron las miradas de mí, ignorándome. La diversión se había acabado, y los "humanos" no valían su tiempo.
Agarré mi bicicleta, que en ningún momento me había traicionado y empecé a pedalear nuevamente, esta vez hacia el camino de tierra que se adentraba en un bosque frondoso de abetos, ginkos, y algunos árboles que conocía.
Las indicaciones de tía Mei Li fueron bastante precisas, poco después de adentrarme, me encontré con un túnel, una vez pasado ese túnel me encontraría con el internado, el lugar que se convertiría en mi hogar durante unos años.
Y así, me aventuré en la oscuridad de aquel túnel. Un túnel que irradiaba poder, un poder que inundaba mi cuerpo y me recorría des de las puntas de mis cabellos hasta el final de los dedos de los pies.
