¡Hola! Esta vez les traigo un fic Grelliam inspirado parcialmente en el doujinshi Prision of Love (Prisión de amor). No me culpen :P el uniforme que le pusieron a William se parece a un uniforme nazi xD :P
En este fic, William es un alto mando nazi, a cargo de un campo de concentración, mientras Grell es un prisionero :P
Espero que les guste
Prologo: Primer encuentro
El tren paró en seco y todas las llantas chirriaron a la vez contra los rieles; la maquinaria dejó escapar una última bocanada de humo negro al cielo. El sol brillaba en el punto más alto, quemante y poderoso. No existía ni una nube a su alrededor.
Entre los pequeños huecos, muchos pares de ojos se asomaban para contemplar el exterior. El panorama no era alentador, pues a pesar de estar rodeados por vegetación, el sitio donde habían sido condenados parecía una pradera estéril, sin más sombras que las de los edificios situados ahí. Un alambrado de púas rodeaba el sitio, asegurándose que ninguno de los "animales" se escapará…
Porque, para ellos, eso eran, animales. No, probablemente los consideraban menos que animales, sólo carroña. Las puertas de los vagones se abrieron, cegando momentáneamente a los tripulantes, quienes no tuvieron ni un segundo para reponer la vista, cuando ya eran sacado por la fuerza. Durante todo el camino en la locomotora, ellos permanecieron de pie. El calor no había ayudado y la falta de ventilación ocasionó que los olores humanos se encerraran, provocando vapores apestosos de orines, excrementos, sudor y dientes sucios.
Por un segundo se asomó, él era de los últimos en abandonar aquel trasporte. Con cuidado, apartó un mechón de su largo cabello del color de la sangre, mientras soltaba el aire contenido en un suspiro, el aire fresco golpeó sus sentidos, sin embargo, el panorama mostrado por sus ojos verdes, tras unos cristales de armazón rojo, le hizo pensar que estaba mejor en el infernal tren. Aquellos, quienes como él eran presos, vestían uniformes blancos con rayas azules, desgastados; ellos estaban esparcidos por todas partes, sentados, parados, como sea, siempre con una expresión de tristeza en los rostros carcomidos. Mientras con quienes viajó, aún con sus ropajes normales, comenzaban a marchar. Rodeados por hombres uniformados de soldados, muy bien armados. Todos sólo podían obedecer las órdenes de los militares, abandonar sus pertenecías y caminar en línea recta.
El pelirrojo saltó al suelo, más pronto que tarde, los músculos protestaron y sus piernas fallaron por un instante. Se fue de rodillas contra el piso empedrado e inmediatamente sintió un profundo dolor en ellas, además del dorso de su mano derecha. La movió, dejando unas cuantas manchas carmesíes entre el polvo y la suciedad.
-¡levántate! ¡Levántate, ahora!-exigió un militar rubio, con su metralleta en mano. El pelirrojo lo vio por unos segundos, antes de regresar su mirada al suelo- ¡No oyes! ¡Arriba!
-¡no puedo! ¡no siento las malditas piernas!-gruñó el pelirrojo ante la rabia del armado, quien le soltó un brutal golpe en la mandíbula, el cual terminó de derribar al nuevo prisionero.
-¡No faltes al respeto, puta! ¡Aprende tu lugar!-le gritó. Algunos prisioneros se detuvieron a ver, sin embargo, ninguno intentó intervenir
-bien…-canturrió el derribado para ponerse de pie, lentamente, con trabajo, pues sus piernas temblaron un segundo al verse obligadas a cargar su peso- "soldado", si, "soldado"-contestó, con un movimiento burlón, bastante femenino de caderas. El hombre armado apretó los dientes e intentó un golpe más, cuando fue detenido por una mano enguantada en negro
-¿Qué sucede aquí?-preguntó una nueva voz masculina, el pelirrojo frunció el entrecejo. Por el uniforme era obvio que el recién llegado tenía una posición más alta que el rubio.
Era más alto que ellos dos, cabello negro, perfectamente peinado de lado. Como todos, llevaba la gorra con un águila en la parte de arriba y un cráneo casi donde estaba el visor, botas negras perfectamente pulidas, uniforme negro muy pulcro, guantes negros. E igualmente poseía ojos verdes, ocultos tras unos lentes
-Señor, este prisionero está comportándose de manera insolente- indicó el soldado tras saludar. El pelirrojo, hizo sonar sus dientes con molestia; el nuevo vio aquel gesto con interés y se dirigió directamente a él
-¿Cómo te llamas?-inquirió. Tras eso, recibió una mirada de incredulidad por parte de su interlocutor, quien pestañó varias veces.
-¿eso importa?- dijo el pelirrojo, después de una pausa-Al final, sólo voy a ser un número más-contestó, aún con un dejo de desafío en su voz. El subordinado se enfureció de nueva cuenta y movió su mano, listo para soltarle otro golpe
-¿Cómo te atre…?-gritó, colérico. El objeto de su rabia no pudo evitar retroceder un poco, mientras cerraba los párpados. Esperó el dolor, pero nunca llegó.
El hombre de mayor grado le detuvo el puño al rubio, sujetándole el brazo por segunda vez. En cierta manera, al pelinegro le parecía interesante la actitud de aquel pelirrojo; la mayoría de las personas ya estaban reducidas a llorones aterrados en cuanto bajaban de los trenes, sin atreverse a verlos de frente, o hablarles, sólo corrían tropezándose con sus propios pies, obedeciendo.
El pelirrojo parpadeo unos segundos, e igual que el soldado, vio al hombre con la incredulidad pintada en la cara, aunque ese sentimiento duro casi nada, pues al poco tiempo volvía a fruncir el entrecejo con rabia. Ni el soldado de alto rango entendió del todo el porqué de su propia acción.
-vaya con los demás-ordenó el pelinegro, soltando el brazo de su subordinado-yo me encargó de él….-agregó, ante la molestia del mencionado. El armado dio un último saludo respetuoso, miró mal al prisionero y se fue.
El pelirrojo lo miró marcharse con las manos en las caderas. A pesar de ser hombre, su porte y su forma de pararse resultaban muy femeninas, además era obvio que usaba maquillaje, algo arruinado por el sudor. Vestía un traje sastre negro, con chaleco carmesí, un moño al cuello de color blanco de rayas rojas y unas botas también rojas con tacones bastante altos. Su largo cabello caía cual cascada por su espalda ancha, oliendo a rosas
-deberías cuidar tu lengua… o puede que te la arranquen…-dijo el alto mando tras comprobar que el soldado estaba bastante lejos
-tch… no me asustan…después de todo, ustedes me trajeron aquí para morir-contentó el pelirrojo con todo el desafío y rencor. A pesar de sentir su interior morir de miedo, la rabia que sentía ocupaba el 80% de su mente, llenando su ser de odio en contra del hombre en frente de él, así como odio contra los otros demás soldados a su alrededor: los odiaba, los odiaba mucho y los seguiría odiando con todo su irreverente e imprudente ser, después de todo, así siempre fue su personalidad. El aludido se impresionó unos segundos, antes de volver a poner una expresión fría
-tal vez… pero si te portas bien… puede que sobrevivas…-dijo el pelinegro, alzando su mano hacia él. El pelirrojo se congeló unos segundos, pero rápidamente retrocedió al sentir los dedos enguantados sobre su mejilla de porcelana-¿Cómo te llamas?- volvió a preguntar el alto mando
No recibió respuesta…
-mi nombre es William T. Spears-se presentó, cordialmente, realizando un pequeño saludo, antes de volverlo a ver-Te acabo de decir mi nombre es justo que ahora me des el tuyo…
-Grell Sutcliff…-indicó el pelirrojo tras unos segundos de silencio. Aun lo miraba con el entrecejo fruncido y había soltado su nombre con toda la intención de oírse igual a un escupitajo.
-bueno, Grell, te aconsejo tener más cuidado con tus modales y obedecer las reglas-dijo William-no queremos que dañen esa linda cara tuya- agregó, ante la sorpresa del mencionado. Inmediatamente después, William señaló hacia donde los prisioneros caminaban.
Grell lo miró por unos segundos, antes de caminar hacia uno de esos edificios donde estaban el resto de los condenados. William no le perdió de vista sólo cuando desapareció en el interior, sintiéndose un poco extraño y divertido por la actitud tan irreverente de ese nuevo prisionero. Olió su mano, aún permanecía en sus dedos la esencia a rosas silvestres.
