Disclaimer: Todo personaje que aquí reconozcáis no me pertenece en absoluto.
Nota: Respuesta a la carta de retos de Retos Ilustrados: Sensaciones. Tabla: Funciones del cuerpo
Agradecimiento especial a Gren, que ha invertido parte de su tiempo en betear este capítulo =)
I
A sus oídos llegaban los lastimeros llantos y los patéticos murmullos de consuelo que impregnaban el ambiente. Ese ambiente sumamente cargado de hipocresía, que tanto la asqueaba.
Apretando con fuerza la mandíbula, alzó el rostro y fijó su vista en el protagonista de esa ceremonia. Ese negro y brillante ataúd que se alzaba tan imponente como la mujer que yacía en su interior, su querida madre.
El picor en los ojos iba en aumento. Contra más se concentraba en la ceremonia más pugnaban las lágrimas por salir.
Pero no iba a permitirlo.
No. No lloraría. Porque simplemente, Bellatrix no era como el resto.
Ella no era como Narcissa, que con su porte aristocrático, su inmaculada elegancia y su permanente serenidad engañaba a todos. Porque en realidad era débil. Y esa debilidad salía a la luz en ese mismo momento, permitiendo que una furtiva lágrima, tan sólo una, rodase por su pálida mejilla hasta morir en su esbelto cuello.
Tampoco era como Andromeda, a la que ya imaginaba, si allí estuviese, abrazada al inútil repulsivo de su marido mientras se deshacía en desoladoras lágrimas. Patética.
No, Bellatrix no vivía en su carne el significado de la palabra "debilidad". Porque ella era fuerte. Porque ella era la única que podía llevar el apellido Black con el completo significado de sus cinco letras.
Observó, con un nudo en la garganta, como el ataúd era engullido lentamente por la húmeda tierra.
Y al compás del descenso del enorme féretro vinieron a su mente aquellas imágenes con tanto cuidado olvidadas. Recuerdo inoportuno que significaba esa mancha archivada en su expediente. Mancha olvidada por el tiempo, mancha maldita por ti y por el resto.
Los grandes portones, pesados, imponentes, se abrieron con un inquietante chirrido.
Cerró los puños con fuerza, clavándose las cuidadas uñas en la sensible carne, para ocultar el temblor que empezaba a apoderarse de ella.
Sabía perfectamente que a pesar de la falta de visión todo el séquito de mortífagos al que pronto se uniría se hallaba ahí dentro, impaciente ante el espectáculo que pronto tendría lugar ante sus ojos. Asimismo, también sabía que él se hallaba allí, en algún lugar, quizás el más alto, quizás el más privilegiado, esperándola.
Consciente del compromiso que significaba, dio un paso adelante, adentrándose así en la estancia.
Tras ella, las dos grandiosas puertas se cerraron con un sonoro estruendo, recordándole que ya no había marcha atrás.
Siguió caminando, sintiendo la densidad del ambiente, permitiendo que la oscuridad y ella fueran una sola. Desde ese mismo instante en adelante.
Su visibilidad ante tanta penumbra era nula y el silencio absoluto era tan sólo interrumpido por sus decididos pasos.
Se hallaba privada, por tanto, de su vista y de su oído. Pero a pesar de no contar con dos de sus más fieles sentidos, intuía esas terroríficas presencias rodeándola. Y por encima de ellas, advertía Su presencia, cada vez más cercana, cada vez más atrayente.
De pronto tuvo la certeza de que debía detenerse y así lo hizo, conocedora de que ese presentimiento no había venido de ella.
En el momento en que sus pies se inmovilizaron, numerosas llamas de un particular color verdoso aparecieron con un discreto chasquido en la sala, alumbrándola en especial a ella.
En ese instante, a sabiendas de que todas aquellas figuras encapuchadas tenían su mirada clavada en ella, iluminada por todas aquellas llamas, atrayendo la atención de aquellos frívolos ojos rojos, se sintió importante, protagonista, estrella de aquel deseo tantas veces soñado y que finalmente se hacía realidad.
Sabía lo que venía a continuación, sabía que dolía, sabía que estaba vendiendo su libertad.
Pero era su deseo. Y Bellatrix Black siempre conseguía aquello que deseaba, costase lo que costase.
Conocía lo que sucedía con aquellos futuros mortífagos, como ella, que debían pasar por ese rito. La mayoría, por no decir todos, se rendían a la humillación consintiendo el llanto desbocado y los bramidos desgarradores frente al resto. Y más relevante aún, frente a él.
Pero ella no. Ella aguantaría. Demostraría su lealtad con el pacto sellado de un silencioso sufrimiento.
Sabía que él entendería el mensaje. Sabía que él se daría cuenta que con ese acto Bellatrix le estaba mostrando que era mejor que el resto. Le demostraba que ella era capaz de aguantar cualquier clase de padecimiento por él. Le mostraría que ella sería su futura servidora más leal.
Con ése firme convencimiento se arrodilló frente al gran trono que iba cobrando forma ante ella.
Inclinó su cabeza, en un signo de firme devoción, ante la imponente figura que se alzaba del trono.
En la posición en la que se encontraba no podía ver que sucedía, pero no lo necesitaba. Ya conocía el proceso, su marido se había encargado de ello.
Lord Voldemort se alzaba del trono, creaba unos segundos de expectación y levantaba el brazo derecho con la palma abierta. Entonces, lo siguiente que sentías era dolor.
Y eso mismo le estaba sucediendo en esos instantes a ella. Un dolor profundo y punzante se iba creciendo en su antebrazo mientras en el resto de su cuerpo se extendía un temblor tan involuntario como incontrolable.
Recargó parte de su peso en el otro brazo, ahora apoyado en el frío suelo, para evitar derrumbarse.
Levantó el rostro y miró directamente a los ojos de Su Señor.
No lloraría.
A pesar de que sentía las lágrimas agolparse en la cuenca de sus ojos.
No gritaría.
A pesar de que el inicio de un aullido empezaba a tomar forma en la apertura de su garganta.
Aguantaría.
A pesar de que sentía que en cualquier momento perdería el conocimiento.
Cerró los ojos y durante unos segundos dudó de su promesa y sintió que sus fuerzas llegaban al límite. Pero el dolor empezó a ceder lentamente y Bellatrix sintió el dulce sabor del triunfo en la boca.
Mas, sin previo aviso y cuando todo empezaba a calmarse, ese dolor irrumpió con más fuerza e intensidad.
Su resistencia cedió ante semejante auge de agonía y un mar de lágrimas resbaló por sus mejillas a la vez que un sonoro alarido emergió desde lo más hondo de su garganta.
Cayó al suelo, convulsionándose por el llanto y sujetándose con desmesurada fuerza el brazo maldito, mientras era incapaz de impedir que el dolor que sentía se revelase en forma de vergonzosos gritos y sollozos.
Cerró los ojos con brusquedad ante semejante recuerdo. Creía que había quedado totalmente arrinconado en el fondo de su memoria. Encerrado en ese baúl especial para aquellos recuerdos que deben cubrirse de polvo y telarañas.
Una mano cálida se hallaba posada con cierta cautela en su hombro derecho.
Bellatrix no necesitaba girarse para saber de quién era. Tan sólo el cuerpo de su marido emanaba esa extraña calidez que la incomodaba y la fortalecía al mismo tiempo.
Pero si Bellatrix algo no toleraba, entre muchas otras cosas, era la compasión. Compasión que ni en ese momento ni en ningún otro de su vida necesitaba ni necesitaría.
Con un rudo gesto se apartó de su marido y se dirigió al interior de la mansión.
Ignorando las mil y una sugerencias y ofrecimientos de los elfos domésticos se adentró sin vacilar en una de las habitaciones más lúgubres y apartadas de la casa.
No conjuró ningún hechizo para alumbrar la estancia, prefería la confortabilidad que le ofrecía el abrazo de la penumbra.
Nada más entrar algo captó su atención. No recordaba que ese objeto estuviese allí. En realidad, ni siquiera recordaba para qué uso tenía esa habitación.
Pero qué importaba en aquellos momentos. La imagen que le devolvía el espejo la había atrapado.
Se acercó, con actitud ausente, a la antigua reliquia.
Observó su reflejo. La Bellatrix adolescente y vigorosa había quedado atrás, aunque conservaba su fuerza y su distintiva aura que destilaba sensualidad y malicia. Pero a pesar de ello, la Bellatrix que le devolvía el espejo tenía una mirada que rebosaba tristeza, infelicidad, miedo, debilidad.
Se levantó la manga del sombrío vestido y contempló la Marca.
Era una de las portadoras del sello del mayor mago tenebroso que el mundo había tenido la oportunidad de ver. Formaba parte de su séquito y esa marca lo demostraba. Y ello era un motivo de orgullo.
Pero sin saber exactamente por qué, en esos instantes la embargaba una extraña sensación de tristeza y de pérdida.
Volvió la vista al espejo y su reflejo. Y contempló, con la oscuridad como único testigo, como una lágrima, llena de mil sentimientos que jamás se atrevería a reconocer, bajaba con ceremoniosa lentitud por su impávido rostro.
Porque quizás, tan sólo quizás, Bellatrix Black, dentro de su monstruosidad, conservaba una ínfima parte de aquello que llamamos humanidad.
FIN
Con Cariño,
Moira.
