Capitulo 1
—Candy, por favor ponte cómoda. Sobre esta mesita dejo las llaves. Terry no debe tardar en llegar. — Eleonor aún continuaba de pie en la puerta de entrada.
—Gracias Señora Baker, a sido muy amable. Si no fuera por usted yo no estaría aquí, dentro del departamento de Terry.
—Candy cariño, yo sé cuanto mi hijo ha sufrido desde su separación hace más de dos años, y sé que se pondrá feliz de verte. —Eleonor le guiñó un ojo y le brindó una cálida y maternal sonrisa a la rubia, mientras juntaba la puerta tras de si.
—¡Adiós Señora Baker! —Candy estaba aún de pie en medio de la sala. Estrujando con nerviosismo un pañuelo entre sus manos.
—Hasta luego cariño, espero que puedan solucionar sus problemas. Ustedes ya no son unos niños, Terry te ama y tu a él, lo veo en tus ojos y en la manera cuando hablas de él… Y Candy...No me llames señora Baker. Solo Eleonor para ti. Y ya me voy, no quiero arruinar la sorpresa. —Volvió a dirigirle aquella sonrisa de madre que tanto reconfortaba el espíritu de Candy.
—Adiós y gracias otra vez Eleonor.
La puerta por fin se cerró tras la madre de Terry, Candy aún se cuestionaba la razón por la que había decidido volver a buscar a Terry después de dos años de haber tomado la decisión de dejarlo para que cumpliera su promesa con Susana.
Pero la vida le había dado grandes vuelcos; Albert había desaparecido, hacía mas de dos años. Tampoco tenía noticias del tío abuelo William, y Neil se había obsesionado con ella a tal punto que la habían prometido a él, y en aproximadamente dos meses se realizaría la boda, justo allí en Nueva York. Todos los Ardley se habían trasladado a la mansión en la gran manzana.
El único que podía ayudarla era Terry, y esperaba que él aceptara lo que ella había planeado. Sabía que le había roto el corazón al haber tomado esa decisión aquella noche de nieve, sobre la escalera de aquel hospital. Tampoco podía rezar ni pedir ayuda celestial, los planes que tenía, probablemente eran pecaminosos a la vista del señor.
La rubia se paseaba en círculos por la sala, solo había encendido una pequeña lámpara junto al sitial Luis XV que se encontraba en un rincón de la sala junto al ventanal. Hacia frio, era una noche gélida de noviembre, parecía que pronto caería la primera nieve, y aquello le traía malos recuerdos.
Se apretó el abrigo por el cuello, y caminó hasta el gran ventanal, Miró hacia abajo, pudo ver como pasaban los carruajes por la avenida principal, aún había gente caminando por las calles, seguramente se dirigían a sus hogares. También podía divisar el Central Park en frente.
¿Cuánto más se demoraría Terry? ¿Estaría con Susana?
Con esos pensamientos a Candy se le revolvieron las entrañas, ahora se sentía arrepentida, quería salir corriendo de ahí.
Pero la imagen de Neil la hizo retroceder. Y dejó caer su cuerpo sobre el sitial y desde ahí siguió observando el exterior desde el ventanal del departamento de Terry.
—¡Terry! Terry! —Una pelirroja corría calle abajo gritando el nombre de su compañero de tablas.
Terry iba saliendo de su bar favorito ubicado a unas calles del teatro en donde trabajaba.
—¡Pero que diablos Klaisse! Que es ese alboroto.
La chica estaba apoyada con una mano en la pared y doblada tratando de recuperar la respiración.
—Maldito Grandchester, dejaste tus guantes y tu bufanda sobre una butaca. -Karen Klaisse aún jadeaba para recuperar el aliento.-¿Y así me lo agradeces?
—Vaya, muchas gracias, pero no era necesario tanto escandalo.— Terry tomó las pertenencias que le ofrecía la pelirroja. —Como me encontraste.
—Bueno, no es difícil predecir que estarías en el bar. —y al parecer la fiesta sigue en tu departamento.—Karen señaló la botella que Terry llevaba envuelta en papel café en sus manos.
—Eso no te incumbe Klaisse, será mejor que des media vuelta y te preocupes de tus propios asuntos. —Se lo dijo con ese aire de auto suficiencia que lo dominaba.
—Que mala suerte tienes esta noche Grandchester, voy por tu camino, así que tendrás el honor de hacerme compañía unas cuantas calles.— Karen sonrió con efusividad. – Y pásame esa botella que el frio cala los huesos.
Terry sonrió, esa chica sabía como ponerlo de buen animo, le extendió la botella, Klaisse la tomó enseguida la destapó y le dio un gran sorbo.
—¡Eh! Cuidado que esto no es miel de maple cariño.—Terry le arrebató la botella de las manos.
—Lo sé tontito, ahora vamos bebe tu.
Así lo hizo Terry, los dos se fueron caminando, Karen aferrada al brazo de Terry, riendo y bebiendo por la gran avenida, hasta que llegaron frente al edificio de Terry.
—Muy bien mi lady, hasta aquí llego. Quieres que detenga un carruaje para ti.
—Si no fuera una molestia para usted su excelencia. —Karen hizo una solemne reverencia.
—Ridícula. —Terry le sonreía mientras hacía parar un carruaje.
—Muchas gracias Grandchester por esta velada. —Karen lo decía genuinamente mientras Terry la ayudaba a subir al carro.
—No, gracias a ti por escucharme, eres una gran amiga Klaisse.
—¿Aún la extrañas no? — Karen lo observaba con cariño y lo tomó por la barbilla. —La veo danzando en ese par de zafiros que llamas ojos.
Terry tomó suavemente la delicada mano de Karen y la besó en los nudillos.
—Buenas noches entrometida Klaisse. Y si te preocupa tanto, llevo bastante anestesia para dormir esta noche. —Terry sacudió la botella de Jack Daniel's en el aire.— Y en casa creo que tengo dos más.— Le hizo una reverencia muy sobreactuada y cerró la puerta del carruaje. Le dio un par de billetes al conductor y le dijo: —Donde la señorita le diga.
—Muy bien señor. —El cochero le hizo un gesto con el ala de su sombrero.
Mientras el coche comenzaba a andar Karen asomó medio cuerpo por la ventana.
—¡Buenas noches Grandchester!— gritó la pelirroja agitando las manos.— Dulces y Candys sueños. La carcajada de Klaisse quedó resonando en el gélido aire.
Terry sacudió la cabeza, sonrió amargamente. Abrió una vez más la botella y bebió tres grandes sorbos, como si fuera agua, el liquido ya no le quemaba la garganta, pero ya sentía flojas las extremidades. Oh si, ya estaba haciendo efecto.
—¡Maldición! —Se toqueteaba los bolsillos. Sus amados cigarrillos, no los traía, seguramente se quedaron en el camarín. Pero en su departamento tenía más. Era hora de entrar, miró hacía el cielo y quiso ver la luna. Pero estaba cubierto. Una briza blanca congelada auguraba nieve pronto. -¡Nieve!
—¿Que estarás haciendo pecosa en este mismo momento en el que pienso ti?
Tomó otro sorbo de la botella, acomodó su bufanda y entró al edificio.
Candy se quedó petrificada cuando oyó el tintineo de las llaves tratando de entrar en la cerradura. Fijó la vista en la puerta de entrada, pero ridículamente, fue un tiempo muy largo que le tomó a Terry poder abrir la bendita puerta. Mientras ella se debatía si esperarlo de pie o sentada en el sitial iluminado por la débil luz de la pequeña lámpara.
Por fin Terry pudo entrar en el departamento.
—¡Demonios! Juro qué cambiaré esta condenada cerradura. —Se quejó.
Después de cerrar la puerta con su propia espalda, se quedó apoyado mirando hacía la luz de la lámpara en la esquina de la sala, no recordaba haberla dejado encendida. Afinó la vista ya que le pareció ver una silueta sentada en el sitial.
—¿Quién está ahí? —Preguntó Terry.
Candy se levantó lentamente sin hablar, y caminó unos pasos cerca de la luz.
—Soy yo Terry. Candy.
—¡Candy! — Lo dijo con sorpresa, y sin querer soltó la botella que traía en la mano.
Instintivamente Candy avanzó a ayudarlo pero Terry la detuvo.
—Quédate donde estas. Acaso eres una aparición…Acaso mi mente está jugando con migo. —Se agachó y recogió la botella.
—Fiuuu. —Silbó.— esta mierda si que está buena. — levantó la botella y se la mostró a Candy.— El dueño del bar me dijo que esta marca era relativamente nueva, pero cielo santo, nunca imaginé que vería espejismos.
Candy lo observó con ternura y a la vez con pena. Aún no olvidaba aquella vez que lo vió actuando en deplorables condiciones en Rockstown. Ella creía que las borracheras de Terry eran parte del pasado, pero se dio cuenta que no era así. Trató de estirar su mano y alcanzarlo pero nuevamente el no la dejó.
—Vamos Terry, no soy un espejismo ni un fantasma, estoy aquí en tu departamento. Tu madre me hizo el favor de dejarme entrar para esperarte.
—Eleonor hizo ¿Qué?— Terry avanzó a oscuras por la sala y encendió otra lámpara para iluminar un poco más. Después tomó asiento en el sofá y se tomó la cabeza entre las manos.
— Terry no te enfades con tu madre, ella solo quería ayudar.
—Ayudar en qué o a quien.
—A mi. — Candy avanzó hasta donde se encontraba Terry y se sentó frente a el. — Terry necesito pedirte un favor, que solo tu podrías hacerme en este mundo.— La rubia lo miró con ojos y gesto suplicante.
Terry enderezó la cabeza y la miró intrigado.
—Dígame señorita Ardley, para que soy bueno…o mejor dicho en que podría ayudarte yo y no el mequetrefe de Leagan. — Terry sonrió triunfal al ver la cara de asombro de Candy.
—Así que ya lo sabes. — Candy volteó la cara con vergüenza.
—Cariño, medio país lo sabe, ¿O acaso no viste la gigante publicación acerca de tu fiesta de compromiso en las paginas sociales del New York Times?.— la ira se notaba en las palabras y en los ojos de Terry.
—Terry es por eso que vengo hasta ti.
—Oh muy bien. Ahora el bueno de Terry Grandchester debe ponerse la capa, desenvainar la espada y subirse al caballo blanco para rescatar a la damisela en apuro.—se rio con burla
—Terruce no seas malo.— Volvió a mirarlo con gesto triste y suplicante.
—Primero Candy explícame como llegaste a prometerte con la sabandija de Leagan.
—Terry es una historia larga.— Candy se removió en su lugar.
—Y yo tengo tiempo, whisky y cigarrillos para escucharte.
Terry se puso de pié, fue a buscar un par de vasos, una botella nueva, su cigarrera, un cenicero y abrió medio ventanal en el lado que estaba ocupando.
—Ahora si Pecosa. Continua. Espero que no te moleste el humo de mis cigarros.— mientras servía los vasos.—Perdón no tengo hielos.
—No hay problema.— le dijo Candy aceptando el vaso de whisky que Terry le estaba ofreciendo, no era habitual en ella beber, pero la situación lo ameritaba. Le dio un gran sorbo a su bebida que le quemó la lengua pasando por su garganta hasta la boca del estomago. No pudo evitar gemir de dolor. Terry se rió.
—Más despacio pecosa. Ya te vas a acostumbrar. — Le sonrió de medio lado.— Pero por favor prosigue con tu historia, no te detengas.
Así fue como Candy comenzó a contar la historia de como de un día para otro por obra de magia Neal se había obsesionado con ella, la acosaba, la esperaba a las afueras del hospital, le armaba escenas de celo en la calle. Hasta había llegado a secuestrarla usando el nombre de Terry. Pudiendo escapar gracias a sus habilidades para pelear, defenderse y trepar. Además Albert había desaparecido, Stear había fallecido en la guerra, Archie fue enviado a Boston a estudiar interno en una prestigiosa universidad para deshacerse de su presencia con tal que no pudiera defenderla. Del Tío abuelo William no había noticias. George de vez en cuando aparecía pero no podía hacer nada, él tenía las manos atadas.
La familia Leagan junto a la tía abuela Elroy tenían el poder en sus manos, ellos habían planeado la boda, para ellos la unión de Candy y Neal era meramente estratégica . Ellos habían hecho las publicaciones nupciales sin consultar con Candy, y cuando ella trató de oponerse, tía Elroy pidió personalmente el despido de la rubia ante el director del Hospital Santa Clara. Sin quedar satisfecha con aquello recorrió hospital por hospital, clínicas y sanatorios en Chicago para que nadie la contratara . Candy Trató de huir hacía Europa como enfermera militar, pero los hombres que había contratado la tía Abuela y Neal para vigilarla la habían devuelto a la mansión. Gracias a aquel arrebato fue confinada a su habitación por tres semanas. Con eso comprendió que si quería sobrevivir, y encontrar una solución debía dejarse mover con la corriente. Pero ya no podía esperar más. Debía jugar sus últimas cartas.
En resumidas cuentas, estaba desamparada a merced de los Leagan, aquellos habían hecho mella en su espíritu, la habían menoscabado como ser humano, estaba en un pozo sin fondo y con el último suspiro de esperanza Grandchester podría ayudarla.
Terry la observaba, pasmado. No podía dar cuenta de todo los sufrimientos que había pasado Candy en solo dos años.
Una sonrisa amarga se le dibujó en los labios, él pensaba que su sufrimiento a causa de perder a Candy era el más doloroso. Ni en sus mas locos sueños podía imaginar el calvario que llevaba la pecosa sobre sus hombros. Siempre la imaginó rodeada de sus amigos, de sus madres del orfanato, trabajando como enfermera ayudando al prójimo como lo había soñado y descrito en sus tantas cartas, que él atesoraba y leía de vez en cuando lo abarcaba la nostalgia. Se le formó un nudo en la garganta. Demonios ellos habían prometido ser felices antes de separarse; se decía así mismo. La ira comenzó a bullir por sus venas. Sentía ganas de asesinar. Y sabía muy bien por quién comenzar.
Para Amparito ;) muak!
