Disclaimer: Gravity Falls © Alex Hirsch.


En su humilde y sincera opinión, ser Bill Cipher es realmente difícil.

Tener un aura de elegancia y firmeza todo el día no es tarea sencilla. Tampoco lo es lidiar con esos insignificantes humanos de este pueblo abandonado por Dios. Especialmente cuando no puedes chasquear los dedos y hacer que desaparezca —eso complicaba de verdad las cosas—. No hay que pensar (tan) mal de él: Bill en general le hacía mucha gracia los humanos. Tan pequeñitos, tan crédulos y débiles le hacía sonreír del puro gusto, dispuesto ya a llevarlos a la locura.

A menos que, por supuesto, seas un humano residente de Gravity Falls. Bill los quiere matar a todos. Él casi lo hace. ¡Estúpidos humanos y su ley esa de «Aquí nada extraño pasó»! ¿Cómo se atreven a no verle con miedo, con temor, pidiendo clemencia?

Estúpidos humanos. Estúpido Ford. Estúpidos todos, menos él.

Que no le teman no le hacía ninguna gracia, mucho menos que lo tratasen como si no fuera la gran cosa —cosa que lo es. ¡Es un ser más viejo que su universo! ¡Qué ineptos! — y le hacía rechinar los dientes del coraje que le daba. Maldita sea. ¿Por qué no solo podía ver aquel estúpido pueblo siendo destruido por las llamas del infierno mientras tomaba una copa de vino francés?

Estúpido Ford.

Hay varias cosas que Cipher detestaba. Detestaba no tener el control, no ser el rey del caos; no ser temido y, sobre todo, regenerar ciertas partes de su cuerpo. Regenerarse es algo tan natural como lo es respirar para los humanos, todo su cuerpo puede hacerlo, así que no le importaba en los mínimos siempre y cuando no estuviera interfiriendo con sus planes. Él no armaba un gran escándalo, porque sabe que de todas formas volvería su parte perdida. Eso no quitaba que se enfureciera.

Miró a sus manos, con disgusto. Esperar a que volviera probaba su paciencia. Sobre todo, cuando perdía su ojo o sus manos.

Tomando tiempo de lo que tardaba en volver, era alrededor de media hora. Un poco más su ojo. Le aburría esperar. Otra ocasión, para matar el aburrimiento estaría enfadando a Ford, comería la tarea de Dipper o estaría estafando a Stan. Tal vez ocasionaría unos traumas emociones a algún pobre diablo que se encontraba fueras del pueblo, pero casi nunca había gente cerca del arcén que conducía al pueblo. Una buena razón más para detestar este pueblo abandonado por Dios pensó Bill.

Estúpido Ford.

¿Por qué no lo apuñaló por la tráquea cuando tuvo la oportunidad?

Qué aburrido, pensaba una y otra vez. Ocasiones como esa, donde podía oír el silencio de la naturaleza, Bill se preguntaba si realmente valía la pena quedarse ahí, existiendo, en vez de haberse hecho piedra.

Por supuesto que sí. Bill recordaba exactamente el por qué. Es inteligente, encontraría la manera de destruir a todos. Que no hay avanzado mucho no significaba que no se haya perdido. Ford bajaría la guardia, él lo sabe. Todos eventualmente bajarían la guardia, él puede saborear el momento. Es cuestión de paciencia y para sus planes, Dios tiene que temer.

Pero eso no quitaba su odio por todo el mundo.

—Estúpidas manos —murmuró con odio. Acto seguido, Bill mandó al diablo todo. Mandó al diablo a Ford, a Dipper, a Stan y a cualquier canijo que se le viniera a la cabeza. Él sabe que no tenían la culpa de nada por sus manos, pero cualquier momento es bueno para mandar al infierno todo el mundo.

Él es bueno siendo malo.

Nadie iba a cambiar eso.

N-a-d-i-e.

Sumido en su odio, Bill no notó una voz suave canturrear por detrás de él, fisgoneando con peculiaridad. Una chica de cabello castaño y mejillas con un eterno sonrojo en sus mejillas observó todo con curiosidad.

(Ella recuerda un "La curiosidad mató al gato" con la extraña voz de Dipper y Ford cada vez que Mabel quería entrometerse a los asuntos de Bill. Se preocupaban por ella, y ella lo agradece, pero no puede evitar un travieso «¡Pero murió sabiendo!»)

—¿Qué pasó con tus manos, Bill? ¿Por qué no están ahí …? —llegó la realización—. ¡Tus manos son robóticas y por eso tienen una falla! ¿Verdad? ¡Eres un robot-demonio-raro todo este tiempo! ¡Yo tengo la razón, yey! —concluyó, mientras miraba la falta de las manos de Bill con sus ojos saltones. Él solo parpadeó, preguntándose de dónde diablos había salido ella y si este día no podía empeorar.

Ingenuo e imbécil Bill; claro que lo hará. Eso es lo que dice una voz dentro de él que sonaba como él mismo, solamente que más sardónico.

Y no se equivocó.

—¡Voy a ayudarte en esa emergencia, Bill! —gritó, alzando sus manos de manera feliz—. ¡Con la ayuda del doctor Pato y mía, haremos una cirugía exitosa!

Bill parpadeó, genuinamente desconcertado —y eso que es un logro. Última vez que se desconcertó fue por ahí del siglo cinco—. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo es que ahora es un robot-demonio-raro?

Bruscamente, Mabel agarró su brazo izquierdo y de un tirón, se lo empezó a llevar dentro de la cabaña, riendo de manera tonta. Él solo parpadeó. Y eso, una vez manera, le confirmó que ahí, en aquel insulso pueblo, nadie lo respetaba más.

Esto es una porquería, gritó con todas sus fuerzas.


—¡La operación ha sido todo un éxito!

Mabel no dejaba de gritar eso una y una, como un disco rayado. Bill sentía que tenía ganas de arrojarle cualquier cosa para hacerla callar. El respetable doctor Pato estaba en el suelo mientras comía una libreta universitaria.

Pensó que, a pesar de que Mabel tuviera catorce años, seguía parecido una cría. No, corrección: hasta una cría de cinco años es más madura que Mabel. Él pensó seriamente si la chica poesía algún déficit mental.

Miró su operación. No supo que sentir.

Aquella supuesta operación consistía en dos pequeñas ramas de árbol atadas en el antebrazo en un intento de hacer sus brazos más largos. Que, a palabras de Mabel era para: «—¡Esto sirve para que ya no tengas la necesidad de flotar cuando quieras agarrar algo!». Donde debería de venir las manos, solo había dos latas de sopa en cada una. Los dedos eran palos de caramelo mal recortados con la intención de ser una réplica de los dedos. Bill sintió un poco de asco por la sensación empalagosa de esta.

Para ella era una mejora de las manos del brazo. Para Bill era innecesario y estúpido.

Miró a Mabel, sin realmente saber que hacer: partirse la espalda de risa o desgarrarse la garganta de risa. Y cuando decidió que la mejor opción era reírse por todo el pulmón que no tenía, Bill levantó la mirada, y cuando estaba dispuesto a dar la mejor carcajada de su vida, miró sus ojos y—

Oh.

Ilusión. Había ilusión en sus ojos. Bueno, eso complicaba un poco las cosas

Bill no es estúpido. Es inteligente. I-n-t-e-l-i-g-e-n-te. Y con esa inteligencia, él sabía que, si se le ocurría hacer llorar o herir a la princesa de la casa, tendría serias represalias. No es que Bill temiera al peligro (le excitaba) pero había momentos donde tenía que parar.

Esto era uno de esos momentos.

Tampoco es que quisiera que ella tomara un viaje directo a Suéterlandia por depresión o algo así. Era muy irritante, porque nadie le ponía atención. No es porque realmente lo lamentara o le importara si ella se ahogaba con sus propias lágrimas o algo por el estilo.

Él es bueno siendo malo. Nadie iba a cambiar eso.

N-a-d-i-e.

(—Oh, pobre cosita —susurró una voz que sonaba extrañamente igual a la de Pyronica—; si tan solo supiera la verdad)

Miró a Mabel, sabiendo que estaba ansiosa por una respuesta. Bill solamente le dijo una mentira sin muchas ganas.

—Son las mejores manos que he visto en vi maravillosa existencia, niña.

Como él lo anticipó, Mabel empezó a chillar de la emoción y sonrió con tanta felicidad, con tanta alegría y amor que, en vez de sentir asco, Bill se sintió… feliz. Feliz por verla sonreír. Feliz por haber sido él quien logró su felicidad. Espera, qué. Oh, no, no, no… ¡¿Qué estaba mal con él, por Dios?! ¡¿Por qué sentía felicidad en vez de sentir diversión al ver lo crédula e ingenua que es ella?

(Y lo más importante, hay una voz que grita puras patrañas, es una sensación asquerosa, que bombea en el lado de su pecho. Eso es estúpido — ¡Él no tiene corazón de ninguna forma sentimental o biológica!

¿Pero por qué hay una vocecita que le grita un «Hazla sonreír por todas las eternidades del mundo?»)

—¡Ojalá que le des una utilidad! —canturreó Mabel, sin dejar de sonreír y Bill quería golpearla para que dejara de hacerlo. Se sentía desfallecer. Él solo rodó su ojo, hastiando, sintiéndose traicionado con el mismo. Mabel solo le sonrió de manera dulce, consternándolo. Ella susurró una tragedia que lo perseguirá para siempre —. ¡Dices que eres bueno siendo malo, pero yo creo que también eres bueno siendo amable! Te dejaste operar, accediendo a estar conmigo sin poner resistencia o gritarme, justo como lo haces con Dipper, o el tío Ford. Incluso con alguien más. ¡Es un pequeño paso, como de bebé para que te vuelvas bueno! Después de todo, no quisiste herir mis sentimientos. ¡Eres muy dulce, Bill!

Bill jamás deseó morir como en ese momento. Al diablo si la chica tenía algún tipo de déficit mental; no le dan el crédito suficiente a Mabel. ¡Qué desgraciada! ¿Cómo se atreve a decir eso?

(¿Cómo se atreve a decir una verdad?)

Dirigió su mirada, sintiéndose volver rojo como la sangre de la ira que le calaba. Cuando quiso gritarle cualquier aberración que se le viniera a la mente, ya era demasiado tarde; Mabel estaba saliendo de la cabaña con Pato entre sus brazos con suma alegría.

Qué día tan más asqueroso. Todos, todos se irán al infierno, donde Bill los esperara con mucho gusto para su tortura por haberle humillado así. Es un día horrible, y eso que apenas era el mediodía. Posiblemente el peor de toda su existencia (y vaya que él sí ha existido) por tres simples razones:

Primero: ¡Nadie le respetaba! ¡Lo arrastraban a cualquier lugar sin pedirme permiso, o al a fuerza!

Segundo: ¡Lo usaban como muñeco de pruebas para hacer cuanta barbaridad ridícula! ¡Como esta operación estúpida!

Tercero: ¡Jamás, pero jamás esto será un buen día porque él —gran demonio, gran rey del caos— se sintió feliz y con muchísimas ganas de hacerla sonreír nuevamente, teniendo la incluso la tentación de ser estúpido y perder sus manos para que Mabel le pusiera atención con una cirugía de último momento y …!

Esper—

Oh, diarios.

¡Todavía había tiempo de volverse piedra! ¡Nunca es demasiado tarde! ¿Verdad? ¿VERDAD?