Noche. Amada noche. Su efecto en mí era mágico, me transmitía alegría, alegría, alegría. Cual hombre lobo que se transformaba al ver a su amada Luna, yo me transformaba cuando la noche traía consigo una brisa relajante, La Voz, e inducía a obrar. A satisfacer aquellaNecesidad. Oh, la Necesidad a la que todos sucumbimos, de la que nadie puede escapar. El Cazador que acecha a su presa, refugiado y alentado por la oscuridad que cubre todo.El Susurro…aquel que se reía, que transmitía alegría, que ordenaba. Aquél que no era yo, si no alguien a quien dejaba salir de vez en cuando para que jugáramos. Su voluntad era fuerte, y se hacía presente cuando creía que era necesario. El resto del tiempo dormía, o esperaba pacientemente hasta tener nuevamente La Necesidad.
Sabía que podía actuar,debíaactuar. Yo llevaba esperando ya varias semanas, cinco para ser preciso desde que lo vi. Había estudiado a mi presa, y la Necesidad me pinchaba, juguetona, incitándome a actuar.
Allí estaba esta persona, un ciudadano no muy ejemplar que digamos. Dos Caras de una misma moneda, como yo. Éste sujeto era la Presa, y yo su Cazador. Esperaba, con muchas ansias de actuar, pero con la paciencia para esperar. Mi rostro no era visible para nadie, llevaba una máscara negra, que me permitía ver y hablar a la perfección, pero que no dejaba ver nada más que mis ojos. Tenía guantes que recubrían mis manos, para no dejar huellas.
Allí estaba, esperando su siguiente movimiento, disfrutando la emoción de la Cacería. ¿Quién no lo hacía?
Pero de todas maneras yo soy alguien muy cuidadoso. El tiempo que había empleado en estudiarlo, seguirlo,cerciorarme, habían valido la pena. Yo no trabajaba para nadie más que mí, y por ello debía asegurarme de que el trabajo fuese perfecto. Debía ser cuidadoso, siempre. Siempre preparado de ante mano.Pulcro. Todo para proteger mi vida, insignificante y feliz. Había invertido demasiado tiempo para que saliese bien, además había una recompensa material por hacerlo.
Y sobre todo, me estaba divirtiendo demasiado para echarme atrás.
Esta noche era La Noche. Hoy iba a suceder, tenía que suceder, como había estado sucediendo, y sucedería una y otra vez. Y nadie más que Shun seria el invitado especial. Oh, Shun, ciudadano ejemplar de día, sectario que mutilaba gente de noche. Supuse que él también llevaba dentro una Voz que le inducía a actuar. Lástima que fuese del otro bando, uno contrario al mío. Dentro de pronto yo haría que se reuniese con sus amigos. Él vivía solo, en un barrio de clase media alta. Seguramente planeaba volver a casa, y por desgracia para él no lo podría hacer, ya que nos pondríamos aJugar. Yo estaba oculto tras unos arbustos, junto a su camioneta. Tenía junto a mí una bolsa de tela donde estaban mis instrumentos para el trabajo. La vocecita me susurraba al oído cuando lo vimos acercarse, mi otro yo, haciendo sugerencias tentadoras.
Paciencia.
Shun se acercó hacia su camioneta, aguardé para estar seguro de que no hubiese nadie, y entonces ataqué, tomándolo por sorpresa. Puse mi cuchillo en su garganta, mientras lo tomaba por detrás. Pude escuchar la risita de mi amiguito, celebrando el triunfo. No todo estaba hecho todavía, aún faltaba lo mejor. Obligué a mi presa a entrar a la camioneta, y luego saqué una jeringa de mi bolsillo. Instrumentos aparte de los que tenía en la bolsa. Le clavé la aguja en el cuello de mi víctima y éste sucumbió rápidamente ante los efectos del sedante. No era una cantidad demasiado grande, pero sí la suficiente como para dejarlo fuera de combate. Le quité las llaves e hice arrancar su camioneta, no sin antes acomodarlo en el asiento de atrás.
No había mucho tráfico a la madrugada, lo cual beneficiaba a mis planes. Luego de una marcha de aproximadamente media hora llegamos a destino. Le decían la Papelera, y estaba la mayor parte del tiempo desierta.
Allí yo tenía mi vehículo, del cual me estacioné a unos veinte metros. Cargué a Shun fuera de la camioneta, y lo llevé a rastras hasta una viga metálica, con algo de óxido en ella. Comprobé que en verdad estuviese dormido y fui a por la bolsa. Volví hasta él corriendo ligeramente, mientras sacaba lo que usaría. Me coloqué unos guantes de látex, al tiempo que me quitaba los otros. Tomé un poco de cuerda y la utilice para atar de manos a Shun en la viga. Tomé mi cuchillo de hoja muy gruesa, y un bisturí. ¿Cuál de los dos usaría ésta vez? Elegí el bisturí.
Le quité la ropa, y comencé el trabajo preliminar: depilar, refregar, eliminar todas las irregularidades que sobresalían. Shun abrió los ojos, sí, suele suceder a veces. En su mirada no había miedo. Ni siquiera estaba seguro de si me estaba viendo realmente. Si así era, solo podían ser mis ojos, ya que no me había quitado la máscara. No necesitaba ningún tipo de iluminación, ya que la que me proporcionaba la Luna bastaba. La necesidad iría desapareciendo junto con mi compañero de juegos.
Él intento decirme algo, pero le comuniqué que no le entendía. Era obvio, le había puesto una bola de papel en su boca y para asegurarla se la cubrí con cinta adhesiva. Volvió a repetir lo que había dicho, justo cuando me pondría a trabajar en serio.
- ¿Qué dice?, en serio, no le oigo…
Con un gesto cansado repitió lo que fuese que hubiese dicho, sin apartar su vista de la mía.
- De nada- le dije, mientras comenzaba a trabajar.
Faltaban no más de tres horas para el amanecer, pero ya no había dejado pieza entera de Shun. Me quité la máscara, mi cara estaba llena de sudor, pero ya no existía rastro de la Necesidad. Un trabajo excelente. Pulcro. Tenía ganado un merecido baño después de haberme divertido con mi presa. Pese al sedante, nuestro querido amigo había estado algo conciente, mientras yo comenzaba la etapa primaria del trabajo, la cual consistía en cortar con el bisturí los músculos que unían a los brazos al cuerpo, además de otras partes como las manos y pies.
Luego vino la cabeza, la cual requería estar más concentrado para no arruinar la obra que estaba haciendo.
Comencé con la base del cuello, cortándolo de manera cuidadosa, como todo un profesional. Dejé las arterias para el final, cuando terminé de diseccionarla. Quité la cabeza de mi amigo, con cuidado de no manchar mi ropa, y regué la sangre hasta que dejó de gotear. No contaba con los elementos para dejarlo sin una sola gota de sangre, algo en lo que había estado experimentando con los últimos compañeros de juego.
Quizá piensen que soy un monstruo, de hecho sí lo soy, pero a mi me gustaba jugar con los malos. Otros monstruos como yo, que hacían cosas que les hacía ganarse mi cuchillo, o mis balas. A decir verdad disfrutaba más cuando nosotros dos nos encargábamos de nuestras presas, mi voz interior y yo, viendo la expresión de pánico en ellas mientras les cortábamos poco a poco. Me quité los guantes de látex y los guardé en una bolsa de plástico. Luego tendría que acomodar a Shun, a sus partes más bien dicho, en bolsas de basura, dejándolo envuelto para regalo. Cada una contendría lo suyo, cabeza, brazos, piernas, torso, manos, pies, dedos, orejas. Los dejaría por allí, aunque como recuerdo de mi amigo le quité un anillo que portaba en uno de sus dedos y lo guardé en una bolsita con cierre hermético.
Hacía eso porque sabía que en unos diez años, ésta aventura habría desaparecido de mi mente, y quería tener algo para recordarla cada vez que quisiese.
Ésa era mi recompensa material, aunque tenía un aspecto más emocional que otra cosa…Emociones, ¿yo? Qué cosas digo. Debe ser el cansancio.Contemplé unos momentos lo que restaba de la noche, y alcé la vista hacia la luna. Cerré los ojos, mientras notaba que mi Amigo se iba a dormir ya, en algún lugar de mi mente, no sin antes despedirse con una sonora risita característica de él, con su mirada de lagarto. Bien, tendría que ponerme en marcha.
Empaqueté a Shun y lo dejé envuelto allí. Luego me subí a la camioneta, no sin antes colocarme de nuevo los guantes que usaba para no dejar huellas. Por suerte no había manchado mi ropa con sangre. Me desagradaba enormemente tener que lavarla, porque cuesta mucho para que se salga ese líquido.
No me puedo presentar al trabajo con la camisa toda ensangrentada. Hey Mani, ¿Por qué está así tu ropa?; Oh, nada, simplemente se me manchó cuando cortaba a un sujeto allá en la Papelera, ¿Me pasas el café?
Encendí el motor de la camioneta, la puse en primera y luego la conduje hacia un lugar del recinto. Podía dejarla metida en alguna de los galpones que ya nadie revisa, o meterla al lago. Consideré la primera opción. Lo que me gustaba del lugar, entre otras cosas, era que tenía piso de cemento, lo cual dificultaba el dejar huellas con los neumáticos de los vehículos. Abrí la puerta de un galpón ubicado a unos cien metros de la escena, y entré la camioneta. Bajé de ella, cerré el lugar, mientras iba en busca de algún horno para deshacerme de lo utilizado. Lo encontré cerca del galpón, ya estaba encendido. Abrí con cuidado de no quemarme la tapa y arrojé la bolsa, al tiempo que dejaba todo como estaba.
Volví hacia mi automóvil. No era la gran cosa, pero a mi me gustaba, era discreto, bastante común en la ciudad, me servía muy bien para transportarme al trabajo y para realizar mi pasatiempo favorito, aunque claro, ahí ya le tenía que prestar el volante a mi amigo del asiento de atrás. El conducía solamente porque yo tenía el carné.
Guardé la máscara, cuchillos, el anillo, y me largué de allí. Tardé unos cuarenta y cinco minutos en llegar a mi apartamento. Aparqué el coche en la acera al otro lado de la calle.
Saqué la llave y la introduje con mi mano derecha, mientras que con la izquierda sostenía el paquete con los instrumentos. Entre y encendí la luz. Busqué en mi cuarto un maletín y guardé la bolsita con el anillo, no sin antes colocarle el nombre de su antiguo dueño. Allí estaba ahora, junto a las otras veintitrés. Dejé las cosas en su lugar, me quité la ropa sudada, me mentí al baño para darme uno muy largo con agua caliente, que me quitaría la suciedad y relajarías los músculos del cuerpo.
Cuando fue hora me dirigí al trabajo. Ah, el tráfico jovialmente homicida me relajaba y yo llevaba en mi cara una gran sonrisa. Saludaba a los conductores que me insultaban, todo para mantener mi máscara de ciudadano modelo.
Mi trabajo es de forense, aunque también era psicólogo a veces. Tenía una oficina, bastante espaciosa, y para mi solo. Además, había otras dos más aparte de la mía. En ellas trabajaban Albafica y Agasha. La primera llevaba ya casi tres años en el departamento, y la segunda había empezado hace pocos meses. Me llevaba bien con las dos. No entré aún a la oficina porque vi a Albafica sirviéndose un café en una máquina. Me acerqué despacio y le hablé suavemente…
- Hola colega…
Ella volteo a verme, justo cuando terminaba de hacerse el café. Ah, yo amo el café. Diría que es lo que más me gusta, dentro de lo que es la bebida. Yo soy alguien de metabolismo eficiente y rápido, necesito recuperar energías, y nada como un buen desayuno sin el infaltable café para hacerlo.
Ella me miró un segundo, y luego me devolvió el saludo, con una sonrisa.
- Llegas temprano- observó.
- Si, es que me enteré que usted ya había llegado, y no pude resistirme. Albafica, por favor dígame, ¿Cuándo se casará conmigo?
La mujer se río y luego meneo la cabeza, divertida por mi comentario.
- Un día de estos aceptaré con gusto tu ofrecimiento- me guiño el ojo y se fue a su oficina con el café en mano.
Le caía bien, pero lo que yo hacía no era más que una máscara muy bien lograda. Me encaminé hacia la máquina de café para prepararme uno. Soy un monstruo, pero vamos, soy un monstruo caballeroso, educado, que se preocupa por el bienestar público eliminando a otros monstruos que se lo merecen. A palabras ajenas, soy un pillo jodón, quizá eso sea parte de mi encanto. Seguramente hoy sería un día duro de trabajo, pero me sentía mucho mejor después de mi aventura de anoche.
Le di un sorbo al café, mientras iba hacia mi oficina. Era tiempo de empezar el día. Me senté en la silla con ruedas. Casi no pude evitar la tentación, y me puse a girar un poco en ella. Era divertido, tenía que admitirlo. ¿Acaso uno no se puede pasar un lindo momento en el curro?
El teléfono sonó, tomé el tubo y lo llevé a mi oído. Reconocí la voz al instante, Shion, detective de homicidios.
- Manigoldo, ha ocurrido un asesinato, en la Papelera. Se te necesita aquí.
- Buenos días a ti también- le contesté, con una ligera sonrisa.
- Er…lo siento, buenos días.
- En unos momentos salgo, te veo allá.
- Nos vemos.
Colgó.
Sería interesante ver cómo reaccionaban ante el hallazgo de mi pequeña obra de arte. Llegaría la prensa seguro, sobre todo para aquellas revistas que se publicaban. De todas maneras, nunca me habían interesado demasiado en lo que decían las noticias cuando encontraban los restos de mis aventuras. Se me hacía curioso que encontrasen tan rápido lo que quedaba de Shun, pues últimamente no se pasan demasiado por allá. Puede que solo haya sido casualidad. Salí de mi oficina para dirigirme a la salida, encendí el automóvil y me fui.
Al cabo de un rato llegué a la escena de mí crimen. El lugar estaba lleno de policías, investigadores, y ahí llegaba yo, Manigoldo, a resolver el crimen. Seguramente Albafica y Agasha llegarían en cualquier momento, pero por lo pronto, yo haría lo mío. Aparqué el coche cerca de la escena, y bajé de él. Enseñé mi placa a un oficial para que me dejase entrar y pasé por la cinta amarilla que delimitaba el lugar. Estaban registrando los paquetes deregalo, y alguno que otro agente novato había ido a tirar su desayuno por ahí.
Parece ser que no han encontrado la camioneta. Recorrí el lugar con la mirada, buscando a Shion. Él se encontraba interrogando a alguien… ¿Un testigo?
