Iba a morir.

Con la poca cordura que le quedaba lo sabía.

No tenía oportunidad.

Iba a morir.

Su cerebro estaba destrozado, no podía pensar con claridad. Solo tuvo suficiente raciocinio como para con su kagune, sacar la larga quinke incrustada en su cabeza, a través de su ojo y cerebro.

Iba a morir.

Desde el principio debió haberlo imaginado, cualquiera que se enfrentara contra Arima Kishou, el shinigami del CCG, sin duda moriría.

Sintió un peso contra su pecho, su varita colgando de un hilo, había sido un capricho, creyó que en un momento tan crucial de su vida, algo que fue tan importante para él sería una especie de talismán, después de todo, hace años que no podía hacer magia.

Una punzada de dolor, y esta vez no provenía de su cabeza.

Hogwarts, el primer sitio que consideró su hogar, con las primeras personas que consideró sus amigos. Recordó el castillo con sus enormes torres, los amplios y verdes terrenos y los pilares con jabalís alados que estaban en la entrada, y deseó haber tenido más tiempo allí Entonces, estando al borde de la muerte, y cuando el shinigami frente a él levantó nuevamente su guadaña, desapareció.

Todo se volvió negro, estaba siendo aplastado desde diferentes direcciones al mismo tiempo y no podía respirar, y entonces...

Cayó al suelo tomando grandes bocanadas de aire, sentía ardor y dolores agudos en la mayor parte de su cuerpo, pero lo podía soportar, después de todo había pasado por cosas peores. Lo que realmente le afectaba era la herida en su cerebro, sentía que perdía la conciencia. Entonces con la poca fuerza que le quedaba levantó el rostro, y creyó que había muerto, Hogwarts estaba frente a él.

Probablemente, mientras estaba pensando en su inminente muerte, había sido asesinado tan rápidamente que ni siquiera se percató de ello. Y este era su cielo propio, su felicidad después de la muerte. Realmente habría creído eso, si no fuese porque el dolor, cansancio, y la sensación de derretimiento en su cerebro eran bastante reales.

A penas tenía fuerzas, y creía estar alucinando, sentía como la herida en su cerebro le quitaba poco a poco la lucidez; con un débil tirón arrancó su varita del hilo del que colgaba, la levantó lentamente apuntando al cielo y murmuró:

-...Periculum...

Y mientras una lluvia de chispas rojas caía desde lo alto del cielo sobre él, se desmayó.