Bueno, esto es algo que se me ocurrió. Son una serie de relatos cortos… algunas leyendas urbanas, y otros, casos que ocurrieron de verdad, adaptado a los personajes de Candy Candy.
Espero que les guste esta nueva idea.
Esta primer historia es una leyenda urbana, algunos dicen que ocurrió de verdad, y otros que es solamente un cuento. Yo la escuche por primera vez cuando tuve que hacer un trabajo para la facultad, y la verdad me impactó mucho.
No solo los perros lamen las manos
Podía decirse que la vida de Annie Britter era perfecta. Con tan solo 17 años se había convertido en la envidia de todas las jóvenes de la sociedad Neoyorkina. Hija única de padres de gran influencia en la política de los Estados Unidos, Annie se había acostumbrado de pequeña a moverse entre las grandes personalidades de país. No le faltaban pretendientes, y estaba constantemente rodeada de apuestos jóvenes intentando llamar su atención. Pero Annie tenía un problema. A pesar de su belleza y posición social, la inseguridad en si misma siempre lograba aplacarla, logrando con ello que huyera de todos quienes intentaban acercarse a ella.
Los señores Britter habían consultado con profesionales en el ámbito de la psicología para ayudar a su hija, pero nada había dado resultado, y con el tiempo, esa inseguridad y timidez fueron confinando a Annie a estar encerrada en sí misma, y sus padres desistieron de cualquier intento por ayudarla.
En la escuela, los profesores tenían suerte si lograban sacarle alguna palabra, y sus compañeras se rindieron y ya no la invitaban a salir con ellas de compras como cualquier adolescente lo haría.
Annie ya no acudía a los grandes eventos sociales a los que sus padres siempre eran invitados, los cuales sucedían con frecuencia. Por lo que aquellos días se quedaba en su habitación completamente sola.
Un día, a consecuencia de una recomendación de un psiquiatra amigo de la familia, Annie recibió una grata sorpresa. Su padre había llevado a casa un cachorro de perro labrador para que la acompañara en su soledad y cuidara de ella, logrando de ese modo una inesperada mejoría en el ánimo de la joven.
El tiempo fue pasando, y aquel perro, al que había llamado Troy, se había convertido en el compañero inseparable de Annie. Claro que aún continuaba sin tener contacto estrecho con los demás jóvenes de su edad. Pero para ella eso no importaba, pues tenía la incondicional compañía de Troy.
Por las noches, Troy solía dormir bajo su cama, y cuando Annie tenía pesadillas, bajaba la mano, y el perro se la lamía. Era una especie de código entre ellos que lograba que la joven se tranquilizase para continuar durmiendo.
Una noche, los padres de Annie se despidieron de ella para ir a una de sus tantas fiestas.
- ¿Estás segura que no quieres venir con nosotros? – Le preguntó la señora Britter. Siempre lo hacía, aunque sabía cuál sería la respuesta.
- No, mamá – Le contestó Annie mientras acariciaba la cabeza de Troy – Prefiero quedarme aquí.
Esa era la respuesta que Annie siempre tenía para sus padres.
- De acuerdo – Dijo su padre mientras le daba un beso en la mejilla a modo de despedida – Recuerda cerrar la puerta del fondo antes de irte a dormir.
- Sí, papá.
Annie se despidió de sus padres y subió a su recamara, con Troy pisándole los talones, a ver televisión.
Eran los últimos días de invierno, y el clima continuaba siendo frío, aunque las nevadas ya se habían despedido de la ciudad. Pero con la primavera también estaban llegando las lluvias, y esa noche en particular, una tormenta azotaba Nueva York.
A Annie le daban miedo las tormentas como aquella. Siempre le costaba conciliar el sueño cuan los fuertes vientos golpeaban rudamente las paredes de su casa. Pero afortunadamente, tenía a Troy junto a ella.
Se acostó y tomó el control remoto de la televisión para encenderla, mientras Troy se dirigía como siempre a su puesto bajo la cama.
- Último momento – Anunciaba una presentadora de noticias – Informamos a todos los habitantes de Manhattan que uno de los internos del Hospital Psiquiátrico de Nueva York ha escapado. Se trata de un enfermo particularmente peligroso. Recomendamos a todos que estén atentos, y ante cualquier visión del individuo, comunicarse inmediatamente con el Hospital.
Entonces mostraron la foto de un hombre de mediana edad, de cabellos y ojos negros como la noche, y el rostro consumido. Su mirada diabólica causo un estremecimiento en Annie, quien inmediatamente apagó la televisión y decidió irse a dormir.
Se levantó de la cama y tomó de su armario uno de sus camisones favoritos. Se cambió de ropas y se sentó frente al tocador para cepillarse su largo, sedoso y negro cabello.
Por una extraña razón, no lograba sacarse de la cabeza aquel loco que había escapado. El manicomio quedaba a unas cuantas calles de su casa, y Annie siempre sentía escalofríos al pasar por aquel enorme y gris edificio. Siempre había tenido temor a los hospitales, pero ese en especial le resultaba espeluznante.
Decidió sacarse esa imagen de la cabeza e irse a dormir. Se acostó en la cama y a los pocos segundos cayó en un profundo sueño.
Fue a la madrugada cuando Annie se despertó abruptamente al sentir ruidos en la casa. Eran similares a rasguños leves, que luego se fueron haciendo más fuertes. Su corazón comenzó a latir más aprisa, y su cuerpo temblaba. Afuera había comenzado a llover con fuerza, y Annie sentía un gran temor.
Entonces, lentamente, bajó la mano para que el perro se la lamiera, y éste lo hiso, logrando que Annie se tranquilizara y volviera a dormirse.
Se despertó en la mañana, y la tormenta ya había cesado. Somnolienta se dirigió al cuarto de baño y se lavó el rostro, pero al subir la cabeza descubrió algo espantoso.
En el espejo del tocador había algo escrito con letras rojas. Y al verlo con mayor claridad, pudo notar que era un rastro de sangre.
NO SOLO LOS PERROS LAMEN LAS MANOS
Un grito de terror resonó por toda la casa cuando Annie volvió a su habitación y encontró a su perro crucificado en el suelo.
Cuando los señores Britter llegaron a su casa, la madre de Annie se dirigió a la cocina a tomar un vaso de agua.
- ¡Cielos! – Exclamó ella al ver que la puerta del fondo estaba abierta - ¡Steve! ¿No le dijiste a Annie que recordara cerrar esa puerta?
- Sí, querida – Le contestó él entrando en la cocina – Me temo que se ha olvidado.
- ¿Por qué no vas a ver como se encuentra?
- Sí.
El señor Britter subió las escaleras y se dirigió al cuarto de su hija, pero al abrir la puerta de la habitación, no esperaba encontrase con aquello.
El perro ensangrentado en un rincón, y en el otro extremo, Annie abrazada a sus rodillas, que solo pronunciaba…
- ¿Quién me lamió?
Fin
Espero que me cuenten que les pareció! =)
Besossss!
