Disclaimer: Digimon y sus personajes no me pertenecen y esto sólo lo hice sin ánimo de lucro.
Dieciocho pétalos
Todos los días eran igual. Mientras yo abría el closet y elegía la ropa que me iba a poner ese día, Sora acomodaba el librero. Revisaba algunos de sus ejemplares, a veces era Estudio en escarlata, Orgullo y prejuicio, La ladrona de libros, Matilda o el Teorema de Katherine; sus favoritos. Siempre se encontraba con alguno de los míos, generalmente de astronomía, lo ojeaba y trataba de entenderlo.
Cuando se cansaba, lo volvía a acomodar y seguía con los suyo. Dábamos los últimos toques del desayuno y se daba tiempo para arreglar su jardín. Le ponía especial dedicación a sus rosas blancas, sobre todo a una que había crecido hermosa. Tenía la costumbre de contar sus pétalos, siempre era la misma cantidad: dieciocho.
Un día en específico, sucedió algo diferente. Al principio las cosas transcurrían con normalidad, pero al revisar su jardín se dio cuenta de que su rosa más preciada estaba marchita, cada uno de sus dieciocho pétalos se habían caído. No había un por qué y aunque me lo preguntó, nunca supe qué responderle. Lloró amargamente, quería a esa rosa como si fuese una persona. Sólo pude consolarla, la abrace sin emitir palabra alguna. Eso son momentos en lo que las palabras sobran o suenan tan vacías como el hoyo que se forma en el corazón.
Se lo conté a los muchachos, no me gustaba la situación. Jou y Koushirou compartían mi punto de vista. Taichi me recriminaba por qué no le compraba otra. Me advirtió que si no lo hacía yo lo haría él. Le dije que ni lo pensara, que si no lo había hecho es porque consideraba que lo más prudente era dejarla vivir su duelo personal. Otra flor sólo podría entristecerla más.
Los días siguientes fueron iguales, Sora carecía de esa alegría característica y eso me entristecía demasiado. Estaba más sensible que de costumbre. Ese día me hablaron a la oficina, Sora se había desmayado y trasladado a un hospital. Hablé con mi superior, supo entender la situación y me otorgó el permiso. Cuando llegué me encontré con Jou y Piyomon, me comentaron una excelente noticia: Sora estaba embarazada.
Partí a la florería de su madre y compré un arreglo bonito para ella. Cuando la vi, sus ojos estaban húmedos, posiblemente seguía sensible y con su estado y la noticia, sus sentimientos estaban a flor de piel. Me agradeció el detalle y me habló emocionada por el nuevo bebé. Pero de pronto su voz volvió a ponerse triste.
—¿Crees que todo salga bien, Yamato?
—Sí, lo creo —dije con tono convincente. En parte que convencerme a mí mismo de que eso iba a ser cierto.
No respondió nada, no me cabía la menor duda de que estaba pensando en su hermosa flor marchita. Apreté mi puño, me sentía impotente, como cuando mis padres discutían y Takeru me preguntaba el por qué, me pedía que los detuviera, no le gustaba verlos así; a mí tampoco. En ese entonces, sólo era un niño. Ahora puedo hacer mucho más que eso.
—Sé que todavía te sientes triste por lo de tu rosa, pero piensa que vivió amada. Que tus cuidados y mimos la hicieron feliz y que se quedará con esos bellos sentimientos allá a donde todas las almas de todos los seres vivos van a parar. O que algo de ese amor perdurará en la siguiente forma que adopte, que inicie feliz una vida.
Sonrió ante esas palabras. Tuve que improvisarlas, honestamente, no creo en nada de eso, pero ahora lo más importante es reconfortarla. Y tal vez, sólo tal vez, la idea de que un ser vivo no muere del todo, no es tan mala idea.
No tuve la fortuna de conocer a SamGuti, pero su perdida es una pena. Esto va dedicado a su memoria. Pronta resignación a todos sus seres queridos. Qué en paz descanse.
