Satisfacción

Dante trata de recordar los versos que le hicieron memorizar. Dos páginas del libro Primero y su lengua materna se hunde nuevamente en el olvido. No le preocupa permanecer a oscuras en ese lugar. Mata el tiempo haciendo que Lady se quite la ropa con movimientos lentos en un fondo azul marino. Le pone la lencería que dejó que se comprara para "estar sola pero presentable" y de la que se vio desprovista la última vez que hicieron el amor, como pago a sus molestias. Compensación tardía. Casi no tuvo que obligarla. Casi ella se lo exigió. Y los dos disfrutaron demasiado. Ella, tan independiente, se va sin decir más adioses que los que tiran sus ojos de carnaval. Seguro que se toca por las noches solitarias, cuando no hay bultos sin identificar tumbados a su lado y hace frío. Y le recuerda. Sus caricias que saben buscar placer en la brusquedad. Esas canciones sacras que alguna vez suspiró al borde del Infierno. Entonces escucha el pesado hierro de la puerta rechinando contra el suelo de cemento crudo.
Es probable que sea ese hombre gordo, cuya piel parece cera derretida, humedecida en sudor tibio. Dante estira su sonrisa con asco y espera con los ojos cerrados, hasta que esa voz que tiembla, en tanto aquella voz que está recubierta de maníes dulces y refrescada con cerveza alemana le haga las proposiciones indecorosas que su propietario vino a hacerle. Piensa en Morrison y el anonimato que cree mantener, sin decirle jamás con más de tres palabras, mientras que se desviste frente a él, que alguna vez tuvo esposa e hijos. El tono de voz lascivo de aquel humano tembloroso se lo recuerda. Muy vagamente. Solo en la timidez del sexagenario que ingiere viagra para que pueda parársele y así metérsela entre las nalgas a un muchacho con la tercera parte de su edad. A veces Dante se pregunta si Morrison lamenta el cliché de mantenerle en secreto para que mate demonios o si simplemente le excita más la situación. Solo puede leer los sentimientos más fuertes en la caja de Pandora que son los seres humanos. Aquellos que se golpean la cabeza contra la tapa y claman salir con voces que pueden estar cargadas de lujuria como de odio. El miedo de Morrison y su embeleso son lo más perceptible. Y a Dante no le interesa mucho nada más. Pero él no es un estereotipo. O no quiere serlo, al menos. Por eso se viola a aquel desconocido con sangre de demonio, desde antes que le ponga las manos encima, cogiéndole por la muñeca, atrapándolo contra el catre miserable que le han preparado. Para pensar que Morrison no penetra en su ser como en una mujer fácil y que si el último hijo de Sparda que queda vivo se deja hacer semejante profanación, es por diversión, enteramente.