Disclaimer: los personajes no son míos, son de la gran Rumiko Takahashi!
Nota del autor: Empiezo esta historia porque no puedo estarme más tiempo sin subirla, pero prometo seguir con la anterior en cuanto pueda (me he mudado a Irlanda y con todo el follón aún no he podido continuarla, mis más sinceras discuplas).
Y nada más, espero que la disfruten tanto como yo.
Las hojas se mecían por el suave beso de la brisa primaveral. Sango dio dos pasos bamboleantes al recibir con fuerza su Hiraikotsu. Sin la necesidad de calcular demasiado su siguiente lanzamiento, marcó un arco con el brazo para que el arma saliera despedida en dirección a la cabeza del demonio que les había sorprendido. El terreno no era demasiado adecuado para el combate. El boomerang gigante se enzarzó con las ramas de los árboles que ocultaban parcialmente el monstruo.
Deberían haber seguido el camino, se repetía la exterminadora, notando el cansancio en cada fibra de su ser. Mientras reprimía otro suspiro, empuño la espada del cinturón y cortó uno de los tentáculos del demonio. Podía oír los gritos de Inuyasha, furioso, batiéndose contra los árboles que le cortaban el paso. Kagome había intentado acertar un par de veces a la cabeza del monstruo, que parecía ser su zona más vulnerable.
El bastón de Miroku se interpuso entre ella y el tentáculo que amenazaba con asfixiarla. Él lucía una sonrisa desafiante, mientras los brazos le temblaban con fuerza. Sango cortó la carne de la bestia y el tentáculo se resumió en un gusano rosado que no dejaba de moverse.
-Nos hemos buscado un buen lío…- suspiró él. El sudor le perlaba la frente y se le notaba la respiración agitada.-Deberíamos retira…
De repente, el súbito silencio interrumpió al monje. Por un momento, Sango creyó posible haber perdido el oído. No se oía ni tan solo el crujir de las ramas, constante hasta entonces. Miroku recordó que debía respirar y siguió contemplando, atónito, como los tentáculos se retraían y quedaban inmóviles, en el suelo lleno de hojarasca.
Ambos se miraron y sonrieron, sin necesidad de hablar. Sango sintió como las mejillas se le sonrojaban ante la imagen de él. El sol sacaba destellos a las hebras azabaches que coronaban su figura, alta e imponente. Aunque sus ropajes no lo hicieran fácil, los músculos, aún tensos, se marcaban en sus anchos hombros. Sango negó con la cabeza para ahuyentar esos pensamientos. Debía concentrarse en la batalla y en la búsqueda de la perla, no en esas estupideces, se repitió, como siempre hacía.
Ambos avanzaron hacia el cadáver de la bestia, impregnado en sangre. Sango recogió su arma y se la colgó de la espalda, le reconfortaba sentir ese peso, le hacía sentir que nunca estaría sola. Kagome y Shippo se acercaron sonrientes al resto del grupo. Inuyasha ya estaba enfrente del monstruo, con el ceño fruncido. Parecía paralizado y aún no había guardado su fiel espada.
-Hay algo que no me gusta en absoluto…-murmuró. Kagome lo miró preocupada y el resto del grupo aguardó en silencio.- Será mejor que sigamos adelante.
-Espera-casi gritó Sango. Señalando entre los tentáculos, añadió- ¿Veis eso? Son cápsulas de veneno. Son muy útiles para hacer remedios y otros venenos más potentes. Nunca se sabe cuándo pueden venir bien.
-Pues recoge eso y nos vamos…-protestó el semidemonio. No podía negar la verdad, seguro que ese veneno les podría suponer una futura victoria… Pero aunque no pudiera explicarlo, no sería capaz de estar cerca de ese demonio muerto mucho más tiempo.
Con cuidado, la muchacha depositó las muestras de veneno en una pequeña bolsa. Su padre le había enseñado bien cómo debía hacerlo. Cuando hubo acabado, antes de darse la vuelta para volver con los demás, intentó averiguar cuál había sido la herida mortal. La piel blanda y blancuzca del demonio presentaba varios moratones y cortes pero ninguno de ellos era demasiado grave o profundo. El rostro de la bestia, excesivamente pequeño dado su tamaño, conservaba una expresión rígida y macabra. ¿Acababa de moverse?
Eran imaginaciones suyas, seguro. Sin desperdiciar más tiempo, emprendieron la marcha a través del bosque. Aún tenían unas cuantas horas por delante antes de que se pusiera el sol, pero no podían entretenerse más. Cuando los árboles dejaron de cubrir el cielo con sus densos follajes, unas cuantas columnas tímidas de humo les señalaron dónde encontrar una aldea. Con el ánimo más alto pero las piernas doloridas, el grupo avanzó hasta allí comentando el buen tiempo y disfrutando de los rayos de sol.
-Inuyasha, ¿por qué sigues enfurruñado?-preguntó Kagome, al tiempo que le sonreía con dulzura al medio demonio.
-No es nada que puedas entender…-gruñó él.
-¡No hace falta que seas tan maleducado!-le respondió ella, enseñándole la lengua.
Miroku suspiró ante el comienzo de una nueva pelea y le dirigió una miró de reojo a Sango. Andaba tranquila, mientras sus largos cabellos danzaban al ritmo de la poca brisa que corría entre las ramas, que desaparecían para dar lugar a los infinitos campos de arroz. Ella siempre parecía tan seria… Puede que eso fuera lo que le hiciera sentir una calidez infinita en su interior cuando sus labios se curvaban suavemente. Era lo más hermoso que existía en ese mundo, lo sabía con toda la seguridad.
Ella, a lo mejor notando sus ojos azules, se giró para devolverle una mirada profunda. ¿Sabía acaso como de sensual le parecía? ¿Sabía que era capaz de dejarlo sin palabras con tan solo esa mirada? Era la única mujer que lo conseguía. Era consciente que debía dejar de mirarla si no quería parecer un perturbado pero… Necesitaba un poco más de tiempo, perderse un poco más en aquellos ojos de chocolate. Necesitaba poder acariciar cada centímetro de aquella piel nívea, fuerte. Mientras ese pensamiento le nublaba la mente, dio un traspié poco acertado y estuvo a punto de caer.
-A saber en lo que iba usted pensando, Excelencia…-murmuró Sango, dibujando media sonrisa.
Miroku no pudo hacer más que devolverle la sonrisa mientras intentaba dejar de pensar en el cuerpo desnudo de su compañera junto a él, en alguna cálida cama, muy lejos de las últimas noches que habían pasado al raso. Las primeras casas de la aldea les recibieron al poco rato. Los aldeanos surgían de puertas y ventanas, movidos por la curiosidad. No parecía habitual que los viajeros cruzaran sus tierras.
Los niños dejaban de jugar para mirarles y señalar las orejas de Inuyasha, la cola de Shippo y las armas de sus compañeros. De repente, se cruzaron con un grupo de jóvenes mujeres que parecían venir de hacer la colada en el riachuelo que atravesaba el pueblo y que se convertía en un vigoroso río más allá, al límite de las tierras del señor que poseía el territorio. Las mujeres empezaron a susurrar, señalándoles sin reparo. Miroku se acercó, ante la atenta, y algo furiosa, mirada de Sango.
-Señoritas, permítanme molestarlas en esta tarde de primavera, tan bella como ustedes, para preguntar si hay alguna posada donde descansar tras nuestras aventuras… Si quieren, puedo relatarles como vencí con la ayuda de mis compañeros al demonio de los tentáculos que…-Un grito escapó de la más joven de las mujeres, acallando la estúpida sarta de fanfarroneo del monje.
-Todos los que consiguen escapar de Akumaoni dicen haberlo vencido…-suspiró la mayor del grupo, mirando al monje y a su tropa con desdén.- Estamos hartos de farsantes.
-¡No somos farsantes!-protestó Sango, dando un paso adelante.- Fue duro pero le vencimos. E incluso conseguimos algo de veneno.
-¡Deben acudir al señor!-respondió otra de las mujeres, mientras todas observaban a Sango.- Su hijo está enfermo, el demonio le cazó una vez… Mil curanderos han llegado a la aldea con un milagro tras otro pero el sabio de la cascada afirma que tan solo el veneno que le mata puede darle la vida.
-Entonces deberíamos ayudarles-dijo Kagome, con semblante de preocupación.
-Si es verdad lo que decís, el heredero se curará-dijo la mujer mayor en tono desafiante.
-Pues claro que es verdad- reafirmó la exterminadora. Odiaba que la tomaran por mentirosa. Tras acariciar la bolsa de piel donde guardaba el veneno, dirigió la mirada al pequeño castillo que dominaba la aldea desde lo alto de una colina.-Vamos.
