Hola, es mi primer fanfic, y espero que les guste, no sé si será de vuestro agrado. pretendo que esta historia sea larga, aunque depende de la aceptación que tenga, intentaré actualizar por semana, aunque si veo que no tiene reviews y no gusta pues no seguiré actualizándola. Este primer capitulo va sobre el primer día de Albus. de momento la historia continuara sobre el primer año de Albus en Hogwarts. Está claro decir que los personajes no me pertenecen. Espero que os guste y sea de vuestro agrado. ^^
Aquel uno de septiembre de 2017, a las seis de la madrugada era una mañana un poco fría, el verano casi estaba desapareciendo y ya se notaba como la oscuridad tardaba más en irse y el sol cada vez calentaba menos. Pequeñas lechuzas volaban por las innumerables calles de Londres y aun el sol no había aparecido por el horizonte cuando en la pequeña y abarrotada casa de los Potter el caos reinaba allá por donde pasara. Desde el gran ventanal que decoraba el jardín y daba paso hacia un salón bien decorado pero un poco descuidado, se podía apreciar múltiples prendas volando de un lado hacia otro, pasos precipitados e incluso palabras mal sonantes apaciguadas por las gruesas paredes de la fachada. Y es que es cierto que para los Potter ningún día era tranquilo, pero sobre todo aquellos últimos días de agosto y primero de septiembre era cuando la tranquilidad optaba por abandonarles por completo.
James -el hijo mayor de la familia- un chico bastante alto a pesar de tener tan solo trece años, demasiado pelirrojo como para mirarlo de cerca, con pecas bastante vistosas sobre toda su nariz, arriba de ésta unos ojos de color marrón avellana relucían con travesura, tenía las mejillas sonrosadas y un pelo demasiado lacio como para mantenerse por sí solo, lo último que decoraba el rostro de aquel pequeño maleante era su sonrisa, que siempre era la encargada de reflejar que acababa de hacer la mayor jugarreta de su vida. Éste, se paseaba solo y exclusivamente con su túnica de quidditch dejando entrever por la parte trasera de ésta sus calzoncillos decorados con regalices.
En el otro extremo del salón, aguantando un berrinche y teniendo en mano un par de calcetines negros simples, se encontraba su hermana menor Lily. Era la más pequeña de la familia, tenía nueve años, aunque ya solo le quedaban dos meses para cumplir los diez. La niña era muy parecida a su hermano, el color del pelo era exactamente del mismo tono cobrizo y bien cuidado, todo ello recogido en una perfecta trenza, las pecas también adornaban su pequeña nariz, sus ojos eran de un color extraño, azules en la oscuridad y grises cuando la claridad los deslumbraba, su cuerpo demasiado pequeño y delgado y fruncía el ceño cada vez que su hermano mayor le sacaba la lengua. Iba vestida con un pijama rosa lleno de estrellas blancas.
-¡Mamá! ¡Dile a James que pare!
-Lily me va a echar de menos, Lily me quiere… -decía mientras se agarraba a la barandilla de las escaleras que comunicaban con la parte superior de la casa. –Miradme que sexy soy.
Unos pasos apresurados de escucharon por todo el salón y en un abrir y cerrar de ojos la madre de estos pequeños pelirrojos se encontraba asomada por el quicio de la puerta que comunicaba con la cocina, levantando la ceja izquierda en pleno gesto de asombro al ver a su primogénito tomar poses que a él le resultaban extremadamente "sexys". La señora Potter era una mujer un poco menuda, de aspecto serio y delgado aunque con curvas. Su pelo era igual que el de sus hijos, sus ojos azules como el de su pequeña, las pecas inundaban también su nariz y sus orejas eran tan pequeñas que ni siquiera se podían apreciar entre todo su cabello.
Se cruzó de brazos mientras observaba la escena y sacaba la varita de sus pantalones. -¡Oh por Merlín…! No sé quién es más pequeño de los dos. –Decía Ginny mientras se masajeaba las sienes y recogía toda la ropa con un movimiento suave de su mano derecha. –James quiero verte vestido con ropa muggle ya, Lily, lo mismo te digo e id a desayunar.
-¿Por qué no puedo ir con mi túnica?
-¿Tenemos que volver a hablar del mismo tema? –Decía su madre amenazadoramente. –vamos a la estación, quieres ponerte ropa muggle, ¿o prefieres los regalos de tu abuela?
El chico la miró con terror y negó apresuradamente con la cabeza.
-Así me gusta y lo mismo va para ti jovencita.
-Yo no tengo la culpa, él empezó, yo solo quería vestirme pero James me tiró toda la ropa…
-¡Yo no fui! –Alegó el pelirrojo nervioso. –Fue Albus, está nervioso y ya sabes lo que ocurre.
-¿Otra vez?
-Sip. –Dijo James con tono burlón mientras se sentaba en las escaleras. –Está loco de remante.
-¡James Sirirus Potter! Como vuelvas a hablar así de tu hermano te juro que te mando con tu tío Dudley a descubrir lo que es vivir entre muggles.
-¡Oh no con la bola de grasa no! –Dijo dramatizando. –soy demasiado joven para ser devorado por una ballena.
-De verdad que no sé qué voy a hacer contigo.
-Quererme, soy tu hijo no tienes más remedio.
-A veces dudo que seas mi hijo y no seas hijo de tu tío George. Anda ve a vestirte, yo iré a ver a tu hermano.
-Está con papá, hablando ya sabes…
-Bueno, diles que el desayuno está listo y que bajen, no quiero volver a llegar otro año tarde, ¿me oyes?
-Si mi capitán. –Dijo poniéndose firme.
James al ver la cara que su madre puso corrió todo lo rápido que pudo y subió las escaleras de dos en dos. Pasó los cuadros familiares y siguió corriendo hasta que llegó al final del pasillo. Se paró en la última puerta y suspiró. Alzó la mano para aporrearla con delicadeza pero antes prefirió poner la oreja, a James le encantaba enterarse de las conversaciones ajenas.
-Albus… -Decía el señor Potter. Un hombre con aspecto cansado, pelo alborotado, lentes redondas y unos ojos verdes de un color demasiado peculiar. Pero lo que más llamaba la atención de su aspecto era la inconfundible cicatriz en forma de rayo, la marca que el señor tenebroso había dejado en la delicada frente de aquel pequeño Harry Potter, que ahora –después de diecinueve años de la derrota de Voldemort- se hallaba en el cuarto de su hijo conversando con su pequeño Albus.
Su hijo mediano era demasiado parecido a él, aunque algo en lo que no coincidían era que su hijo no necesitaba llevar gafas. Por lo demás el parecido entre padre e hijo era demasiado asombroso como para ser verdad. Albus se encontraba en un estado de estupor. El sudor frio recorría su frente y su mirada permanecía clavada en el marco de la ventana.
-Vamos Albus. –Repitió su padre. –No pasa nada, sabes que a mí también me pasaba de pequeño.
-No quiero que en Hogwarts me traten como a un bicho raro.
-No controlar la magia es normal… a mi hay días en los que aún me cuesta.
-James dice que no soy normal, ¿y si tiene razón?
-A tu hermano le gusta gastarte muchas bromas, no le hagas caso es solo…
Pero la conversación no se pudo terminar porque en ese momento entraba el nombrado. –Mamá dice que bajéis a desayunar, no quiere que lleguemos tarde.
-De acuerdo. –Dijo el señor Potter mientras se incorporaba y suspiraba. –Vamos Al, tu hermano se tendrá que vestir antes, ¿no?
-Por supuesto, mamá me ha amenazado con ponerme los jerséis de la abuela.
-Si, efectivamente, será mejor que te cambies.
Ambos salieron y dejaron que el primogénito de los Potter se vistiera. El desayuno, para sorpresa de los señores Potter, fue demasiado tranquilo. James hablaba de las ganas que tenia de volver a ver a sus amigos y de las travesuras que le gustaría realizar ese año. Lily comentaba lo que le gustaría a ella poder entrar ya en Hogwarts aunque aún le quedaba un año. Albus removía su desayuno de un lado a otro pero sin probar bocado. De las mil veces que su madre le preguntó si estaba bien, él solo asentía y volvía a agachar la cabeza.
A las diez, con dos baúles a cuestas, una lechuza y un gato, los Potter se dirigieron a la estación de King's Cross. En la puerta de ésta habían quedado con Ron Weasley, hermano de Ginny lo que se notaba por su aspecto, pelo pelirrojo, pecas inconfundibles y ojos azules, y con su mujer Hermione, amiga de la infancia de estos desde el primer año de Hogwarts de Harry. Era el primer año para Rose, la primogénita del matrimonio Weasley y la prima de los tres pequeños Potter. La niña tenía el pelo rizado y espeso, de un color pelirrojo –notorio de un Weasley- y ojos de un color marrón intenso.
-Albus, ¿estás nervioso?
El chico solo asintió. Sus tíos lo miraron e interrogaron con la mirada a sus padres. Estos solo supieron encogerse de hombros y tomar rumbo hacia el andén nueve y tres cuartos. Una vez que lo pasaron y estuvieron frente a la locomotora que los dirigiría hacia Hogwarts todos los chicos empezaron a ponerse demasiado nerviosos.
James desapareció alegando que quería ver a sus amigos, Albus se acercó a su prima y no se alejó de ella ni un momento, mientras que ésta, corría de un lado hacia otro observándolo todo. Lily, a su pesar estaba bien sujeta por su madre, que no la dejaba irse ni un momento.
-Ginny deberías de haberla dejado con mamá, eso hicimos nosotros con Hugo.
-Lo sé, lo sé, pero ella y James se pelaron ésta mañana cuatro veces. Le prometí que si se portaba bien la traería conmigo.
La niña refunfuñó e intentó cruzarse de brazos, pero su madre, que la tenía bien agarrada de la mano derecha, no lo dejo ni siquiera hacer un leve movimiento, cosa que enfureció más a la pequeña, haciendo que su tono de piel casi no se diferenciara con el de su pelo.
Las horas fueron pasando demasiado rápido, tanto que cuando quisieron darse cuenta, la estación estaba abarrotada. Un número demasiado elevado de niños con sus familiares se encontraban hacinados alrededor del expreso. El primer pitido de éste anunció la entrada de los estudiantes a sus vagones. Los padres empezaron a despedirse de sus hijos. James apareció para darles un beso a sus padres y a sus tíos y desapareció de nuevo adentrándose en un compartimento y sacando la cabeza por la ventanilla. Rose lo siguió inmediatamente no sin antes llevarse un consejo de su padre.
-Has heredado la inteligencia de tu madre, demuéstralo.
Y con eso y un abrazo su hija se sentó al lado de su primo James con nerviosismo. Todos despidieron a sus hijos con movimientos agitados. Un segundo pitido anunció otra vez el mismo aviso de antes. Pero el mediano de los Potter aún no se había movido del sitio.
-Albus. –Dijo su padre mientras se agachaba para ponerse a su altura. -¿Qué pasa?
-Tengo miedo…
-¿Miedo a qué?
-Y si… ¿Y si entro en Slytherin? O no controlo mi magia.
-Te querremos igualmente. –dijo su padre mientras suspiraba aliviado. – Y vas a Hogwarts para aprender cómo controlarla.
-¿De verdad? Porque James dice que entraré en Slytherin y no aprenderé nunca y me echarán y…y…
-Albus… -le cortó su padre. –Yo voy a quererte, tu madre y yo vamos a quererte hagas lo que hagas y entres en la casa que entres, controles o no tu magia.
Con esa última frase y el tercer pitido lanzado desde el expreso, el pequeño abrazó a sus familiares y se adentró en el vagón viajando hasta el compartimento en el que estaba su hermano con sus amigos y su prima, no sin antes toparse con un niño muy rubio, de tez pálida y de ojos grises que lo había mirado con una expresión bastante desdeñosa y con asco, cosa que no le había agradado en lo más absoluto a nuestro pequeño protagonista. Se sentó al lado de su prima y agitó la mano derecha con nerviosismo despidiéndose de sus padres y tíos hasta que la imagen se volvió borrosa y ya no había padres, tan solo se veía campo.
